Capítulo 36
El invierno de Logan
El jueves Júpiter había ido al cuarto de los Días a trabajar con la ilusión de que Silver apareciera a comentarle a su «amiga» qué le preocupaba. Por supuesto, ella ya sabía qué cosa le molestaba, que no era más que el momento a solas que compartió con Jonás en la cafetería.
A Robin le había dicho que todo estaba bien, que entendía las explicaciones que dio, pero se le notaba que no le había hecho gracia ver a su amigo y a su novia con tanta complicidad. A la morena se le ocurrió entonces que a lo mejor podría confirmar su teoría auxiliándose de Júpiter.
Sin embargo, Silver no apareció esa noche en la habitación, y por supuesto, se quedaría sin saber cuál fue el motivo de su ausencia a la acostumbrada cita, puesto que ellos no habían intercambiado teléfonos y no podía por tanto, llamarlo ni escribirle para saber si algo le pasaba; él por su parte, tampoco tenía forma de contactarla, en caso de que quisiera darle explicaciones, que tampoco tenía por qué.
A Júpiter la decepcionó un poco que no apareciera. Le gustaban sus encuentros, esos en los que aprendía a conocerlo mejor. A Robin por el contrario, le agradó la idea de que él no hubiera asistido a la reunión y comenzó entonces a albergar la esperanza de que su chico, pudiera ya no necesitar más a su otra versión y que quisiera concentrarse solamente en la relación que estaban comenzando.
Ya sabía que era estúpido sentir celos de ella misma, pero no podía evitarlo. Silver se abría con Júpiter de una manera que no lo hacía con Robin, al menos no todavía, y eso la hacía dudar en ocasiones, pues le temía al hecho de que nunca pudiera lograr ese nivel de confianza entre ambos.
No obstante, era consciente de que lograrlo dependía solo de ella, aunque aún no tenía idea de cómo iba a hacer germinar la confianza entre ellos cuando seguía ocultándole cosas de su vida e incluso le mentía sobre su propia identidad.
Sin duda era un lío gordo ese en el que se había metido, pero ya habría tiempo de pensar en una solución. De momento, solamente quería ocuparse de pasar un lindo fin de semana con sus amigos y su amor.
Para el viernes, Silver fue a recogerla y fueron en el auto de ella a la casa en la playa de la familia Rigo. El trigueño llegó con una pequeña banda cubriéndole un lado de la ceja, pero le dijo que había chocado con la esquina de una mesa, que era solo un corte insignificante.
Robin supo enseguida que le mentía, y recordó su plática en el cuarto de los jueves cuando le comentó sobre la relación convulsa que mantenía con su padre. Temió por él, pero lo dejó estar. Ya le contaría, cuando estuviera listo, tal y como ella le contaría el resto de sus secretos, cuando estuviera lista.
Fueron los futuros filósofos los primeros en llegar al lugar y allí los recibió un emocionado Jonás que parecía niño pequeño a la espera de que lleguen los invitados a su fiesta de cumpleaños. Él mismo los condujo hasta la habitación que ocuparían, una que estaba justo al lado de la que John les había designado a la otra pareja de la fiesta.
—¿Tú consultaste con Natasha para ponerla a compartir cuarto con Logan?—le preguntó la morena al anfitrión.
—Pues no. Es mi casa, mi cumple y mis reglas, si no le gusta, bien puede irse a dormir al salón, o a la playa. Igual, no creo que le desagrade. Eso de que Naty y Lo son solo amigos no se lo traga ni ella misma—aseveró el rubio mientras ponía una cerveza en manos de su colega; Robin rechazó cortesmente la que le ofreció, aunque no pudo evitar mostrar antipatía por el comentario que acababa de lanzar.
Un rato después llegaron Natasha y el flaco, quien para extrañesa de todos, se apareció con un gorro de lana cubriéndole la cabeza, aunque el invierno todavía no asomaba la nariz en el calendario.
Tras los saludos, los recién llegados fueron informados sobre el hecho de que compartirían cuarto, algo que a ninguno de los dos pareció molestarles, lo que provocó que Jonás le dedicara a Robin una sonrisita de triunfo, algo que terminó por cabrear a la chica que optó por dejar de verle la cara al dueño de aquella morada y so pretexto de que quería conocer el lugar, convidó a su amiga a que se lo mostrara, en vista de que Nat, ya había pasado unos días allí.
La casa en la que se encontraban, si bien era todo lujo y modernidad, haciendo honor a los gustos de la señora Rigo, no era una mansión despampanante. Tenía solo dos niveles: en la parte inferior un gran salón con varios muebles, un comedor con una mesa enorme y una cocina que era el sueño de todo chef, o mejor dicho, de un chef, Arnold, quien era contratado cada vez que la familia se apostaba en su relajante hogar.
La parte superior estaba equipada con cuatro habitaciones: la matrimonial, que por cierto estaba cerrada con llave pues solo los señores Rigo tenían permiso de usarla, y otras tres, más sencillas, cada una con su baño.
Pero lo mejor de aquel sitio, —más allá de la playa que adornaba el frente—, era la piscina, posicionada a un costado de la acogedora terraza trasera. La construcción no era muy grande, pero aun así, se veía perfecta.
Logan la vio y enloqueció como si fuera la primera vez que la visitaba. Siempre armaba el mismo espectáculo delante de una pileta.
Y es que en esta vida había solo una cosa que al larguirucho le gustaba más que Naty, y eso era el agua. Incluso había intentado hacerse atleta profesional de natación pero sus dotes físicas nunca llegaron a permitirle triunfar en ese campo.
No resultó extraño entonces que la alberca fuera escogida por él para hacer la primera celebración de ese fin de semana. Las chicas también se mostraron emocionadas con la idea y corrieron a ataviarse para la ocasión.
Robin, ya en su habitación, se puso un traje de baño enterizo de color negro con unas seductoras aberturas a un lado que dejaban al descubierto parte de su piel más clara; por supuesto, por encima se cubrió con un vestido de playa largo y semitransparente que hizo que Silver, quien hasta ese momento se estaba deleitando viéndola pasearse por el cuarto solo con el bañador, pusiera cara de decepción.
—¿Te lo vas a quitar para meterte al agua verdad?—le dijo refiriéndose al vestido playero.
—Sabes que no. Me puedo bañar con él puesto sin ningún problema, para eso está diseñado—respondió la chica mientras se ponía un poco de protector solar en los brazos.
—Pensaba que ya no te esconderías más—alegó el chico al tiempo que le quitaba el frasco de las manos y comenzaba él mismo a aplicarle el producto en el cuello, aunque aquello parecía más una caricia que un acto de ayuda.
—Prometí que ya no trataría de ser invisible para ti. El resto del mundo ya es otra cosa, y todavía no me siento preparada para mostrarme tal cual soy ante los demás. No me presiones por favor—le suplicó.
Él le dio un beso largo y arrebatador como para que supiera que esperaría, que tendría paciencia, que no la obligaría a hacer nada que la hiciera sentir incómoda, mucho menos que le hiciera daño. Además, un poco que le gustaba la idea de que ella quisiera mostrarse solo ante él, eso lo halagaba sobremanera, lo hacía sentir especial.
Sus labios unidos parecían no tener ganas de separarse, y no lo habrían hecho de no haber sido porque Naty comenzó a llamar a la puerta desesperadamente procurando a su amiga.
—Natasha pasó una maestría sobre cómo ser inoportuna, estoy seguro de eso—afirmó Silver con fastidio y procedió a dejarle marchar. —OK, ya va para allá, intensa—le gritó a la rubia que comenzó a protestar del otro lado de la puerta.
—¿No vienes?—quiso saber Ro al ver que él no la seguía.
—Ahora bajo, voy a llamar a mi mamá antes—aclaró.
Quince minutos más tarde Silver salía de la habitación y al bajar las escaleras escuchó voces provenientes de la cocina. Pensó que era Arnold hablando por teléfono con algún proveedor y se dispuso a seguir rumbo a la piscina, pero entonces escuchó la voz de Robin y no parecía estar teniendo una conversación, más bien se escuchaba como una discusión, así que se apresuró a indagar qué pasaba.
Logan, desde la tumbona donde se encontraba, lo vio pasar como un bólido por el salón y en vista de que sabía que John y Robin se habían ido dentro de la casa para hablar, imaginó que habría problemas y fue enseguida a tratar de evitar un posible conflicto, pues conocía de sobra el temperamento de su amigo y sabía que es de los que actúa antes de pensar o pedir explicaciones.
Silver por su parte, mientras se acercaba al lugar de donde provenían las voces, escuchó claramente cuando Jonás le advertía a su novia: —O se lo cuentas tú, o se lo digo yo.
—¿Hablan de mí?, ¿qué cosa es lo que me tienen que contar ustedes dos?—se le escuchó decir al filósofo en un tono que los asustó a ambos.
—Que te lo cuente ella—dijo John y fue derecho a la nevera a por otra cerveza.
Robin estaba pálida. Movía con nerviosismo sus manos y tragaba saliva con dificultad. Síndrome del atrapado in frganti sería el término correcto a emplear para describir su estado emocional.
—Vamos DeLuca, estoy esperando una explicación— dijo y se cruzó de brazos. La llamaba por su apellido y eso solo ocurría en dos momentos, o cuando quería cabrearla, o cuando estaba muy enojado. Ella lo sabía de sobra.
Por fortuna, si de algo podía presumir Robin era de su buena memoria y fue a ella a quien apeló para salir del atolladero en que se encontraba. Recordó que antes de que John la convidara a hablar, lo había visto en una videollamada con una muchacha que reconoció como la misma que acompañaba al rubio fortachón en el club el día del altercado con Natasha, a quien ella pudo ver mientras se escurría de las habitaciones para dar la idea de que recién llegaba al lugar. Entonces supuso que esa era la famosa nueva conquista que tanto les había anunciado.
Eso le dio una idea y decidió probar suerte.
—No hablábamos de ti Silver, sino de Nat. Aquí el Jonás, que quiere traerse a su nueva novia y pretende contarle a Natasha quién es antes de que aparezca, pero yo le estoy insistiendo para que mejor le de la sorpresa y así no le amargue el día, en vista de que estoy segura de que el sábado y el domingo se le arruinarán en cuanto sepa que este—dijo señalando a John que la miraba totalmente desconcertado con su relato—anda con la misma tía con la que casi ella se va a las manos en el dichoso club aquel, ¿te acuerdas?—aludió.
—¿Eso es verdad tío?—indagó Silver no muy convencido.
El futuro cumpleañero se lo pensó un momento, todo lo que duró vaciar la botella de Corona y echar el embase en la basura.
—Sí, es cierto. No quiero problemas que vayan a arruinarme los festejos. Así que te aconsejo que hables con tu amiga y la prepares, y será mejor que te apures, te quedas sin tiempo—acotó mirando con furia a la morena, a quien no pareció preocuparle la amenaza que le hicieron, pues en su interior, solo podía respirar aliviada. Se sentía como si acabara de esquivar una bala.
A quien sí no le hizo gracia ni el tono de voz ni la forma en la que Jonás le había hablado a su novia fue a Silver, que ya se disponía a reclamarle cuando Logan, que hacía rato contemplaba la escena sin ser visto, decidió intervenir.
—Qué pasa aquí troncos, la fiesta es en la piscina no en la cocina, dejen a Arnold trabajar y vengan a refrescarse que hace tremendo calor y el agua está riquísima—dijo haciendo que todos le prestaran atención.
Fue entonces que comenzaron los gritos de asombro.
El flacucho ya no llevaba el gorro invernal que por nada del mundo había querido quitarse al llegar y ahora dejaba ver una calva brillante donde una vez, lució una hermosa y extensa melena.
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