Capitulo 24: Reencuentro
La explosión ocurrió en el cuarto de baño de la casa, destrozando la pared y arrojando escombros por toda la sala. La onda expansiva sacudió la casa, rompiendo los vidrios y agitando las cortinas violentamente. Una nube de polvo llenó el aire, dificultando la visión.
Leo, con los ojos abiertos de par en par, ayudó a Ameyali a levantarse del suelo, ambos todavía en shock por la explosión.
—¡¿Está todo el mundo bien?! —preguntó David, quien había saltado sobre Adriana y Alondra para protegerlas con su cuerpo.
Antes de que nadie pudiera responder, del hueco dejado por la explosión emergieron dos figuras, listas para atacar. La primera era Xaman, la híbrida con características de zopilote que ya conocían. Su mirada feroz y sus alas extendidas la hacían ver aún más intimidante.
El segundo híbrido era una figura masculina con características reptilianas. Su piel escamosa e iridiscente reflejaba la luz hipnóticamente. Sus ojos amarillos y pupilas verticales observaban fríamente, y su mandíbula prominente llena de dientes afilados se movía nerviosamente.
—¡¿Dónde está Tizoc?! —exclamó Xaman.
Atzin, aún algo aturdido por la explosión, se armó de valor y se colocó entre la pareja de híbridos y sus amigos, asumiendo torpemente la postura de guardia que aprendió hacía tan solo unos minutos. Una herida sangrante manchó su mejilla, la cual se cerró sin mayor problema.
—En el cuarto que acabas de hacer volar —respondió Atzin, antes de añadir con torpeza—: Eh... ¡Perra!
Xaman lanzó un rugido de furia y se lanzó hacia el ajolote, embistiéndolo con una fuerza bestial. Leo dió un paso adelante, con las manos extendidas, para ayudar a su novio.
El otro híbrido, el lagarto, se interpuso en su camino. Antes de que Leo pudiese reaccionar, la criatura giró y le asestó un potente golpe con su cola que lanzó a Leo contra la cocina.
Sin previo aviso, la bestia reptiliana se lanzó hacia Alondra. David, valientemente, se interpuso. El reptil embistió al hombre y rodaron por el suelo hasta que el híbrido logró someter al humano debajo de él. Alzó la cabeza y dirigió una mordida mortal contra la garganta del hombre, el cual logró tomar los costados de su áspera cabeza, deteniéndola muy apenas, mientras el híbrido le lanzaba dentelladas. El suelo tembló bajo sus pies mientras la bestia rugía y sus garras rasgaban la ropa de David, manchándose de sangre.
—¡Salgan de aquí! ¡Corran! —gritó David, con la bestia sobre él.
Adriana, con el llanto asustado de Alondra resonando en sus oídos, decidió priorizar a la niña. La cargó y corrió, esquivando los escombros que caían a su alrededor.
Ya casi llegaba a la puerta, cuando esta se abrió de golpe y agentes de Genetix irrumpieron en el departamento, apuntando sus armas a Adriana, la cual se quedó paralizada con Alondra en sus brazos.
Ameyali actuó con rapidez, colocándose a un lado de Adriana y estirando la mano hacia los agentes. Una ráfaga de aire frío se desplegó ante las mujeres y golpeó de lleno a los agentes, derribándolos y enviándolos contra las paredes del departamento y el pasillo.
—¡Escóndete! —gritó Ameyali a Adriana. Ésta no dudó ni un instante y se dispuso a correr al pasadizo que conectaba con las habitaciones; se encerraría con la niña en uno de ellos.
El híbrido reptiliano volvió a cortarle el paso. Saltó desde algún lugar detrás de la mesa comedor, con el hocico y las garras delanteras manchadas de sangre.
Adriana gritó y retrocedió, mirando a todas partes, en búsqueda de una salida. El reptil extendió sus garras y abrió sus fauces, listo para saltar sobre ellas. Fue entonces que recibió un fuerte golpe en la nuca, que lo hizo girarse.
Sayuri volvió a blandir su improvisada arma, un sartén, contra la criatura, la cual reaccionó a tiempo y lo atrapó entre sus mandíbulas, arrancándolo de las manos de Sayuri mientras lo destrozaba al masticarlo.
La chica retrocedió, y el reptil saltó sobre ella. Leo salió de la cocina a tiempo para embestir al reptil por el costado antes de que pudiera hacerle daño.
Sayuri miró a su alrededor y vió a Adriana, quien había encontrado refugio debajo de la mesa comedor junto a Alondra, y estaba tratando de arrastrar a David debajo de la mesa también mientras éste sangraba profusamente del hombro, brazos y costados. Se apresuró a refugiarse junto a ellos.
Leo fue lanzado nuevamente contra una de las paredes, golpeándola violentamente antes de caer al suelo. El reptil lo evaluó y después se giró, dándole la espalda y buscando otro objetivo. El castaño soltó un quejido al incorporarse. Vió la escoba de la casa tirada cerca de él.
Ni siquiera lo dudó.
Tomó el palo de madera, misma que en sus manos se cubrió de una sustancia verde esmeralda hasta tornarse sólida. Jade.
Corrió y envolvió el cuello del reptil con el palo de jade, tirando con fuerza. La criatura rugió de furia, pero Leo no cedió. Otro tirón, y Leo logró hacer retroceder al lagarto, pero la bestia se recuperó rápidamente y lo empujó contra el muro.
El reptil volvió a embestir de espaldas contra el muro, aplastando a Leo entre éste y su cuerpo escamoso. El chico se vió obligado a soltarlo, y cayó al suelo luchando por tomar aire.
El reptil se agachó frente a él, mirándolo fijamente, cuando el cuerpo de la híbrida zopilote arrojado desde algún lugar lo golpeó y los arrojó a ambos rodando por el pasillo.
Leo miró a su costado y vió a Atzin, con su ropa nueva rota por todos lados y cubierto de rasguños. Le sonrió. Él también le sonrió, y levantó su pulgar en su dirección.
Entonces uno de los agentes recuperó su arma mientras Ameyali y la señora Iztli intentaban contener a otros tantos que llegaban por el pasillo. Levantó el arma hacia Atzin, quien lo tenía de espaldas.
Leo vió todo aquello en cámara lenta. Pasó tan rápido que tan solo pudo gritar.
—¡Atzin!
El disparo resonó en todo el departamento, y pareció que el resto de sonidos y acciones se habían detenido de un segundo a otro.
Leo tardó un par de segundos en procesar lo que había pasado, y cuando lo hizo, analizó la escena frente a sus ojos en repetidas ocasiones: Atzin, tomando al agente del cuello con una mano y apartando el cañón del arma de sí con la otra; su hombro sangrando, la herida cerrándose lentamente.
—¡Ameyali! —gritó Atzin, arrojando al hombre hacia la chica.
Ésta estiró la mano hacia este mientras aún caía y lo lanzó contra el techo de la casa, provocándole un fuerte golpe del que ya no se recuperó cuando cayó al suelo.
Atzin miró de nuevo a su novio, haciendo una mueca de dolor mientras se tomaba su hombro herido y le sonreía nuevamente.
Leo no le devolvió la sonrisa. Estaba aliviado, pero a la vez sentía que había perdido la capacidad de reaccionar.
El sonido seco que provocó el último agente de Genetix al caer en al suelo acompañó la exclamación de Adriana desde debajo del comedor:
—¡Leo! ¡Necesitamos tu ayuda!
Leo salió de su desconcierto y por fin logró mirar en otra dirección que no fuera Atzin. Vió que Adriana y Sayuri trataban de detener el sangrado de David con la playera desgarrada de él mismo, la cual le habían quitado, esto mientras él, consciente, les decía que estaba bien y que debían huir.
Alondra, abrazada al soporte de la mesa, observaba todo con sus ojitos muy abiertos y aterrorizados. Seguramente ni siquiera comprendía lo que estaba pasando.
Un gorgojeo se dejó escuchar desde el pasillo a su derecha, y al girarse Leo vió a los dos híbridos poniéndose de pie. Y ambos lucían muy enfadados.
Leo miró a Atzin, esperando alguna señal. Su novio, con la mirada decidida y el rostro cubierto de rasguños, hizo un gesto rápido y claro.
—¡Llévalos fuera de aquí! —gritó Atzin, su voz firme a pesar del dolor. Señaló a David, Adriana, Alondra y Sayuri—. Nosotros los distraeremos.
Leo dudó por un instante, pero la urgencia en la voz de Atzin lo impulsó a actuar. Se acercó rápidamente a donde Adriana y Sayuri estaban tratando de detener el sangrado de David.
—Vamos, tenemos que sacarlo de aquí —dijo Leo, su voz tensa.
Adriana asintió, con lágrimas en los ojos, mientras Alondra seguía abrazada al soporte de la mesa, su pequeña figura temblando de miedo.
—Vamos, pequeña, vamos a salir de aquí —murmuró Leo, levantando a Alondra con cuidado. La niña se aferró a él, sollozando suavemente.
Sayuri y Adriana levantaron a David, quien gimió de dolor pero se forzó a mantenerse en pie. Avanzaron hacia la puerta, sorteando los escombros y moviéndose lo más rápido posible.
Xaman lanzó un rugido de furia, sus alas extendidas, sus garras preparadas. El híbrido reptiliano, a su lado, siseó, su lengua bífida asomándose entre sus dientes afilados.
Atzin se lanzó hacia adelante, directo hacia Xaman, con una velocidad que tomó a la híbrida por sorpresa. La embistió con toda su fuerza, derribándola al suelo. Sin embargo, la victoria fue breve; Xaman se recuperó rápidamente y lanzó a Atzin lejos con un aleteo poderoso de sus alas.
Mientras Atzin rodaba por el suelo, Ameyali lanzó una ráfaga de viento helado hacia el híbrido reptiliano, quien esquivó el ataque con un ágil salto. La criatura respondió con una dentellada que Ameyali apenas logró evadir.
La señora Iztli extendió las manos y unió su energía a la de Ameyali, creando una barrera de aire y hielo que protegió a ambas de los constantes ataques del reptil.
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Al llegar a la calle, Leo se detuvo un momento para asegurarse de que todos estaban a salvo. Miró hacia atrás, hacia la casa, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que no podía dejar a Atzin y los demás solos por mucho tiempo.
—Quédense aquí, voy a regresar —dijo Leo, con voz firme.
Adriana lo miró con desesperación al notar raspones y cortadas en brazos y piernas nacidos de la pelea.
—¡Espera!
—No hay tiempo, tengo que ayudarlos —replicó él, con una determinación que no admitía discusión—. Escóndanse, nos reuniremos con ustedes más tarde.
Sin esperar respuesta, Leo se giró y corrió de vuelta hacia la casa, su mente enfocada únicamente en la lucha que aún se desarrollaba dentro. El sonido de los combates lo guió, y al entrar nuevamente, vio a Atzin levantándose del suelo, con Xaman avanzando hacia él con una mirada de odio puro.
Leo no perdió tiempo. Levantó el palo de madera, ahora transformado en jade, y se lanzó hacia el híbrido reptiliano. La criatura giró justo a tiempo para recibir el golpe, gruñendo de dolor mientras retrocedía. Pero el híbrido no se rindió fácilmente; con una rapidez sorprendente, contraatacó, y Leo apenas logró esquivar el potente golpe que dirigió hacia él con su cola.
La adrenalina corría por sus venas, y en un momento de claridad, vio una oportunidad. No contra el reptil, sino contra la zopilote. Se lanzó hacia Xaman, golpeando con todas sus fuerzas y logrando derribarla una vez más.
Atzin aprovechó la oportunidad y se colocó junto a Leo.
—¡Buen trabajo! —dijo, con una sonrisa rápida antes de girarse hacia el híbrido reptiliano—. ¿Y los demás?
—Fuera.
El reptil lanzó un rugido ensordecedor y se abalanzó sobre ellos con una velocidad sorprendente. Leo levantó el palo de jade y lo usó como una barrera, recibiendo el impacto del reptil que los empujó varios metros hacia atrás. Atzin aprovechó el momento para lanzarse hacia un costado del híbrido y golpear con fuerza en sus costillas, buscando una abertura en la defensa de la criatura.
El reptil giró bruscamente, tratando de alcanzar a Atzin con sus garras afiladas. Leo, viendo la oportunidad, golpeó con el palo de jade en la base del cráneo del reptil, haciendo que este rugiera de dolor y retrocediera tambaleándose. Pero la bestia no estaba derrotada; sus ojos brillaban con un odio feroz mientras se preparaba para otro asalto.
Mientras tanto, Xaman se lanzó hacia Ameyali y su madre. Ameyali invocó una ráfaga de viento helado que impactó a Xaman de lleno, pero la híbrida zopilote se recuperó rápidamente y se abalanzó sobre Ameyali, tomándola del cuello en un agarre mortal.
—¡Ameyali! —gritó la señora Iztli, extendiendo las manos para lanzar un hechizo protector.
—¡No! —logró decir Ameyali con voz entrecortada—. ¡Detente, me tiene de escudo!
Xaman, con una sonrisa de triunfo, empezó a apretar más fuerte el cuello de Ameyali. Sin embargo, Ameyali no iba a rendirse tan fácilmente. Con un esfuerzo sobrehumano, levantó las manos y tocó los brazos de Xaman, canalizando una ola de frío intenso directamente a través del contacto. El hielo comenzó a formarse alrededor de los brazos de Xaman, haciendo que la híbrida soltase un rugido de dolor y sorpresa.
Aprovechando la distracción, Ameyali giró su cuerpo con una rapidez impresionante y se liberó del agarre de Xaman, cayendo al suelo pero rodando rápidamente para ponerse de pie. Xaman, furiosa, se lanzó de nuevo hacia ella, pero esta vez la señora Iztli estaba lista. Con un movimiento de sus manos, conjuró una barrera de aire sólido que interceptó a Xaman, empujándola hacia atrás.
Mientras Xaman recuperaba el equilibrio, Ameyali se unió a su madre y ambas comenzaron a lanzar hechizos coordinados. Vientos helados y ráfagas de energía pura se mezclaron en una tormenta mágica que rodeó a Xaman, ralentizando sus movimientos y dejándola vulnerable.
De regreso con Leo y Atzin, el híbrido reptiliano había cambiado de táctica. En lugar de atacar directamente, comenzó a moverse con una rapidez serpenteante, tratando de desorientarlos. Leo y Atzin, sin embargo, no eran fácilmente engañados. Mantuvieron sus posiciones, cubriéndose mutuamente, y esperaron el momento oportuno para atacar.
El reptil lanzó un chorro de ácido hacia Leo, quien logró esquivarlo por poco. El líquido corrosivo golpeó la pared, chisporroteando al contacto. Atzin aprovechó la distracción y se lanzó hacia adelante, golpeando al reptil con una serie de rápidos y precisos puñetazos en sus costados. La criatura siseó de dolor, pero contraatacó con un golpe de su cola, arrojando a Atzin contra una pared.
Leo gritó y se lanzó hacia el híbrido, blandiendo el palo de jade con ambas manos. Logró golpear la cabeza del reptil, haciendo que este tambaleara. Con una rapidez sorprendente, Leo siguió golpeando, dirigiendo sus ataques a las áreas más vulnerables del cuerpo de la criatura. Finalmente, con un último golpe, logró derribar al híbrido, quien cayó al suelo, inmóvil.
Leo respiraba con dificultad, el cansancio evidente en su rostro. Giró hacia Atzin, extendiendo una mano para ayudar a su novio a levantarse.
—¿Estás bien? —preguntó Leo, su voz preocupada.
Atzin asintió, tomando la mano de Leo y levantándose con esfuerzo. Pero antes de que pudieran recuperarse por completo, el reptil reaccionó, se levantó con una velocidad sorprendente y se lanzó contra ellos. Con un golpe brutal, el híbrido arrojó a ambos chicos contra el muro, dejándolos desorientados y aturdidos.
El reptil no perdió tiempo. Se volvió hacia la señora Iztli y Ameyali, quienes estaban concentradas en contener a Xaman. Sin previo aviso, el híbrido arremetió contra ellas, arrojándolas por el aire con una fuerza impresionante. Ambas mujeres cayeron al suelo, aturdidas y vulnerables.
Xaman, liberada de la magia que la mantenía a raya, lanzó un grito de triunfo.
—¡Estoy cansada de esto! —gritó, dirigiéndose al reptil—. Ya sabes el punto de encuentro.
Con un poderoso aleteo, Xaman se lanzó hacia Atzin, quien apenas se estaba recuperando. Sus garras de zopilote se hundieron en los hombros de Atzin, haciéndolo gritar de dolor. Leo, horrorizado y desesperado, intentó levantarse para ayudarlo, pero sus fuerzas lo traicionaron.
Xaman levantó a Atzin del suelo y voló a través del hueco que la explosión había dejado en el departamento. El reptil, viendo que Xaman tenía el control, decidió seguirla, dejando el lugar en ruinas y a los demás atrás.
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Atzin, colgado de las garras de Xaman, luchaba por liberarse. El viento azotaba su rostro y el dolor en sus hombros era insoportable, pero no estaba dispuesto a rendirse. Usando toda su fuerza, logró asestar un golpe a una de las garras de Xaman, aflojando ligeramente su agarre. La híbrida rió encima de él.
—¿Quieres que te deje caer, acaso? —gruñó Xaman, aumentando la altura y velocidad de su vuelo.
Atzin miró hacia abajo, viendo cómo el suelo se alejaba rápidamente. Sabía que un movimiento en falso podría ser mortal, pero también sabía que no podía dejar que Xaman lo llevara a su destino. Con un esfuerzo supremo, logró levantar el peso de su cuerpo, tomando las garras de Xaman, y golpeó con todas sus fuerzas el costado de la híbrida.
Xaman chilló de dolor, perdiendo momentáneamente el control de su vuelo. Atzin aprovechó la oportunidad para liberarse del agarre de la zopilote se aferró a una de las patas de Xaman, usando su peso para intentar desestabilizarla.
—¡Maldito! —gritó Xaman, intentando sacudirse a Atzin.
El viento y las corrientes de aire dificultaban el movimiento, pero Atzin no se rindió. Usando su otra mano, logró alcanzar una de las alas de Xaman y la tiró con fuerza, provocando que la híbrida perdiera aún más estabilidad. Xaman giró en el aire, intentando recuperar el control, pero Atzin continuó golpeando y tirando, decidido a no dejarse vencer.
Finalmente, con un movimiento desesperado, Xaman realizó un giro brusco, enviando a Atzin volando en el aire. Atzin sintió cómo su estómago se revolvía mientras giraba sin control, pero logró enderezarse justo a tiempo para ver a Xaman lanzándose de nuevo hacia él. Con reflejos rápidos, Atzin giró su cuerpo y golpeó a Xaman con ambos pies, enviándola hacia atrás.
Los dos cayeron en picado, luchando en el aire, golpeándose y esquivando. El suelo se acercaba rápidamente, y Atzin sabía que tenían que terminar esto antes de estrellarse. Usando toda su fuerza, logró aferrarse a Xaman de nuevo, esta vez alrededor de su cuello, y comenzó a aplicar presión.
Xaman, asfixiada, intentó sacudirse a Atzin, pero él no cedió. Con una última ráfaga de energía, logró invertir su posición, colocando a Xaman debajo de él. El impacto con el suelo sería devastador para ambos, pero Atzin sabía que tenía que arriesgarse.
El suelo se acercó en un abrir y cerrar de ojos. Atzin cerró los ojos y se preparó para el impacto.
Golpearon el suelo con una fuerza tremenda, levantando una nube de polvo y escombros. Atzin sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones y el dolor recorrió su cuerpo, pero no soltó a Xaman. La híbrida, atrapada debajo de él, soltó un grito de dolor que resonó en el aire.
Atzin se levantó lentamente, tambaleándose, pero manteniendo su agarre sobre Xaman. La híbrida estaba herida, pero no derrotada. Con un último esfuerzo, intentó golpear a Atzin, pero él se movió con rapidez, esquivando el ataque y golpeándola con todas sus fuerzas en la cabeza.
Xaman cayó al suelo, inmóvil. Atzin, respirando con dificultad, miró a su alrededor, asegurándose de que no había más amenazas inmediatas. Se dejó caer de rodillas, agotado, pero aliviado.
Miró a la híbrida zopilote. Unos minutos después, cuando su factor regenerativo terminó de unir sus huesos nuevamente, la arrastró a una callejuela cercana y la arrojó a un contenedor de basura, no sin antes mostrarle el dedo medio, diciendo cansado entre una respiración y otra:
—¿Ahora quien es el debilucho..?
Con cuidado Atzin salió de los escombros temblando ligeramente de sus piernas por la adrenalina. Conforme se escabullia lejos del edificio, observa el estado ruinoso del lugar. El humo se alza en columnas negras y densas, escapando de las ventanas destrozadas con los fragmentos de vidrio y escombros cubriendo la acera, mientras el aire se carga con el olor acre de quemado y polvo.
El apartamento, que una vez fue su refugio, ahora es una sombra de lo que solía ser. Las paredes están agrietadas, los muebles volcados y calcinados, y el techo amenaza con derrumbarse en cualquier momento. Una punzada de culpa atraviesa el pecho de Atzin. Después de todo,sentia nada de esto hubiera ocurrido si no hubiera permanecido tanto tiempo oculto con la señora Iztli.
Afuera, un tumulto de vecinos y autoridades se congregaba en un caos organizado. Las caras de los residentes estaban marcadas por el horror y el alivio, algunos abrazando a sus familiares,a sus parejas o a sus mascotas con lágrimas en los ojos. Otros, desesperados, intentan cruzar las líneas de seguridad establecidas por Protección Civil.
—¡Déjenos pasar! —grita un hombre,el vecino de abajo que se encontraba forcejeando con un agente de Protección Civil—. ¡Mi vecina vive ahí! ¡Su mamá es invidente!
El agente, un hombre alto con chaleco reflectante y casco, levantaba las manos en un gesto conciliador pero firme tratando de apaciguar a la gente.
—¡Calma, por favor! —exclamo el agente sobre los murmullos de las personas tratando de contener la agitación—. Estamos haciendo todo lo posible para asegurar el área y rescatar a los que están atrapados. No pueden entrar, es demasiado peligroso.
—¡Busquenla! —insiste una mujer, con el rostro surcado de pánico y la voz quebrada por la desesperación—¡Mi comadre debe estar aún dentro!
Los vecinos empiezan a empujar y a gritar más fuerte, la tensión en el aire se volvía palpable causando a los agentes retroceder un paso, sin perder la compostura tratando de mantener la distancia entre el siniestro y los civiles.
—¡Les prometo que estamos trabajando tan rápido como podemos. Necesitamos que se mantengan atrás para su propia seguridad.! —respondio el agente, alzando la voz para hacerse oír sobre el clamor
Atzin, desde una distancia segura, observaba la escena con el corazón en un puño.Sus ojos recorren el tumulto de personas, tantas tan preocupadas por la señora Iztli y Ameyali a las que aparentemente querían demasiado y entendía perfectamente el porque. Al menos el sabía que se encontraban sanas y salvas.
De repente,desde el nivel del sueño un perro volteo siguiendo el raz del humo viendo al chico comenzando a ladrar en señal de alerta para su niño. Este voltea a ver,vislumbrando la sombra del muchacho observar entre el humo con sus distintivas branquias y cola, señalandolo rápidamente jalando del brazo a su mamá para llamar su atención.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mira, es el ajolote de las noticias!
La exclamación del niño causa que la gente comience a mirar hacia donde él señala. Sin embargo, solo logran distinguir la cola de Atzin desapareciendo tras el edificio, fundiéndose con el humo y el caos de la escena.
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Adriana y Sayuri estaban arrodilladas al lado de David, tratando de cuidar sus heridas con lo poco que tenían a la mano. David, a pesar de estar pálido por la pérdida de sangre, mantenía una sonrisa en su rostro, hablándole suavemente a Alondra para calmarla.
—¿Ves, pequeña? Todo está bien —dijo David, con la voz ligeramente temblorosa pero reconfortante—. Estoy hecho de piedra, nada me derrumba.
Alondra, aún aferrada a Leo, miró a David con sus grandes ojos llenos de miedo y lágrimas. David le guiñó un ojo y le mostró una sonrisa amplia.
Adriana, concentrada en limpiar una herida en el brazo de David, levantó la vista y lo vio con severidad
—Necesitas quedarte quieto y dejar que te limpiemos esto.
David asintió, manteniendo su sonrisa. Sus ojos se encontraron con los de Adriana, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
—Adriana... —comenzó David, pero fue interrumpido por un espasmo de dolor.
Adriana se inclinó hacia él, preocupada.
—No hables, David. Tienes que ahorrar fuerzas —le susurró.
David asintió de nuevo, pero su mirada seguía fija en ella. Adriana, sintiendo el latido acelerado de su propio corazón, volvió a concentrarse en curar sus heridas, aunque sus manos temblaban ligeramente.
Desde el callejón donde estaban escondidos, podían ver la columna de humo negro elevándose desde la casa de la señora Iztli. El humo oscuro se arremolinaba en el cielo. No habían podido alejarse mucho más.
En ese momento, Ameyali, la señora Iztli y Leo los encontraron y se unieron a ellos.
Leo, con los ojos desorbitados y el rostro pálido, parecía al borde de la histeria.
—¡Se lo llevaron! —gritó Leo, casi sin aliento—. ¡Xaman se llevo a Atzin!
La noticia cayó como una losa sobre el grupo. Adriana dejó de atender a David y miró a Leo con horror.
—¿Qué? —exclamó, la incredulidad evidente en su voz.
David trató de incorporarse, aunque Adriana lo detuvo. Eso no le impidió preguntar:
—¿Cómo pasó?
—No lo sé —respondió Leo, con la voz quebrada—. Estábamos luchando, y ella simplemente lo agarró y se lo llevó volando. No pude hacer nada.
La señora Iztli puso una mano reconfortante en el hombro de Leo, tratando de calmarlo.
—Tranquilo, Leo —dijo con firmeza—. Encontraremos una manera de rescatarlo.
Leo respiraba con dificultad, pero trató de calmarse, asintiendo a las palabras de la mujer.
Justo en ese momento, una voz familiar resonó detrás de ellos.
—¿Rescatar a quién?
El grupo se giró bruscamente y, para su sorpresa, vieron a Atzin caminando hacia ellos, con una sonrisa jovial en su rostro, con su ropa notoriamente maltrecha, pero al parecer ileso.
Leo se quedó inmóvil por un segundo, su mente tardando en procesar lo que veía. Pero en cuanto la realidad lo golpeó, corrió hacia Atzin, su corazón latiendo con fuerza. Sin decir una palabra, lo abrazó con toda su fuerza, enterrando su rostro en su cuello mientras lágrimas de alivio corrían por sus mejillas.
Atzin lo rodeó con sus brazos, abrazándolo con igual fuerza, sintiendo el latido acelerado del corazón de Leo contra su pecho. Se separaron ligeramente, y Leo tomó el rostro de Atzin entre sus manos, mirándolo con una mezcla de amor y desesperación. Sin pensarlo dos veces, lo besó apasionadamente, vertiendo todo su miedo y alivio en ese beso.
El grupo observó en silencio la escena. Y todos ellos, a excepción de David y la señora Iztli, que no veía lo que estaba pasando frente a ella, dejaron caer la mandíbula de la impresión. David, a pesar de su dolor, esbozó una sonrisa.
—Bueno... en retrospectiva, no debería sorprenderme —murmuró Sayuri, tratando de disimular una sonrisa.
Finalmente, Leo se separó de Atzin, aunque sin soltar sus manos.
—¿Cómo escapaste? —preguntó, su voz aún temblando.
—Fue complicado, pero logré liberarme en pleno vuelo y luchar contra Xaman —respondió Atzin, aún sin aliento—. "Aterrizamos" cerca.
Leo se quedó un silencio unos segundos, y poco a poco una mueca de furia contenida se formó en su rostro.
—¿Hiciste qué?
—Que me liberé. En pleno aire.
De repente, Atzin notó a David, herido y pálido. Su expresión cambió inmediatamente a preocupación, y corrió hacia él, arrodillándose a su lado.
—David, ¿estás bien? —preguntó, examinando sus heridas con cuidado. Leo se unió a él al poco tiempo.
David esbozó una débil sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.
—He estado mejor, pero estoy aguantando —dijo, con un esfuerzo visible.
Una voz nublosa recorrió derepente la mente de Atzin como un escalofrío, llenándolo de una mezcla de nerviosismo y urgencia. Sus manos comenzaron a moverse antes de que él mismo entendiera lo que estaba sucediendo, como si una fuerza invisible las guiara.Confiando enteramente en aquel instinto, sujetó la mano de Leo y la colocó sobre la herida de David, tomándolos a ambos por sorpresa.
—¿Qué haces? —preguntó David, confundido, mientras intentaba comprender la acción inesperada del chico.
Atzin cerró los ojos y tomó aire, intentando calmar su mente y enfocarse. Sintió una energía cálida y vibrante dejar su cuerpo, como si hilos invisibles se escabulleran desde su ser, traspasando por Leo hasta asentarse en David. La sensación era extraña y reconfortante a la vez, como si una parte de su esencia se conectara con la de sus amigos.
Los hilos de energía comenzaron a trabajar, sanando la herida de David como si fuera propia. Los bordes de la punzada se unieron lentamente, el sangrado disminuyendo hasta detenerse por completo. David sintió un calor envolver su costado, una calidez que reemplazó el dolor con una sensación de alivio.
Leo, aún sorprendido, miró a Atzin con una mezcla de incredulidad y admiración. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero podía sentir la energía fluir a través de él, dirigida por la voluntad de Atzin.
—Increíble... —murmuró Leo, sin poder apartar la mirada de la herida que se cerraba ante sus ojos.
Leo y Atzin se miraron, sus ojos llenos de asombro. Ambos se dejaron caer al suelo, respirando con dificultad pero sintiéndose extrañamente somnolientos.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Sayuri, mirando a David, quien ahora estaba completamente curado.
Atzin abrió los ojos lentamente, sintiéndose repentinamente débil pero satisfecho al ver la mejora en David. La herida, aunque no completamente sanada, estaba mucho mejor de lo que había estado momentos antes. David lo miró, su confusión reemplazada por gratitud.
—¿Cómo lo hiciste?
Adriana, con los ojos llenos de lágrimas, se lanzó a abrazar a David, riendo de alivio.
—Estás bien... ¡Estás bien! —dijo, sin poder contener su emoción.
Cuando David terminó de abrazar a Adriana, Alondra corrió hacia él, lanzándose en sus brazos con lágrimas en los ojos.
—¡David! —gritó la niña, abrazándolo con fuerza—. ¡La próxima vez que te estés muriendo, te mataré por baboso! ¡Eso no se hace!
David rió suavemente, acariciando el cabello de Alondra.
—Lo siento, pequeña —dijo con ternura—. Prometo no asustarte así de nuevo.
Alondra asintió vigorosamente, secándose las lágrimas con el dorso de la mano antes de girarse hacia Leo y Atzin, quienes aún lucían cansados. Sin dudarlo, se lanzó hacia ellos, abrazándolos con una fuerza sorprendente para su tamaño.
—¡Gracias! —dijo Alondra, su voz llena de gratitud—. No sé qué hicieron, pero gracias.
Ameyali miró a los chicos con asombro e incredulidad, mientras describía a su madre lo que acababa de pasar. Atzin sonrió débilmente, sintiendo que había encontrado algo nuevo y poderoso dentro de sí mismo agradecido con el dios que lo habia acogido.
—Debemos irnos de aquí —dijo Sayuri, mirando a su alrededor con preocupación—. No podemos quedarnos, las sirenas de la policía están sonando a lo lejos. Nos estarán buscando.
Efectivamente, las sirenas comenzaron a hacerse audibles, cada vez más cercanas. El grupo intercambió miradas de urgencia y determinación. Necesitaban moverse rápido.
Ameyali miró la columna de humo negro que se alzaba desde la casa de la señora Iztli con una mezcla de recelo y furia. Sus ojos se oscurecieron mientras observaba la destrucción de su hogar.
—Ameyali, ¿estás bien? —preguntó Adriana con preocupación.
Ameyali la miró fríamente, sus ojos llenos de una resolución feroz.
—No hay tiempo para eso —respondió, cortante—. Necesitamos un nuevo escondite...
Leo frunció el ceño, pensativo.
—¿Qué tan lejos está su apartamento? —preguntó, dirigiéndose a David.
David, con Alondra aún aferrada a él, miró a Leo y Atzin.
—Está como a una hora y media. Pero no tenemos espacio para tantos, muy apenas cabíamos nosotros —explicó, su tono era serio y práctico.
Adriana dirigió su mirada hacia Sayuri.
—Tu papá, ¿dónde vive? —preguntó.
Sayuri, sorprendida por la pregunta, negó con la cabeza.
—No, ya tiene demasiado cuidando de mi mamá —respondió, su voz apenas audible, cargada de tristeza.
Leo miró a su alrededor, tomando la mano de Atzin sobre su regazo. Al otro lado de la calle, notó un teléfono público. Apretó los labios en una fina línea mientras consideraba sus opciones.
No tenía muchas, precisamente. Así que no tardó mucho en tomar una decisión.
Con pesadez, se levantó uNo importaba; no era tiempo para pensar en eso. Se levantó y se apoyó en la pared, buscando entre sus bolsillos una moneda de diez.
Atzin lo miró.
—¿Qué haces?
Leo lo miró, y luego a los demás, antes de declarar:
—Le voy a llamar a mi tío..
Después de unos segundos que se sintieron eternos, una voz familiar contestó al otro lado de la línea.
—Taquería Don Esteban, gracias por llamar. ¿En qué le puedo ayudar? —dijo la voz jovial del hombre de unos 50 años, con un ligero toque rasposo que denotaba años de vida dura y trabajo incansable.
Leo se congeló, sintiendo una mezcla de vergüenza y nervios al escuchar la voz de su tío. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sus manos sudaban, aferradas al teléfono. No sabía cómo empezar, ni qué decir. Cada posible palabra se le atascaba en la garganta, mientras los recuerdos de su última conversación con su tío se agolpaban en su mente. Recordó las promesas hechas y no cumplidas de volver sano y salvo, los momentos en los que había evitado llamar por miedo a preocuparlos y ser obligado a volver a casa sin haber encontrado a Luis.
—¿Aló? —repitió su tío, su tono más atento esta vez.
Leo miró a sus amigos a la distancia, suspirando tenso. Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, fue interrumpido por su tío.
—¿Leo? ¿Eres tú? —preguntó su tío, con su voz esperanzada.
Leo tragó saliva, intentando calmarse antes de responder.
—Sí, tío Esteban, soy yo —dijo Leo finalmente, su voz apenas un susurro..
—¡Leo! ¡Virgen Santísima! ¡¿Dónde has estado muchacho?! Nos has Traído con el Jesús en la boca. ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? —preguntó Don Esteban, su voz llenándose de urgencia.
Leo abrió la boca para responder, pero su tío no le dio tiempo.
—¡¿Te han secuestrado?! ¿Te tienen en algún sótano oscuro? ¿Hay un rescate? ¿Qué quieren esos desgraciados? ¡Dime, que yo mismo voy a buscarlos! —continuó Don Esteban, su voz acelerada—¿Estás herido?
Leo tomó una respiración profunda y finalmente logró interrumpir.
—¡Tío, por favor! —dijo, tratando de calmarse—. No es lo que piensas. No estoy secuestrado. Estoy con unos amigos y-y estamos en problemas. Necesito que vengas por nosotros en la camioneta..porfavor.
Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, antes de que su tío hablara de nuevo, esta vez con un tono más controlado.
—La camioneta —dijo su tío lentamente.
—¡Sí, tío! ¡La camioneta!
—La que te llevaste en la madrugada y tuve que ir a recoger hasta a chingar a su madre. ¿Esa camioneta?
Leo se quedó callado. Ups.
—Es complicado, tío —respondió Leo, sintiendo cómo su corazón volvía a latir con fuerza—. Estamos... huyendo de gente peligrosa y necesitamos salir de aquí lo antes posible. ¿...Puedes venir?
Don Esteban permaneció en silencio por unos segundos, asimilando la información.
—Está bien, Leo. Voy para allá —dijo finalmente, su voz firme—. No te muevas, llegaré lo más rápido que pueda.
Leo suspiró de alivio, sintiendo que una parte del peso que llevaba encima se aliviaba un poco.
—Gracias..
.
.
.
Atzin se sentó en la banqueta, tratando de recuperar sus energías. Sus branquias, aún visibles debido a la falta de sombrero o capucha, se movían ligeramente con cada respiración. Con cuidado, intentaba cubrirlas con su largo cabello para evitar llamar la atención de cualquiera que pasara por ahí y los viera.
A su lado, Leo se movía inquieto, su pierna temblando nerviosamente. Era la primera vez que Atzin lo veía tan callado. Sin embargo, podía vislumbrar sus labios moviéndose ansiosos. Atzin sintió la necesidad de ofrecerle algo de consuelo, así como tantas veces Leo se lo había ofrecido a él.
Deslizó suavemente su mano hacia la de Leo, sujetándola con firmeza. El chico se sobresaltó ligeramente al principio, pero luego entrelazó sus dedos con los de Atzin, encontrando un poco de consuelo en el contacto.
—Todo estará bien —murmuró Atzin, tratando de calmar a Leo—. Son tus tíos, después de todo.
Leo asintió, su mirada perdida en el suelo, pero el contacto con Atzin parecía darle un poco de paz. Se recargó en el hombro de Atzin, exhalando un suspiro profundo y cerrando los ojos por un momento.
El tiempo pasó lentamente, cada segundo marcado por el sonido distante de la ciudad caótica mientras las autoridades trataban de apaciguar el caos en la casa que habían dejado atrás.
Finalmente, el ruido de un motor acercándose rompió el silencio. Una camioneta apareció al final de la calle, y Atzin observó expectante mientras se acercaba.
El vehículo se detuvo frente a ellos, y el vidrio del conductor bajó lentamente. Detrás del volante apareció el rostro conocido de Don Esteban, su expresión una mezcla de alivio y severidad al reconocer a su sobrino. Al ver a Atzin, su ceño se frunció, una clara señal de desconfianza.
—Tío... —comenzó Leo, soltando la mano de Atzin y levantándose con un aire de vergüenza.
Don Esteban salió de la camioneta, observando a los demás con detenimiento. Sus ojos se posaron en Atzin, y la tensión en el aire se hizo palpable.
—¡¿Este es el que te secuestró?! —exclamó Don Esteban, señalando a Atzin—. ¡¿Es este el mutante del que hablaban las noticias?!
Leo se apresuró a intervenir.
—No, tío, no es así —dijo rápidamente—. Atzin no me secuestró. Yo me escapé con él.
Don Esteban regresó su mirada a su sobrino y lo miró incrédulo. Atzin sintió como su rostro se calentaba su se cubrió con vergüenza. Incluso David trató de ocultar su sonrisa.
De acuerdo, se había expresado de la patada.
—No, no para eso. Yo...
—Te fuiste con un... algo.
—Para fines prácticos... sí.
Atzin levantó las manos en señal de paz, intentando calmar la situación.
—Lo entiendo, señor. Sé que todo esto es confuso. Pero estoy del lado de Leo.
Don Esteban observó a Atzin por un momento, evaluando sus palabras. Finalmente, suspiró profundamente.
—Suban —ordenó con firmeza, abriendo la puerta de la camioneta.
El grupo subió a la camioneta de Don Esteban, apretujándose en el espacio disponible. El viaje transcurrió en un silencio incómodo, con Atzin notando cómo Don Esteban miraba frecuentemente por el espejo retrovisor, escrutando a cada uno de los jóvenes, pero sobre todo a él. Cada mirada cargada de desconfianza hacía que Atzin se removiera inquieto en su asiento.
Atzin intentó evitar la mirada de Don Esteban, volviendo su atención hacia la ventana observando cómo el humo y el caos quedaban atrás mientras la camioneta avanzaba. Los últimos vestigios de la confusión se desvanecían en la distancia, reemplazados gradualmente por el paisaje característico de la ruta de Tlalpan a Xochimilco
En Tlalpan, las calles estaban bordeadas por árboles bien cuidados y casas de estilo colonial, sus fachadas coloridas destacaban contra el azul del cielo. La tranquilidad irrumpida del barrio contrastaba con la reciente agitación, ofreciendo una sensación de calma a medida que se alejaban más del centro.
Conforme avanzaban, la transición hacia Xochimilco se hacía evidente. Los edificios urbanos daban paso a espacios más abiertos y verdes. Atzin podía ver los canales serpenteantes a lo lejos, reflejando el cielo y las nubes esponjosas que se movían lentamente. Los sonidos de la ciudad se desvanecían, reemplazados por el canto de los pájaros y el murmullo del agua.
El aire fresco que entraba por la ventana abierta tenía un aroma distinto, una mezcla de flores, tierra húmeda y el ocasional toque de hierbas locales. El paisaje se volvía más rural, con parcelas de tierra cultivada y campos de maíz que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
Finalmente, la camioneta se detuvo frente a una taquería que Leo reconocía bien; era el negocio y casa de su tío Esteban y su tía Sandra. La taquería estaba cerrada, y en cada pared había letreros con las fotos de Leo y su hermano, claramente colocados durante su desaparición.
—Bajemos —dijo Don Esteban, apagando el motor.
El grupo salió de la camioneta, estirándose después del tenso viaje. Don Esteban miró a Leo con seriedad.
—Leo, no le he dicho a tu tía por qué había salido. Te toca hablar con ella—dijo, su voz grave.
Leo asintió, nervioso. Luego, Don Esteban se volvió hacia Atzin, con una expresión dura.
—Y tú también vienes—dijo, en un tono amenazante.
Atzin asintió, tragando saliva. Sabía que enfrentarse a los familiares de Leo no sería fácil, especialmente dado el contexto de su desaparición. Los demás comenzaron a seguirlos, pero Don Esteban levantó una mano para detenerlos.
—Ustedes esperen aquí afuera —ordenó—. Y tú —dijo, señalando a David—ponte una camiseta, no es crepúsculo aquí
David, sin saber cómo reaccionar ante el reproche de Don Esteban, simplemente asintió.
Don Esteban abrazó a su sobrino de los hombros y así lo empujó, firmemente pero sin brusquedad, hacia la entrada de la taquería. Atzin los seguía de cerca, con el corazón acelerado y un nudo en el estómago. Al llegar a la puerta, tomó un respiro profundo antes de entrar, tratando de prepararse para lo que vendría.
El hogar de Leo era cálido y acogedor, con la luz del día colándose entre los cristales abarrotados. La casa tenía un aire peculiar, como si algo hubiera estado faltando desde la última vez que Atzin estuvo allí. Pequeños detalles familiares, como las cortinas de colores vivos y las fotos familiares en las paredes, contrastaban con la evidente ausencia de normalidad.
Don Esteban, Leo y Atzin caminaron en silencio hacia el comedor. Allí, sentada a la mesa, estaba la tía Sandra, con los brazos cruzados y una expresión de tensión en su rostro. Desde otra habitación, se podía escuchar a un niño jugando, su risa inocente quebrando el silencio tenso de la casa.
Cuando la tía Sandra levantó la mirada y vio a Leo, su expresión cambió dramáticamente. Primero, sus ojos se llenaron de alivio al ver a su sobrino sano y salvo. Pero casi de inmediato, esa expresión se transformó en furia contenida. Sus labios se apretaron en una línea delgada y sus ojos lanzaron dagas hacia Leo.
—¡Leonardo Escobedo García! ¿Dónde carajo se supone que estabas? —exclamó la tía Sandra, su voz resonando en la habitación.
Leo apartó la mirada, incapaz de enfrentar la furia en los ojos de su tía. Sandra frunció más el ceño, exigiendo una respuesta.
—Mírame a los ojos cuando te hablo. ¿Dónde estabas?
Leo frunció el ceño y, tenso, respondió:
—De casa en casa... con Atzin.
La señora Sandra se tensó visiblemente y giró su mirada hacia Atzin que al parecer no había notado hasta ese momento. Lo examinó de pies a cabeza con desaprobación.
Atzin alzó la mirada, nervioso pero decidido, y se colocó al lado de Leo, dispuesto a hacerse responsable.
—Lo siento, señora. Leo y yo…
Antes de que Atzin pudiera terminar de hablar, la mano de Sandra se estrelló contra su mejilla con una fuerza inesperada. El ardor en su mejilla fue intenso, y aunque entendía la reacción de la mujer, no pudo evitar llenarse de impotencia y, si, de coraje.
Leo saltó inmediatamente entre Atzin y su tía, con el rostro lleno de preocupación.
—¡Tía!
Sandra, con el rostro torcido por la ira, señaló acusadoramente a Atzin.
—¡Tú! —le gritó—, maldito monstruo, ¡te he visto en las noticias!
—¡Tía! —repitió Leo, poniéndose firmemente entre Atzin y Sandra.
Don Esteban se apresuró a detener a Sandra, sujetándola mientras ella luchaba por liberarse, su rostro rojo de furia. Atzin, a pesar del dolor y la humillación, se mantuvo firme.
—¡Tía, detente! ¡Atzin no hizo nada! ¡Yo fui quien decidió ir con él! —exclamó Leo.
Sandra lo miró con incredulidad y rabia.
—¿A qué? ¿A que te mataran? ¡Mírate cómo estás, mira esa cicatriz en tu frente!
—Atzin me estaba ayudando a buscar a Luis —replicó Leo, su voz temblando de indignación.
La tía Sandra se detuvo, mirándolo con una mezcla de cólera y dolor.
—¿Qué estabas pensando?
—Tía... —Leo rodó los ojos, frustrado.
—Leo, te dijimos que se lo dejaras a la policía —intervino el tío Esteban con severidad.
Leo respondió dolido, su voz cargada de amargura:
—¿Y esperar años y años para qué? ¿Para nada? ¿Como con mi papá?
—Leo, no eres el único que perdió a tu papá —dijo Don Esteban, tratando de mantener la calma.
—¿Entonces por qué era solo yo quien lo seguía buscando? —La voz de Leo se quebró mientras miraba a su tía y a su tío con ojos llenos de lágrimas—. Estoy cansado, cansado de esperar y esperar, y que la fiscalía no nos dé nada. Mi papá es solo una carpeta para ellos... y no quiero lo mismo para Luis.
—¡Y yo no quiero lo mismo para ti, Leo! —interrumpió Sandra con dolor—. ¿Crees que no sé lo que es perder a un hermano? Tu papá es mi hermano, mi hermanito menor... ¿Tienes idea de cuántas fosas he ido a ver para buscarlo? ¿Cuántos cuerpos he tenido que ir a identificar con la esperanza de que sea él y a la vez tener que cuidar de ti y de Luis? Leo... le prometí que los mantendría a salvo, lejos del peligro.
Sandra miró a Atzin, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación.
—¿Y todo eso para qué...? —Lagrimeando, apenas podía contener su emoción—. Para que un día... Luis ya no aparezca... y que en cuestión de horas tú tampoco.
Su voz se quebró al final, y la habitación se llenó de un silencio pesado. La mirada de la mujer pasó de la furia a la tristeza, y sus lágrimas cayeron libremente mientras intentaba comprender y procesar el miedo y la angustia que había sentido en esos días de incertidumbre.
Su marido se le acercó, abrazándola con fuerza y ofreciéndole consuelo. La ayudó a sentarse en una de las sillas del comedor para que pudiera recuperar fuerzas y aliento. Mientras tanto, Atzin miraba a Leo, viendo cómo lagrimeaba de pie frente a su tía.
Atzin respiró hondo y se dirigió a la mujer:
—Lo siento, señora. Lo siento por todo lo que le hicimos pasar, pero le voy a dejar algo en claro —declaró con voz firme.
Sandra lo miró, frunciendo el ceño, pero continuó escuchándolo. Atzin sintió la mirada confusa de Leo sobre él mientras continuaba:
—Tú no tienes derecho a dirigirnos la palabra —dijo la mujer, su voz llena de desdén.
Pero Atzin, cansado de toda la situación, continuó hablando.
—Señora —dijo, dejando que su frustración saliera a la superficie—. Sé que me ven como un monstruo; Mis branquias, mi cola, si, lo sé. Pero que sepa que no nací así. Me mutaron en un laboratorio, los mismos responsables que han secuestrado a su sobrino Luis.
Sandra y Don Esteban lo miraron con incredulidad, pero Atzin no se detuvo.
—Estoy de su maldito lado. Lo único que quiero es hacer pagar a las personas que me hicieron esto, y de paso, recuperar a su sobrino —continuó, su voz firme—. Si están de acuerdo, bien. Si no, también está bien. No me importa.
Atzin dio un paso adelante, su mirada fija en Sandra y Don Esteban.
—Pero no les voy a permitir que le echen en cara a Leo por hacer lo humanamente posible para rescatar a su hermano —dijo, con una intensidad que no había mostrado antes—. Nadie más está dispuesto a hacer lo que él ha hecho. Nadie más está dispuesto a arriesgar todo para traer a Luis de vuelta. Ni siquiera yo. Y tampoco voy a tolerar que me traten de monstruo, porque estoy cansado de ello.
La sala se quedó en silencio. Sandra y Don Esteban lo miraron, procesando sus palabras. Finalmente, Sandra, con lágrimas en los ojos y una expresión de furia contenida, habló.
—¡Lárgate de mi casa! —gritó—. ¡No queremos verte aquí!
Don Esteban asintió, su rostro endurecido.
Leo, desesperado, trató de intervenir.
—¡Tía, tío, por favor! —suplicó—. Atzin no es el enemigo. Él ha hecho todo lo posible por ayudarnos. Él- Él y yo-
Pero Atzin, viendo que la situación no iba a mejorar, tomó la mano de Leo y la apretó con fuerza.
—Está bien, Leo —dijo suavemente—. Necesitan tiempo. Quédate con ellos. Hablen. Hagan las paces..
Leo miró a Atzin con lágrimas en los ojos, sintiéndose impotente.
—No quiero que te vayas —dijo, su voz apenas un susurro.
—Es lo mejor por ahora —respondió Atzin.
Atzin soltó la mano de Leo y se dirigió a la puerta, caminando hacia el grupo con la cabeza gacha. Al llegar a la salida, se volvió una vez más hacia Leo.
—Nos vemos pronto —dijo, tratando de sonar optimista.
Leo asintió, sabiendo que Atzin tenía razón, aunque eso no aliviaba el dolor de verlo irse.
Atzin salió de la casa, sintiendo el peso de la despedida. Adriana, Sayuri y los demás lo observaron, sus rostros llenos de preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó Adriana, acercándose a él.
Atzin asintió, aunque la tristeza era evidente en su mirada.
—Sí, solo necesito un momento —respondió, tratando de mantener la compostura volteando su rostro hacia el horizonte.
El atardecer en Xochimilco estaba en su apogeo, el cielo se teñía de un vibrante naranja y rosa, reflejándose en las tranquilas aguas de los canales.
—Mi casa no queda lejos —dijo Atzin después de largos segundos de silencio, rompiendo el hechizo del momento con una voz tenue, tratando de calmar al resto.
—¿Tu casa? —cuestionó David.
—Los tíos de Leo no van a recibir a nadie, al parecer —el híbrido señaló hacia las chinampas—. Pero mi casa, la de mis padres, debería bastar.
Los chicos se miraron entre sí, preocupados.
—¿Y Leo? —preguntó Sayuri.
Atzin se quedó callado brevemente, suspirando, tratando de encontrar palabras para contestarle.
—Nos alcanza luego.
.
.
.
Los últimos rayos del sol creaban destellos dorados sobre la superficie del agua, mientras las sombras de las trajineras se alargaban, dando un aire de ensueño al paisaje. Las flores de cempasúchil y otras plantas acuáticas brillaban con los colores del atardecer, como si absorbieran la luz del sol moribundo. Los árboles de ahuejote, con sus raíces extendiéndose en el agua, parecían guardianes antiguos que observaban en silencio. El canto de los pájaros se mezclaba con el sonido suave del agua que acariciaba las chinampas, creando una sinfonía natural que contrastaba con la turbulencia interna de Atzin.
El grupo llegó finalmente a la casa de Atzin, una estructura que había sido claramente abandonada durante años. Las ventanas estaban cubiertas de polvo y telarañas, y la puerta principal crujió al abrirse. Atzin empujó la puerta con esfuerzo, revelando un interior cubierto de polvo y lleno de muebles viejos y desgastados.
—Bienvenidos —dijo Atzin con una sonrisa tenue—. No es mucho, pero debería servirnos.
Alondra, con su natural curiosidad, al ver la habitación infantil del híbrido, se dirigió a este, apartándose de su madre. Observó los dibujos pegados en las paredes y los juguetes empolvados que descansaban en los estantes. Con delicadeza, empezó a cargar algunos, examinándolos con fascinación.
—¿Y si puedo jugar con ellos? —preguntó Alondra, sus ojos brillando de emoción.
Atzin disimuladamente quitó su peluche de rana favorito, abrazándolo bajo el brazo con cierto recelo mientras veía a Alondra con una mezcla de ternura y preocupación.
—Sí, por supuesto —contestó Atzin con una ligera sonrisa—. Solo ten cuidado con ellos, ¿sí?
—¡Sip! —respondió Alondra alegremente. Agarró una serpiente con tocado de juguete y un jaguar negro de peluche, y comenzó a correr por la habitación, riendo y creando un pequeño mundo de fantasía a su alrededor. La niña se sumergió rápidamente en su juego, moviendo los juguetes con vivacidad y emitiendo pequeños sonidos de animales, completamente absorta en su imaginación.
David suspiró tranquilo al ver que Alondra estaba bien y, volviéndose hacia Atzin, dijo:
—De verdad, muchas gracias.
—No hay de qué —replicó Atzin, sonriendo ligeramente—. Es lo menos que puedo hacer por todos ustedes.
Adriana, observando la situación, preguntó:
—¿Y dónde es que tú vas a dormir?
—En el cuarto de mis papás —contestó Atzin, intentando mantener un tono tranquilo aunque un aire de tristeza lo envolvía—. Con suerte estaré más cómodo.
—Atzin —llamó Adriana suavemente.
—¿Sí? —respondió él, mirándola.
—Si necesitas hablar, estamos aquí, ¿ok? —sugirió Adriana, mirándolo con cuidado y empatía.
Atzin le sonrió con ligereza, pero no respondió nada. Caminó a la sala, y ahí llamó a todos para organizarse.
—Bueno, la casa no tiene servicio de luz eléctrica ni agua, así que tendremos que arreglárnoslas con lo que hay —dijo Atzin, mirando a su alrededor.
—Podemos buscar velas o lámparas de aceite para la noche —sugirió Sayuri—. Y organizarnos para recoger agua del canal para usos no potables.
—David, deberías ponerte una camiseta —dijo Atzin, notando de nuevo la falta de ropa de su amigo—. Tal vez mi papá tenía algo que te quede.
David asintió y siguió a Atzin hasta la habitación de sus padres. Al abrir la puerta, una capa gruesa de polvo cubría todo, pero había una maleta en el rincón que parecía contener ropa. Atzin la abrió y encontró algunas camisetas y pantalones.
—Prueba con esto —dijo Atzin, entregándole a David una camiseta gris.
David tomó la camiseta y se la puso, pero inmediatamente quedó claro que no le quedaba bien. La tela se estiraba sobre su pecho y sus bíceps, marcando cada uno de sus músculos con una definición sorprendente. La camiseta apenas cubría su torso, dejando poco a la imaginación.
Atzin, sin poder evitar una sonrisa divertida, comentó:
—Je, pues al parecer mi papá no estaba tan gordito como tú comprenderás.
David se miró en el espejo, tratando de mover los brazos sin rasgar la camiseta.
—Gordo tu novio.
Más tarde, la noche comenzó a cernirse sobre el cielo de Xochimilco, tiñendo el ambiente con tonos oscuros y reflejando las luces titilantes de las estrellas en las aguas tranquilas. El aire se llenó del suave murmullo de la naturaleza, mientras las chinampas se convertían en sombras misteriosas bajo la luz de la luna.
Adriana caminó con cuidado hacia Ameyali, quien estaba sentada en la orilla de la chinampa, con los pies sumergidos en el agua. Su aspecto era cansado, y sostenía un cigarro encendido en una mano. Al ver a Adriana, Ameyali entró en pánico y rápidamente apagó el cigarro contra una piedra, visiblemente apenada.
—¡Adriana! ¿Qué hay...? —intentó disimular Ameyali, nerviosa.
—Tranquila, no le diré a tu mamá —respondió Adriana.
Ameyali suspiró, ligeramente aliviada, aunque su cuerpo seguía tenso. Adriana se sentó a su lado. Ameyali miró hacia el agua y murmuró:
—¿Mi mamá te mandó a hablar conmigo?
—No, quise hacerlo yo.
—Mhm —Ameyali desvió la mirada al agua. Su lenguaje corporal estaba resentido y opacado, con los hombros caídos y los movimientos lentos y pesados. Adriana suspiró, observándola con preocupación.
—¿Estás molesta con ella, no es así?
—¿Pues cómo no voy a estarlo? —espetó Ameyali, volteando a ver a Adriana y luego al agua nuevamente—. ¡Yo le había dicho que no nos teníamos que involucrar! Y luego hablé con Sayuri y de ahí me metí en cosas que no me incumbían ¡Y ahora ya no tengo casa! —se quejó Ameyali con molestia, aunque se notaba que le costaba hablar—. Perdí todo, otra vez. Y a mí mamá no parece importarle —La voz de Ameyali se quebró.
Adriana miró a Ameyali con tristeza y le ofreció un abrazo, pero Ameyali alzó sus brazos a sus costados en señal de que se detuviera, mirándola con severidad.
—No me toques.
—Está bien, está bien —Adriana asintió y miró al lago. Ameyali suspiró, frustrada, y miró las aguas.
—Yo solo quiero vivir en paz ¿Es mucho pedir? Tenía todo listo para seguir adelante. ¡Pero mi mamá se aferra contra Genetix desde lo de mi papá y no suelta! Atzin de seguro fue una excusa suya para volver a darles dolor de cabeza. Pero parece no importarle lo que ya había construido ella en paz, lejos de todo.
Ameyali se giró furiosa hacia Adriana, pero Adriana solo la miraba con tristeza y empatía, lo que molestó aún más a Ameyali.
—Y todos ustedes parecen tan normales con dejar todo por un desconocido.
—Ame... —murmuró Adriana.
—Adriana, tú tienes una hija. Una hija que te necesita a salvo, y ahora estás en un lío contra Genetix y el gobierno por un rarito que llegó a tu puerta ¿Por qué te estás arriesgando por Atzin?
Adriana tomó aire, su mirada descorazonada pero firme. Sus ojos se encontraron con los de Ameyali, cuya ira parecía desvanecerse al ver a Adriana así.
—Porque yo sé lo que es que tus propios padres te entreguen a monstruos —soltó Adriana, alzando la voz.
Adriana se secó las lágrimas con la palma de la mano y miró a Ameyali, firme.
—Lo sé muy bien, y sé lo que es huir en medio de la nada sin rumbo, con nadie para apoyarte, y sé lo que se siente estar sola y aterrada en un mundo que ya no reconoces. No digo que lo que sientas sea menos, estás en todo tu derecho de sentirte así, pero también veo el lado de tu mamá, tratando de ayudar a tantos como ella hubiera deseado que la ayudaran. No sabemos si a la próxima van a ser ustedes las que tengan que correr.
La luz de la luna bañaba suavemente la chinampa, mientras las dos chicas se quedaban en silencio. Adriana se secaba las lágrimas con la palma de la mano, su mirada fija en el agua oscura. Ameyali, con los hombros caídos y el rostro cansado, permanecía inmóvil, procesando las palabras de Adriana. De repente, su semblante se quebró y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
—Lo siento... —murmuró Ameyali, su voz temblorosa.
Adriana reaccionó rápidamente, abrazándola con fuerza y dejándola desahogarse en sus brazos. Ameyali se aferró a Adriana, su cuerpo sacudido por sollozos profundos y desgarradores.
—Shh, suéltalo todo, ¿sí? —susurró Adriana, acariciando suavemente el cabello de Ameyali.
Ameyali lloró, dejando salir toda la angustia y el dolor acumulados. Sus lágrimas cayeron sobre el hombro de Adriana, quien la sostenía con firmeza y ternura.
—Lo siento tanto, Adriana —sollozó Ameyali entre lágrimas—. Solo quiero que todo vuelva a estar bien. No quiero perder más. No quiero perder a mi mamá...
—Lo sé, lo sé... —respondió Adriana, con voz calmada y reconfortante—. No estás sola, Ameyali. Estamos todos aquí para ti. Y vamos a encontrar la manera de superar esto, juntas.
Ameyali continuó llorando, su cuerpo temblando mientras se aferraba a Adriana. La noche seguía envolviéndolas, pero en medio de la oscuridad, había un pequeño destello de esperanza y consuelo en el abrazo compartido. Las aguas tranquilas del lago reflejaban las estrellas, y el suave susurro del viento parecía acompañar el llanto de Ameyali, llevándose poco a poco su dolor.
Después de un rato, los sollozos de Ameyali comenzaron a disminuir. Se separó ligeramente de Adriana, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Adriana la miró con una sonrisa suave y comprensiva.
—Gracias...—murmuró Ameyali, su voz aún quebrada pero con un atisbo de alivio.
—No tienes que agradecerme, Ameyali. Somos amigas, para eso estoy —dijo Adriana, acariciando suavemente el brazo de Ameyali.
—¿Somos amigas..?
—Por supuesto que sí.
Adriana sonrió y le dio un suave apretón en el hombro antes de levantarse. Ameyali la siguió, limpiándose los restos de lágrimas de su rostro. Ambas comenzaron a caminar de regreso, dejando atrás la orilla del lago y dirigiéndose hacia la casa, donde las esperaban el resto de sus seres queridos, dejando detrás a la luz de la luna.
Esa misma luz se colaba por una de la ventana que se encontraba ligeramente abierta hacia el exterior, permitiendo que el aire transportara consigo la conversación, moviendo apenas las cortinas con un susurro casi imperceptible.
En el centro de la cama de la habitación, Atzin estaba enrollado, abrazando con fuerza su rana de peluche. Las palabras de Ameyali se repetían una y otra vez, como un eco persistente en un cañón vacío.
"Todos ustedes parecen tan normales con dejar todo por un desconocido"
"Ahora estás en un lío contra Genetix y el gobierno por un rarito que llegó a tu puerta”
"¿Por qué te estás arriesgando por Atzin?"
Mientras susurraba aquellas palabras, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
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meme para que no se awuiten
Atzin vs su ansiedad,traumas de abandono,problemas de confianza y mommy issues:
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