Capitulo 26: El Orfanato

TW: Horror.

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El cielo de la Ciudad de México empezaba a aclararse, pintando de tonos naranjas y rosados el horizonte contaminado. Atzin y Tiszoc estaban sentados en la cornisa del techo de la mansión de Ruíz, con las piernas colgando y un paquete de donas Bimbo colocada entre ellos.

El ajolote, con sus branquias agitándose con el aire húmedo de la mañana, sacó una dona del paquete y le dio un mordisco. A su lado, Tiszoc, con su extraña cola con la mano humanoide colgando, imitó el gesto, masticando en silencio.

El silencio entre ellos era tan denso como el smog de la ciudad. Atzin, tratando de romper la incomodidad, se giró ligeramente hacia su acompañante.

—No sabía que te gustaban las donas —comentó, intentando sonar casual.

Tiszoc lo miró de reojo, sus colmillos asomando ligeramente cuando respondió.

—No me gustan. Solo tenía hambre.

Atzin asintió, masticando lentamente, buscando algo más que decir.

—Así que... ¿las robaste? —preguntó, con una sonrisa ladeada.

Tiszoc se encogió de hombros.

—El conductor del camión se distrajo. Fue fácil.

Otro silencio se instaló entre ellos, roto solo por el crujido de las donas y el ruido lejano del tráfico matutino.

Atzin regresó su atención hacia el horizonte, el aroma dulce de las donas mezclándose con el aire contaminado de la ciudad. Sus pensamientos se volvían hacia Xiomara, la híbrida jaguar, y la promesa de Tiszoc: encontrar a Xiomara, y solo entonces él le diría a Atzin dónde estaba Luis. Ese había sido el trato, simple y directo.

Pero en la casa de Emiliano Ruíz no habían encontrado absolutamente ningún indicio ni pista, ni del paradero de Xiomara, ni el de Luis, ni siquiera el de Emiliano. La frustración comenzaba a instalarse en su pecho. Tendrían que pensar en otra cosa. Las líneas de investigación se le estaban acabando al ajolote, a pesar de tener a una gran fuente de información crucial sentado a su lado.

—¿Te has preguntado alguna vez por qué Genetix hace lo que hace? —preguntó Atzin, rompiendo el silencio de nuevo, mirando de reojo a Tiszoc.

Tiszoc se quedó en silencio por un momento, sus ojos fijos en el horizonte. Luego, sin girarse, respondió.

—Nunca pregunté.

Atzin frunció el ceño, no satisfecho con la respuesta evasiva. Tiszoc se negaba a revelar nada sobre Genetix, sobre Emiliano Ruíz, o siquiera sobre su conexión con esa tal Xiomara. Atzin sabía que era la misma híbrida que había atacado a sus amigos el día anterior, pero nada más. ¿Por qué Tiszoc la buscaba con tanta desesperación? ¿Qué la hacía tan importante para él?

Atzin miró a Tiszoc, sintiéndose frustrado. A él lo habían sometido a todo tipo de experimentos y torturas, no creía que el caso de Tiszoc hubiese sido diferente. Pero siendo así, ¿por qué este se empeñaba tanto en salvaguardar a Genetix y a los responsables tras la empresa?

—Sé que sabes más de lo que dices —dijo Atzin en un tono acusador.

Recordó la fotografía que había encontrado y que aún guardaba en su bolsillo; los niños de un orfanato acogidos por Genetix, entre ellos Tiszoc. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que el destino de todos esos niños había sido el mismo que el de Atzin y Tiszoc. Mutados, aislados. Proyectos de laboratorio.

El apetito se le escapó y alejó la dona que tenía en la mano. La frustración se mezclaba con la impotencia en su interior.

—¿Te vas a comer eso? —preguntó Tiszoc, rompiendo el silencio con una nota de impaciencia.

Atzin negó con la cabeza, y antes de que pudiera decir algo, Tiszoc le arrebató la dona de la mano y la engulló de un bocado. Atzin suspiró, sabiendo que no podía seguir así.

—Necesitamos un plan —dijo, mirando a Tiszoc con determinación.

Tiszoc levantó una ceja, masticando aún la dona.

—¿Y qué propones, ajolote? —preguntó con una ligera burla en su voz.

—Necesitamos información. ¿Tienes alguna pista que pueda llevarnos hasta Xiomara? —insistió Atzin.

Tiszoc negó secamente, una sonrisa burlona apareciendo en su rostro.

—Sé lo mismo que tú, casi nada. Pero me gusta ver cómo te esfuerzas en este trato.

Atzin frunció el ceño, la paciencia agotándosele.

—Ya fue suficiente de tus juegos. Si queremos encontrar a esa híbrida, necesito que compartas toda la información que tengas.

Tiszoc se encogió de hombros, la sonrisa todavía en su rostro.

—Lo siento, es información privada.

Atzin apretó los puños, frustrado. Las palabras de Tiszoc lo hacían sentir como si estuviera caminando en círculos.

—Así no llegaremos a ningún lado —dijo con firmeza, tratando de mantener el control.

Tiszoc suspiró, como si de repente se hubiera cansado del juego.

—Mira, te repito que sé tanto como tú, casi nada —dijo Tiszoc, con un tono más serio—. Pero tengo un lugar pensado para buscar pistas: el orfanato.

Atzin lo miró, considerando la opción. Finalmente asintió.

—De acuerdo. Iremos al orfanato.

Tiszoc se puso de pie con la gracia indolente de un depredador satisfecho. Sus músculos se tensaron bajo la piel bronceada mientras se estiraba, alzando los brazos por encima de la cabeza y arqueando la espalda con un gruñido de satisfacción. Su cola con la mano humanoide se movía lentamente, casi como una caricia en el aire.

—Antes de nada, necesitas bañarte —dijo Atzin, tapándose la nariz con una mano.

Tiszoc dejó de estirarse y lo miró, la burla evidente en su rostro.

—¿Un baño? No sabía que eras tan delicado.

—Hablo en serio —respondió Atzin, manteniendo la mano en la nariz.

La sonrisa de Tiszoc desapareció lentamente. Se tomó la camiseta por la axila y la olfateó.

—No seas exagerado. No ha pasado ni una semana desde que mis cuidadores en Genetix me asearon.

—No mames. Si vamos a trabajar juntos, nos guste o no, tendremos que atender ciertos asuntos.

Tiszoc bufó, pero al ver la seriedad en los ojos de Atzin, asintió con diversión.

—Está bien, ajolote. Lo que tú digas.

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Adriana se despertó con el suave canto de los pájaros fuera de su ventana y se estiró en la cama, sintiendo los párpados pesados después de una noche incómoda. Junto a ella, la pequeña Alondra aún dormía profundamente, su cuerpo relajado y su rostro sereno. La cola de iguana de la niña enroscada suavemente alrededor de la pierna de su madre, como un abrazo protector.

La mujer sonrió, apartando un par de mechones de cabello del rostro de su hija antes de levantarse, cuidando de no despertar a la menor. Se acercó al espejo de la habitación mientras se alisaba su propio cabello, largo y ondulado.

Mientras se arreglaba el cabello, sus ojos recorrieron su demacrado reflejo, sintiendo la espalda adolorida después de toda la acción del día anterior. Entonces notó algo, en la esquina del espejo: una fotografía colocada entre el marco del mismo y el cristal.

En la fotografía, un pequeño Atzin de ocho años sonreía radiante en una playa soleada. Las olas rompían a sus pies, y en sus manos sostenía una cubeta llena de conchas marinas. A su lado, sus padres posaban divertidos. El padre, vestido con una camisa de lino blanco y pantalones cortos color arena, llevaba un sombrero de ala ancha para protegerse del sol, aunque su piel ya se encontraba enrojecida en piernas y brazos. La madre, con un vestido estampado de flores y una amplia sonrisa, sujetaba el brazo de Atzin con firmeza para evitar que alguna ola se lo fuera a arrebatar.

Adriana no pudo evitar sonreír mientras sus dedos tomaban delicadamente la fotografía y la examinaba de cerca, casi pudiendo imaginar con lujo de detalle cómo habría sido ese feliz día de playa para su amigo. Sin embargo, al fijar su mirada en los padres de Atzin, su sonrisa se desvaneció gradualmente, y su corazón se vio invadido por una tormenta de emociones contradictorias. Miró fijamente el rostro de la madre de Atzin. La odió de inmediato.

La puerta se abrió y David entró en la habitación con premura. Llevaba la misma camisa apretada que le había prestado Atzin para pasar la noche. La prenda, abierta y húmeda, se pegaba a su torso, destacando los contornos de su musculatura definida y su piel bronceada. Las gotas de sudor que se deslizaban por su pecho desnudo brillaban con la luz tenue del amanecer.

Adriana sintió un leve rubor en sus mejillas al verlo, desviando la mirada por un instante y dejando la fotografía familiar sobre el tocador.

—David, ¿está todo bien? —preguntó la pelinegra sin voltear a verlo, tratando de sonar casual.

David cerró la puerta detrás de él y se acercó a Adriana con urgencia.

—¿Has visto a Atzin? —respondió, su voz cargada de preocupación.

—¿Atzin? No, ¿por qué? —Adriana frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien.

—No está —dijo David, frunciendo el ceño aún más—. No está en su cuarto. Ya lo busqué en toda la casa y en los alrededores, y no lo encuentro.

Adriana se quedó muda por un instante, su corazón latiendo más rápido.

—¿Cómo que no está? —su voz reflejaba una creciente preocupación.

—No está en su cuarto —repitió David con impaciencia—. Y no lo encuentro por ningún lado.

Adriana se preocupó y se asomó al cuarto de Atzin para comprobar lo que David le había contado. Al ver la cama vacía y las sábanas desordenadas, volvió a mirar a David, que parecía estresado.

—¿Crees que Genetix vino y se lo llevó? —sugirió Adriana, su voz temblando ligeramente.

—No. Nos habríamos dado cuenta —David negó con la cabeza, tratando de mantener la calma.

Adriana simplemente negó con la cabeza, sus pensamientos en un torbellino.

—Entonces se salió por la noche.

—Sí, es lo mismo que estaba pensando. ¡Ay, este pendejo! —exclamó David con frustración, llevándose las manos a la cabeza y tirando ligeramente de sus cabellos—. ¿A dónde se habrá ido a meter?

Adriana se acercó más a David, alcanzando su rostro con sus manos y haciendo que la mirara mientras sus pulgares acariciaban sus mejillas. David se paralizó ante el contacto.

—Shh, tranquilo. Estará bien, lo encontraremos. Quizás solo se fue a ver a Leo a escondidas. Ya sabes, como al parecer son... "más que amigos".

David rodó los ojos con una mueca de disgusto, apartándose ligeramente.

—Si es eso, le daré una chinga por caliente.

Adriana golpeó su hombro ligeramente, reprendiéndolo.

—¡David! No digas eso.

—¿Pues a qué otra cosa iba a ir, según tú? —cuestionó el hombre, cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado.

—No pienses mal de ellos. Seguramente no han... bueno, hecho esas cosas todavía —intentó calmarlo Adriana.

David desvió la mirada con incomodidad, mordiéndose el labio inferior.

—Como sea. De que vuelve, vuelve —dijo en voz baja y tensa—. Tiene que llegar. Va a llegar, y cuando llegue vamos a hablar.

Adriana asintió, bajando la mirada mientras consideraba qué hacer a continuación. Tenían que encontrar a Atzin, y rápido.

—Tú búscalo en el lago otra vez, yo iré a ver a Leo —dijo con convicción, su voz firme.

—Bien. Pero cuidado con sus tíos —advirtió David, su preocupación evidente.

Adriana asintió de nuevo, y antes de que David pudiera decir algo más, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. El gesto fue espontáneo, pero dejó a David momentáneamente sin aliento. Se quedó allí, viendo cómo Adriana salía rápidamente de la casa, sintiendo su corazón latir con fuerza en su pecho.

David se quedó unos segundos más en la residencia, intentando recuperar la compostura.

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La taquería estaba abriendo sus puertas, y la gente comenzaba a llegar para desayunar. El aroma a tortillas frescas y barbacoa recién hecha llenaba el aire, haciendo que el estómago de Adriana gruñera de hambre.

Cuando se acercó al establecimiento, agradeció al cielo al ver a Leo trabajando en el mismo. Al parecer sus tíos no le habían dado tregua a pesar del distanciamiento de unas semanas.

Al entrar, Adriana se sentó en una esquina del local, asegurándose de darle la espalda a la cocina para no ser reconocida por los tíos de Leo, quienes estaban atendiendo sus labores.

Su mirada se dirigió a Leo, que en ese momento estaba sirviendo tacos a una mesa, su rostro mostrando signos de fatiga mientras procuraba disimular su frustración pero manteniendo el ritmo.

Adriana levantó ligeramente el brazo para llamar su atención, y Leo reaccionó de inmediato, su rostro iluminado con sorpresa y curiosidad. Se aseguró de que sus tíos no lo vieran antes de dirigirse hacia ella con paso rápido, su corazón latiendo con emoción.

—Adriana —dijo, su voz baja pero emocionada—. ¿Qué haces aquí?

Adriana miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los estuviera escuchando, antes de responder.

—Necesito hablar contigo, es urgente —dijo, su voz llena de preocupación.

Leo se giró ansioso brevemente, mirando hacia sus tíos con la esperanza de que no lo estuvieran viendo, antes de contestarle a Adriana.

—Adri, no es buen momento —respondió, su voz llena de tensión.

Pero la mujer insistió.

—Es sobre Atzin —soltó, lo que captó inmediatamente la atención de Leo.

—¿Atzin? ¿Está bien? —preguntó alarmado, apenas capaz de no alzar la voz.

Adriana rápidamente lo calló con una ceña, mirando ansiosa alrededor, esperando que no les hubieran escuchado.

—Te venía a preguntar de eso. No estaba en su cuarto. ¿Sabes a dónde habrá ido?

—Si —Leo asintió, y después desvió la mirada, sintiéndose culpable—. Vino a verme anoche, y de aquí se fue a la casa de Ruíz en Lomas.

Adriana se sorprendió y se tapó la boca, alarmada.

—¿¿Pero por qué fue ahí?? —preguntó, intentando disimular su voz.

Leo abrió la boca para explicarse, pero fue llamado por su tío para entregar una orden en otra mesa.

—Ehh...Ya vengo —dijo Leo antes de irse sin darle tiempo a Adriana de decir algo más.

Adriana se sumió en un profundo silencio, su mente invadida por la preocupación. Imaginaba lo peor: tal vez Atzin había sido descubierto por Genetix y por eso no había regresado, o quizás la jaguar lo había atacado. De forma inconsciente se llevó una de sus uñas entre los dientes, mordiéndose ligeramente para tratar de regular el estrés; ya ni Alondra le daba esos sustos. Justo en ese momento, Leo reapareció con un Boing de guayaba en la mano y se lo entregó a la chica, mientras sacaba su libreta y su lápiz, como si le fuera a pedir la orden.

Adriana lo miró confundida. Pero rápidamente entendió que Leo estaba actuando como si ella fuese una cliente común y corriente del lugar para no levantar las sospechas de sus tíos. Entonces lo miró con una mirada intensa, cargada de exigencia. Sus ojos, usualmente serenos, ahora eran como espejos oscuros y penetrantes. Él tragó saliva, sintiendo el peso de esa mirada; solo había recibido miradas así de su tía.

—Leonardo —dijo la chica exhalando, mirándolo fijamente—, habla.

Leo se movió incómodo, cambiando el peso de un pie a otro. Llevó una mano al bolsillo de su delantal y comenzó a jugar con algo que había dentro, mientras que con la otra mano se rascaba levemente la mejilla, como si estuviera tratando de encontrar las palabras correctas para explicarse.

—Yo... bueno, él vino anoche a verme y pues... bueno, entre todo dije que serìa buena idea que fuera a investigar, a ver si no se nos habían quedado pistas —respondió finalmente, vacilando y reduciendo el volumen de su voz.

Adriana por poco saltó de su silla. Sus ojos se agrandaron y su rostro se tensó como el de una madre preocupada que acaba de enterarse de que él niño se ha metido en problemas. Con el corazón latiendo a mil por hora, se inclinó hacia adelante, a punto de agarrar a Leo por los hombros y sacudirlo.

—¡En lugar de persuadirlo lo animaste! ¿Què no has visto todo lo que ha pasado? —exclamó en un susurro urgente, intentando no llamar la atención de los demás clientes.

Leo se encogió bajo su mirada, avergonzado y nervioso.

—Me vino a ver tarde —respondió Leo, encogiéndose de hombros, con su voz ansiosa—. Ya estaba medio dormido, me besó, me apendejé y...

Adriana se llevó una mano a la frente, golpeándola ligeramente en un gesto de estrés. Respiró hondo y miró al chico, aguantando las ganas de arrastrarlo para que fuera con ella a buscar a Atzin hasta el otro lado de la ciudad si fuese necesario. Ganas no le faltaban, pero la situación era todo menos adecuada, por lo que se resignó.

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Adriana llegó a la casa abriendo la puerta apresuradamente, su respiración agitada y su mente corriendo a mil por hora.

—¡David! —llamó, su voz resonando en el espacio silencioso. No hubo respuesta—. ¡David! —repitió, su tono más desesperado.

Ameyali salió de la cocina, secándose las manos con un trapo. Su expresión era de preocupación ante la urgencia en la voz de Adriana.

—Está afuera —contestó Ameyali, frunciendo el ceño—. ¿Qué pasó?

Adriana se giró hacia ella, sus ojos reflejando el miedo y la prisa.

—Atzin se fue a buscar pistas a la casa de Ruíz. —dijo, su voz temblando ligeramente.

—Oh —Ameyali bajó la mirada apretando los labios—. Bueno, no pasa nada. Él ya sabe defenderse por si pasa cualquier cosa, ¿no crees?

—¡Aún así! —replicó Adriana—. Debemos ir a buscarlo.

En ese momento, Sayuri salió de la cocina y se asomó detrás del hombro de Ameyali.

—¿Otra vez se salió? —exclamó, con su tono incrédulo.

La puerta se abrió de nuevo y David entró, su rostro lleno de sudor. Se detuvo un momento para recuperar el aliento antes de hablar.

—Ya lo estuve buscando aquí fuera y no hay señal de él —dijo, su voz urgente y preocupada. Al ver a Adriana, sus ojos se estrecharon—. ¿Leo te dijo algo?

Adriana asintió, su expresión una mezcla de ansiedad y determinación.

—Lo mandó a la casa del señor Ruíz a buscar pistas —respondió, tratando de mantener la calma.

—¡Agh! ¡Si será pend...! —se quejó sin embargo apenas fue capaz de contener su palabrota al recordar que Alondra estaba cerca.

—Tenemos que encontrarlo antes de que algo le pase —dijo Adriana suavemente, con insistencia.

La puerta se abrió nuevamente antes de que nadie se dispusiera a salir. Atzin entró un segundo después con la ropa empapada y el cabello húmedo aplastado contra su cráneo.

Se detuvo en el umbral de la entrada al percatarse de la presencia de sus amigos en la sala, y que todos lo fulminaban con la mirada.

—¡Atzin! —exclamó Adriana, su voz cargada de alivio y enfado al mismo tiempo.

David, incapaz de contener su frustración, avanzó hacia él con pasos firmes.

—¿En qué demonios estabas pensando? —gritó, sus ojos destellando furia—. ¡Te estuvimos buscando por todos lados!

Atzin levantó las manos en un gesto de rendición, retrocediendo un paso.

—Lo siento, lo siento —dijo rápidamente—. Puedo explicarlo, solo déjenme...

—¡No deberías haber salido solo y sin avisarnos! —lo interrumpió Adriana, su voz temblando de emoción—. ¿Tienes idea de lo preocupados que estábamos?

Antes de que Atzin pudiera responder, Tiszoc entró en la casa.

—Vaya, vaya. Llegamos en el momento justo —comentó con sarcasmo, cruzando los brazos sobre su pecho.

Todos se quedaron congelados al ver al híbrido ante ellos. La sorpresa se convirtió rápidamente en tensión palpable. El primero en reaccionar fue David, que lanzó un potente golpe contra el Ahuízotl, su puño dirigiéndose con precisión a la cara de Tiszoc. Atzin, viendo la situación desarrollarse en un instante, se interpuso y recibió el golpe en lugar de Tiszoc, cayendo al suelo por el impacto.

—Uy —comentó el Ahuízotl, sin hacer amago en ayudarlo o agradecerle—. Tremendo putazo.

—¡Atzin! —gritó Adriana, corriendo hacia él mientras Ameyali y Sayuri observaban, atónitas.

David se quedó allí, con el puño todavía alzado, mirando con incredulidad lo que acababa de hacer. Tiszoc, por su parte, dejó escapar una carcajada.

Atzin, frotándose la mandíbula donde el golpe lo había alcanzado, se levantó con la ayuda de Adriana. Miró a David, que todavía estaba en shock, y luego a Tiszoc.

—Todos, cálmense —dijo Atzin, su voz firme—. Necesitamos hablar.

David, respirando hondo, bajó el puño y miró a Tiszoc con una mezcla de desconfianza y enojo.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó, su voz tensa.

—Es complicado, pero voy a explicarles todo —dijo Atzin, mirando a cada uno de ellos para asegurarse de que estuvieran escuchando—. Anoche fui a la casa de Ruíz. Tiszoc también estaba ahí.

—¿Qué? ¿Porqué? —preguntó Sayuri, alcanzando una sartén vieja de la cocina mientras miraba a Tiszoc.

—Porque me quedaba de paso y fuí a saludar —respondió Tiszoc con sorna.

Atzin lo fulminó con la mirada.

—No estás ayudando.

—¡Ya pues! —exclamó David, señalando a Tiszoc con desdén—. ¿Por qué lo trajiste aquí?

—Porque hicimos una tregua —respondió Atzin, mirando a Tiszoc—. Él sabe dónde tienen retenido al hermano de Leo, nos revelará todo si yo lo ayudo a encontrar a otra persona.

—¿A quién? —cuestionó Adriana, mirando a Tiszoc.

—Información clasificada —dijo Tiszoc con suficiencia.

Atzin bufó con exasperación.

—Se llama Xiomara. Es la híbrida que los atacó en la casa de Ruíz el otro día.

—Así que hiciste una tregua, ¿Con él? —repitió David, incrédulo—. ¿Cómo puedes confiar en alguien como él? ¿Cómo sabes que no está mintiendo?

—No tengo otra opción —dijo Atzin, su voz firme—. Sé que no confían en él, y yo tampoco confío plenamente, pero necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir..

Tiszoc sonrió de lado, disfrutando de la incomodidad que causaba.

—Tranquilos, chicos. No muerdo... a menos que me lo pidan —dijo, su tono cargado de burla.

—Enserio —Atzin se giró bruscamente hacia él—. Cállate, apestoso.

—Bien, entonces, supongamos que el perro de agua está diciendo la verdad —dijo Ameyali, mirando a Atzin con seriedad.

—Especista —acusó el Ahuízotl.

—Suponiendo eso —continuó Ameyali—. Ahora tenemos aún más cosas que hacer que antes. ¿Cómo se supone que encontraremos a ésta tal Xiomara?

Atzin desvió la mirada desde el momento en el que Ameyali empezó a hablar. Y cuando contestó, no la miró.

—Ustedes no tendrán que hacer nada. Me encargaré yo.

Ustedes no tendrán que hacer nada. Me encargaré yo.

Todos los presentes se quedaron en silencio, incluso el boca floja de Tiszoc se quedó expectante, divertido al parecer al ver las caras desencajadas de los amigos del ajolote al oír sus palabras.

—¿De qué demonios estás hablando? —cuestionó David con dureza, dando un paso al frente mientras fijaba su mirada iracunda sobre su amigo.

Atzin no pudo evitar encogerse ligeramente ante la molestia palpable del mayor, pero se repuso con rapidez, tratando de lucir confiado y seguro de sus palabras. Tenía que hacerlo.

—Lo que quiero decir —empezó a decir, haciendo una breve pausa antes de continuar—, es que a partir de ahora todos ustedes darán un paso atrás y tratarán de permanecer a salvo.

Nuevamente, silencio. Y, nuevamente, David habló por todos.

—Si, bueno. No lo haremos.

—Claro que lo harán. No se los estoy preguntando.

David soltó una risilla de incredulidad, que en realidad ocultaba una ira contenida formándose en las entrañas del hombre. Atzin también escuchó a Tiszoc reírse tras él, probablemente se veía un poco ridículo tratando de asumir un papel autoritario.

—Olvídalo —sentenció David—. Ya nos metimos en esto. Estamos tan cubiertos de mierda como tú, y eso no va a cambiar porque nos quitemos de enmedio.

—Además —añadió Adriana, dando un paso al frente también, colocándose junto a David—. No puedes hacer esto solo. No con él.

—Auch —comentó el Ahuízotl tras Atzin—. Me ofende su falta de confianza.

—Enserio, cállate —advirtió Atzin una vez más antes de continuar—. No es por nada, Adriana, pero en serio, creo que trabajaría mucho mejor sabiendo que ninguno de ustedes está corriendo peligro.

—Si, bueno, creo que a estas alturas ya nos estamos acostumbrando al peligro —comentó Sayuri con una sonrisita—. Y si me permites señalarlo, el simple hecho de traernos a tu casa ya nos pone en "peligro", así que no te preocupes, ya alcanzamos el tope.

Atzin se rascó la mejilla con incomodidad.

—Si, bueno, justamente por eso iba a decirles que tienen que irse de aquí.

La sonrisa de Sayuri se esfumó.

—¿Nos piensas correr? —espetó Ameyali ofendida.

—Si, si lo miran desde esa perspectiva, si —Atzin nuevamente evitó mirar a Ameyali—. Es por su bien. Ya vieron lo que pasó en tu casa. Lo mejor es que todos ustedes se alejen de mí y de todo esto. Poner a Alondra a salvo, y... 

Las palabras de Atzin fueron interrumpidas de golpe con eso, un golpe. Y ésta vez no por parte de David. Para sorpresa de todos, incluido el Goliat en la habitación, Adriana había alzado la mano y dió una bofetada rápida contra la mejilla del híbrido.

Tiszoc se rió mientras levantaba sus tres pulgares en dirección a Adriana.

Atzin se tomó la mejilla, demasiado sorprendido como para enfadarse.

—Escucha bien, señorito autosacrificio —espetó Adriana con firmeza, señalándolo—. No hemos pasado por toda esta horda de destrucción solo para que vengas tú y nos despaches así de fácil.

—Adri, yo no... —empezó a decir Atzin, pero se calló al ver que la mujer alzaba nuevamente.

Adriana continuó hablando:

—Sé que todo está mal. Está terrible. Lo sabemos, nosotros sabíamos a lo que nos metíamos cuando decidimos ayudarte. Te lo dijimos entonces ¿o no? —Reprochó la pelinegra viendo al menor a los ojos

—Si, pero...

—¿Entonces, qué te sorprende?

—Adriana —Suplicó el peliblanco uniendo sus palmas, como si estuviera a punto de rezarle al dios que lo había abandonado hacía años—. Sólo quiero mantenerlos a salvo, lejos de todo esto. Tienes una hija, con un demonio. Enfócate en ella, no dejes todo por un desconocido.

—¡¿Tu qué crees que estoy haciendo?! —exclamó la chica, sonriendo, tratando de no reventar—. Llevo años y años escondiéndola. Pero no quiero esa vida para Alondra, y no quiero esa vida para tí, me cansé de esconderme mientras Genetix sigue haciendo de las suyas sin consecuencias. 

Atzin negó con la cabeza, sin poder comprender del todo las palabras de la mujer.

—Adri, te entiendo. Entiendo lo que quieres, de verdad que sí —el híbrido tomó sus manos entre las suyas—. Y te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que no tengas que esconderte nunca más, lo juro.

—¿Y quién me promete que tú vas a estar bien? ¿Quién me promete que tú estarás a salvo?

—Nadie. Ni siquiera yo. Pero ese es el punto; por si me pasa cualquier cosa, sabré que al menos todos ustedes estarán lejos. A salvo.

—Atzin. Recuérdame. ¿Cuántos años tenías cuando llegaste a Genetix? 

Atzin desvió la mirada un momento.

—... Catorce.

—Y estuviste encerrado en Genetix por otros cuatro años más, ¿no es así? —Adriana colocó la palma de su mano sobre el pecho del híbrido— ¿Porque escapar, si no piensas luchar para vivir? ¿Cuánto tiempo esperaste por una salida? ¿Cuánto tiempo estuviste solo? ¿Y para qué, para alejar a todos y quedarte solo otra vez? ¿Dejarte como presa fácil para qué te encierren de nuevo? ¿Para que Genetix le siga arruinando la vida a tantos?

Adriana estiró sus dedos hasta las mejillas del híbrido para secar las lágrimas que empezaron a emerger de sus ojos.

—Atzin, quizás seas un mutante, el ahijado de un Dios, o ¡No sé! Y sé que tú tampoco lo sabes, no aún. Pero si hay algo que puedes saber. Es que te amamos... y a las personas que amamos no las dejaríamos solas. Nunca.

Atzin en serio trató de contener las lágrimas, en serio lo trató. Ya no quería ser el niño asustado al que tenían que defender, él era el que debía defender al resto, ¡Debía serlo!

Pero sintió su labio inferior temblar, sus mejillas empaparse, su pecho estrujarse dolorosamente. Y su único escape fue abrazar a esa increíble mujer con afecto. Un afecto parecido al que alguna vez le dió únicamente a una persona, a su madre.

mientras su cabeza reposaba en el hombro de Adriana, y sintió cómo los brazos de ella lo rodeaban también, echó un vistazo rápido al resto de sus amigos. Todos lucían firmes, y en sus ojos se reflejaba un mutua acuerdo con las palabras de Adriana. Sonrió, aún así. ¿En serio estas personas eran tan necias? ¿No entendían el gran peligro al que los conducía el simple hecho de estar de pié en el mismo lugar que ellos?

Malditos idiotas. Los amaba.

—Aw, qué dulces que son —intervino Tiszoc entonces—. Me dan diabetes.

David frunció el ceño, dirigiéndole una mirada asesina, de nuevo, al híbrido recién llegado. El resto recordó que estaba ahí, al parecer un detalle que se les olvidó por el emotivo momento.

—Además, Atzin —añadió David, cruzado de brazos, señalando con la cabeza al Ahuizotl, cuya sonrisa burlona parecía irritar aún más al chico—. Necesitas que alguien te cubra las espaldas del apestoso perro.

—Hay mucho especismo en éste lugar, para mi gusto —comentó Tiszoc con una sonrisa socarrona.

—¿No te gustó? Qué pena, hay muchos más de donde vinieron esos —David alzó los puños—. Aquí hay dos más.

Tiszoc rió aún más fuerte, como para remarcar la gracia que le provocaban las amenazas del mayor.

—Uy, dos por uno.

Adriana suspiró un poco fastidiada por la interrupción, pero sin decir nada. Miró a Atzin recomponerse de a poco entre sus brazos, sonriéndole con paciencia.

El híbrido finalmente se separó, mientras David y Tiszoc se medían la hombría tras ellos. Se pasó el antebrazo por los ojos, tratando de limpiar con torpeza sus lágrimas y le sonrió agradecido a Adriana.

Finalmente pudo mirar a Ameyali, ambos se sonrieron.

—¿La cachetada era necesaria? —cuestionó Atzin, tratando de ahogar sus últimos sollozos, para romper la tensión del momento.

Adriana se rió avergonzada.

—Perdon si me pase de fuerte —se disculpó la morena sonriendo un poco más tranquila—. La última vez que tuve que hacer algo así fue con David, es la mejor forma de hacerlo entrar en razón. Aunque me dolió más a mi que a él .

David torció el gesto y le dió un gentil empujoncito a su amiga.

—No estés ventilando esas cosas enfrente del perro.

Tiszoc gruñó, ya un poco enfadado con el especismo en el ambiente.

—¿A quién le dices perro? Greñas de estudiante de filosofía.

—¿Te has visto en un espejo acaso, Nick Fury del Waldo's?

—¿Quién de qué?

David se quedó mudo, con una expresión como de ofendido.

—...¿No conoces a Nick Fury?

—No sé, no lo pasaban en el Cinco.

Atzin no pudo evitar reírse. Seguía con una espina clavada en lo más profundo de su ser, pero al menos con saber que aquellas personas estarían con él a pesar de los peligros que se les venían encima... era un alivio temporal para su salud mental.

Terminó de limpiar sus lágrimas y volteó con el Ahuízotl, que lo miró de regreso, ignorando a David.

 —Entonces, después de tan bonita escena, Ajolotito, ¿qué sigue ahora?

Atzin lo señaló acusatoriamente. 

—Tú sigues necesitando un baño. Apestas —dijo, harto de la suciedad y el olor de Tiszoc.

—Ay, no friegues —replicó Tiszoc, rodando los ojos con dramatismo, como si estuviera siendo víctima de una gran injusticia. Comenzó a caminar para alejarse del chico, pero Atzin no lo permitió.

—¡No, no! —Atzin lo detuvo de la parte trasera de la playera, comenzando a jalarlo hacia él con firmeza. Miró a Adriana—. ¿Ya acarrearon agua?

—Justo en la mañana, Sayuri llenó unas cubetas

—Con esas tengo —volvió su mirada al Ahuízotl nuevamente y continuó jalándolo de la playera—. ¡Que vengas acá!

—Ay, Atzin, ¿Ya tan rápido me quieres llevar a la bañera contigo? —se burló Tiszoc con una sonrisa pícara.— Espero que toda ésta gente no se lo digan a tu novio

Atzin se detuvo de inmediato, su rostro tiñéndose de rosa con rapidez mientras el Ahuizotl aprovechaba su descuido para librarse de su agarre, quitándose la playera con la que lo tenía retenido, deslizándose fuera de ella.

Sayuri ahogó un pequeño grito, sorprendida por la repentina exposición, mientras que Atzin recuperaba sus sentidos. Rápidamente se abalanzó sobre el Ahuízotl, atrapandolo, rodeando sus brazos firmemente alrededor de sus brazos y torso, arrastrándolo de regreso hacia el baño.

—¡Pareces un niño chiquito! —se quejó Atzin mientras forcejeaba con Tiszoc, el cual pataleaba y trataba de golpearlo fuertemente con su cola—. ¡Ya déjate de babosadas!

—Esperate que las damas están viendo—Dijo volteandose al grupo de chicas con una sonrisa pícara haciendo la ceña del teléfono con su mano

Adriana, de plano, se había girado para no ver el espectáculo. Las otras dos chicas, por otro lado, parecía que se negaban a parpadear incluso. David, por su parte, observaba todo con un poema de cara. ¿Cómo demonios habían pasado de un momento en el que hasta a él le dieron ganas de llorar a... ? Ni siquiera sabía cómo definir lo que transcurría frente a él.

La musculatura de Tiszoc era muy marcada, similar a la de un nadador experimentado, con hombros anchos y abdominales definidos. Su piel era morena y lisa, con un ligero brillo producto del sudor, mismo que hacía resaltar sus músculos aún más. 

Algo desconcertante para todos fue el notar que Tiszoc tenía vello corporal, algo normal, pero en su caso era algo exagerado; tapizaba su pecho y abdomen, bajando por el mismo hasta su ingle, y continuando más allá del borde de sus pantalones. Además, su piel estaba marcada por cicatrices, largas y finas, que se deslizaban por su cuerpo. 

En la espalda, contaba con protuberancias que sobresalían de su piel, como si fueran parte de su columna vertebral. Eran largas y afiladas, con una punta curvada hacia atrás y abajo.

—¡¿Podrían dejar de babear y abrirme la puerta del baño?! —se quejó Atzin mientras continuaba forcejeando, luego miró a David—. ¡¿Y tú qué haces?!

—Tratando de no golpearlo —espetó el mayor, llendo rápidamente a abrir la puerta.

Tiszoc se rió a todo volumen, medio dejándose llevar por Atzin. Debía admitirlo, se estaba divirtiendo mucho fastidiando a aquellas personas con su mera presencia.

Atzin lo arrojó dentro del baño y cerró la puerta justo después, apoyándose en la misma por si el Ahuízotl trataba de salir. La risa de Tiszoc se escuchó desde dentro del baño.

—¿Qué edad dijo que tenía?— preguntó Sayuri, sin disimular una sonrisita nerviosa.

—¡Sayuri! —Regañó David.

—¿Qué?, ¿No viste esa espalda?

—... Le voy a decir a tu papá —murmuró el mayor, yéndose con dirección a la cocina.

—¡Ey, no! ¡David! —Gritó la muchacha, yendo tras él, paniqueada.

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—Así que, si fuese posible, le pido que no divulgue mucho esto —dijo un Atzin sonriente al conductor del Uber, que parecía que tarde o temprano le daría un infarto.

El resto, incluído Tiszoc, se amontonaban en el asiento trasero. No era cómodo, para nada. Por eso Sayuri se había quedado atrás, junto a la señora Iztli y Alondra.

—Si, señor —dijo el hombre con una voz ahogada, con el rostro pálido, aferrando el volante con fuerza y sus ojos, muy abiertos, clavados en el camino.

—Más le vale, o lo mandamos con Cristo —amenazó Tiszoc, con una sonrisa entretenida, acercando su cola al cuello del conductor

—Ya deja al pobre conductor —regañó Adriana al muchacho, dándole un zape en su tercera mano.

Un rato después, junto a una bondadosa propina de parte de Adriana, el conductor dejó a el grupo en la alcaldía Iztapalapa.

Cómo muchos capitalinos sabían, se trataba de una zona hostil. Compuesta de viviendas bajas, cuadradas, desgastadas, no era precisamente un lugar que transmitirá una buena primera impresión. El aire estaba cargado de una amalgama de aromas poco legales, gasolina y el peculiar aroma del concreto caliente.

Avanzaron con precaución, descendiendo por el cerro de la estrella hacia la zona más baja de los barrios que conformaban la alcaldía. Las calles se estrechaban y los sonidos de la ciudad se volvían más intensos, al igual que las miradas oportunistas.

Sin embargo, cierto tipo de oportunistas desistían de inmediato al ver a Atzin y Tiszoc, pues ninguno de los dos estaban ocultando sus características anómalas.

Al igual que con el conductor del Uber, ambos híbridos exhibían su verdadera naturaleza con aparente despreocupación, lo que atraía la atención de absolutamente todos, no solo de los oportunistas, algo que no tenía nada cómodos a David, Adriana y Ameyali.

—¿Estás seguro de esto? —cuestionó Adriana a su amigo, el cual asintió sonriendo.

—Adri, siendo sinceros, el momento para ser discretos ya pasó.

—Si nos balacean los municipales, va a ser por su culpa —Rezongó David, quién llevaba a Adriana abrazada bajo el hombro, mirando hacia atrás para asegurarse de mantener a las personas a distancia.

Tiszoc se adelantó al resto para guiar el camino. Avanzaba por las calles con una postura erguida, como un animal que intenta parecer más grande para intimidar a los demás. Su espalda recta y sus pasos firmes transmitían confianza.

—Ey, pulgoso —lo llamó David—. Sabes por dónde es, ¿Verdad?

El Ahuízotl se limitó a contestarle con una seña, levantando el dedo medio de su tercera mano.

Giraron en una esquina y se encaminaron por una calle que poco a poco empezaba a tener menos viviendas a sus costados, y el pavimento prácticamente se volvió inexistente al poco tiempo.

Atzin miró a sus espaldas y notó el gran revuelo entre los vecinos que estaban dejando detrás. Sonrió.

No tenía idea de cómo repercutiría en su futuro mostrarse tan abiertamente a las personas. Pero algo de lo que sí estaba seguro es que llamaría la atención del mundo, incluyendo de las personas que le interesaba atraer.

Xiomara era una de ellas.

Tras avanzar más y más entre el laberinto callejero a un ritmo rápido para mantener el paso del Ahuízotl, finalmente éste se frenó en seco en medio de una calle inhóspita, ante un lugar al que nunca pudo terminar de llamar hogar.

La construcción parecía llevar el peso de los años, no solo por su edad, sino por el desgaste y el descuido. La pintura blanca y beige se descascaraba, revelando el ladrillo desnudo debajo, ahora cubierto de grafitis. Las ventanas, algunas con cristales rotos, estaban protegidas por barrotes blancos que ofrecían una apariencia de seguridad, pero no lograban disimular el deterioro evidente.

Atzin se acercó a Tiszoc. Sus ojos recorrieron el edificio, lo reconoció como el mismo retratado en la fotografía que había encontrado la noche pasada.

Una lona, prácticamente despintada y colgando de manera precaria sobre la entrada, apenas dejaba ver el nombre: "Orfanatorio Virgen del Socorro".

Atzin volteó a ver al chico y, por un instante, pudo observar una grieta de temor, aunque pudiera ser pequeña, en el moreno.

—¿Estás seguro que quieres entrar?

Tiszoc, visiblemente tenso, gruñó ligeramente y rodó los ojos, tratando de ocultar su disgusto por el lugar. Sin responder verbalmente, se dirigió a la puerta.

Con un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que no eran observados, rompió la cadena con un zarpazo firme, abriendo así el paso al grupo hacia el interior del edificio.

La puerta se abrió con un movimiento brusco, dejando salir un atisbo de su oscuridad para recibir al grupo con su frío llamado. La mirada se Tiszoc se dirigió entonces hacia Atzin, con una intensidad cortante y directa:

—Entra.

Atzin dudó por un instante, su mirada se cruzó con la de Tiszoc y luego se desplazó hacia la oscuridad que se cernía al otro lado de la puerta. Un sentimiento de angustia se le coló en el pecho, como si un peso invisible estuviera presionando su corazón. Tomó aire con tensión, como si estuviera preparándose para sumergirse en aguas profundas y desconocidas.

El aire estaba estancado y pesado, como si la oscuridad misma fuera una entidad viva que los rodeaba. Se detuvo un momento, intentando adaptar sus ojos a las sombras, pero era como si la luz nunca hubiera existido.

El resto del grupo entró tras Atzin y Tiszoc, tropezando entre las sombras como si estuvieran navegando a través de una niebla densa.

Tiszoc cerró la puerta quedamente detrás de ellos, sumergiéndolos en una oscuridad total. El silencio era absoluto, sólo roto por el sonido de sus propias respiraciones.

Ameyali, con precaución, olfateó el aire para asegurarse de que no oliera a gas. Luego, sacó su encendedor y lo encendió, produciendo una llama pequeña pero intensa que iluminó la entrada del lugar.

La recepción lucía abandonada desde hace años. Había un mostrador alto y estrecho, con un libro de registro polvoriento y una pluma que parecía haber sido olvidada allí. Un espejo colgado en la pared reflejaba la llama del encendedor, produciendo un efecto de luz y sombra que parecía hipnótico.

—¿Y ahora qué? —preguntó Ameyali, su voz apenas un susurro en la penumbra, como si temiera romper el silencio que los rodeaba.

Tiszoc entonces se forzó a sonreír, observando a la chica, pasando tras ella, dándole un empujón ligero sobre su hombro.

—Pues buscamos. Ya lo que quieran hacer con cualquier otra cosa que encuentren no es cosa mía.

Ameyali rodó los ojos con fastidio ante la actitud de Tiszoc. Pero no dijo nada, solo se quedó mirándolo con una mueca.

Los chicos miraron a Atzin, quien solo suspiro y se encogió de hombros, como si estuviera resignado a la situación.

—Tengan cuidado por dónde pisan —advirtió Atzin—. La madera se ve medio podrida, no queremos que nadie se lastime.

David y Adriana se miraron, y ella saco su teléfono, encendiendo la linterna que ilumina su rostro con una luz blanca y fría, como la de una luna llena. La luz se reflejaba en los ojos de David, dándoles un brillo inquietante.

—Adivino —dijo Tiszoc mientras se agachaba detrás del mostrador para buscar algo, su cola se asomó detrás del mueble y señaló a la pareja con su mano extra—. Esos dos irán juntos.

—Si —Respondió el pelinegro, arqueando una ceja un tanto hostil—. ¿Algún problema?

—No, no, sólo era para decirles que arriba hay camas —comentó el híbrido sin salir de detrás del mostrador— Sólo sácudanlas antes de nada.

David se quedó mudo ante la respuesta, colorándose de las mejillas al igual que Adriana, quien se cubrió el rostro avergonzada, dejando salir un suspiro nervioso antes de volver a enfocarse en el objetivo.

—Solo... vamos por aquí —dijo Adriana, tratando de desviar la conversación, señalando un pasillo oscuro que se perdía en la sombra, como una boca abierta lista para tragarse cualquier cosa que se acercara.

David asintió, evitando el tema, y miró a Atzin, señalando el reloj del celular que marcaba las 12, como si estuviera recordándole que el tiempo era limitado.

—Nos vemos aquí en dos horas —dijo Atzin, disimulando una sonrisa.

—¿Dos horas nada más? —preguntó el Ahuízotl con una sonrisa divertida—. No seas malo, dos horas se pasan demasiado rápido.

Atzin le hizo una seña rápida con la mano para que se callara, un tanto avergonzado por la actitud del pelinegro, notando la creciente incomodidad y tensión que iba invadiendo a la pareja. La chica simplemente se encogió de hombros tratando de dejarlo pasar, dirigiéndose únicamente al peliblanco.

—Cuídense —se despidió Adriana, antes de tomar la mano de David y dirigirse a un pasillo del lado izquierdo para desaparecer entre los pasillos.

Atzin asintió ligeramente, con un movimiento casi imperceptible de su cabeza, y volvió a ver a Ameyali, quien los observaba con expectación. La chica le entregó su celular a Atzin con la lámpara encendida.

—Ten, para que puedan ver —dijo la chica, con una voz suave y atenta

—Ah, no. No hace falta, Ame —respondió Atzin, con una voz suave pero firme, como si estuviera intentando rechazar la oferta de la chica.

—Insisto. Con mi encendedor me basta.

—¿No vienes con nosotros? —preguntó el pelinegro con una sonrisa cordial—. No quisiera que te quedases sola en un lugar así.

—Es mejor si nos separamos, buscaremos más rápido así —lo cortó Atzin.

Atzin endureció ligeramente la mirada, mirando de reojo a Ameyali.

—Bueno, gracias —dijo finalmente, refiriéndose a la linterna.

—Nos vemos luego —se despidió Ameyali.

Atzin se quedó con Tiszoc y suspiró, dejando salir la tensión que había acumulado en su cuerpo.

—Ven, no te vaya a comer el coco —Bromeó el mayor, comenzando a caminar hacia delante.

Avanzaron por el orfanato a oscuras, rodeados de dibujos infantiles a lo largo de las paredes que parecían burlarse de ellos con su inocencia.

La suciedad y el abandono del lugar se reflejaban en cada rincón, creando un ambiente siniestro que parecía contradecir la alegría de los dibujos.

Atzin estaba tenso, su cuerpo rígido y su mirada fija en el suelo, pero de vez en cuando dirigía su mirada hacia Tiszoc, quien se veía conteniendo cualquier reacción, como si estuviera intentando mantener la calma. Incluso sus comentarios burlones se redujeron drásticamente por cada minuto que se encontraban en ese lugar.

—¿Te puedo preguntar algo?

—Eso ya fue una pregunta.

Atzin rezongo ligeramente antes de volver a dirigirse a él

—¿Porqué llegaste aquí?

El pelinegro mantuvo la mirada al frente, continuando su paso y respondiendo con un tono seco.

—Porque los de protección infantil son unos pendejos.

Atzin frunció el ceño, pidiéndole al chico elaborar más su historia.

—¿Qué? —se quejó el pelinegro con molestia.

—¿Pues qué hicieron? —preguntó Atzin con curiosidad.

—¿Eso a tí que? —rezongó el moreno, acelerando ligeramente su paso.

—Solo quiero entender.

—No hay nada que entender.

Atzin frunció el ceño, quedándose unos pasos detrás de él. Curioso, se acercó a las paredes para examinar los dibujos. Los niños retratados en los dibujos parecían estar sufriendo, los trazos torpes e infantiles revelaban expresiones de miedo y angustia en sus rostros.

Atzin sintió que se le erizaba la piel al ver aquellas imágenes, como si estuviera presenciando algo que no debería estar viendo.

Tiszoc se detuvo frente a una puerta. Al abrirla, reveló una habitación con varias filas de camas. Estaba en completo desorden, con sábanas y mantas esparcidas por el suelo.

Atzin iluminó la habitación con la linterna del celular, notando que las paredes estaban cubiertas de telarañas y que el polvo se acumulaba en cada rincón. El aire estaba lleno de un olor a abandono y descomposición.

Algo más llamó su atención; arañazos grandes y precisos en la pared. Parecían haber sido hechos con una uña o un objeto afilado, y seguían un patrón extraño y sin sentido.

Atzin tragó saliva desde atrás cuando su pie tropezó con una tabla del suelo. Al bajar la mirada, notó que una de las tablas estaba floja, como si hubiera sido levantada recientemente.

Con cuidado, Atzin levantó la tabla y encontró una libreta vieja y húmeda. La abrió con cuidado, notando que las páginas estaban amarillentas y desgastadas.

"Hoy estoy muy emocionada! Las cuidadoras nos dijeron que mañana vendrán muchas personas a conocer a los niños. Espero que me elijan para ser adoptada. Quiero una mamá que me dé abrazos y me cuente cuentos. Me gustaría tener un perro también. Un perro que se llame Luna"

Atzin cambió de página con cuidado, su mano temblorosa mientras sostenía el diario. La página siguiente estaba llena de garabatos y dibujos infantiles.

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David y Adriana vagaban por el orfanato con cautela, tomados de la mano para evitar alejarse mucho del otro.

Entraron a la cocina y miraron a los alrededores, notando la suciedad y el desorden que reinaba en la habitación. El aroma fétido los golpeó de inmediato, un olor a comida putrefacta y descomposición que les revolvía el estómago. Por todos lados se hallaban platos sucios, cubiertos de restos de comida podrida y moscas zumbaban alrededor.

David notó algo en el refrigerador que llamó su atención. Un líquido anaranjado goteaba desde una de las estanterías, creando un charco en el fondo del refri. La sustancia parecía tener un color y una consistencia extraños, y David se acercó con cautela para investigar más de cerca. Adriana lo siguió, aguantando la náusea, y juntos se inclinaron para mirar dentro del refri.

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"Los adultos de traje están aquí, y parecen tan serios. Pero también son divertidos. Nos dan rompecabezas y juegos. Uno de ellos tiene una máquina mágica que hace cosquillas. ¡Es imposible no reír! Cuando ganamos, nos dan premios, como estrellas brillantes que guardo en mi bolsillo. A veces, los adultos también ríen con nosotros."

"Hoy almorzamos pasta. Sabía un poco extraño, como si las hadas hubieran espolvoreado tomillo sobre ella. Pero soy una niña valiente, así que me la comí toda. ¿Por qué? Porque quiero que me adopten. Imagino a mi nueva mamá cocinando pasta en nuestra cocina."

"Gabriela se enfermó. Me asusté mucho porque se comenzó a mover como loca en la madrugada. No puedo dormir, la escucho llorando desde la enfermería. Quiero ir a verla, pero las cuidadoras no me dejan. Quiero darle un abrazo y decirle que todo va a estar bien."

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Ameyali decidió investigar en los pisos superiores. Las luces reventadas colgaban de los techos, como ojos muertos que la observaban con indiferencia. La mujer iba moviendo cada manija que se tomaba, tratando de abrir las puertas trabadas por el desgaste, la podredumbre, o sencillamente porque las habían cerrado con llave antes de abandonar el edificio.

Se detuvo frente a un muro, estaba cubierto de fotografías, cada una mostrando rostros de niños que posaban con sonrisas forzadas y uniformes bien arreglados. Los ojos de Ameyali recorrieron las imágenes, deteniéndose en una niña que llamó su atención. "Gabriela", decía la leyenda debajo de la foto. Tenía unos ojos grandes y tristes.

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"La madre Sabrina es una mentirosa. Me dijo que Gaby se fue al cielo. Pero es mentira. Gaby no puede ir al cielo, aún es muy pequeña para irse al cielo, igual que yo. Sólo las personas viejas y los enfermos se van al cielo, y Gabriela no está ni vieja ni enferma, así que me está mintiendo. Eso sí, no la he visto. Seguro se ha de estar escondiendo, pero no sé porqué."

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Tiszoc comenzó a rebuscar en los pequeños armarios colocados entre cama y cama. Sus ojos se detuvieron en algo que llamó su atención; un rosario, blanco y azulado, que reconoció al instante.

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David tomó el frasco de cristal roto, con un poco de el líquido naranja en su interior. Lo sostuvo con cautela, como si temiera que se derramara o explotara en cualquier momento.

La luz del celular iluminaba el líquido, haciéndolo brillar con un color intenso y sobrenatural. El efecto era hipnótico, como si el líquido estuviera vivo y se moviera por sí solo.

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"Los señores de traje vinieron otra vez. Pero yo no quería jugar con ellos. Les pregunté varias veces por mi amiga Gaby, pero solo sonreían y me ofrecían refrescos. ¡Qué tontos! No me importan sus bebidas burbujeantes. ¡Yo solo quiero a Gaby!"

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Adriana se puso de pie, su mirada recorrió la estancia, deteniéndose en cada esquina y cada sombra. Al fondo de la habitación, había una puerta cerrada con llave.

Se acercó a la puerta, tomó la manija para abrirla, pero la llave no cedió. Miró a David, que aún sostenía el frasco quebrado, y le hizo un gesto para que se acercara.

—Deberíamos revisar del otro lado. ¿Crees que se hayan dejado una llave por aquí? —le preguntó en un susurro.

David se acercó, su mirada fija en la puerta, y asintió con la cabeza.

—No necesitamos llave.

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Ameyali encontró una puerta que al parecer no tenía la llave puesta. La abrió con cuidado, tratando de discernir qué había sido anteriormente ése lugar.

La habitación se reveló ante ella como una enfermería, llena de mantas, cajas de medicamentos caducados, jeringas y papeleo esparcido por aquí y por allá. El aire, como no podía ser de otra forma, estaba lleno de polvo y el olor a desinfectante había dado paso a un hedor a abandono.

Se escabulló hacia el fondo de la estancia, alumbrando los instrumentos que la rodeaban con su encendedor. Todo se notaba deteriorado y sumamente contaminado por el tiempo, con sus soluciones, intactas, dentro de las prisiones de cristal.

Llegó hasta un escritorio ubicado en un pequeño despacho, polvoriento y ordenado, en dónde era evidente que el aire no había circulado desde hace mucho.

Se inclinó sobre este, hurgando entre los papeles viejos y carpetas. En poco tiempo encontró una etiqueta, firmada por un nombre que conocía perfectamente:

"E. Ruíz, Depuración No.XXIX: GMG"

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"Me siento muy mal. Todo me duele, desde la cabeza hasta los pies. Rezo con todas mis fuerzas, le pido a Dios que me ayude, que me quite éste dolor a mí y a todos los que no podemos dormir. Pero Dios no nos responde."

"Solo quiero que el dolor desaparezca. Que Gaby vuelva a mi lado. Quiero abrazarla, quiero jugar con ella, quiero reír con ella."

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"Notas de catecismo. 12/04/2009"

"En el Evangelio de San Mateo, en el capítulo 27, en el versículo 46, dice; ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?"

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La madera crujió y cedió con rapidez ante el peso de David.

Una vez la puerta se vió reducida a un montón de astillas putridas esparcidas por el suelo, David se asomó en la penumbra que los aguardaba al otro lado.

Adriana se acercó a él, lo tomó de la mano, y entraron juntos.

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Página tras página, los nombres no dejaban de aumentar. Cientos de nombres, apuntados en tinta roja.

"Camila S.-Resistencia a la solución 29G: 2 semanas"

"Lucas D.-Resistencia a la solución 29G: 1 día"

"Lizbeth P.-Resistencia a la solución 29G: 3 meses"

"Mauricio A.-Resistencia a la solución 29G: 4 horas"

"Xaman L.-Resistencia a la solución 29G: aprobatoria"

A medida que Ameyali avanzaba, su corazón se aceleraba y su respiración se volvía más rápida. Las manos que sostenían las páginas comenzaron a temblar, llenas de impotencia.

Las páginas parecían no tener fin, cada una llena de nombres y notas de muerte. Sus manos pesaron, como cargando un doloroso y cruel mar de sangre, de infancias condenadas en aquel lugar.

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Atzin llegó a la última entrada del diario, la verdad no tenía corazón para seguir, sus ojos estaban nublados por lágrimas dolidas. Aún así, continuó leyendo.

"Hoy vino otra de las doctoras, tampoco sabe dónde está Gaby. La doctora se llama Lorena, y prometió que me ayudaría a encontrar a Gaby, a hacer desaparecer el dolor, y así voy a volver a dormir."

El libro se desplomó de sus manos, y Atzin por poco cayó con él.

Tiszoc se giró confundido. Miró al peliblanco.

—¿Qué? ¿Encontraste algo? —cuestionó el Ahuízotl mientras guardaba en su bolsillo el rosario que había encontrado en uno de los cajones.

El ajolote no tenía el aliento para responder o siquiera para articular. Se agarró de la cabecera metálica de la cama para mantenerse apenas de pie. Era como si el piso se estuviera moviendo, y su cabeza con él.

—Ey, te estoy hablando —Tiszoc se le acercó, dándole un pequeño empujón—. No tengas un ataque de ansiedad ahora. ¿Qué traes?

Atzin regresó al aquí y el ahora, aunque las ganas de vomitar no se iban, y se aferró a la cabecera metálica para no desplomarse. Miró a Tiszoc a los ojos, con los labios temblando antes de que pudiera articular algo congruente.

—Dime algo —dijo casi en un susurro—. ¿Sabes quién es la doctora Lorena Ríos?

—La llegué a ver un par de veces —admitió con simpleza el pelinegro—. Ella estuvo más al pendiente de Xaman.

Atzin torció el gesto. Claro que los malnacidos de Genetix no le habían dicho todo a Tiszoc.

—Esa doctora —empezó a decir después de unos largos segundos de silencio—. Es la mujer que inventó el cómo nos mutaron, Tiszoc.

Atzin señaló a su alrededor, a las camas, las paredes, el edificio en un todo.

—Ella es una de las responsables de lo que pasó aquí. De lo que te pasó a tí.

Tiszoc no se inmutó ante ello, no parecía importarle quién fue la responsable de su pasado.

—Y esa mujer es mi maldita madre.

—Lo sé.

—Ella... —A Atzin se le cortó la respiración.

—Ey, basta ya, Ajolotito. Ya lloraste mucho en un solo día, y no vine aquí para consolarte.

—¿Qué-Qué edad tenías tú?

—No importa. Cálmate y ayúdame a seguir buscando algo de utilidad.

—Pero...

—Maldita sea. Te acabas de enterar de algo con lo que yo he estado teniendo pesadillas durante casi toda mi vida. Súperalo y ayúdame, o vete.

Atzin no tuvo tiempo para replicar.

El grito repentino de Adriana sonó como un trueno en el silencio del lugar, haciendo eco en las paredes y resonando en el aire con una intensidad que parecía sacudir los cimientos del edificio.

Atzin reaccionó de inmediato, su corazón acelerado por la adrenalina que corría por sus venas como un río desbordado.

—¡Adriana!

Llegó primero a la cocina, seguido de cerca por Tiszoc. Al entrar, se encontraron con una escena que los dejó paralizados.

David y Adriana estaban frente a ellos, con una expresión de terror en sus rostros. David sujetaba a Adriana con una fuerza desesperada, como un animal acorralado que no sabe qué hacer más que proteger a su ser querido.

—¿Qué pasó? —cuestionó Atzin con premura.

David y Adriana los miraron con los ojos muy abiertos antes de gritarles:

—¡Corran!

Se pusieron de pie con premura y se dirigieron a la salida a toda prisa, con David tomando de la mano a Adriana, guiándola por la oscuridad.

Atzin y Tiszoc se quedaron plantados dónde estaban, se miraron con confusión, y se acercaron al hueco de la puerta de la que la pareja había emergido.

Un siseo bestial vino desde dentro. Una advertencia de que no se acercaran más, o al menos así lo interpretaron.

Atzin levantó el celular de Ameyali, apuntando la luz de la linterna hacia el umbral de la puerta.

Divisó unas escaleras estrechas que conducían hacia una especie de sótano, flanqueadas por paredes grises, sin adorno alguno.

En el fondo de aquel espacio se divisaba una inundación, agua estancada y verde que no permitían ver el fondo, ni nada de lo que había más allá.

Y en mitad de todo eso, dos ojos brillantes les devolvía la mirada.

Un nuevo siseo, mientras la criatura abría sus fauces y les mostraba una hilera de colmillos afilados.

—¿Qué chingados... ? —susurró Atzin.

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