Capitulo 12: Charlas
Tw: este capitulo hace referencia a temas y casos sensibles como los experimentos tuskegee, cuestiones de ética en el ámbito científico, vulneración de derechos reproductivos, discriminación, desplazamiento de comunidades,y temas políticamente sensibles. Se recomienda discreción y no me acusen con el gobierno plz
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En la Ciudad de México, un caluroso agosto se despliega como un abrazo ardiente. El sol, implacable, pinta los edificios de tonos dorados y las calles de un asfalto que parece derretirse. Las sombras se estiran, buscando refugio bajo los árboles que luchan por mantenerse verdes en medio del calor.
Las aceras están llenas de personas que se apresuran, sus rostros perlados de sudor. Los vendedores ambulantes ofrecen paletas heladas y aguas frescas, y el aroma de los tacos al pastor se mezcla con el humo de los autos que avanzan lentamente en el tráfico.
Las ventanas de los departamentos permanecen abiertas, tratando de atrapar cualquier brisa que se atreva a cruzar. Los ventiladores giran incansablemente, pero el aire sigue pesado y pegajoso. En los parques, los niños corren descalzos sobre el pasto seco, sus risas resonando en el aire.
La noche llega, pero el calor no cede. Las luces de los restaurantes y bares parpadean, invitando a los noctámbulos a salir. Las terrazas se llenan de gente que busca escapar del encierro, y el murmullo de las conversaciones se mezcla con el tintineo de los vasos.
La mujer, ciega pero con una agudeza sensorial sorprendente, se movía con gracia por la acera. El bastón blanco en su mano rozaba el suelo, explorando cada irregularidad del camino. El calor de agosto envolvía la ciudad, y los sonidos y olores se entrelazaban en su mente.
Los pasos apresurados de los transeúntes resonaban a su alrededor. El tintineo de las monedas en la taza de un músico callejero se mezclaba con el aroma a café recién molido que escapaba de una cafetería cercana. La risa de un niño alborotaba el aire, y el graznido de las palomas se sumaba al coro urbano.
Ella percibía el zumbido de los autos, el chirriar de las llantas al girar en la esquina. El viento le traía el aroma de las flores de jacarandá, y su mente pintaba imágenes de pétalos violetas danzando en el aire. El sudor de los cuerpos, el olor a pan recién horneado, todo se entremezclaba en una sinfonía sensorial.
Finalmente, llegó a la reja del edificio donde vivía. El metal frío bajo sus dedos le indicó que había llegado a casa. Con un suspiro, se apoyó en la barandilla, sintiendo la vibración de la ciudad a su alrededor. A pesar de su ceguera, podía encontraba belleza en los detalles invisibles, en los sonidos y aromas que tejían su mundo.
La señora Itzli, entró a la casa con el aroma dulce de las flores que había estado cuidando todo el día. Su piel morena estaba salpicada de tierra, y su cabello oscuro estaba recogido en una trenza. Notó a Ameyali sentada en la sala, la única lámpara iluminando su rostro serio.
El ambiente en la sala era tenso. Las sombras se alargaban en las paredes, y el silencio parecía pesar sobre los muebles de madera. La señora Itzli dejó su sombrero en el perchero y se acercó a su hija, observándola con preocupación. Ameyali sostenía una taza de chocolate entre sus manos, pero su mirada estaba perdida en algún lugar más allá de la habitación.
-Hola k'inal*,perdón por la tardanza. Hubiera querido llegar más temprano pero se descompuso el pitido del semáforo y se hizo un caos - Bromeo la mujer guiandose con sus manos hasta encontrar el sillón para sentarse delante de donde percibía a su hija
- K'us a bí* - Saludo la pelinegra a la mujer sin dirigirle la mirada
-¿Cómo están todos? -preguntó Itzli, buscando respuestas en la dirección de la joven.
Ameyali suspiró, y el sonido resonó como un eco de su agotamiento.
-Los chicos están preocupados por Genetix. David tiene un plan, pero no sé si sea lo suficientemente seguro. Y Atzin... Atzin está lidiando con todo pero pues ahí va.
-¿Y tú?
Ameyali no respondió de inmediato. Bajó la mirada y dejó escapar un suspiro antes de hablar. Su mente estaba llena de argumentos, de razones que quería expresar sin levantar la voz. Pero también sabía que debía ser cuidadosa, que no podían arriesgarse a que alguien de la casa más escuchara su conversación.
-Me' -comenzó Ameyali en voz baja-debemos mantenernos al margen. Esto no es nuestro problema.Podemos seguir viviendo en paz, sin involucrarnos,como siempre.
-Mi niña ,me temo que no podemos quedarnos de brazos cruzados, k'inal. Genetix ha causado demasiado daño, tanto a nosotras como a ellos... Y así como queríamos que nos ayudarán cuando todo eso paso, ahora los podemos ayudar a ellos.
- Me'-insistió Ameyali-No podemos enfrentarlos,no somos nadie frente a su poder. Somos nada en contra de ellos
- Seremos nada si no hacemos algo
- K'inalik xch'ul k'oponel.- "Seremos nada si nos matan" refutó la pelinegra mirando a su madre con frustración. - ¿Qué no viste que paso la última vez..? No solo nos costó nuestra vida,nos costo nuestro hogar,nos costó tu vista y me costó a mi hermana y a mi papá.
Iztli sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de la menor. Bajó la mirada, sus ojos oscuros reflejando la tormenta de emociones que la embargaba. El recuerdo de aquel día, cuando Genetix arrasó con todo lo que amaban, seguía fresco en su mente. Las lágrimas amenazaban con escapar, pero se obligó a mantener la compostura.
Ameyali, por su parte, se sentía atrapada entre el deber y el miedo. Sus manos temblaban al sostener la taza de chocolate, como si contuvieran todo el peso del mundo. La firmeza en su voz no ocultaba la angustia que la consumía.
- Lo siento..-susurró Ameyali-. Pero no podemos arriesgarnos de nuevo... No puedo arriesgarme de nuevo y está vez perderte yo a ti...
La muchacha se levantó de la silla, su mandíbula tensa de la frustración que gritaba cansancio. Estaba a punto de salir de la habitación cuando su madre, con voz apenas audible, susurró
-La muerte no nos hace nada, la muerte es una puerta por la que nuestra acciones en vida trascienden y dependiendo de ellas, nosotros.
Ameyali se detuvo en el marco de la puerta, sintiendo el peso de las palabras. Pero también sentía la urgencia de proteger lo que aún le quedaba. Sin decir nada, salió de la sala, dejando a su madre sola en la penumbra.
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Ameyali cruzó el umbral de su habitación, sintiendo el cansancio pesar en sus huesos. La jornada había sido agotadora, y la tensión en la casa no ayudaba. Pero al entrar, se encontró con una escena que la hizo detenerse en seco.
Atzin estaba junto al escritorio, sosteniendo una toalla empapada en agua fría sobre el piquete en su brazo. La sangre había dejado manchas en su camisa, y su expresión era una mezcla de dolor y poquita ansiedad. Sayuri, por su parte, organizaba meticulosamente frascos con muestras de sangre en una pequeña hielera.
-Ay, perdón debí preguntar-dijo Sayuri con nerviosismo - Ahorita mismo quito todo
La pelinegra negó con la cabeza, sin saber muy bien qué decir. Se dejó caer en la cama, sintiendo el colchón ceder bajo su peso.
La habitación estaba llena de detalles que contaban su historia: varios libros de derecho apilados en el escritorio, instrumentos musicales en una esquina o apilados dentro de cajas, partituras desordenadas sobre la cama, plantas en macetas que luchaban por la luz junto a la ventana y fotografías familiares pegadas a la pared.
-No importa -murmuró-. Solo... No hagan mucho tiradero
Atzin, comprendiendo la carga que podían ser los conflictos internos, asintió con empatía y se retiró discretamente, dejando a las chicas solas en aquella habitación.
-¿Estás bien? -preguntó Sayuri, su voz era un susurro reconfortante en la quietud
Termino la morena encontrando los ojos oscuros de la pelinegra, viendo en ellos un cansancio que parecía calarle desde dentro.
-Sí, estoy... -comenzó Ameyali, forzando una sonrisa que no lograba ocultar su fatiga-Es solo que ¿Tú por qué estás en contra de Genetix? El resto...puedo imaginar sus razones, pero ¿qué hay de ti?
Sayuri se acomodó en la silla con una gracia cansada, sus ojos se cerraron por un instante, como si quisiera bloquear el mundo exterior. Sus manos se entrelazaron nerviosamente en su regazo, y sus dedos tamborileaban un ritmo inaudible. Respiró hondo, y al exhalar, sus hombros caídos revelaron la carga que llevaba.
Sayuri abrió los ojos lentamente, y en ellos ardía una determinación férrea, una luz de resolución que rompía con la suavidad que solía adornar su rostro. Su mirada, clavada en Ameyali, era directa, cargada de honestidad; y en ese instante, el caos del mundo exterior se desvaneció, dejando solo la verdad entre ellas.
— Yo vengo de comunidad afromexicana de coahuila que se fundo por todos los descendientes de los esclavos que huían de estados unidos acá porque tras la independencia, México declaró que todo esclavo que llegara a suelo mexicano era libre—continuó Sayuri, su voz temblaba con la carga de la memoria— Según mi abuelo era una comunidad ejidataria próspera,pero luego los echaron de ahí para abrir una nueva mina y una compañía de manejo de desechos por lo que tuvieron que irse a unos nuevos terrenos río abajo que estaban baratos.
Hizo una pausa, y en la profundidad de sus ojos oscuros se reflejaba un dolor que parecía haberse acumulado por generaciones.
-Pero apenas se habían establecido ahí unos años,la gente comenzó a enfermarse más porque según me dicen el río estaba contaminado y no había acceso a medicos o al seguro porque eso quedaba hasta la ciudad. Entonces llegó Genetix, prometiendo tratamientos y asumiendo costos...pero la situación solo empeoró.
El silencio que siguió era denso, roto únicamente por la respiración entrecortada de Sayuri, que luchaba por mantener la compostura.
—Mi papá que estaba estudiando medicina me cuenta que comenzaron a aparecer cánceres inexplicables, enfermedades respiratorias y problemas reproductivos..y que incluso... Hubo bebés quienes nacían sin cerebro... Entre ellos un primo que iba a tener por lo que me cuentan.—continuó, la tristeza teñía cada palabra—. Nos vimos forzados a dejarlo todo, buscando un nuevo comienzo en la CDMX. Pero hace unos años...mi mamá se enfermo gravemente, y tras una visita al médico, descubrimos que sufre de una rara variante de meningitis. La están tratando, pero.. temo que no le quede mucho tiempo..
La habitación estaba bañada en sombras, y la única lámpara encendida proyectaba un círculo de luz que parecía protegerlas del mundo exterior. Ameyali y Sayuri se encontraban sentadas, una frente a la otra, el aire cargado con la pesadez de sus confesiones.
—...Perdona, creo que hablé de más...
La voz de Sayuri era un susurro, casi perdido en el silencio que las rodeaba. Ameyali negó con la cabeza, su expresión era de comprensión y aliento.
—No, no, está bien... ¿Entonces crees que lo de tu mamá es por Genetix, no?
Había una firmeza en la voz de Ameyali, una necesidad de entender, de compartir la carga.
—Estoy segura que sí, después de todo, ya he ido confirmando que han experimentado en gente antes...
La certeza en la voz de Sayuri era inquebrantable, pero sus ojos reflejaban la tormenta de emociones que luchaba por contener.
—¿No has pensado en difundir la situación en internet o... no sé, venderla a un periódico o solicitar apoyo de activistas?
La pregunta de Ameyali era lógica, un intento de buscar soluciones, de encontrar un camino a seguir si estuviera en los zapatos de la chica delante suyo.
Sayuri suspiró, un sonido que parecía llevarse consigo parte de su esperanza.
—Aunque quisiera, me temo que no tengo pruebas o los estudios para demostrarlo... Pero por eso estudio biología... quiero... poder demostrar con datos lo que pasó y el impacto en el ambiente y en la comunidad y quizás... encontrar una solución.
La determinación volvía a su voz, un destello de la pasión que la impulsaba a seguir adelante.
—¿..y qué buscas ayudando a Atzin?
La pregunta colgaba en el aire, cargada de significado y de la complejidad de sus circunstancias.
—Yo... no lo sé... ¿justicia?... quizás... no sé hasta alguna prueba... con suerte, si logramos exponer a Genetix por lo de los híbridos también pueda sacar a la luz lo de mi mamá y...
La voz de Sayuri se quebró, la realidad de su lucha y sus sueños chocando con la dura verdad de su situación.
—Y si... ¿pierden...?—Pregunto Ameyali observándola desde el colchón. La pregunta no era más que un eco de su propio miedo, un reconocimiento de la posibilidad de fracaso.
Sayuri se encontró con la mirada de la pelinegra, y en ese momento, toda la vulnerabilidad y la fuerza de su ser se reflejaron en sus ojos.
—...habré intentado.
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Disculpa si quedo corto jsjs
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