Capitulo 1: El fugitivo

La alarma retumbaba en el laboratorio subterráneo de Genetix, dónde las luces rojas de emergencia iluminaban el techo. Un grupo de agentes con trajes negros y máscaras de gas entraron por la puerta principal, armados con rifles y pistolas. Se abrieron paso rápidamente entre los científicos que huían aterrorizados del lugar.

— ¡Comandante!

El jefe del laboratorio, Francisco Meyer, un hombre de mediana edad que llevaba una bata sobre su traje, corrió hacia la militar que los lideraba. Parecía un chihuahua asustado que buscaba protección tras ella.

— Señor Meyer, ¿hay heridos?

— Tres, pero la más grave ya está fuera.

— ¿Qué ha pasado? - preguntó la militar, mientras sus hombres se adelantaban para despejar el camino entre la multitud que salía en estampida.

— ¡El espécimen 4X01OT1 1510 se ha escapado! ¡No tenemos ni idea de cómo! ¡Destrozó la celda de contención y cortó la luz! Los tres científicos que estaban en el ala son los heridos. Núñez lo encontraron inconsciente con un golpe en la cabeza, a Flores la lanzó contra el cristal de la sala de control y Ariza tenía una herida sangrante en el pecho. Le clavó unas tijeras, pero pudo activar la alarma. ¡Pero no hay pista de la jefa de la investigación! Porfavor, la doctora Lorena Ríos es importante para la compañía

— ¿En qué ala ocurrió todo esto?

— ¡B15 Sur! Teniente, si esta información se filtra, ¡nos van a fusilar a todos!

— Gracias por la información, señor Meyer. Ahora evacúe y váyase con los suyos. Esto se va a poner feo.

— ¡Teniente, espere! ¡Hay algo más!

La mujer de pelo negro se giró molesta, mirando con desdén al hombre que se echó hacia atrás.

—... Necesitamos vivo al espécimen- dijo al final.

La mujer suspiró con fastidio. Le acababan de complicar el trabajo, pero solo asintió y se volvió hacia sus soldados.

— Vamos.

Los soldados entraron al ala B15 con precaución, apuntando sus armas en todas direcciones. El lugar estaba hecho un desastre: las paredes tenían grietas, los cables pendían del techo, los tubos de ensayo y los frascos de vidrio estaban rotos y dispersos por el suelo. Había sangre y líquidos extraños por doquier. Los papeles que había por el suelo contenían fórmulas, gráficos, informes y notas sobre el espécimen 4X01OT1 1510, un híbrido de humano y animal, creado mediante ingeniería genética y manipulación cromosómica. Solo lo mantenían sedado y encerrado en una celda de contención de máxima seguridad.

Los soldados llegaron hasta la celda, que estaba vacía y hecha pedazos. La puerta de vidrio supuestamente blindada estaba destrozada, como si la hubiera golpeado una fuerza sobrenatural. Dentro de la celda, solo había una camilla con correas, una jeringa con un líquido azul y la pantalla rota.

La militar frunció el ceño y habló por el auricular con sus hombres.

— Aquí comandante. He llegado a la celda del espécimen. Está vacía. Repito, está vacía. ¿Alguien tiene contacto visual?

— Negativo, comandante. No hay señal del espécimen. Se ha esfumado.

— Mierda. Manténgase alerta y en formación. No sabemos dónde está ni qué puede hacer. Recuerden, lo necesitamos vivo. No disparen salvo que sea necesario.

— Entendido, comandante.

La militar se giró y vio algo que la dejó helada. En la pared de la celda, había una frase escrita con sangre:

"No es un monstruo. Es un milagro."

La comandante salió de la celda y se dirigió al pasillo, buscando alguna pista que le indicara por dónde había huido el espécimen. No tardó en encontrarla: un rastro de agua que se extendía por el suelo, como si alguien hubiera salido empapado de una piscina viscosa. Siguió el rastro con la mirada y vio que terminaba en una rejilla metálica que cubría una de entrada al sistema de drenaje. Lo que más temía se había cumplido.

Ciudad de México, 202X

La lluvia caía sobre el centro metropolitano, bendiciendo a la ciudad con su milagro. Los sonidos de la noche animaban las calles, donde las luces se reflejaban en los charcos. Él contemplaba la escena desde lo alto, sintiendo cómo la adrenalina se disipaba de su cuerpo. Había extrañado esa vista durante tanto tiempo.

Pero un pensamiento amargo le invadió, recordando su situación. Estaba solo, confundido y asustado. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Su cola se agitaba nerviosa de un lado a otro y sus branquias se abrían y cerraban con el viento. Entonces, percibió una brisa cálida que venía del sur y dirigió la mirada hacia allá, evocando un lugar que había olvidado.

Siguiendo el aroma de la brisa húmeda, se deslizó por las calles mojadas hasta llegar a los canales del lugar donde alguna vez creció: Xochimilco.

A su alrededor, la vida nocturna se desarrollaba con alegría: Familias que cenaban en sus casas flotantes, compartiendo risas y anécdotas, pescadores que lanzaban sus redes, esperando capturar algún pez para el día siguiente, trajineras que llevaban a los turistas, mostrándoles la cultura y la historia de Xochimilco, flores que adornaban las orillas, con sus colores vivos y sus aromas dulces.

La música lo llamaba desde algunas trajineras, donde el mariachi, la cumbia y el rock se mezclaban en una fiesta sonora. Se acercó con curiosidad, tratando de no ser visto por los humanos. Reconoció algunas melodías que le gustaban, y otras que nunca había oído. Se dejó llevar por el ritmo y la alegría, recordando los momentos en los que apenas hace unos años solía bailar.

También se fijó en las luces que iluminaban el agua, mientras se creaban reflejos y sombras que bailaban ante las ondas del agua que jugaban entre sí como si tuvieran vida.
Vio cómo las estrellas se mezclaban con las lámparas, creando un cielo mágico, junto a la luna llena se asomaba entre las nubes, inundando todo con su luz plateada. Se sintió parte de ese paisaje, de esa naturaleza que lo acogía y lo protegía, pero también una tristeza, viendo que sería un mundo al que no podría volver nunca. Estaba sólo.

Tras caminar unos minutos, llegó a una de las chinampas que rodeaban el lago. Hacía mucho que no pisaba el pasto, y sintió cómo le hacía cosquillas en los pies. Se dirigió a la puerta de una casa abandonada, que se alzaba solitaria entre las plantas. Con cuidado, la abrió, temiendo encontrar algún intruso. Pero no había nadie. Solo oscuridad, silencio, polvo y telarañas.

Entró con cautela, buscando algo con que iluminarse. Al final, halló una linterna en un cajón y la encendió. La luz reveló el interior de la casa, que parecía detenido en el tiempo.

Lo primero que vio fue una foto en la pared. Era una imagen de sus padres, sonriendo y abrazándolo cuando era un niño. Las lágrimas le brotaron de los ojos, al recordar los momentos felices que habían compartido, antes de que todo cambiara. Antes de que su madre se marchara a trabajar a Genetix, la empresa que experimentaba con el ADN humano y animal, buscando encontrar soluciones a los malestares de la humanidad. Todo esto antes de saber lo que hacían con tal de lograr sus objetivos,antes de que él se transformara en uno de sus experimentos

Continuó explorando la casa, encontrando objetos que habían pertenecido a su abuelo, un antropólogo apasionado por las culturas del mundo. Había libros, mapas, cuadernos, fotos y recuerdos de sus viajes. Se fijó en una vitrina, donde había una colección de máscaras de diferentes orígenes. Reconoció algunas que había visto en los museos, como la de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, o la de Tezcatlipoca, el espejo humeante. Otras le eran desconocidas, pero le atrajeron por sus formas y colores.

Se preguntó qué habría pensado su abuelo de él, si lo hubiera conocido. ¿Lo habría aceptado como su nieto, o lo habría rechazado como un monstruo? ¿Le habría enseñado más sobre las culturas que estudió, o le habría ocultado su herencia? Nunca lo sabría, pues su abuelo murió antes de que él naciera.

Recorrió los pasillos de la casa, observando sus alrededores. Saber que su madre había crecido ahí le hacía apreciar cada sensación, cada paso. Abrió las puertas que encontraba, hasta que llegó a una habitación en particular, su antiguo cuarto.
Nada había cambiado desde que se marchó hace tanto tiempo. La misma cama con las sábanas de dinosaurios, el mismo escritorio con los lápices y los dibujos, el mismo armario con los juguetes y los disfraces, el mismo estante con los libros y las libretas. Parecía que el tiempo no había pasado, y solo él se había transformado.
Se tendió en la cama y se acomodó, sintiendo el colchón suave y el aroma de siempre viendo en el techo las estrellas fosforescentes que su papá había pegado para iluminar sus noches y espantar “los monstruos” que creía que lo acechaban al dormir, todavía recordaba sus palabras: “Estas estrellas te cuidarán de los monstruos cuando yo no esté”

La nostalgia le volvió a humedecer los ojos pero suspiró tratando de alejar el pensamiento para no romper a llorar. Agarró suavemente las sábanas de la cama y se cubrió con ellas dándole la espalda a la ventana, cerrando de poco a poco sus ojos para finalmente quedarse dormido.


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