Capítulo 58

El rescate

La moto de Silver se detiene justo frente a la casa que una vez fue el feliz hogar de su amor. No sabe qué es lo que lo ha traído hasta aquí, pero él y Jonás han recorrido casi toda la ciudad sin éxito alguno y en su bregar, han llegado hasta los límites del pueblo.

El lugar comenzó enseguida a parecerle familiar, y recordó.

—¿Qué hacemos aquí bro, por qué te detienes?—pregunta John totalmente preso de la curiosidad al tiempo que abandona su auto. No ha querido venir con Silver en su bestia de dos ruedas. Su colega conduce con temeridad cuando está nervioso o exitado por algo y él piensa que es muy joven todavía para morir.

—Ni yo mismo sé. Llámalo intuición, presentimiento o lo que se te ocurra, pero ese tipejo le arruinó la vida a Robin en este lugar, y se me ha ocurrido que pudo haberla traído aquí, a revivir el pasado—comentó Sil y su amigo lo vio hacer un gesto de asco que rápidamente se transformó en dolor y, casi isofacto, en ira.

Ambos se acercaron con sigilo a la casa.

El rubio fue en pos de revisar las ventanas, mientras el trigueño, comprobaba si por alguna casualidad, la puerta estaba abierta.

Jonás vio una sombra por el empañado y polvoriento cristal, la que pronto se convirtió en la espalda de un hombre que, por sus movimientos, parecía estar hablando por teléfono.

—Soy yo mamá. Por favor, no hables, solo escúchame. Ella está bien. Te llamo para decirte dónde la tengo y para despedirme de ti. Sé que cuando vengan a buscarla me llevarán y pasará mucho tiempo antes de que vuelva a salir, pero me alegro que así sea. No soy bueno ni para ti, ni para mi hijo y mucho menos para ella. Mi lugar está lo más lejos posible de ustedes. No te preocupes, estaré bien. Puedes darle a la policía la dirección de la casa que era de Alena, aquí nos encontrarán a ambos—tras pronunciar estas palabras, —las que han dejado a John pegado a la ventana más quieto que «Guerrero de terracota»—el hombre cuelga el teléfono y se pierde dentro de la casona.

Jonás está seguro ahora de que están en el sitio correcto y va con calma hasta donde está su amigo. No quiere alarmarlo, e incluso duda en contarle, pues, si es cierto lo que ha logrado escuchar milagrosamente, ese tío quiere que encuentren a Robin y que lo atrapen. Le ha dado su ubicación a la policía, así que no demorarán en llegar y es mejor que ellos se ocupen.
Piensa que si le cuenta a Silver, este no se controlará y querrá entrar por la fuerza, como huracán que toca tierra y arrasa todo a su paso. Eso puede ser peligroso.

Pero, cómo le oculta a su desesperado compañero lo que ha escuchado, lo que ha visto. Cómo le impide que quiera ir a salvarla, o que como él, vaya a revisar las ventanas. Sabe que no será capaz, que Silver lo verá a los ojos y sabrá que le oculta algo.

¡Y vaya que tiene razón!

—¿Qué pasa?—inquiere no más se le acerca.

—No te voy a mentir. He visto un hombre adentro hablando por teléfono y por lo que ha dicho, creo que es el desgraciado que tiene a Robin—Jonás lo ve comenzar a hiperventilar, y lo agarra fuertemente por los hombros para intentar convencerlo de que esperar por los agentes es lo mejor que pueden hacer.

—Escucha. No podemos actuar a lo loco. El hombre ese debe estar armado y puede ser peligroso. Si entras ahora las cosas podrían acabar mal, incluso para Ro. Además, no sé por qué lo hizo, debe estar desequilibrado, pero él mismo llamó a la policía y dio su ubicación, así que en cualquier momento estarán aquí. Tengamos paciencia ¿sí?. De todas formas no se moverá y si escuchamos que algo va mal, pues ya estaremos atentos para impedirlo—le dice por lo bajo para evitar que los descubran.
Silver lo mira, parece que lo ha escuchado, que le ha entendido, que está de acuerdo y que le hará caso; sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Él solo puede pensar que la mujer que ama está a pocos centímetros de su abrazo, de su protección y que aún así, sigue a merced de ese cabrón enfermo mental que a estas alturas, puede haberle hecho cualquier atrocidad. De solo imaginarlo siente que la sangre se le congela dentro de las venas.

Por eso asiente, hace como que respira profundo y se relaja, pero en cuanto John suelta sus hombros, el joven aprendiz de mecánico y futuro filósofo se lanza como bestia encolerizada en pos de la puerta, levanta una pierna y de una solo estocada, hace pedazos parte de la vieja madera y la entrada al infierno de Robin, queda abierta para él.

Penetra al interior del salón como quien ha perdido el rumbo pero que aún así, sabe exactamente lo que busca. Enfila la mirada hacia el pasillo por donde ella lo condujo una vez, donde sabe que está su antigua habitación.

De esa propia dirección, —llamado por el estruendo y creyendo que se trata de la policía—, ve salir a un sujeto con los brazos en alto, en señal de rendición.

Pero el gesto sumiso del secuestrador infame no le alcanza al impetuoso muchacho para aplacar la ira que lo consume. Ese monstruo que vive en su interior y que se alimenta de sus miedos más profundos nuevamente se le llena de vida y lo mueve cual marioneta directo a por el hombre que tiene delante y entonces, lo obliga a devorarlo.

—¿Y tú quién coño eres?—es lo único que alcanza a decir Mat antes de sentir el golpe que le estremece la mandíbula y le sacude hasta los pensamientos. Se tambalea por el dolor y la sorpresa del ataque, pero no tiene tiempo de reaccionar. Un segundo derechazo lo derriba.

A esas alturas, Mateo Larry ha entendido que este no es un ataque cualquiera, que el chico embravecido —que lo levanta del suelo sosteniéndole fuertemente por las solapas, solo para volver a dejarlo tendido con un nuevo «toque» de su puño cerrado y ya sangrante—, no es un loco del vecindario, mucho menos un agente del orden; sino alguien que viene a salvarla a ella.

Es un guerrero herido, herido en el alma, y es él quien le ha infringido semejante dolor. Tiene que pagar por ello. Por eso no hace nada para defenderse. No esquiva sus golpes y justo cuando está a punto de perder la conciencia, otro chico asoma en su campo de visión, ya borrosa, y le escucha susurrar algo, aunque en realidad Jonás no está hablando bajo, grita.

—Que lo dejes ya joder, que lo vas a matar—ordena el rubio mientras intenta apartarlo del maltrecho tipo.

A duras penas lo consigue. Lo empuja y hace que caiga sentado a pocos centímetros de su víctima. Silver bufa, hace el intento de volver a la carga pero su amigo le sirve de muralla protectora a su objetivo. Sabe que no lo dejará volver a acercársele.

—¿Estás loco?, ¿quieres ir preso tú también?—ahora es Jonás quien está fuera de sí. —Es que eres incapaz de ver más allá de tu ira. Cómo puede importarte más descargar la furia que sientes antes que saber de ella, dónde la tiene o cómo está. Ahora mismo esa que dices que tanto amas, puede estar necesitando de ti, y tú, a qué te dedicas, a perder el tiempo con esta escoria, a volverte un animal, como él lo es, como lo es tu papá. Joder, Sil, que llegó con los brazos en alto tío—John da paseos cortos alrededor de la escena y se lleva las manos a la cabeza cada vez que mira en dirección al cuerpo casi inerte que yace en el suelo.

En ese momento, una voz familiar comienza a vociferar sus nombres.

Robin, desde el interior de su pequeña celda con forma de habitación, sigue amarrada a la silla. Su captor no la ha sacado de ahí en todo el tiempo que la ha tenido secuestrada.

Los brazos detrás de la espalda comienzan a dolerle horriblemente, ya no siente los dedos de las manos y las piernas, también atadas, parece que ya no forman parte de su cuerpo. Está segura que no le responderían si ahora mismo echase a andar.

Tiene hambre, sed, se ha orinado sobre su vestido rojo y ya no le quedan fuerzas.

No obstante, cuando escuchó ruidos provenientes del salón, la esperanza la invadió, dándole nuevas energías para disponerse a gritar en caso de que fuera necesario. Cuando sintió la voz descontrolada de Jonás el corazón le dio un vuelco, sabía que si John estaba allí, su chico de plata también lo estaría y comenzó enseguida a clamar por ayuda.

Al escuchar los gritos de la morena, ambos amigos se miraron aliviados. Está aquí, parece estar bien.

—Es Robin, ¿te quitas o te quito?—Silver desafía a su colega en vista de que sigue de pie, obstaculizándole el paso.

Jonás se aparta.

—Anda, ve a rescatar a tu damisela—le dice por lo bajo.

El chico se echa a correr por el pasillo que ahora se le antoja interminable. Llega, mira adentro y se petrifica.

Verla así tan indefensa lo destroza. Quiere llorar, besarla, abrazarla, sacarla de allí, y también tiene ganas de ir al salón y acabar con la vida de ese desgraciado de una puta vez; pero Jonás tiene razón, ella y solo ella, es lo más importante ahora.

En dos pasos la alcanza. Le pregunta si está bien, la tranquiliza, le dice que todo acabó, que la llevará a casa, que nunca más la dejará sola. Desata los nudos, le agarra las piernas y hace que se acune entre sus brazos. Ella se cuelga a su cuello, él besa su frente y la conduce lejos de aquel escenario tenebroso.

—Apesto ¿verdad?, soy un desastre—susurra ella mientras posa la cabeza en su hombro.

—Sí, pero eres el desastre más bonito que alguna vez he llevado en bandas—le confiesa y la lleva afuera, hasta donde está estacionado el auto de Jonás. No piensa permitir que se traumatice aún más viendo como sus puños dejaron a ese tipo.

Mientras está haciendo que se recueste en la parte trasera del vehículo para llevarla a un hospital a que la examinen, llega la policía.

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