Capitulo 19: Radio

La fiesta había llegado a su fin.

Las risas y la música que antes llenaban la habitación ahora dieron paso a un silencio cómodo y a una tranquila noche. El reloj marcaba las diez de la noche, y el mundo exterior parecía haberse detenido, dejando solo el murmullo de la ciudad a lo lejos.

La luz tenue de las lámparas creaba sombras suaves en las paredes, y el aire llevaba el aroma dulce del pastel de cumpleaños que aún reposaba sobre la mesa, con solo una rebanada restante. Adriana, con la pequeña Alondra adormilada en sus brazos, se deslizó suavemente fuera de la sala, dirigiéndose al estudio para acostar a la niña.

En la sala, Ameyali reposaba plácidamente en su silla cuando un golpeteo abrupto en la ventana interrumpió la calma. Con un gesto de molestia, se levantó y abrió la ventana, encontrando la figura de un vecino desde abajo cuya expresión denotaba indignación.

-¡Son más de las doce! -exclamó el vecino-. ¿No se dan cuenta del ruido que hacen?

Ameyali frunció el ceño, evidentemente ya había tenido problemas con ese vecino antes.

-¿Qué ruido? ¡No hay música, imbécil!

-¿Cómo que no? -replicó el hombre-. ¡Se escucha hasta mi apartamento!

-¡Porque vives abajo! -espetó ella-. Además, como si tú no despertaras a todo el edificio cada vez que traes a tu novia.

-¿Qué? ¿Celosa? Porque mañana ando desocupado por si quieres venir.

Ameyali, furiosa, estuvo a punto de tomar una maceta para lanzársela, pero su madre la detuvo con rapidez.

Atzin, sentado en la mesa, rodeado por el desorden de platos vacíos y vasos medio llenos, observaba la escena. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia Leo, quien estaba comentando con Sayuri sobre el chisme que se desarrollaba en la ventana del comedor. Ambos observaban la confrontación como si se tratara de un partido de fútbol, entre risitas y comentarios.

Atzin exhaló un suspiro profundo, bajando la mirada a sus manos entrelazadas sobre la mesa. Leo parecía muy tranquilo, ajeno a la tormenta de emociones que se agitaba en el interior de Atzin.

En la mente del híbrido, se repetía una y otra vez la escena de lo sucedido con el pelinegro, como en cámara lenta. ¿Qué había sido eso? Había sido muy... ¿joto? Y esta vez ninguno de los dos estaba bromeando. O al menos Atzin no lo sintió así.

Suspiró y levantó una vez más su mirada hacia Leo, preguntándose por qué se veía... bueno, igual que siempre. Los gestos de Leo, espontáneos y expresivos, revelaban su pasión y entusiasmo. Pasión por el chisme. Entusiasmo por... bueno, por el chisme.

Atzin notaba cómo las manos de Leo se movían con gracia, cómo sus dedos se extendían al enfatizar un punto. ¿Desde cuándo se fijaba en cómo movían las manos las personas? Notó cómo Leo se pasaba la mano por el cabello en un gesto inconsciente, aplacando sus mechones rebeldes. Incluso la risa de Leo se manifestaba en la forma en que sus ojos se estrechaban y cómo su boca se curvaba en una sonrisa contagiosa.

La luz suave de la habitación jugaba con los delgados contornos del rostro de Leo, creando sombras que acentuaban sus rasgos. Sus ojos, risueños, parecían bailar emocionados con cada insulto que intercambiaban Ameyali con el vecino, eso hasta que la señora Iztli finalmente le tapó la boca.

Atzin también sonrió, más por la expresión de Leo al ver que la confrontación llegaba a su fin que por las palabrotas de Ameyali. Pareció, por un momento, que Leo quería hacer un puchero al verse privado de su entretenimiento.

Se perdía en esos detalles, cada uno añadiendo una pincelada más al retrato de Leo que guardaba en su memoria. Era como si, en ese momento, el mundo se redujera a esos pequeños fragmentos de Leo, y nada más importara. Todo era Leo, Leo, Leo...

David interrumpió suavemente la ensoñación de Atzin con unas palmadas en el hombro, un gesto que lo ancló de nuevo al presente. Atzin levantó la vista, encontrando la mirada expectante de David, quien le indicó con un movimiento de cabeza que lo siguiera.

-Tráete tu cerveza -susurró David, quien llevaba una pequeña radio prestada bajo el brazo. Luego se acercó a Leo e hizo la misma seña para que se les uniera. Con movimientos discretos y una mirada cautelosa hacia la puerta de la habitación donde se encontraba Adriana, el trío se escabulló fuera del apartamento.

-¿A dónde vamos? -susurró Atzin, confundido, apoyándose en David para caminar.

-A un lugar donde Adri no me vea dándoles de tomar -respondió David con una sonrisa traviesa.

-David, usted es diabólico -comentó Leo burlonamente.

David se detuvo en un espacio abierto entre la serie de departamentos, su figura recortada contra el cielo nocturno de la Ciudad de México. Con un gesto de la mano, señaló hacia una escalera de caracol que serpenteaba hacia arriba, su metal brillando bajo la luz de la luna. A pesar de las quejas de Atzin, sus amigos prácticamente lo cargaron en su ascenso por la escalera. La estructura crujía con cada paso, una sinfonía de hierro y acero que los guiaba hacia lo desconocido.

A medida que ascendían, la ciudad se desplegaba ante ellos, un mosaico de luces y sombras contando la historia de incontables vidas. Alcanzaron la azotea y se abrió ante ellos el vasto panorama de la metrópoli. David encontró un sitio junto a un tinaco, usándolo como respaldo improvisado. Con un paquete de cervezas a su lado, parecía de buen humor por primera vez en semanas. La luz de la luna se reflejaba en las latas, brillando tanto como las luces de la ciudad a lo lejos.

-Aquí está bien -comentó David, tomando asiento y abriendo una cerveza. Le ofreció la primera a Atzin, quien la aceptó con una sonrisa tímida. Luego, con un guiño a Leo, le pasó otra. El clic metálico resonó en la noche.

Leo tomó un sorbo de su cerveza y miró a Atzin con una sonrisa traviesa.

-Felicidades, Atzin. Esta es tu primera peda -dijo Leo, levantando su lata en un brindis improvisado.

Atzin rió y negó con la cabeza.

-Ni es peda ni es para tanto.

David, restándole importancia al comentario del híbrido, alzó su propia lata.

-Por Atzin, que legalmente puede tomar -brindó David a tono de broma.

David y Leo alzaron sus latas en un brindis silencioso.

-Salud -dijeron al unísono, sus voces apenas un susurro en la inmensidad de la noche.

Atzin los observó tomar un sorbo de sus latas, y entonces llevó la suya a sus labios, sintiendo el frío del aluminio contra los mismos, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Tomó su primer sorbo de cerveza. El sabor amargo inundó su paladar, una sensación nueva y desconcertante que lo hizo fruncir el ceño.

-¡Puaj! ¡Es horrible! ¿Cómo es que a la gente le gusta esto?

Las risas de David y Leo estallaron en el aire nocturno, sus carcajadas resonando con la misma intensidad que las luces de la ciudad a lo lejos. David se inclinó hacia adelante, su sonrisa divertida.

-No seas payaso -dijo David entre risas-. Mira, el truco está en no pensar en el sabor. Respira por la nariz justo después de cada trago. Eso ayuda a que no te golpee tanto el amargor.

Atzin miró nuevamente la lata y la levantó hacia su boca, siguiendo los consejos de David. Tomó un sorbo más grande, respirando profundamente por la nariz justo después. El amargor seguía allí, pero era menos chocante, más tolerable.

-Sigue sabiendo del culo -comentó antes de darle otro trago.

David se colocó al lado de Atzin, su rostro reflejando una seriedad momentánea.

-Mira, Atzin, beber es fácil. Lo difícil es conocer tus límites -explicó David, con un tono amable pero serio-. Primero, haz caso a tu cuerpo. Si te sientes demasiado contento o hablas más de lo normal, es señal de que ya estás sintiendo el alcohol. Y si te mareas o sientes náuseas, para ya. No hay vergüenza en eso; todos tenemos un punto límite. Ah, y también recuerda que nunca debes beber con el estómago vacío o te va a pegar el efecto rápido.

Atzin asintió, mirando la lata en su mano. Realmente no creía que le pudiera agarrar el gusto a aquello.

-Ah, una cosa más -David se plantó firme, su mirada penetrante y su voz adquiriendo un tono grave-. Si algún día se te pasa y decides hacer una estupidez, te voy a dar una chinga que te mando de regreso a las alcantarillas. ¿Entendido?

Atzin parpadeó sorprendido por la repentina seriedad de David, asintiendo con rapidez, casi en un reflejo. Un pensamiento intrusivo cruzó su mente, la imagen de David, su reacción, después de que le hubiesen disparado.

-Si -respondió Atzin, su voz un murmullo respetuoso ante la inesperada seriedad de David.

La tensión en el rostro de David se suavizó, y una sonrisa tenue se dibujó en sus labios.

-Bien -asintió complacido. Se acercó a Atzin y, con un gesto fraternal, revolvió su cabello como si fuera un niño-. Eso espero, renacuajo.

-Ni se te ocurra usar ese apodo otra vez -amenazó Atzin-. Es horrible.

-¿Ah, sí? -David se cruzó de brazos-. ¿Y qué si lo hago?

-Te fundo los huevos en aceite hirviendo.

Los dos se quedaron mirando con desafío. Leo se mantuvo en silencio, disfrutando del nuevo chisme frente a él, con cerveza y todo. Entonces rieron, se abrazaron y siguieron bebiendo. Leo se unió a sus risas, aunque medio decepcionado por la abstinencia de chisme. Se llevó la cerveza a los labios, dando un largo sorbo. Y entonces recordó algo, girándose hacia la radio que había traído David.


-¡Wey, préndele! Está jugando el América -exclamó Leo.

-¡Ay, no mam...! -empezó a decir David.

-¡Contra el Cruz Azul!

David se apresuró a encender la radio.

El resto de la noche transcurrió de manera relajada y divertida entre los tres. Atzin se fue animando más con las cervezas y hasta se abrió una tercera lata. Todo un logro.

Leo no paraba de decir cosas que seguramente harían sonrojar a cualquier santo, especialmente sobre la dignidad de la santa madre del árbitro del partido. También de vez en cuando, le lanzaba algún comentario a uno que otro jugador.

-¡Chingada madre! -gritó en una de esas ocasiones-. ¡No es una cascarita, bola de cabrones! ¡Para eso les pagan!

David también aportaba sus comentarios, aunque los dirigía al bando contrario de los que insultaba Leo. Eso sí, ambos coincidían en recordarle su santa madre al árbitro, sin mucho respeto que digamos.

Mientras tanto, Atzin... simplemente disfrutaba del ambiente.

-Eh... -balbuceó-. ¡Vamos Messi!

El partido terminó con una victoria más del América.

-¡Pues claro! -se quejó un iracundo David-. ¡Si el América jugó con doce jugadores!

-¡Bah! -replicó un sonriente Leo, que alzó los brazos en señal de victoria-. ¡Ódiame más!

Atzin se apartó un poco de David, por si acaso. Pero al pegarse a Leo, se le ocurrió la idea de que pudiera usarlo como escudo humano si David le lanzaba un puñetazo. Regresó del lado de David.

La discusión entre los dos sobre el partido duró tanto que Atzin tuvo tiempo de terminar su cerveza, mientras que Leo y David tomaron las últimas dos para cada uno.

Al finalizar, era evidente que David ya sufría de los síntomas que Leo y él mismo le habían advertido a Atzin.

-Ay güey... -balbuceó él cuando se tambaleó un poco, y eso que aún estaba sentado-. ¿Saben qué?, mejor ya me voy a dormir. La cama me llama.

Se puso de pie y recogió las latas de cerveza vacías, colocándolas en la propia caja en las que las había traído. Entonces los miró entrecerrando los ojos.

-Se bajan pronto. No se vayan a quedar hasta tarde. Cualquier cosa me tocan a la puerta -les indicó con seriedad.

-Si, papá -suspiró burlón Leo.

-Bien -asintió David-. Ah, y si Adri pregunta, yo no sé nada.

-Bien. Buenas noches -se despidió Atzin con una sonrisa.

David se alejó de ellos a paso lento, casi tropezando
al llegar al acceso de la escalera.

-¿Deberíamos ayudarlo? -preguntó Atzin, mirando a Leo, quien sorbía los últimos tragos de su lata.

-Nah, estará bien -respondió Leo con calma.

Se quedaron en silencio, contemplando el horizonte nocturno de la ciudad. Las luces de los edificios titilaban ligeramente, creando un mosaico de resplandores en la oscuridad. El cielo, despejado, desprovisto de estrella alguna. A lo lejos, el murmullo constante del tráfico se mezclaba con el susurro del viento.

-Atzin -llamó Leo.

-¿Sí?

-Cuando todo esto termine... -Leo se volvió hacia el híbrido, sus ojos brillando con sinceridad- prometo llevarte al acuario.

Atzin lo miró y se le escapó una sonrisa de agradecimiento, aunque negó con la cabeza al mismo tiempo.

-Tranquilo -suspiró Atzin, regresando su mirada a la ciudad-. No hace falta. Lo que hiciste por mí hoy... eso vale más que cualquier paseo.

-También te invitaría a comer -aclaró Leo rápidamente.

Atzin rió por lo bajo.

-Lo que quiero decir, cerebro de codorniz, es que no tienes que comprometerte a nada conmigo -hizo una pausa, retomando sus palabras con melancolía-Hiciste más de lo que pude pedir de cualquier persona hoy.

Leo palmeó su hombro suavemente.

-Oh, vamos señor angustias -bromeó Leo, sonriendo a su vez-. El día aún no termina. No se cumplen dieciocho años todos los días, y en un momento así no hay que estar tristes.

Atzin asintió, sonriendo con los labios apretados. ¿Qué había hecho él para merecer a un amigo como Leo? Parecía que hacía tanto por él, cuando Atzin había hecho tan poco por él.

-Oye, ¿sabes algo? -dijo Leo, tratando de animarlo aún más-. Estaba pensando que podríamos ir al acuario de todos modos. Y quizás hacer otras cosas divertidas después.

-¿Cómo qué? -preguntó Atzin, curioso.

-No sé, tal vez ir al cine o dar una vuelta por Chapultepec. Lo que quieras, tú mandas -respondió Leo con una sonrisa.

-Quizás...

¿Cómo es que ese muchacho siempre lucía una sonrisa optimista? Sobre todo teniendo a su hermano secuestrado y desaparecido en algún lugar.

Leo se acercó más a él y, al igual que David hacía rato, pasó su brazo por los hombros de Atzin. La proximidad lo sacó de su melancolía, anclándolo felizmente al presente. Era una sensación dulce y a la vez inquietante.

-Bueno, felicidades, compadre -dijo Leo, su voz suave pero con un matiz de nostalgia-. Bienvenido a la adultez. Cerveza, permiso para conducir, novias. ¿Qué más se puede pedir?

Atzin rió, sacudiendo la cabeza.

-No necesito nada de eso para ser feliz, Leo. Con tener amigos como tú, ya es suficiente.

Leo sonrió, dándole un apretón en el hombro. Y Atzin podría jurar que las mejillas del primero se habían teñido de rojo.

Estaban muy cerca, igual que en la sala... oh, cierto. Atzin casi lo había olvidado. Habían bailado. Casi pasó... algo. ¿Y lo había olvidado?.

Miró su lata de cerveza vacía con desconfianza.

-Es decir -empezó a decir Leo-. Sé que soy genial. Pero uno que otro vicio no hace mal a nadie.

-No digas babosadas.

-¿Qué?, hay vicios sanos.

Atzin rodó los ojos, sonriendo.

-Lo que tú digas.

Leo señaló las latas vacías.

-Una cervecita de vez en cuando... -empezó a decir, pero fue interrumpido por el híbrido.

-No me gustaron, y dudo que alguna vez lo hagan.

-Principiante -se burló Leo, entonces se tomó el mentón, haciéndose el pensador-. ¿Qué podría ser entonces? Ah, ya sé. Las chicas.

-No busco novia, Leo.

-¿Quién dijo algo de novias? -se extrañó Leo-. Dos personas no necesitan ser novios para...

-¿Quieres callarte de una vez? -se rió Atzin, dándole un inofensivo golpe a Leo en el hombro.

Leo se rió a carcajadas al ver la reacción de su amigo, contagiándose al poco rato con Atzin.

-No tienes remedio -se rió el híbrido-. ¿Sabes? andas más boca floja que de costumbre.

Leo tardó un poco en responder, pues estaba ocupado tratando de controlar sus carcajadas.

-Debe ser por la cerveza -se disculpó-. Ya David y yo te lo dijimos. Cuando notes que estás hablando de más, es que ya te hizo efecto el alcohol.

-Pues yo no siento nada de lo que dijeron ustedes.

-¡Eh!, capaz tienes resistencia al alcohol por tus mutaciones.

-No sería un gran poder, que digamos. Además, solo me tomé tres.

Leo volvió a reír, y entonces se volvió a hacer el silencio entre ellos.

Miraron nuevamente el paisaje urbano, con Leo aún rodeando los hombros de Atzin con su brazo. El híbrido volvió a notar la cercanía, y en lugar de alejarse, se pegó más a su amigo, apoyándose en él y recostando su cabeza en su hombro.

Leo se tensó por breves instantes ante eso. Después regresó a su postura relajada y apoyó su mejilla contra la cabeza del híbrido. Ambos dejaron de pensar y sencillamente disfrutaron de la compañía y la cercanía del otro. Atzin sonrió al ver el cielo y encontrarse con un disco plateado en lo alto, brillando tenuemente, aunque opacado por la contaminación de la urbe. Dios, ¿hacía cuánto no veía la luna?

Sintió cómo el brazo de Leo que rodeaba sus hombros se movía un poco, y luego sintió como unos dedos delgados acariciaban su cabello y rozaban sus branquias. Atzin se apartó un poco, solo lo suficiente para girar su rostro a su amigo.

-¿Leo? -preguntó.

Leo lo miró, sus rostros a centímetros de distancia. Tan cerca estaban que sus alientos alcoholizados chocaban en el rostro del otro. Sus mentes fueron azotadas por un dejá vú; la sala decorada con una ambientación marina, música de fondo, ellos dos bailando juntos. Sus rostros aproximándose. La puerta abriéndose. Solo que esta vez no había nadie que interrumpiera su momento.

Sus rostros se acercaron lentamente. Los labios de Leo rozaron los de Atzin, suaves y cálidos. El primer beso fue tímido, apenas un susurro de contacto. Atzin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Leo lo miró, sus ojos brillando bajo la luz de la luna.

-Lo siento -murmuró Leo, casi sin aliento.

-No lo sientas -respondió Atzin, acercándose de nuevo.

Se besaron otra vez, esta vez más seguros. Los labios de Leo se movieron con una urgencia contenida. Atzin respondió con igual intensidad, sus manos aferrándose a los hombros de Leo. El beso se profundizó, sus respiraciones entrelazándose. Finalmente, se separaron, sus frentes aún tocándose.

Atzin sentía su corazón latir con fuerza, cada latido resonando en sus oídos como un tambor. El calor del beso aún ardía en sus labios. Leo, por su parte, sentía una mezcla de alegría y nerviosismo. Nunca había imaginado que un simple beso pudiera provocar tal torbellino de sentimientos. Sus pensamientos iban y venían, pero una cosa era clara: lo que acababa de pasar no era algo trivial.

El silencio entre ellos estaba cargado de significado, una pausa llena de expectativas y preguntas no formuladas. Finalmente, Atzin rompió el silencio.

-Leo... esto... -empezó, buscando las palabras adecuadas-. Esto cambia las cosas, ¿verdad?

Leo asintió, su mirada fija en los ojos de Atzin.

-Sí, lo cambia todo -respondió con sinceridad-. Pero no en un mal sentido. Solo... diferente.

Atzin asintió, intentando procesar todo lo que sentía.

-Entonces, ¿qué somos ahora? -preguntó, su voz apenas un susurro.

Leo sonrió, tomando la mano de Atzin en la suya.

-Algo más que amigos, eso seguro -dijo con una sonrisa cálida-. No sé exactamente qué, pero... bueno, ya se nos ocurrirá algo.

Atzin sintió una oleada de alivio y felicidad. La incertidumbre seguía ahí, pero ahora tenía un propósito, una dirección. Se miraron, sus rostros reflejando la emoción del momento. Lentamente, se acercaron de nuevo, sus labios encontrándose en un tercer beso, más profundo y lleno de promesas. Las emociones se intensificaron, cada caricia, cada suspiro fortaleciendo el vínculo que acababan de descubrir. En ese momento, bajo el cielo nocturno y las luces de la ciudad, se dieron cuenta de que estaban empezando algo hermoso y nuevo. Algo que valía la pena explorar juntos.

*

.

.

.

David se despertó muy temprano, resintiendo la cruda que llevaba encima. Su cabeza pulsaba con un dolor sordo y sus sentidos estaban embotados, pero, irónicamente, fue el primero en despertar en la casa.

Se incorporó lentamente, parpadeando para despejarse la vista. A su lado, en una colchoneta en el suelo del estudio, aún dormía Adri, con el rostro sereno y el cabello desordenado. Al otro lado de la habitación, la pequeña Alondra también dormía profundamente en el sofá, abrazando su propia almohada.

David se levantó con cuidado, tratando de no hacer ruido, y se dirigió al baño. Se lavó la cara con agua fría, esperando que eso aliviara un poco su resaca. Al salir, notó que Leo no estaba en el sofá de la sala. Frunció el ceño, extrañado y un poco molesto.

-¿Dónde se habrá metido ese tarado? -murmuró para sí mismo.

Se preguntó si Leo y Atzin no se habrían quedado toda la noche en la azotea. ¡Si les había dejado bien claro que los quería abajo temprano!

Decidió dirigirse al cuarto de invitados, donde se suponía que se quedaba Atzin, para comprobar si él estaba allí o tampoco.

Al abrir la puerta del cuarto de invitados, quedó paralizado ante la escena frente a él. La ropa estaba regada por el suelo, un claro indicio de la prisa o el descuido con la que había sido quitada.

Atzin y Leo, desnudos, dormían muy abrazados, solo cubiertos por las sábanas

Leo estaba recostado de lado, con un brazo bajo la almohada y el otro alrededor de la cintura de Atzin, manteniéndolos juntos en un abrazo íntimo y protector. Su rostro, relajado en el sueño, reflejaba una calma y ternura inusual.

Atzin, igualmente recostado de su lado sano, tenía su cabeza apoyada en el pecho de Leo, sus piernas entrelazadas bajo las sábanas.

David sintió una mezcla de sorpresa, confusión y una pizca de incomodidad. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante la escena. Permaneció en la puerta unos segundos más, tratando de procesar la situación con la boca abierta, parpadeando varias veces como para tratar de ahuyentar la visión.

Entonces Atzin abrió los ojos. Y lo miró.

Se apresuró a cerrar la puerta con cuidado, sin hacer ruido. Se alejó del cuarto de invitados, rascándose la cabeza y tratando de ordenar sus pensamientos.

-Adriana me va a matar -murmuró como si de una sentencia de muerte se tratara.

---

Atzin despertó abrazado a Leo y se sintió infinitamente feliz. Recordaba lo ocurrido anoche con una mezcla de alegría y asombro. Sin embargo, esa dicha se esfumó rápidamente al abrir los ojos y ver a David en la puerta, mirándolos con cara de incredulidad, con la boca abierta como si se le fuera a caer la mandíbula al suelo.

Vaya forma de iniciar el día.

Cuando David cerró la puerta tras él y se fue, Atzin se giró rápidamente hacia Leo y lo sacudió para despertarlo, un tanto brusco.

-¡Leo, despierta! -susurró, intentando contener su enojo y el pánico creciente en su pecho.

Leo abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz de la mañana. Su rostro mostraba una expresión de serenidad que contrastaba con la urgencia de Atzin.

-¿Qué pasa? -murmuró Leo, aún medio dormido.

-¿Por qué no cerraste la puerta con seguro? -lo cuestionó Atzin con una furia contenida-. ¡Me dijiste que le habías puesto seguro!

Leo, aún confundido y adormilado, esbozó una sonrisa perezosa. Atzin notó cómo Leo se estiraba, sus músculos tensándose y relajándose bajo la luz tenue que se filtraba por la ventana. Había algo hipnótico en sus movimientos, un magnetismo que le resultaba difícil de ignorar a pesar de su enojo.

-Tan pronto en nuestra relación y ya quieres tener peleas de pareja -bromeó Leo, con un tono que mezclaba el sueño y la diversión.

Atzin lo miró, incrédulo y un poco más enojado.

-Leo, esto es serio. ¡David nos vio! -dijo, intentando mantener la calma pero sintiendo su corazón acelerarse.

Leo se incorporó un poco, su expresión volviéndose más alerta. Al hacerlo, la sábana resbaló por su torso, revelando su piel desnuda.

Atzin no pudo evitar bajar la mirada, aunque se obligó a clavarla en los ojos de Leo casi de inmediato.

-¿David nos vio? -preguntó, frunciendo el ceño.

-¿Qué parte de "David nos vió" no entendiste? -reprochó Atzin-. Abrió la puerta y nos vió, carajo -entonces Atzín clavó su dedo en el pecho de Leo-. La puerta que, se supone, cerraste con seguro.

Leo se sentó en la cama, apoyando su espalda contra el cabecero. Su expresión le comunicaba a Atzin que estaba reflexionando al respecto, aunque curiosamente no percibió preocupación en él.

-Mala cosa -asintió Leo, pero luego miró a Atzin y sonrió, encogiéndose de hombros-. Bueno, ni modo. Adiós a las sorpresas.

Atzin lo miró, incrédulo y todavía enojado, aunque también nervioso.

-¿Cómo puedes tomarlo tan a la ligera? -preguntó, su voz temblando ligeramente-. Nos atraparon en una situación tan íntima...

Leo lo miró con calma, sus ojos reflejando una serenidad que Atzin deseaba compartir.

-No pasa nada, Atzin. No hay nada de qué avergonzarse. Ya he pasado algo parecido con mis tíos y, créeme, con nuestros amigos no es tan grave. Tranquilízate.

Atzin trató de calmarse, rascándose el brazo con incomodidad y vergüenza. La idea de haber sido atrapado en un momento tan íntimo lo mortificaba.

Leo, notando su malestar, decidió cambiar de tono.

-¿Sabes? Había esperado despertar esa primera mañana como novios de una forma más... romántica -bromeó con ligereza.

Atzin se sonrojó de inmediato y se puso muy nervioso ante esos comentarios. Pensó que era una de las bromas habituales de Leo.

-¿Estás bromeando? -dijo Atzin, fingiendo molestia-. No es el momento, Leo.

Leo sonrió y, sin decir una palabra más, lo hizo callar con un beso. Atzin se quedó paralizado al principio, dudando y tratando de separarse, pero finalmente cedió, correspondiendo al beso.

Las emociones se mezclaron en un torbellino, pero en ese momento, todo parecía encajar. El miedo y la vergüenza se desvanecieron, reemplazados por una sensación de aceptación y amor.

Eso claro hasta que Atzin se separó de un momento a otro, frunciendo el ceño.

-Leo... -se quejó Atzin.

-¿Si? -sonrió Leo, haciéndose el inocente.

-Esa mano.

Leo rió divertido en voz baja, inclinándose para empezar a depositar una serie de besos entre el cuello y el hombro de Atzin, mismos que le provocaron un suspiro y escalofríos al híbrido.

-No decías eso anoche -susurró el pelinegro contra su piel.

Atzin, entre divertido y avergonzado, apartó a Leo con un firme empujón, poniendo su palma abierta en su pecho. Gracias a su fuerza aumentada de híbrido, no fue complicado.

-¡Ya basta, Leo! -dijo Atzin, tratando de sonar serio, aunque una sonrisa juguetona se asomaba en sus labios-. Deberías ir a hablar con David. Lo noté asustado cuando nos vio.

La sonrisa confiada de Leo se desvaneció al instante.

-¿Por qué tengo que ser yo? -preguntó Leo, visiblemente menos seguro.

-Porque, según tus propias palabras, ya tienes experiencia en estos casos con tus tíos -respondió Atzin, en tono burlón-. Y que esto es algo mucho menos grave.

Leo hizo una mueca, detestando por un momento a Atzin por usar sus palabras en su contra.

-Eres cruel, Ríos -dijo, rodando los ojos-. Pero está bien, iré a hablar con él.

Atzin le sonrió, ahora un poco más relajado.

-Gracias, Leo.

-Lo haré -dijo, inclinándose para darle un beso rápido en los labios-. Pero me debes una.

-¿No das paso sin huarache, cierto?

-Nunca -asintió un sonriente Leo.

Leo rió y, con un último beso en la frente de Atzin, se quitó las sábanas de encima y se levantó. Al hacerlo, Atzin no pudo evitar darle un buen vistazo.

La luz suave de la mañana resaltaba los contornos de su cuerpo, haciendo que cada movimiento pareciera una danza lenta y fluida. Los músculos de Leo se flexionaban y relajaban mientras se inclinaba para recoger su ropa regada por el suelo, una vista que Atzin encontraba hipnótica y, en ese momento, increíblemente erótica.

Leo se dio cuenta de que Atzin lo estaba observando y sonrió con picardía.

-¿Disfrutando las vistas? -preguntó, levantando una ceja y dándole a Atzin una mirada burlona mientras se vestía.

Atzin, aún acostado, trató de fingir inocencia, aunque una sonrisa juguetona se asomaba en sus labios.

-¿Yo? Solo estoy esperando a que termines de vestirte para que vayas a hablar con David -dijo, intentando sonar despreocupado.

Leo rió, sacudiendo la cabeza mientras se ponía los pantalones.

-Claro, claro. Y yo soy un ángel caído del cielo -respondió, metiéndose en su camiseta.

Atzin se incorporó un poco, apoyándose en un codo.

-Bueno, anoche parecías más bien un demonio -dijo, guiñándole un ojo.

Leo se volvió hacia él, un poco sorprendido de que ahora el comentario en doble sentido viniera del híbrido. Cuando lo procesó, sonrió con malicia.

-Entonces, ¿prefieres un ángel o un demonio? -preguntó, acercándose de nuevo a la cama, inclinándose para estar a la altura de Atzin.

Atzin le devolvió la mirada, divertida y desafiante.

-Depende del momento -respondió, dándole un ligero empujón en el pecho-. Ahora vete antes de que cambie de opinión.

Leo rió y se enderezó, lanzándole una última mirada antes de dirigirse hacia la puerta.

-¿Nos bañamos juntos cuando termine con David? -cuestionó Leo, tomando el pomo de la puerta.

Atzin lo quedó mirando un momento en silencio.

-Tampoco te pases de descarado en frente de todos, Leo.

Éste se rió una última vez antes de salir de la habitación, cerrando la puerta tras él.

Atzin volvió a recostarse en la cama, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

______

*= Capitulo NSFW para la llamada

Happy Pride

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