Capítulo 50

Ódiame con todo el amor de tu vida

«Ayer fue un día perfecto
Pa' intentar la inminente reconciliación»...
Ricardo Arjona

Pocos días después de los candentes sucesos del garage, Robin seguía sin percibir ningún cambio con relación a su situación con Silver. Cero llamadas, cero mensajes y ni soñar con la idea de que se presentara en su casa nuevamente. Lo, tampoco sabía darle noticias alagüeñas, pues, según él, su amigo evitaba a toda costa hablar de ella.

Quizá era tiempo de dejarle ir, darle tiempo y espacio para que las aguas, poco a poco, volvieran a tomar su nivel, en definitiva, si Silver era su destino, más tarde o más temprano volverían a estar juntos sin necesidad de forzar las cosas.

En eso pensaba mientras estudiaba sola en casa. Faltaban únicamente 48 horas para que se terminara el año y Tadeo e Ivanna no regresarían a casa hasta dentro de tres días. Ella celebraría la nueva vuelta al sol en soledad, puesto que había rechazado la invitación de Natasha de ir a acompañarla a ella y a su familia.

No le gustaba estar sola, pero tampoco que se sentía con ánimos de sonreír y no quería amargarle la fiesta a nadie. Naty la entendió, incluso apoyó su decisión, algo que le extrañó un tanto, era raro eso de que la rubia sin rindiera sin luchar.

Por ello, cuando sintió los golpes en la puerta, la primera imagen que le vino a la cabeza fue la de Nat. Se la imaginó con cara de mandona, un rollo de papel precinta en una mano y una soga en la otra, lista y dispuesta a secuestrarla para lograr su propósito de que despidieran el año juntas.

Sonrío con la imagen y hasta se sintió agradecida con el gesto de su amiga. Por eso quería tanto a esa chica, al punto de que estaba segura de que si la secuestraba, desarrollaría enseguida el síndrome de Estocolmo.

Con la sonrisa en los labios abrió la puerta, mas no fue a su casi hermana a quien se encontró allí de pie, mirándola con intensidad.

Era Silver.

Tras un par de minutos con él sin decidirse a hablar y con ella paralizada por la sorpresa y sintiendo como el corazón se le convertía en un caballo de carreras dentro del pecho, el muchacho se animó a romper el silencio y la tensión, que ya se comenzaba a estacionar entre ellos.

—Tres cosas. Lo primero: no te he perdonado lo que me hiciste; lo segundo: voy a necesitar tiempo para restaurar la confianza que te perdí—dijo en ráfaga, y calló por unos segundos, lo que ella aprovechó para dejarse escuchar también y que no fuera a creer que la había dejado muda con su aparición.

—¿Y lo tercero?, dijiste que eran tres cosas—se apresuró a interpelarlo.
Él volvió a mirarla como hacía rato no lo hacía, con ganas de demostrarle que tenía poder para derretirla con solo verla sin pestañear, logrando que ella se perdiera por completo entre tantos kilómetros de marrón que encontraba en sus ojos cuando lo miraba de frente.

—Lo tercero es que voy a enloquecer como siga empecinado en alejarte de mí—diciendo esto, se abalanzó sobre ella, la tomó por los hombros y la besó. Bebió de sus labios con impaciencia, como si su boca fuera la fuente donde encuentras el elixir de la eterna juventud. Lo bebería todo, aún a riesgo de volverse inmortal.

Alivio, sorpresa, furor, deseo, felicidad. Un cúmulo de sensaciones recorrían su cuerpo mientras Silver le ordenaba a su boca que se abriera para él; mientras las manos de su chico de plata volvían a tomar posesión de sus curvas.

—Prefiero que me vuelvas loco, pero estando conmigo—balbuceó separándose un poco de sus labios, aunque enseguida regresó a ellos, como si temiera perderse una sola gota del brebaje salvador que le suponían sus besos.

Robin se dejó arrastrar, y cómo no hacerlo cuando era lo que más deseaba, saberlo de nuevo en su vida.
No quería ni pensar en los motivos que lo habían hecho cambiar de opinión con respecto a ella. Para qué, si lo importante era que estaba ahí, siendo amada por él, otra vez.

****

La noche los sorprendió desnudos, extenuados, felices. Aunque había algo que a Robin le martillaba la cabeza. Un sin fin de preguntas que se agolpaban una sobre otra y cada una quería ser respondida primero que las demás.

—¿Por qué estás aquí, por sexo?—preguntó temerosa de recibir una respuesta afirmativa.

Él se quedó viéndola y se levantó de la cama a por un cigarrillo que volvió a guardar en cuanto ella lo miró con el ceño fruncido. Silver sabía perfectamente que delante de ella no podía fumar, se lo había advertido muchas veces, era lo único que ella no soportaba de él, que jugara con su propia salud. Fue una regla que él aceptó de siempre, puesto que era consciente de que una cosa era autolesionarse los pulmones y otra muy distinta, hacerle daño a los demás por satisfacer un vicio personal.

Ojalá todos fueran tan comprensivos.

—Qué poco me conoces. Cuándo vas a entender que yo no estoy contigo por algo tan simple como lo meramente físico. A mí tu cuerpo me gusta sí, me encanta como lo hago temblar de placer cuando lo toco, pero te recuerdo que me enamoré de ti cuando te vestías como Nanny McPhee—fue a sentarse a su lado en la cama y tomó entre sus manos las suyas.

—Pero te gustaba Júpiter, no me lo puedes negar, y no era precisamente porque hablara bonito—ripostó con prepotencia, pero enseguida se arrepintió de haberla mencionado.

—Si quieres puedes preguntarle a ella cómo ocurrieron las cosas entre nosotros. No sé, tal vez podrías preguntarle si alguna vez la toqué o le hablé de manera diferente a cómo se le habla a una amiga. Puedes contactarla y pedirle que te cuente cómo le hablaba de ti, y le pedía consejos para tratar mejor contigo, para que me vieras diferente, para que entendieras que estaba empezando a quererte de verdad. Ah no, pero qué cabeza la mía, no te hace falta, estabas allí mientras todo eso pasaba, viéndome la cara ¿cierto?
Ahora fue ella quien se separó de él y comenzó a pasear por la habitación. Había llegado el momento de que ambas, Júpiter y ella, se enfrentarán cara a cara con la víctima de su engaño.

—Si estás buscando que te pida perdón no lo haré de nuevo. Lo he hecho muchas veces y de todas las maneras posibles. Tampoco tengo ya por qué decirte que estoy arrepentida, que sé que fui una burra, que no merezco que me perdones porque lo que te hice estuvo mal. Eso también te lo he dicho y te lo he escrito tantas veces que te lo debes saber de memoria. E igualmente te lo he demostrado intentando recuperarte una y otra vez sin que me importara cómo me tratabas, incluso cuando creías que andabas con esa...—cortó su alegato de defensa en cuanto se acordó de Lara. Él lo intuyó, y se apresuró a cambiar de tema.

—No vine a acostarme contigo, ni a escucharte pedirme perdón—dijo poniéndole una media sonrisa.

—¿Y entonces, a qué viniste si no fue a meterme a la cama y castigarme por el error que cometí demostrándome que tienes poder sobre mí y que puedieras convertirme en tu amante si así lo quisieras?—dijo la morena un tanto excitada por el rumbo que estaba tomando la plática.
Silver se echó a reír jocosamente, haciendo enfurecer más a la chica. Fue hacia ella y la acorraló contra la ventana.

—Vine porque te extrañaba, ¿no puedes meterte eso en la cabeza, verdad?—estaba tan pegado a ella que podía escuchar los latidos de su corazón. Se alejó un poco y volvió a dirigirle la palabra.

—Bien señorita excéptica. Quieres razones más explícitas de mi visita, ok, te las daré. En definitiva tengo tres—se paró delante de ella y comenzó a gesticular. —Número 1: porque tengo muchas preguntas.

—¿Cuáles?, si me las dices prometo que te las respondo todas—aseguró la muchacha.

—Quería que me explicaras viéndome a los ojos por qué lo hiciste; por qué accediste a trabajar en ese lugar y de esa manera; por qué me lo ocultaste; cómo se te ocurrió hacerte pasar por otra persona y dejar que me lo creyera; por qué no aprovechaste todas las oportunidades que tuviste para hacerme ver la verdad. Por ahí pudiéramos empezar—agregó.
Ella le regaló un enorme suspiro antes de decidirse a responder su cuestionario.

—Fui a trabajar ahí porque me vi acorralada y en algún punto me pareció la mejor de las opciones. El camino más fácil—comenzó a explicarse. —Al principio te lo oculté por vergüenza, porque ya tenías una mala opinión de mí y sabía que verme allí sola la reforzaría, no quería eso. Júpiter me era necesaria. Era mi manera de ser yo sin tener que quitarme la máscara que me había construido, aunque paradógicamente ella llevaba antifaz. Porque yo soy Júpiter físicamente, solo que he cargado siempre con un disfraz de Robin que me armé para que nadie más se aprovechara de mí por mi apariencia. Al final creo que quería que las tuvieras a ambas o tal vez pensé estúpidamente que dándote dos opciones a elegir, tenía más oportunidad. Si te quedabas con alguna igual seguiría siendo yo—rodó por la pared hasta caer sentada en el suelo de la habitación.

—¿Y no pensaste que en algún momento me daría cuenta, que era un plan un poco mal elaborado?

—No creí que prefirieras a Robin por encima de Júpiter. Pensé que te divertirías un rato con esa mujer que solo veías los jueves. Con eso me conformaba, y cuando me di cuenta de que era al revés me asusté, tenía que estar segura de que ibas en serio, que no estabas jugando con mis sentimientos, porque esta Robin sí que estaba enamorada de ti, como una tonta. Después, el mal estaba hecho y cada vez que se me venía encima la posibilidad de hablarte claro, me aterraba la idea de perderte—tenía lágrimas en los ojos y luchaba por impedirles salir. —¿Sabes cuando tienes algo muy importante que hacer en la mañana pero aún así, cuando suena la alarma la apagas porque quieres seguir durmiendo?—alegó.

—Y entonces entras en esa disyuntiva con tu propia conciencia que te ordena que hay que levantarse pero que a la vez te dice por lo bajito, cinco minutitos más—terminó él la idea de lo que ella quería expresarle.

—Exacto. Tú eres mi sueño más bonito Sil, y no quería despertarme—concluyó.

Su confesión lo llevó a levantarla del suelo y ambos se fundieron en un abrazo interminable.

—Pero yo no quería ser solo tu sueño. Yo quiero ser tu realidad, porque eso eres para mí, lo más real que he vivido jamás—le dijo al oído y entonces el abrazo, se volvió beso.

Al despegarse ella quiso saber cuáles eran las otras dos razones que lo habían hecho tragarse su orgullo para ir a buscarla esa tarde.

Según comentó entre caricia y caricia, cada vez más intensas, el segundo motivo habían sido las presiones externas. Entre su hermano, su madre, Logan y Natasha no hacían más que darle lata para que pensara mejor las cosas y le diera una oportunidad a su relación.

—¿Y el tercer motivo?—preguntó ella esquivando su beso ansioso.

—Ah eso. Es que desde que me dijiste en el garage que ibas a estar dispuesta a que alguien más te conquistara no he podido volver a dormir en paz—soltó de pronto.

Ahora era ella la que reía con ganas mientras él se empeñaba en hacerla callar con besos.

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