Capítulo 9
Un paseo sobre Tornado
Hay que ser muy gilipollas para pretender que una mujer a la que solo has visto un par de veces, te trate diferente a todos sus clientes cuando tú solo eres uno más; sin embargo, Silver no ha podido evitar sentir la punzada desilusionante que le provocara aquella despedida.
Es que el muy descolocado ha creído que entre los dos ha saltado una chispa. Está convencido que ha surgido una conexión entre ambos. Lo sintió cuando le regaló ese toque mágico a sus labios, en la sonrisa cómplice y en las miradas provocadoras que le notara durante todo el tiempo que estuvieron juntos.
¿O se lo habrá imaginado?
Así de confundido llegó abajo. No tenía ni idea en qué problemas podía haberse metido Logan que necesitaba tan urgentemente su ayuda, pero cuando se trataba de su amigo pidiendo socorro, no necesitaba explicaciones para acudir en su auxilio de inmediato.
Lo encontró en un rincón de la pista de baile intentando contener la furia de una irreconocible Natasha que pretendía saltar encima de otras dos tías que, a su vez, estaban siendo frenadas por John. Eran las mismas mujeres que estaban bailando con su amigo cuando él subió a ver a Júpiter.
—Silver, colega, necesito que me ayudes a sacar a esta mujer de aquí. No puedo moverla, está como poseída—habló a gritos el chico desprovisto de músculos.
—Silver, no te atrevas a tocarme. Y tú Logan, suéltame de un puta vez coño, que voy a enseñarle a las perras estas a no meterse más con hombres ajenos—aludió la rubia con el rostro totalmente desencajado.
—Alguien me puede explicar qué carajos pasó aquí—preguntó el recién llegado mientras procedía a bloquearle el paso a su colérica amiga.
—Hemos llegado y ha visto a John en la pista con aquellas dos y se ha puesto como loca. Ha intentado comenzar una pelea pero pudimos evitarlo separándolas lo más que hemos podido. Yo te he avisado a ti y Jonás a Robin. Creo que ahora mismo toda ayuda es poca para hacer entrar en razón a esta cabezota. Me la quiero llevar pero no me hace caso, ve a ver si tú lo consigues.
Silver ni siquiera hizo ademán de comenzar a dialogar con Natasha. Se agachó de improviso, la tomó de las piernas y se la echó al hombro como si fuera un cadáver del que había que deshacerse de inmediato, solo que este no era un cuerpo inerte, sino uno bien vivo que no paró de removerse, dar gritos y repartir golpes en la espalda de quien lo transportaba.
Solo estando fuera del local, Silver accedió a hacer caso a los alaridos de Naty y la depositó con cuidado en el suelo, no sin antes advertirle que si intentaba volver a entrar al club, no tendría reparos en suspenderla nuevamente en el aire y esta vez, la llevaría hasta su casa.
Ella prometió que se quedaría tranquila.
—Se puede saber qué cojones te pasa. Cuándo fue que te convertiste en una mujer de arrabal—le reprochó él apenas notó que a su colega se le habían bajado los humos.
—No sé qué me pasó Silver. La culpa la tiene tu amigote, que a mí me dice que no puede salir conmigo porque tiene otro plan contigo y no te puede fallar, pero llego a aquí y me lo encuentro restregándole la polla en el culo a esa puta como si quisiera sacarle brillo—se explicó la muchacha.
Natasha ya no estaba furiosa, sino decepcionada, sobre todo de sí misma. Se sentía patética, una pringada que no había sabido darse su lugar y se había comportado como una vulgar de bajo nivel cultural.
Un cúmulo de emociones se fue posicionando en su pecho, cual si fuera magma en el interior de un volcán que no puede esperar para hacer erupción y liberar con ello, toda la lava, la ceniza y los gases tóxicos que lo componen.
Par de minutos después llegaba la caballería.
Robin, acompañada por Lo, llegó corriendo a donde estaban ellos dos y no demoró ni un segundo en apretujar a su amiga cuando la tuvo al alcance de su abrazo.
Era justo lo que Natasha precisaba para darle rienda suelta a su conmoción, y comenzó a llorar sobre el hombro de su casi hermana.
—Vaya que nos demoramos, dónde estabas, en Narnia—a Silver nunca le costaba trabajo ser sarcástico con Robin. Ella le respondió fulminándolo con la mirada y comenzó a explicarse, pero dirigiéndose a Nat, no a él.
—Se me averió el auto y tuve que venirme en taxi desde casa, por eso no pude llegar antes.
—Por qué John me hace estas cosas Ro—dijo la rubia ahogada entre sollozos.
—Porque es un imbécil, gilipollas, mamacallos, petimetre, mequetrefe, botarate, un hijo de la gran puta, ¿sigo?—ahora la cabreada era la morena. —Pero tú a veces eres peor—continuó, logrando que un nuevo torrente de lágrimas se precipatara de los ojos de su compañera.
Logan le dirigió una mirada suplicante a Robin para que detuviera sus reproches. La verdad que ese no era momento para regaños, pero ya conversarían del asunto.
—Quiero irme a casa—susurró Naty todavía con la cabeza hundida en el pecho de su ahora paño de lágrimas.
Era muy tarde para aspirar a encontrar un taxi. Robin no había ido en su coche y los chicos, ambos, se movían en motos. No les quedaría otra que irse con ellos.
—Yo me llevo a la boxeadora—se apresuró a decir Lo, aprovechando la oportunidad que la situación le brindaba para intentar que Robin y Silver pasaran algo de tiempo juntos. El viaje no era tan largo, así que confiaba en que sobrevivirían; no obstante, le pareció apropiado hacerles una advertencia.
—Tú, princesa Mononoque, no vayas a apuñalar a este con el tacón de tu zapato, aunque se lo merezca. Y tú colega, no cedas a los impulsos de querer lanzar la moto por la cuneta con ella amarrada al asiento—dijo el melenudo y procedió a conducir a su llorosa amiga hasta donde había estacionado su ruidoso vehículo de dos ruedas.
Robin y Silver se miraron todavía sin entender cómo todo aquel desmadre había terminado de aquella manera. Con ellos dos juntos y a punto de embarcarse en un viaje que involucraba que ella se sentara detrás de él y se agarrara a su cintura.
Él no le dirigió la palabra y comenzó a andar en pos del lugar del estacionamiento donde se encontraba su medio de transporte. Ella lo siguió. No le quedaba de otra si no quería irse a pie para su casa o quedarse a dormir allí, y en ese caso, la niñera la mataría.
—De veras piensas todo eso que dijiste de John—preguntó él tomándola por sorpresa.
—Con ella se comporta así, siempre lo ha hecho. No puedo pensar de otra manera cuando he sido testigo por años de las cosas que le hace.
—Pero ella se lo permite.
—Porque está enamorada y él se aprovecha de eso.
—A lo mejor él también está enamorado, lo que no sabe demostrárselo.
Ella comenzó a reír desmesuradamente y casi contagia a su acompañante con su risotada fuera de control.
—Es la primera vez que te escucho decir un chiste. En serio te parece que eso es amor—dijo un poco más calmada.
—No lo sé, no me he enamorado nunca, pero supongo que el amor te lleva a veces a actuar de formas extrañas. A lo mejor detrás de un insulto se pueden camuflar unas ganas locas de decir algo bonito; o tras una mirada retorcida podemos esconder una de deseo; o quizá una discusión pueda servir para frenar los impulsos de querer besar a esa persona con la que discutimos—Silver ya no caminaba, se ha quedado aferrado al suelo, como si necesitara estar quieto para escoger muy bien las ideas que quería expresar.
Ella también se ha quedado inmóvil. Ya no sabe si siguen hablando de Natasha y Jonás. Pero prefiere convencerse de que sí. Es lo mejor.
—Patrañas, si la quisiera de verdad no la maltrataría.
Silver dio unos pasos hacia ella y se le plantó delante como una muralla. La miró fijo, primero a los ojos, después a su boca. Levantó su mano y paseó un dedo por una de sus mejillas hasta que llegó a la barbilla y la obligó a mirarlo levantándole el rostro.
—Entonces no crees que pueda haber amor detrás del odio—preguntó con suavidad, soplando las palabras casi una por una sobre su mentón.
Robin no pudo evitar aspirar el olor a menta y cigarrillo de su aliento y casi se deja hipnotizar por él.
—No—respondió con un susurro un tanto inaudible.
—Tienes razón–se alejó—es imposible que la aversión que me profesas pueda transformarse en algo romántico, y viceversa, ¿no te parece?—escupió él y en dos zancadas llegó al lugar donde descansaba su moto negrísima y enorme.
Le extendió un casco que tenía colgado en el timón y se puso el suyo que era tan oscuro como aquella bestia rugiente, y le bajó el visor. Con aquellas pintas, más su cazadora, también de color siniestro, parecía El Zorro, y Robin no pudo evitar sonreír ante la idea de que estaba a punto de cabalgar sobre Tornado.
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