Capítulo 33

La primera pelea

Pasaban las 8 de la mañana cuando Robin salió del cuarto con la mayor cautela, pues Silver aún dormía. Se habían quedado rendidos hacía muy poco, dividiendo el tiempo entre orgasmos y conversaciones.

No obstante, la chica no había podido pegar ojo, preocupada como estaba de que a Ivanna le fuera a molestar la facultad que se tomó al llevar un chico a su habitación.

Por eso dejó la comodidad de la cama y el calor de los brazos de ese hombre que hace apenas unas horas la había sacado de su órbita. Quiere asegurarse que no ha socavado la confianza de su anfitriona y ha puesto en riesgo el cariño que las une por dejarse arrastrar por el deseo.
En la cocina comedor encuentra a Tadeo devorando un tazón con cereales. Le da los buenos días revolviéndole el pelo y le deja un beso en la frente.

Abuela y nieto también la saludan y la invitan a desayunar con ellos, pero ella declinó la oferta, no quería dejar que Silver desayunara solo.

—Ivanna, ¿crees que podamos hablar un minuto?—le hizo saber en cuanto el niño se fue al salón.

—Sí, claro mi amor, ven acércate—se sentó frente a la joven con la mesa de por medio. —¿De qué me quieres hablar, del muchacho que está en tu cuarto?—le dijo con la mayor naturalidad.

Robin se puso más roja que manzana neoselandeza y se llevó las manos a la cara para tapar su vergüenza.

—Hey, que no te de pena cariño. Yo también tuve tu edad y sé lo que es la pasión de los inicios en una relación de pareja—alegó y procedió a quitarle las manos del rostro.

—Me da pena contigo, debí consultarte antes—insistió la morena.

—A mí no tienes que pedirme permiso para ser feliz. Es lo que más quiero en esta vida, tu felicidad y la de ese niño que está allá afuera, no importa nada más. Ese es tu cuarto, esta es tu casa y si traer a ese muchacho a pasar la noche contigo va a dejarte con ese brillo en los ojos, pues por mí será siempre bienvenido. Confío en tu buen juicio y sé que si has esperado tanto para dar este paso, es porque estás segura de que es la persona correcta—aludió la señora Larry.

A Robin se le aguaron los ojos y casi se le caen las lágrimas cuando la escuchó hablarle de esa manera tan maternal.

—Gracias por ser tan linda siempre conmigo—le dijo entre sollozos.

—Tú te lo mereces mi niña. Mereces toda la felicidad del mundo y si yo puedo contribuir a que lo seas, puedes estar segura de que haré lo que haga falta. Es mi deber. Lo menos que puedo hacer para contrarrestar el daño que sufriste, un poco por mi causa—ahora era Ivanna la que evitaba llorar.

Era una mujer que ya pasaba de los 70, pero que aún así lucía un físico y un espíritu que ya muchas de menor edad quisieran tener. Tanta era su vigorosidad que se negaba a jubilarse, aunque en la textilería ya no la dejaban hacer trabajos pesados y solo se dedicaba a enseñar a las nuevas generaciones de costureras.

A Robin no le gustaba verla martirizarse así, y siempre la recriminaba por ese sentimiento de culpa que albergaba y que no le correspondía. Si alguien no era culpable de sus desgracias, esa era esta mujer delgada de pelo gris, que ahora se enjugaba las lágrimas y disfrazaba su dolor con una sonrisa maliciosa.

—¿Y bien, qué tal las cosas con el joven?—preguntó bajito.
Robin se echó hacia atrás en su silla y lanzó un largo suspiro.

—Maravilloso. Creo que no me había sentido así en la vida. Silver es...—vaciló, tratando de encontrar los adjetivos correctos. —Silver es todo lo que yo necesitaba—zanjó.

Fue a por una taza de café y mientras lo tomaba, miró al salón y vio a Tadeo jugando en la consola.

—Me preocupa cómo va a tomarse esto el enano. Sabes que se pone verde cuando me ve con alguien, y eso que en 8 años nunca he tenido novio formal—comentó.

Ivanna fue hasta donde estaba, le quitó la taza vacía de las manos y se puso a fregarla.

—Tú por el niño no te preocupes que yo me encargo. Ve y encausa tu vida, que ellos al final crecen y muchos ni se la piensan para dejarnos solas. Ya se acostumbrará a verte con novio—afirmó y le dio una bandeja con frutas, jugo y tostadas con mantequilla.

—¿Y esto?, ¿en qué momento preparaste esta cantidad de cosas?—preguntó Ro sorprendida.

—Cuando te levantaste, ya hacía rato que les tenía el desayuno listo. Ahora ve, corre a alimentar a ese hombre que si me llevo por el tiempo que te has pasado sola, debes haberle sacado hasta la última gota de energía—acotó divertida.

Robin volvió a enrojecer y enfiló por el pasillo con paso tambaleante por el peso de la bandeja y todavía emocionada por la plática que acababa de tener con la dueña de la casa.

****

Puso la bandeja encima de un pequeño mueble que había al lado de su puerta, abrió esta con extremo cuidado y penetró en la habitación tratando de no hacer ruido, pero Silver hacía tiempo que ya no dormía, casi que desde que la sintió abandonar el lecho.

—Buenos días—su voz estremeció a Robin que, en ese momento, estaba colocando el desayuno encima de la pequeña mesita que usaba como tocador.

Se acercó a él y le dio un corto beso como respuesta a su saludo.

—A dónde fuiste tan sigilosa—preguntó mientras la hacía recostar la espalda a su pecho desnudo.

—Lo siento, no quise despertarte. Tenía que hablar con Ivanna sobre ti y tu presencia aquí. No pensaba dejar que te fueras como un ladrón, escapando por la ventana—le aclaró.

—Créeme, no pensaba hacer eso. Ni que fuéramos adolescentes haciendo algo indebido—habló y con el disimulo introdujo una mano por dentro de su camisón y comenzó a juguetear con su pezón que respondió al estímulo al instante. —¿Qué te dijo ella, se molestó contigo?—preguntó sin dejar de asaltar la cumbre oscura de sus senos.

—Ya sabía que estabas aquí y le pareció bien—alegó la chica casi soltando las palabras de una en una, pues la excitación que Silver le estaba despertando no la dejaba hilvanar una oración coherente, tampoco ayudaba mucho la erección que sentía crecer a sus espaldas. —Te mandó el desayuno porque dice que debo haberte dejado sin energías—ella echaba la cabeza hacia un lado dejando el cuello expuesto, como una clara invitación para que lo besara.

Él la complació.

—Parece maja la abuela—dijo entre un beso y otro. —Y adivina también, porque en serio, eres insaciable muchacha, casi me matas.

—¿Ah sí?—acababa de usar un tono que a Silver le recordó los días de su absurda guerra. Y como en efecto, la morena tomaba nuevamente las armas y le dejaba en claro, apartándose de él, quién tenía el poder en su conflicto bélico.

Fue hasta la mesa, recogió la bandeja con el desayuno y lo llevó a la cama.

—Mejor comemos entonces, no queremos que te de una hipoglucemia de camino a casa—dijo y le extendió una tostada.

—¿Ya quieres que me vaya?—indagó preocupado.

—No he dicho eso.

—Pero lo insinuaste.

—Tú insinuaste antes que yo soy demasiado exigente.

—Por Dios mujer que no era una crítica, se suponía que era un cumplido, no hacía falta molestarse.

—Yo no estoy molesta.

—No hombre no, quién dijo. Tú no estás molesta. Eso es tan cierto como que yo no estoy empezando a vestirme para irme a mi casa—Silver hablaba muy en serio y para demostrárselo, comenzó a ponerse la ropa con saña y con premura.
Ella de repente comenzó a reír como si la hubiera poseído el espíritu de una demente.

—¿Y ahora qué mosca te picó?—preguntó él movido por la intriga.

—No llevamos ni 24 horas de novios y ya acabamos de tener nuestra primera pelea. Esto de veras promete—dijo ella bajando los deciveles de su risotada desmedida.

El futuro filósofo se ha quedado mirándola cual víctima de un hechizo. Disfruta su risa y los gestos que hace con la cara cuando se deja llevar por lo que siente, sin cohibirse, sin limitarse. Se fija en que cuando ríe se le profundiza el hoyuelo que se le hace en la barbilla y de tan roja que se pone, sus pecas son más visibles.

Esa imagen lo paraliza mucho más que el hecho de haberla escuchado llamarlo «novio». Por lo visto ya tenían etiqueta, una que a él por lo menos, le agrada mucho y lo obliga a olvidar que minutos atrás estaba molesto por su actitud sin sentido.

Se acerca a ella y la apaga con un beso intenso, de esos de los que la dejan con ganas de flotar.

—Si lo que querías era sexo de reconciliación, mejor te vas olvidando—le anuncia.

—Eres gilipollas, ¿lo sabes verdad?—lo provoca ella, pero no logra su propósito de cabrearlo.

—Sí, lo sé. Me lo dicen todo el tiempo. Paso a recogerte esta noche a las 8—le informó. Robin intentó protestar pero otra vez sus labios fueron silenciados.

—A las 8—recalcó el chico, y se dispuso a salir de la habitación.

Ya afuera se presentó con Ivanna que estaba en ese momento en el garage.

Robin los vio platicar muy animadamente desde la ventana y aquello la dejó aún más tranquila. Ahora solo quedaba convencer a Tadeo para que no le declarara la guerra a Silver.

Con ese objetivo, se dirigió a su cuarto.

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