Capítulo 34
Tadeo es mucho Tadeo
El niño jugaba con un tren cuyas vías se extendían por todo el suelo.
—¿Qué haces enano mío?—se sentó a su lado.
—Jugando—respondió sin mirarla.
—Puedes dejar eso un momento y atenderme, que tengo algo que decirte—el pequeño obedeció al instante.
—Dime Roro.
—Bien. ¿Recuerdas el muchacho que fue conmigo a la escuela a buscarte cuando tuviste el accidente?-dice mientras le acaricia la escayola pintorreteada a más no poder. Menos mal que se la retiran el lunes, piensa.
—Sí, ya sé que es tu novio–le informa muy tranquilo. —La abuela me lo ha contado, y me ha dicho también que tenemos que estar felices por ti, porque ahora tienes a otra gente que te quiere, como nosotros—agrega.
—¿Y qué te parece eso?—inquiere ella.
—Me parece bien. Pero hay algo que no entiendo.
—¿Qué cosa?—pregunta temerosa. Nunca se sabe qué está maquinando esa cabecita intranquila suya.
—Si ya tienes a Naty que te quiere mucho, y también a la abuela y a mí, ¿para qué necesitas a ese novio?
Robin tragó en seco. Este pequeñajo cada vez hacía preguntas más complejas, y cada vez le costaba más trabajo contestar sin hacerse un lío.
Ella era de las que pensaba que a los niños hay que hablarles con la verdad, pero una que ellos logren entender, no que los confunda.
—A ver mi amor—lo llevó hasta la cama y lo hizo sentarse en su regazo. -El cariño de un amigo y de la familia, es un cariño distinto al de una pareja, y todos son necesarios.
—Sí, ya sé, el cariño de un novio es para tener niños—dijo muy sereno.
A Robin por poco se le desencaja la mandíbula, pero eso fue una nimiedad en comparación a cómo se le desencajó el corazón con lo siguiente que le preguntó:
—¿Cuando tú tengas niños te vas a olvidar de mí?—le clavó sus ojos verdes y ella tuvo que apelar a toda su fuerza para no llorar a mares.
Lo abrazó, lo llenó de besos y luego lo tranquilizó.
—En primer lugar, nadie va a tener niños por ahora. Qué va, contigo tengo más que suficiente. Y en segundo lugar, tú eres imposible de olvidar. Tú siempre serás mi enano, el único, y nada ni nadie va a cambiar eso jamás. Además, en unos años, cuando yo tenga niños, voy a necesitarte conmigo, para que me ayudes como el gran hermano mayor que serás. ¿Te apuntas?—le dijo divertida.
—Sí claro, cuenta con ello—afirmó con una sonrisa, y chocaron los cinco.
Ella volvió a regalarle un abrazo asfixiante e intentó darle un beso esquimal, como le hacía cuando era pequeñito, pero él rechazó la caricia y salió huyendo, alegando que ya estaba demasiado grande para esas niñerías.
Robin rió por su reacción y decidió complacerlo tratándolo como el hombrecito que se creía, aunque seguía viéndolo tan pequeño e inocente como la primera vez que lo tuvo en brazos y estaba segura que así continuaría, hasta el fin de sus días.
Ya en la puerta, a punto de salir, se volvió para cerciorarse de que se comportaría y trataría bien a Silver la próxima vez que se encontraran.
—¿Puedo confiar en que te vas a portar como es debido con mi novio?—preguntó.
—Que sí pesada, lo prometo—confirmó prestándole nuevamente toda su atención al tren que reptaba de nuevo en su viaje interminable por la habitación.
****
Silver la recogió puntualmente y en la puerta de la casa, a la antigua.
A Robin le extrañó no ver que llevaba su acostumbrada cazadora. Esa pieza de ropa para él era casi que un apéndice, y siempre que andaba en moto, la llevaba puesta; pero esta noche no.
Lucía pantalón y blazer gris perla y remera negra que le combinaban con sus zapatos. Un poco elegante para subirse a lomos de su bestia de los infiernos, según le parecía a la morena.
Ella por el contrario, no andaba nada glamorosa.
En vista de que no tenía ni la menor idea de adonde la llevaría, elegió vestir algo tan casual como su vestido favorito, que no era más que una prenda estampada con pequeñas flores entre blancas y rosadas, -sin escote pronunciado y sin mangas-, largo hasta el final de sus muslos y con una falda ancha. Lo combinó con una chaqueta de mezclilla azul clara y unas botas de color marrón.
Esta noche llevaba el pelo suelto sobre la espalda por petición de Silver, que se había pasado toda la tarde enviándole mensajes suplicantes, pues no quería volver a ver su moño de bailarina.
Cuando llegaron a la calle Robin dejó escapar un grito alocado y comenzó a dar brincos de alegría, para sorpresa de su acompañante.
—No puedo creer que Jonás te haya prestado su Maserati—su cara era un verdadero poema, sobre todo bajo la luz amarillenta de los focos de la calle.
En efecto, delante de los jóvenes se exhibía con elegancia una máquina preciosa, de color azul oscuro y descapotable, precisamente propiedad de John.
—Y tú cómo sabes la marca del carro y que además es de Jonás—curioseó él mientras la tomaba por la cintura y la acerca a su cuerpo.
—No sólo sé que es de ese energúmeno, cosa que sabe medio país, y su marca—se apartó de él y comenzó a hacer una exposición como si estuviera intentando vender el auto y Silver, fuera su cliente.
—Estamos en presencia de un Maserati GranCabrio MC del año pasado: descapotable, con asientos delanteros con ajuste eléctrico, tapicería de cuero, climatización automática, pedales deportivos, encendido automático de luces, sensor de lluvia, luces traseras con tecnología Led y faros antiniebla entre otras características; incluyendo un motor V8 con 460 caballos, una caja de cambios automática de seis velocidades y un sistema de tracción trasera. Puede además acelerar de 0 a 100 kilómetros por hora en 4,9 segundos y alcanzar una velocidad máxima de 291 kilómetros.
Cuando terminó la exposición Silver aplaudía eufórico y ella hacía reverencias a su público.
—Madre mía, ni yo tenía idea de todo eso. Dónde lo aprendiste, no me digas que en Google—le cuestionó.
—Antes de trabajar en el hotel estuve de aprendiz de vendedora en un concesionario de autos de lujo y ni te imaginas la cantidad de descripciones similares que me tuve que aprender de memoria.
—¿Y por qué lo dejaste?, parece que se te daba bien y con esa figura que tienes podías haber tenido futuro en el mercado automotriz—bromeó él.
—Precisamente por eso no seguí. Porque les interesaba más mi papel de la tía buenorra que atrae clientes por su buen culo, antes que la chica que en una semana sabía describir con pistas y señales hasta los carros que ni siquiera estaban en venta—pareció enojarse.
Él volvió a abrazarla y le dio un beso en la frente.
—Siento mucho que hayas tenido que pasar por eso nena—le dijo con cariño y la besó en los labios.
—No importa, me quedaron los conocimientos, los que acaban de servirme para impresionar a mi chico—le echó en cara toda horonda.
—Eres una cajita de sorpresas señorita DeLuca—diciendo esto procedió a abrirle la puerta del auto e invitarla a subir.
—¿Cómo lograste que Jonás te prestara su joya más preciada?—preguntó mientras emprendían la marcha. -—No lo habrás dejado amarrado de pies y manos en la cochera verdad?—se burló.
—De algo me tenía que servir el romperme las manos mensualmente haciéndole de mecánico gratis—respondió divertido. —Me lo cedió sin chistar, aunque me ha advertido que bajo ninguna circunstancia le vayamos a llenar de fluidos los asientos. ¿Le hacemos caso?—lanzó la interrogante sin despegar los ojos de la carretera.
Ambos se miraron con malicia y respondieron a coro:
—Naaa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top