Capitulo 31: Andares
Xaman avanzaba arrastrando los pies, su mirada clavada en el suelo mientras recorría los pasillos oscuros y desolados de la instalación. Las paredes, cubiertas de humedad y musgo, parecían susurrar viejos secretos, y la luz tenue de las lámparas parpadeantes apenas alcanzaba a iluminar su camino. A su lado, Tiszoc caminaba con una seguridad desbordante, su sombra proyectándose sobre ella como un peso opresivo. Cada paso que daba resonaba en el aire, amplificando la tensión palpable entre ambos.
—¿Y hubo novedades en mi ausencia? —preguntó Tiszoc con un tono casual, casi como si estuviera hablando del clima, ignorando por completo la rabia contenida que brotaba dentro de Xaman.
Ella no respondió. Su mandíbula se apretó y sus manos se cerraron en puños mientras intentaba mantener la calma. Tiszoc rodó los ojos con una mueca de exasperación, pero siguió caminando con la misma arrogancia de siempre. Su figura, alta y esbelta, proyectaba una sombra que parecía envolver a Xaman por completo.
—¿No estás contenta de verme? —añadió Tiszoc, su voz cargada de ironía.
Xaman se detuvo en seco. Su respiración se volvió pesada mientras giraba lentamente hacia él, sus ojos chispeando de furia.
—No me hables —espetó, su voz baja pero peligrosa—. Por tu culpa, estamos a punto de hundirnos en problemas. No quiero ser arrastrada más en tu desastre, Tiszoc.
Tiszoc sonrió de manera burlona, mostrando sus afilados dientes. Su tercera mano, delgada y fuerte, se posó sobre el hombro de ella.
—No te preocupes tanto por Godoy —replicó, su voz cargada de desdén—. Aunque le cuentes todo lo que viste allá atrás, no te creerá. Para él, siempre has sido una decepción.
Xaman apretó los dientes, su ira a punto de desbordarse. Lo miró con furia contenida, sus puños temblando mientras luchaba por mantener el control. Tiszoc la miraba con una sonrisa confiada, disfrutando del efecto que sus palabras tenían sobre ella.
—No soy yo quien debería estar preocupada —dijo Xaman, con el tono ácido—. ¿De verdad crees que vas a poder seguir esquivando las consecuencias?
Tiszoc no respondió de inmediato. En lugar de eso, sonrió, pero había algo en su mirada que delataba una sombra de duda, una grieta en su aparente seguridad.
—¿No te interesa saber dónde he estado? —preguntó después de un momento, inclinándose ligeramente hacia ella, buscando provocarla.
Xaman lo ignoró, su mirada fija en el suelo. Aun así, una chispa de curiosidad titilaba en sus ojos, aunque no quería darle la satisfacción de mostrarlo.
—Ya te dije que no me importa.
Tiszoc soltó una risa suave y cargada de ironía.
—Fui al orfanato —soltó, con el tono casual de quien comenta algo trivial, pero sabiendo muy bien lo que estaba haciendo.
Xaman se detuvo, su espalda se tensó, pero siguió caminando. No podía permitirle ver cuánto la afectaba ese comentario. La palabra "orfanato" había despertado recuerdos que prefería mantener enterrados, recuerdos que traían consigo una marea de emociones que ella no estaba dispuesta a confrontar en ese momento.
—Encontraron tu diario —añadió Tiszoc, con una sonrisa que casi parecía triunfal.
Xaman se giró bruscamente hacia él, sus ojos brillando con furia contenida. Su respiración se aceleró y sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada.
—¿Te acuerdas de él? —insistió Tiszoc, deleitándose en su incomodidad.
—¿Debería importarme? —replicó ella con frialdad, aunque su voz temblaba ligeramente.
—Gaby... —murmuró Tiszoc suavemente, pronunciando el nombre como si estuviera probando su efecto sobre ella.
Xaman apretó los dientes, obligándose a mantener la calma. No iba a caer en su juego.
—No la recordaba —confesó Tiszoc sin perder su postura.
—Tú no recuerdas ni a tu madre, así que no me sorprende —disparó Xaman con veneno, sus palabras tan afiladas como un cuchillo.
La sonrisa de Tiszoc se desvaneció levemente, sus ojos oscureciéndose por un instante. Aun así, intentó mantener la compostura, pero el golpe había sido certero. Sus labios se curvaron en una mueca de rabia contenida.
Xaman notó algo sobresaliendo del bolsillo de Tiszoc: un rosario. Sus ojos se fijaron en las cuentas, y una chispa de reconocimiento cruzó su rostro.
—Suerte con que Godoy te deje quedártelo —dijo Xaman, su voz cargada de sarcasmo.
Tiszoc se encogió de hombros.
—Con lo que sé, todo es negociable —replicó, aunque había una nota de inseguridad en su tono.
—Tu información es lo único que evita que te tengan en una jaula como a un perro rabioso —escupió Xaman, harta de la fachada de su compañero.
En ese momento, la voz de una mujer interrumpió la tensa conversación a través del comunicador de Xaman.
—Xaman, querida, ven al laboratorio 461. Tengo algo que necesito revisar contigo, preciosa.
Xaman suspiró, visiblemente irritada. No podía soportar más esa conversación. Lanzó una última mirada a Tiszoc, llena de desprecio.
—Dale buen uso a ese rosario —dijo en tono ácido—. Porque si Godoy decide que ya no le sirves, rezarás que no te mande a los experimentos con las inyecciones.
Se giró bruscamente y comenzó a alejarse, sus pasos resonando en el pasillo oscuro. Las luces parpadeantes proyectaban sombras alargadas, que parecían seguirla como espectros. Justo cuando estaba por doblar la esquina, la voz de Tiszoc la detuvo.
—Xaman.
Ella se detuvo sin volverse, su cuerpo rígido por la tensión.
—¿Qué? —respondió con impaciencia.
—¿No has pensado en qué fue de tus padres?
Las palabras de Tiszoc la golpearon como una ola fría. Sus hombros se tensaron, y su respiración se volvió superficial. Durante un breve instante, pareció que iba a responder, pero, en lugar de hacerlo, simplemente continuó caminando, dejándolo atrás, envuelto en las sombras.
Tiszoc se quedó allí, inmóvil, observando cómo la figura de Xaman se desvanecía en la penumbra. La sonrisa que había mantenido durante toda la conversación desapareció por completo. El pelinegro dejó caer los hombros, sintiendo el peso de lo no dicho. Miró hacia la cámara de seguridad situada en una esquina del pasillo, su lente brillando en rojo, observándolo, siempre vigilante.
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La puerta de la oficina se abrió, y por ella entró Godoy. El hombre proyectaba una sombra larga y amenazante, y su mera presencia hizo que el ambiente enrarecido del lugar se volviera aún más denso. Tiszoc sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero mantuvo la compostura, o al menos intentó hacerlo.
—Padre, qué bueno verte —dijo con una sonrisa que intentaba parecer despreocupada.
—Lamento no haber llegado antes, la junta de directivos se alargó más de lo esperado —respondió Godoy, su tono tranquilo, lo cual inquietó aún más a Tiszoc. Esa calma... siempre presagiaba tormentas.
—¿Te revisaron ya en los laboratorios? —preguntó Godoy, sus ojos escrutando a Tiszoc con una intensidad que lo incomodaba.
—Sí, todo en orden —respondió Tiszoc con una sonrisa tensa.
—¿Puedo saber qué pasó con tu ojo? —preguntó Godoy, sus palabras directas, como un cuchillo bien afilado.
—Magia —replicó Tiszoc, intentando ser evasivo, pero sabía que no iba a funcionar.
Godoy no reaccionó inmediatamente a la evasiva respuesta de Tiszoc. Sin decir una palabra, dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos, y sin previo aviso, agarró el mentón de Tiszoc con una brusquedad que lo obligó a levantar la cabeza, haciéndolo mirar directamente a los ojos de su "padre".
—Magia, ¿eh? —murmuró Godoy, su tono irónico mientras analizaba el ojo recuperado de Tiszoc, inclinándose para observarlo como un médico frío y metódico.
Tiszoc intentó mantener la compostura, pero el toque áspero y dominante de Godoy sobre su mentón le hacía sentir una mezcla de miedo y asco. Podía sentir la presión de los dedos de Godoy clavándose en su piel, forzándolo a mantener su mirada fija en la del hombre, como si estuviera tratando de leer su alma a través del ojo que alguna vez perdió.
—¿Cómo lo recuperaste? —preguntó Godoy, su voz baja y amenazante, mientras continuaba examinando el ojo. Sus dedos se movían con precisión, presionando el párpado de Tiszoc, manipulando la piel con una familiaridad que solo hacía que el pelinegro se sintiera más vulnerable.
Tiszoc tragó saliva, su mente trabajando rápidamente para encontrar una respuesta que no lo hundiera aún más. Sabía que Godoy no toleraría una mentira, pero tampoco estaba dispuesto a revelar la verdad completa.
—Hubo un... intercambio —murmuró Tiszoc, intentando sonar despreocupado, aunque su corazón latía con fuerza. Sentía el pulgar de Godoy presionando el párpado inferior de su ojo, estirando la piel mientras lo evaluaba.
—¿Un intercambio? —repitió Godoy en un susurro afilado, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Qué interesante.
El análisis de Godoy continuaba. Sus ojos, fríos como el acero, escudriñaban cada detalle del ojo de Tiszoc, buscando alguna imperfección o anomalía que le revelara cómo había sido restaurado. La cercanía era incómoda, opresiva.
—Pensé que te habíamos enseñado a no hacer tratos sin autorización —dijo Godoy finalmente, su voz suave pero cargada de amenaza—. Especialmente cuando esos tratos interfieren con lo que hemos planeado para ti.
El pulgar de Godoy se deslizó desde el párpado inferior hasta la mejilla de Tiszoc, pero no retiró la mano. En cambio, la palma abierta de Godoy descansó sobre la cara del muchacho, en lo que pretendía ser un gesto paternal, pero que para Tiszoc resultaba absolutamente tétrico.
El peso de la mano del hombre sobre su rostro era una prisión invisible, un recordatorio de la posición en la que se encontraba. Era dueño de su vida, su cuerpo y, en ese momento, de su respiración.
El pulgar de Godoy se presionó lentamente contra el párpado de Tiszoc, haciendo que el ojo comenzara a lagrimear. No era una presión dolorosa, pero el gesto estaba cargado de poder. Tiszoc sabía que ese pequeño empuje podía transformarse fácilmente en una fuerza destructiva si Godoy decidía que lo merecía.
—Te fuiste sin decir nada —comenzó Godoy, su tono monótono pero implacable—. Desobedeciste mis órdenes, te escondiste en algún rincón oscuro, y ahora, después de todo eso, regresas. ¿Y esperas que no haya consecuencias?
Tiszoc intentó mantener la calma, pero el peso de la mano de Godoy sobre su rostro y la presión constante en su ojo lo mantenían en un estado de alerta constante. Su respiración era superficial, y podía sentir un sudor frío comenzando a formarse en su nuca.
—No espero nada, padre —respondió Tiszoc con voz apagada, tratando de contener cualquier emoción que pudiera delatarlo.
Godoy sonrió levemente, pero no era una sonrisa cálida ni indulgente. Era una sonrisa vacía, desprovista de cualquier rastro de afecto.
El pulgar de Godoy se retiró lentamente del párpado de Tiszoc, pero su mano aún permanecía sobre su mejilla. El contacto parecía un recordatorio constante de quién tenía el control en esa situación. Luego, sin previo aviso, Godoy apartó la mano de manera casi casual, como si la presencia de Tiszoc ya no le importara. Dio un paso atrás, mirándolo con una mezcla de indiferencia y juicio.
—Ya pensaré en un castigo adecuado para ti —dijo finalmente Godoy, en tono deliberadamente calmado, como si estuviera evaluando las opciones que tenía a su disposición—. No hay prisa. Quiero que esto te sirva como lección.
El cuerpo de Tiszoc se tensó al escuchar esas palabras. No necesitaba que Godoy especificara el castigo. Sabía que el hombre sería meticuloso en su elección, buscando algo que no solo lo castigara físicamente, sino que también lo quebrara mentalmente.
—Por ahora —continuó Godoy—, ve a que te aseen y luego a tu cuarto. No quiero verte hasta que decida qué hacer contigo.
Tiszoc asintió en silencio, sabiendo que no tenía más opción que obedecer. Sus manos temblaban levemente mientras daba un paso atrás, alejándose de Godoy sin mirarlo a los ojos, intentando mantener la compostura. Sentía un nudo en el estómago y una presión en el pecho que apenas lo dejaba respirar.
Godoy se giró lentamente, dándole la espalda como si Tiszoc ya no fuera más que un asunto resuelto.
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—¿Cómo se te ocurrió saltar a pelearte así de la nada contra el pajarraco ese, en frente de todo mundo, y repleto de cámaras? —reclamó Leo, su voz resonando en el pequeño baño del departamento.
El vapor del agua caliente llenaba el espacio mientras él, con las manos enjabonadas, masajeaba la espalda de Atzin, justo en el lugar donde las garras de la extraña águila de dos cabezas habían dejado marcas. Los moretones, que habían sido profundos y oscuros, ya empezaban a desvanecerse gracias a la rápida capacidad de curación de su novio.
Atzin suspiró, relajándose bajo el toque de Leo, aunque no podía evitar sonreír ante su tono preocupado. El agua tibia corría por su piel, limpiando la espuma mientras las manos de Leo, firmes pero cariñosas, seguían recorriendo su espalda.
—Nunca me advertiste que estarías haciendo estas cosas cuando nos hicimos novios —continuó reclamando Leo.
—Tampoco dije que no haría esas cosas —respondió Atzin, girando un poco la cabeza para mirar a Leo con una sonrisa traviesa.
Leo se detuvo, mirándolo incrédulo. Levantó la mano y le dio un fuerte manazo en la espalda justo sobre uno de los moretones, haciendo que Atzin soltara un quejido.
—¡Ay! ¡Oye! —se quejó Atzin, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Leo continuara hablando.
—¡Eso te pasa por idiota! —dijo Leo con severidad—. Me estoy empezando a cansar de esa faceta tuya de mártir, héroe, el que se lanza solo a todo como si fueras invencible. ¿Crees que me gusta ver cómo te metes en peleas de la nada?
Atzin no pudo evitar sonreír, divertido por la intensidad de su novio. Se giró un poco, lo suficiente como para rodear el cuello de Leo con los brazos, atrayéndolo hacia él. Le plantó un beso suave en los labios, con la intención de calmarlo, aunque sabía que Leo seguiría con su pequeña reprimenda.
—Lo siento —murmuró Atzin entre besos, su voz suave—. No quería asustarte. Pero enserio no me podía quedar de brazos cruzados.
Leo resopló, intentando mantener su molestia, pero el contacto de Atzin lo desarmaba. Se relajó ligeramente, aunque todavía había algo de frustración en su mirada.
—Podrías al menos advertirme antes de hacer esas cosas —respondió Leo, rindiéndose finalmente y devolviéndole el beso—. No sé, un "oye, voy a pelearme con un monstruo gigante, ¿quieres acompañarme?", algo así.
Atzin rió suavemente, apoyando su frente en la de Leo.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
Ambos salieron de la ducha, secándose en silencio mientras el vapor aún llenaba el baño. El calor del agua había aliviado parte del dolor en los músculos de Atzin, pero su mente estaba ocupada con otro asunto. Mientras se vestían, Atzin, sin poder contenerlo más, soltó un suspiro pesado.
—Estoy preocupado por Tiszoc —admitió, mirando su reflejo en el espejo mientras se pasaba la toalla por el cabello. Su tono había cambiado, era más serio.
Leo, que estaba secándose el cabello con una toalla, se detuvo un momento al escuchar a Atzin. Leo apretó los labios, él también estaba preocupado por su hermano, por lo que podría significar perder la única pista real que tenían para encontrarlo. Por unos momentos se quedó inmóvil, sus ojos clavados en el perfil de Atzin, que se secaba lentamente frente al espejo.
—Sabes, no es que nos fuera de mucha ayuda de todos modos —dijo Leo suavemente, su tono algo más cálido ahora, intentando desviar un poco la conversación—. Y de paso, nos quitamos la tarea de encontrar a esa híbrida de encima. Es un problema menos.
Finalmente, Leo se acercó sin decir una palabra, rodeando a Atzin con sus brazos desde atrás. Apoyó su cabeza en el hombro del ajolote.
—Tienes que dejar de preocuparte tanto —murmuró Leo, su aliento cálido contra la piel de Atzin mientras deslizaba las manos por su pecho, en un gesto suave, meloso—. Si sigues así, te va a salir una arruga justo aquí —bromeó, besando suavemente el hombro de Atzin.
Atzin dejó escapar una risa suave, pero apenas era un reflejo de lo que realmente estaba sintiendo. Su cuerpo se relajaba ligeramente bajo las caricias de Leo, pero su mente seguía atrapada en la incertidumbre.
—Deberías centrarte en las cosas que tenemos aquí y ahora —continuó Leo, moviéndose para darle un ligero beso en la mejilla—. Como este cuerpazo que tienes delante de ti. ¿Has notado que cada día estás más fuerte?
Atzin sonrió de nuevo, esta vez más sincero, mientras miraba el reflejo de Leo en el espejo. Era imposible no sentirse un poco mejor con ese tipo de comentarios, especialmente cuando venían de Leo.
—Gracias, Leo —dijo Atzin suavemente, girando un poco el rostro para darle un beso en los labios.
Mientras hablaban, ambos comenzaron a vestirse. A pesar de los intentos de Leo, la preocupación de Atzin persistía, aunque ésta vez se las guardó para sí mismo. Y no era solo por la pérdida de una fuente directa de información sobre Genetix, no. Era algo más... personal.
—Vamos, tenemos que salir de aquí antes de que nos echen de menos —añadió Leo, sonriendo, mientras extendía la mano para entrelazar sus dedos con los de Atzin.
Atzin se miró una última vez su reflejo en el espejo del baño. El mismo le devolvió la imagen de un chico que llevaba puesta la camisa favorita de su papá, una prenda blanca con bordados rojizos que parecían contar historias de su infancia. La camisa le quedaba ligeramente grande, las mangas se extendían más allá de sus muñecas, obligándolo a arremangarse hasta la mitad del antebrazo. Atzin se observó detenidamente en el espejo, notando lo largo que estaba su cabello. Sus mechones claros caían desordenadamente sobre sus hombros, recordándole cuánto tiempo había pasado desde su último corte. Miró a su alrededor y rápidamente encontró una liga de Adriana en el borde del lavabo. Con una mezcla de torpeza y determinación, se ató el cabello en una coleta amontonada, logrando mantenerlo fuera de su rostro. Aunque no era la coleta más perfecta, cumplía su propósito, y Atzin sonrió levemente, satisfecho con su improvisación.
Finalmente salieron del baño, sintiendo cómo el aire más fresco del pasillo les daba un alivio momentáneo después de la calidez de la ducha. Atzin se frotó el cabello húmedo con la toalla mientras caminaba tras Leo, que ya se había adelantado hacia la sala.
—Buenos días —saludó Leo alegremente mientras se dirigía hacia la cocina, donde su tío Esteban preparaba algo que olía delicioso—. ¿Hiciste tinga?
—Te dejé tu plato en el refri, porque si no, el gato-perro ese de tu amiga se lo va a tragar —respondió Esteban, con una sonrisa ligera.
—Gracias, tío —dijo Leo mientras abría el refrigerador y sacaba su plato.
Atzin observó la escena desde la puerta, apoyándose en el marco y sonriendo al ver a Leo más relajado, disfrutando de la comida y del ambiente familiar. Aunque aún sentía que había una barrera entre él y la familia de Leo, al menos las cosas parecían estar avanzando. Se quitó la toalla del cuello y la lanzó hacia un lado, dirigiéndose hacia la mesa donde Sayuri y Adriana ya estaban sentadas charlando con el profesor Zabaleta.
—Veo que ustedes ya están cómodas —bromeó Atzin mientras se sentaba junto a ellos, notando la charla animada que tenían.
—Bueno, alguien tiene que entretener al profesor mientras Leo y tú se tardan mil años en la ducha —le respondió Sayuri, guiñándole un ojo con picardía.
—Oigan, no mal piensen —se defendió Atzin, ruborizándose ligeramente—. Solo estábamos... hablando.
—Ah, sí, claro, "hablando" —bromeó Ameyali desde el sofá, lanzándole una mirada divertida.
Leo, que ya estaba devorando su plato de tinga, se unió a las risas.
—Ya, ya, Atzin, no les hagas caso. Como sea —el castaño desvió la mirada a la sala, donde David y Adriana se encontraban viendo la televisión, con el brazo del primero rodeando a la mujer—, Adri, David, les toca usar el baño.
Ese comentario provocó algunas risitas entre los presentes. David casi escupió el café que estaba tomando, y Adriana se sonrojó de inmediato.
—¡¿Qué?! No, nosotros no... —intentó explicar David, pero Leo ya estaba riéndose.
—Sí, claro, David, lo que tú digas —bromeó Leo—. Solo digo que no se tarden mucho, ¿eh?
Adriana frunció el ceño, aún con las mejillas enrojecidas, y le dio un codazo a David.
—¡Mira lo que provocas! —le reclamó.
—¡¿Yo?! Pero si fue Leo... —protestó David, mirando a la mujer con confusión.
Sayuri se unió a la broma, sonriendo maliciosamente.
—Ya, ya, ustedes dos, no se hagan los inocentes. Si están pensando en cosas, háganlas rápido, porque necesitamos que también limpien el baño después —dijo, aguantando la risa.
Ameyali, que también se estaba divirtiendo con la situación, no perdió la oportunidad de lanzar su comentario.
—A mí me dijeron Leo y Atzin que esas cosas son buenas para la piel, chicos. Así que adelante, báñense juntos, ¡es por salud!
David se cubrió el rostro con ambas manos, mientras que, de forma inconsciente, se apartó un poco de Adriana. Esta, por su lado, rodó los ojos y negó con la cabeza.
—De verdad que ustedes son insoportables —dijo, mirando a Adriana, quien intentaba mantenerse seria, aunque se le escapaba una pequeña sonrisa.
La risa resonó en el departamento, aligerando el ambiente por un momento. Leo se acercó a Atzin y le dio un pequeño golpe en el brazo, más en señal de afecto que otra cosa.
Y entonces, el ambiente en el departamento, hasta hace un momento lleno de risas y conversaciones ligeras, se detuvo de golpe cuando el sonido del televisor captó la atención de Sayuri.
—¡Atzin! —gritó Sayuri desde la sala, con un tono urgente que hizo que todos se tensaran.
—¿Qué pasa?
—¡Ven, estás en la tele! —replicó Sayuri, su voz más grave de lo habitual, mientras los demás ya se acomodaban frente al televisor.
Atzin frunció el ceño y aceleró el paso. Leo, que estaba al otro lado de la cocina, también detuvo lo que estaba haciendo para acercarse a la sala.
—Parece que te estás haciendo famoso —dijo David, con una sonrisa torcida.
"¡Escándalo Nacional! La conmoción tras los eventos del 16 de septiembre sigue sacudiendo a México. La celebración de la Independencia se vio interrumpida de manera dramática por la aparición de una bestia con la figura de un águila bicéfala, aterrizando en medio del festejo y sembrando el caos."
Las imágenes del caos en el Zócalo llenaban la pantalla: personas corriendo, gritos, humo en el aire. El corazón de Atzin latía más rápido con cada segundo. El recuerdo del águila bicéfala, sus garras clavadas en su piel, volvió a su mente con dolorosa claridad. Podía sentir el peso de los ojos de sus amigos sobre él.
"Sin embargo, lo que realmente ha capturado la atención de todos fue la llegada de un misterioso individuo que ha generado un revuelo sin precedentes. Un joven, de aproximadamente 18 a 20 años, que se autonombró como Axolotl..."
En ese momento, la pantalla mostró una imagen borrosa pero inconfundible de Atzin en plena pelea con la criatura. La cámara, aunque inestable, había capturado claramente su rostro mutado y su figura mientras luchaba contra la bestia. Todos los presentes en la sala se quedaron en silencio, incapaces de apartar la vista del televisor.
Atzin tragó saliva, notando cómo sus branquias se movían rápidamente bajo la tensión. Era como si la realidad de lo que había sucedido esa noche lo alcanzara de golpe.
"...ha sido visto en varios incidentes recientes: la persecución en el IMSS, el tiroteo en la UNAM y las explosiones en la alcaldía Tlalpan. Este enigmático personaje, con facciones de ajolote, apareció en el festejo y, en un acto sorprendente, acabó con la bestia antes de huir nuevamente de las autoridades, conmocionando al país entero."
—¿Es Axolotl un héroe o una amenaza? —terminó el locutor, su tono grave y cargado de tensión—. Pasamos contigo, Joaquín.
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La tía Sandra, incapaz de soportar más la tensión, tomó el control remoto y empezó a cambiar de canal rápidamente. Pero todos los canales hablaban del mismo tema. "Axolotl" había tomado por asalto las noticias.
—¡Por Dios! —murmuró, finalmente apagando la televisión, agotada de escuchar lo mismo una y otra vez—. —Ahora sí te van a estar buscando, chamaco.
Atzin apartó la mirada, sintiendo el peso de sus palabras, pero en lugar de sentir miedo, notaba una chispa de emoción crecer en su interior. No es que deseara meterse en más problemas, pero algo en esa atención despertaba un sentimiento nuevo, algo que jamás había experimentado.
Adriana, que estaba sentada cerca de él, se levantó y le dio unas palmadas amistosas en la espalda, sonriendo.
—Bueno, parece que tenemos a nuestro propio superhéroe mexicano —dijo con una sonrisa amplia, intentando aliviar la tensión en la sala.
Atzin no pudo evitar devolverle la sonrisa, sintiéndose animado por su comentario, como si le hubieran felicitado por una buena calificación en la escuela. Su rostro se iluminó con una alegría inocente.
—¿Tú crees que soy un superhéroe? —preguntó, su voz llena de emoción.
David, que hasta ahora había estado callado, se rió junto con Ameyali, quienes lo miraban como si fuera un niño pequeño que acababa de hacer algo travieso. Incluso Leo, sentado en el sofá, no pudo evitar soltar una sonrisa.
—No le llenen la cabeza de tonterías al muchacho —refunfuñó la tía Sandra.
Pero Atzin ya estaba lejos de cualquier advertencia. La idea de ser visto como un héroe, aunque fuera de forma irónica, lo hacía sentir un poco más especial.
—¿Y si lo soy? —preguntó Atzin, con una sonrisa más ancha que antes.
Leo se levantó del sofá y se acercó a su novio por detrás. Lo abrazó por la cintura y le plantó un beso rápido en la mejilla antes de susurrar con una sonrisa maliciosa.
—Pues me tocará ser tu Mary Jane —dijo Leo, provocando una risa generalizada en la sala.
Atzin, a pesar de estar acostumbrado a las muestras de afecto de Leo, se ruborizó un poco.
La tía Sandra rodó los ojos, claramente agotada por la dinámica juvenil que se estaba desarrollando a su alrededor. Sus hombros cayeron en un gesto de resignación mientras salía de la sala, dejándolos con sus bromas y risas.
Esteban, su marido, estaba en la cocina lavando unos platos. Al ver a Sandra acercarse con el ceño fruncido, no pudo evitar sonreír.
—Deja que se diviertan —susurró entre platos, manteniendo su tono tranquilo y relajado—. Están chavos, déjalos ser.
Sandra cruzó los brazos, visiblemente preocupada.
—No me gusta que Leo esté metido con ese... con ese chico —dijo, refiriéndose a Atzin—. Se va a terminar metiendo en problemas, y ya sabes cómo es...
—Ya está metido en problemas. Muchos problemas.
—¡Pues ahí está la prueba de mi punto!
Esteban se giró hacia ella, con una sonrisa juguetona que no podía contener.
—¿Así como cuando nosotros nos escapamos para ver a Panteón Rococó? —bromeó, recordando tiempos más simples.
Sandra le lanzó una mirada de reproche.
—Eso fue diferente, y lo sabes —respondió ella, intentando mantener su postura firme.
—¿Por qué? —insistió Esteban, acercándose un poco más con una sonrisa traviesa—. ¿Porque éramos nosotros? ¿No dejamos mi moto en una zanja por estar escapando?
—No me cambies el tema —dijo Sandra, aunque ahora sonaba más relajada—. Esto es distinto.
Esteban la rodeó con un brazo, dándole un beso rápido en la frente antes de continuar lavando los platos.
—No culpes a Leo; tendrá la cara de su papá, pero ese carácter lo ha sacado de ti.
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Atzin se separó del abrazo de Leo, riendo suavemente mientras el ambiente relajado del grupo llenaba la sala de energía. Sin embargo, Leo, siempre curioso, aprovechó la oportunidad para dirigir su atención al profesor Zabaleta.
—Oiga, profe —comentó Leo con una chispa de entusiasmo en sus ojos—, si Atzin tiene su propio supertraje, ¿nosotros también podemos tener uno?
Ameyali, sentada cerca, levantó una ceja y sonrió juguetonamente.
—¿Y tú para qué necesitas un supertraje, Leo? —bromeó, mientras sus ojos brillaban con diversión.
Leo se encogió de hombros, sin perder su tono travieso.
—Para ser el compañero de aventuras de Atzin, por supuesto —dijo, sonriendo ampliamente—. No pienso dejarle toda la diversión a él solo.
Atzin, que estaba tomando un vaso de agua, levantó la mirada con una sonrisa cómplice, pero cansada.
—Te la dejo a ti si quieres —respondió con tono relajado, llevándose de nuevo el vaso a los labios.
El profesor Zabaleta observaba la interacción entre ellos con una sonrisa leve, pero su semblante escondía un trasfondo más serio. Decidió intervenir en el momento justo.
—Por cierto, Atzin —dijo el profesor, suavemente, pero con una nota de seriedad en su voz—. Necesito hablar contigo en privado.
Atzin parpadeó, un poco confundido, pero asintió con curiosidad. Dejó su vaso en la mesa y se dirigió al profesor, levantando una ceja mientras lo seguía hacia la puerta.
—Voy enseguida —dijo al grupo, lanzando una última mirada a Leo antes de seguir al profesor fuera de la sala.
Leo abrió la boca para decir algo, pero el profesor ya había salido con Atzin. Se quedaron todos observando con curiosidad mientras los dos desaparecían por la puerta no sin que antes Atzin se colocará una gorra, lentes de sol y un cubrebocas de gato que Adriana le había comprado.
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Atzin y el profesor caminaban juntos por las calles de la alcaldía Cuauhtémoc en una fresca mañana. El sol apenas comenzaba a asomarse, bañando la ciudad con una luz dorada que hacía brillar los edificios y las calles mojadas por el rocío de la noche.
Los vendedores ambulantes comenzaban a instalar sus puestos, ofreciendo desde tamales hasta jugos frescos. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el de las flores de los jardines cercanos. Las calles, aunque aún tranquilas, ya mostraban signos de la actividad que se intensificaría con el pasar de las horas. Los edificios históricos, con su arquitectura imponente, se erguían majestuosos, recordando a todos los transeúntes la rica historia de la ciudad.
—Perdona que te saque de esta forma, pero quería hablar contigo sin tantos oídos curiosos alrededor —dijo el profesor, mirando al frente mientras caminaban—. A veces un paseo ayuda a organizar las ideas.
Atzin lo miró de reojo,comprendiendo que el tema que venía no era cualquier cosa.
—No se preocupe, profe, lo entiendo —respondió con una sonrisa leve—. ¿De qué me quiere hablar?
Zabaleta hizo una pausa, mirando a su alrededor como si buscara las palabras correctas. Finalmente, con un suspiro profundo, comenzó.
—Atzin, quería preguntarte algo… algo personal. ¿Sabes mucho sobre tu familia? Específicamente, sobre tu familia paterna.
La pregunta sorprendió a Atzin, y lo hizo fruncir el ceño en una mezcla de confusión y curiosidad. Su padre no había sido un tema recurrente en su vida, al menos no desde que tenía memoria. Hizo un esfuerzo por recordar, pero solo encontraba fragmentos vagos.
—No mucho, la verdad —admitió, con cierto malestar reflejado en su voz—. Mi mamá... Bueno, con todo lo que he descubierto de ella últimamente, me he dado cuenta de que sé mucho menos de lo que pensaba. Y de mi papá... apenas si recuerdo cosas vagas.
El profesor asintió lentamente, como si sus sospechas se confirmaran.
—Entiendo, y eso es justo lo que quería tocar. No es algo fácil de decir, pero hay más sobre la familia de tu padre que puede interesarte —dijo Zabaleta, su tono ahora más serio—. Digamos que la relación entre tu papá y sus padres, tus abuelos, no era la mejor.
—¿Tiene alguna idea del por qué? —insistió Atzin con interés.
—Pues para empezar, el hombre es de carácter complicado, como cualquier persona de rancho —comenzó a explicar el profesor—. De lo que tu papá me contaba, tu abuelo nunca estuvo muy de acuerdo con que no decidiera quedarse en el negocio familiar por irse a estudiar ingeniería.
—¿Negocio familiar? —preguntó Atzin, levantando una ceja.
—En resumen, tuvieron suerte de que les tocara un buen terreno para la caña cuando se hizo el reparto agrario, y de ahí se dedicaron después a los lácteos —explicó el profesor, haciendo un gesto con la mano al aire del cual Atzin no entendía el significado.
—Ah —asintió Atzin, procesando la información mientras miraba a su alrededor, observando el bullicio de la ciudad que contrastaba con la calma de su conversación.
El profesor hizo una pausa, permitiendo que Atzin reflexionara un momento antes de continuar.
—Pero, la realidad es que ese no fue el principal problema entre tu abuelo y tu papá —añadió el profesor, su tono volviéndose más serio.
—¿Cuál fue entonces? —preguntó Atzin, su curiosidad ahora completamente despierta.
—… Tu mamá —respondió el profesor, dejando que las palabras colgaran en el aire
Atzin apartó la mirada al pensar en la mujer. Pero el maestro hizo una seña rápida para detener todo su monólogo mental.
—Antes de que pasara lo que pasara —interrumpió el hombre—, ella llegó a la universidad de un contexto humilde.
Atzin arqueó ligeramente la ceja, un poco incrédulo, pero el maestro continuó.
—Tu abuela, por su parte, falleció cuando ella era muy pequeña. Vivió al cuidado de tu abuelo, que fue antropólogo, hasta que tuvo un accidente en la construcción que lo obligó a dejar su trabajo, haciendo que todo el sostén de la casa recayera en ella.
Atzin comenzó a prestar un poco más de atención. Eso sí lo había llegado a escuchar, al menos algo era cierto. Sus recuerdos vagos se alineaban con las palabras del profesor, despertando una curiosidad latente, pero también reanimaba las dudas respecto a su madre. Por lo que miró al profesor con una mezcla de interés y escepticismo dejándole continuar.
—Quizás por eso llegó con esa ambición que la hizo destacar —explicó el profesor, su tono se volvió pensativo mientras miraba al horizonte—. Sin embargo, a tu abuelo no le importaba. Para él, me temo, ella era solo una pobretona que estaba con tu papá por el dinero.
Atzin frunció el ceño, su gesto delatando su incomodidad. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla de incredulidad y molestia. ¿Otra mentira perfecta de su mamá? Sus pensamientos se arremolinaban, creando un torbellino de emociones contradictorias sin embargo antes de poder soltar su pregunta el maestro intervino.
—Y antes de que me digas que quizás tu abuelo podría haber tenido razón —interrumpió el hombre, su voz firme—, como amigo de ambos, puedo decirte que no era así.
Atzin levantó la mirada, su ceño fruncido delatando su molestia. La firmeza en las palabras del profesor no lograba disipar sus dudas.
—¿Y qué nos asegura eso? —murmuró, su voz cargada de escepticismo.
—Pues ¿alguna vez el matrimonio de tus papás te pareció falso? —preguntó el profesor, sus ojos buscando los de Atzin, intentando transmitir una verdad que él mismo había presenciado.
Quiso responder, pero aquellas memorias lejanas simplemente no le permitían debatir. No se había dado cuenta antes, pero podía recordar la forma en que sus padres se miraban. Recordaba los juegos improvisados, las gardenias que su papá le llevaba a su mamá en cada ocasión especial, y cómo su mamá jugaba con el cabello rizado de su papá.
Quizás fuera una tontería. Una tontería que aquel pequeño Atzin, el que corría tras las mariposas y temía que los monstruos bajo su cama lo atraparan, no quería dejar de creer. Pero para ese pequeño, sus padres se amaban. Se amaban de verdad.
Se amaban cada día, desde la mañana hasta el anochecer. Se amaban tanto en las alegrías como en las discusiones. Su papá amaba a esa mujer de mirada oscura, tan profunda como la noche, y piel tostada como el café, con una determinación más fuerte que la de cualquier bestia. Y su mamá amaba a ese hombre de rizos rebeldes y sonrisa boba, con un corazón tan gentil como el de un girasol.
Quizás era algo tonto. Quizás podría haber sido otra de las tantas máscaras de su madre.
Pero eso no era falso, no podía serlo,o al menos no encontraba la manera de verlo así.
El profesor observaba a Atzin con una mirada cálida y comprensiva, con una empatía que parecía envolver al joven. Sabía que ocupaba pensar así que se mantuvo callado y le dejó un momento para reflexionar mientras caminaban por los vibrantes barrios llenos de restaurantes dejando que el aire impregnado del aroma embriagador de la comida recién hecha, y el bullicio de las conversaciones y risas de la gente le compartieran un poco del ambiente.
—Supongo —comenzó Atzin, su voz pausada y pensativa— que al ver que iban en serio, prácticamente los desconoció, ¿verdad?
El profesor asintió lentamente, su cabeza apenas inclinándose en una afirmación casi imperceptible .
—Así es.
Atzin frunció el ceño, sumido en el laberinto de las complejidades familiares que giraban en su mente.
—Supongo —comenzó Atzin, su voz un tanto vacilante, como si estuviera probando cada palabra antes de decirla—, que cuando mi papá decidió seguir su propio camino, básicamente los cortó de su vida, ¿no?
El profesor caminaba a su lado en silencio, su expresión era una mezcla de comprensión y paciencia. Asintió lentamente, dándole a Atzin la confirmación que buscaba.
—Así fue, en cierta medida —dijo Zabaleta, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
Atzin frunció el ceño, su mente seguía explorando las profundidades de esa historia familiar que hasta ahora le había sido desconocida. Era un tema que no había tocado con nadie, ni siquiera con Leo. Su padre había sido una figura sólida, alguien que había creído conocer a fondo. Pero ahora, esa imagen parecía desmoronarse, revelando capas de secretos.
—Debe haber sido difícil para él —murmuró Atzin, su voz baja, como si hablara consigo mismo más que con el profesor—. Romper con su familia de esa manera.
Zabaleta lo observó con una mirada aún más comprensiva, entendiendo la gravedad de la situación. Atzin estaba comenzando a ver una imagen más compleja de su padre, una que quizá nunca había considerado.
—Lo fue —confirmó el profesor, su voz suave—. Pero, hasta donde sé, tu papá no rompió completamente el contacto con ellos.
Atzin se detuvo en seco, el desconcierto y la curiosidad reflejándose en sus ojos.
—Espera, ¿qué? —preguntó, girándose hacia el profesor—. Si eso es cierto, ¿por qué nunca conocí a nadie de su familia?
El profesor dejó escapar una risa leve, una mezcla de nostalgia y un toque de complicidad en su expresión.
—Sí los conociste, de hecho —respondió, aguantando una sonrisa que hizo que Atzin arquease una ceja—. Al menos a tu abuelo... en tu bautizo.
Atzin se quedó boquiabierto por un segundo, antes de soltar una carcajada inesperada. El profesor sonrió también, disfrutando de la reacción del chico.
—Bueno, eras un bebé —dijo el profesor, riendo suavemente antes de retomar su tono más serio—. Supongo que tu padre no quería que lidiaras con ciertas personas de su familia hasta que fueras lo suficientemente mayor para entenderlo. Aunque, con lo rápido que creces, quizá te lo habría contado antes de lo que pensabas.
Atzin se rió ligeramente, todavía intentando asimilar la situación, pero una pequeña sombra de incertidumbre comenzó a formarse en su mente. El profesor, que lo había guiado por este camino de revelaciones, estaba a punto de decir algo importante, lo sentía en el aire. El ambiente de la conversación había cambiado.
El profesor comenzó a reducir su ritmo, lo que solo incrementó la curiosidad de Atzin.
—Entonces... —Atzin hizo una pausa, mirándolo con una mezcla de confusión y cautela—, ¿por qué me está contando esto ahora?
Zabaleta suspiró, su mirada se cruzó con la de Atzin, y por un breve momento, parecía debatirse entre seguir hablando o detenerse. Finalmente, respiró hondo, como si la siguiente revelación fuera tan inevitable como el amanecer.
—Porque te he traído a donde está tu abuelo —dijo, con un tono grave pero tranquilo.
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Y ahora, cantemos todos juntos las mañanitas para Carl
Feliz cumpleaños a mi coescritor 🎉🎂
El niño ajolote no hubiera llegado tan lejos sin su apoyo.
Plus:
Plus 2: Los papás de Atzin de Chavos
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