Capítulo 31
La casa del mal
El viernes los estudiantes de filosofía salieron un poco más temprano de lo habitual, pues se ausentó uno de los profesores.
Robin se ha pasado todo el día, sin conseguirlo, tratando de que su mirada choque con la de Silver, pero este no parece estar interesado en que eso suceda.
A la morena le preocupa que su plática de la noche anterior con su versión enmascarada no haya servido para nada, aunque está consciente de que quien debe dar el primer paso para acercarse es ella, en vista de que fue quien se alejó.
Por eso ha decidido dejar de dilatar el asunto y ahora anda con paso apresurado tras el chico de la cazadora de cuero, que no sabe en qué momento se le ha perdido de vista.
Lo divisa preparándose para asirse a su moto, y tuvo que pegar una carrera para conseguir atajarlo a tiempo.
-¿Me puedes llevar?-le grita con el aliento entrecortado por el esfuerzo. Vale que ella está acostumbrada a correr, pero intenten hacerlo con botas, vestido largo y mochila a la espalda a ver cómo les va.
-¿Y tu auto?-pregunta mientras lo busca con la mirada entre todos los vehículos que descansan en el aparcamiento.
-Está en el taller, necesitaba un cambio de aceite, según me han dicho-respondió ya estando a su lado. -¿Me llevas o no?-le insistió apelando a toda la salamería de la que era capaz.
Él le extendió un casco como respuesta.
Robin lo aceptó sin poder disimular su alegría y ya cuando estaba acomodada a sus espaldas, procedió a informarle de un plan que ella había diseñado la noche anterior, motivo por el cual había dejado el auto en su casa y no en el taller como le hizo creer a Silver. Naty se había ofrecido a llevarla a la escuela para que pudiera poner en práctica su estrategia.
-Hay un problema. Justo ahora no voy para mi casa, tengo que ir antes a un sitio.
-¿A dónde?-indagó el motorista con aparente desgane.
-Tú arranca esta bestia que yo te guío-ordenó muy segura.
-Como quede lejos me vas a pagar la gasolina-dijo Silver empleando un tono más bajo de lo habitual pero aun así, su pasajera lo escuchó.
-Mira que eres rastrero. No es lejos, pero si lo fuera te ibas a quedar con las ganas porque no tengo dinero para pagarte el viaje-alegó la joven.
-¿Quién habló de dinero?-refutó y encendió la máquina.
Silver, guiado por las indicaciones de Robin, condujo hasta las afueras de la ciudad. La pareja se detuvo frente a una casa ni muy grande ni muy pequeña, de dos niveles que parecía estar siendo castigada por el tiempo y el desuso, a juzgar por lo maltrecha que se veía su fachada y lo poco cuidado que estaba el jardín, en comparación con los demás hogares que colmaban la vecindad.
Su compañera de clases lo animó a que la siguiera adentro de aquel sitio y Silver pudo apreciar entonces la notable diferencia de aspecto entre el interior y el exterior del lugar, pues tras cruzar la puerta, se encontró con un espacio limpio, ordenado y agradable que hacía parecer que todavía había vida entre sus despintadas paredes.
-Qué es este lugar, qué hacemos aquí-quiso saber preso totalmente por la curiosidad.
-Es la casa de mi madre. Aquí crecí. Ella me la dejó como herencia al morir. Seguramente te estás preguntando como es que teniendo este lugar pagaba una renta en un apartamentucho de mala muerte y ahora vivo de la caridad de Ivanna.
-Claro que me lo pregunto, pero si no quieres no tienes por qué contarme.
Ella lo tomó de la mano y lo llevó hasta la habitación del final del pasillo. Era pequeña, como para una niña, pero muy bien cuidada. Lo convidó a entrar, pero ella se quedó en la puerta, como si traspasar el umbral le suponiera hacer un doloroso viaje al pasado, y así era.
-Dentro de este cuarto dejé de ser una criatura inocente-habló con la espalda pegada al marco exterior de la puerta y sin mirar en dirección al interior del lugar. -Sobre esa cama conocí el verdadero rostro de la maldad humana y comencé a dejar de ser yo para convertirme en esta mujer aparentemente fuerte pero insegura a morirse, que desconfía de todos y que no se ha permitido jamás ver a un hombre de una manera distinta a la que me han visto siempre a mí, como un objeto utilizable y desechable-agregó.
Robin casi que salió corriendo del cuarto apenas terminó de hablar. Silver fue detrás y la encontró sentada en el sofá con la cara entre las manos, aunque no lloraba.
-Lo siento, no aguanto estar más de un minuto allí-le dijo en cuanto lo sintió ocupar sitio a su lado.
-No te disculpes. Imagino que debe ser muy difícil rememorar esas cosas horrendas que te hicieron pasar-dijo tomando una mano de ella entre las suyas. -Si quieres nos vamos-sugirió.
-No, te traje porque quiero que conozcas esta parte de mi vida, para que entiendas porque me he comportado así esta última semana. Me cuesta mucho abrir mi corazón a alguien, de hecho, nunca me lo he permitido-dijo muy segura y prosiguió la historia.
-Después de lo que pasó y tras el nacimiento de Tadeo vivimos aquí dos años más, hasta que mi mamá falleció. Le detectaron un cáncer de útero que apenas nos dio tiempo a adaptarnos a la idea de que estaba enferma y se moría-se le quebró la voz. -Cuando la perdí no pude seguir aquí. Eran demasiados recuerdos, tan malos que olvidé que una vez fui feliz en esta casa. Entonces Ivanna vino a nuestro rescate. Nos acogió en su casa para no dejarnos a merced del sistema y nos cuidó hasta que yo pude valerme por mí misma y logré mudarme al apartamento-prosiguió.
-¿Por qué no la vendiste?-preguntó él.
-Al principio pensaba que estaría traicionando a mamá deshaciéndome del legado que nos dejó, y ya después la casa se fue deteriorando y ahora mismo no es que valga mucho, así que prefiero quedármela. Quién sabe si le puede ser útil a Tadeo algún día. Por suerte Ivanna se ha ocupado de mantenerla por dentro. Viene a limpiar y a ordenar una vez por mes, o si no manda a alguien. Gracias a eso no se ha caído a pedazos-sonrío y a Silver esa mueca triste le pareció el más hermoso de los espectáculos.
Ella levantó la vista y chocó de frente con el marrón de sus ojos. Por un par de minutos no les importó nada más que mirarse fijamente, que muchas veces es la mejor manera de decir: Te quiero.
-Silver, si me porté así contigo antes fue porque tenía dudas y necesitaba pensar, aclarármelas. Quería estar segura de mis sentimientos antes de hablar contigo.
-¿Y te las aclaraste?
-Sí. Entendí que no quiero estar lejos de ti, que quiero confiar en lo que te despierto. Por eso te traje. Es mi forma de demostrarte que ya no tengo miedo a que me veas tal como soy. No quiero seguir siendo invisible, no para ti.
Un par de lágrimas comenzaron a descender de sus ojos hasta su regazo, pero las que le sucedieron a esas, no llegaron a su destino. Silver le había tomado la cara con sus manos y secado su incipiente llanto con sus pulgares.
-Para mí tú nunca has sido invisible-le dijo y le dio un beso en la frente.
-Bésame por favor-la escuchó decir casi susurrante.
-Acabo de hacerlo-respondió haciéndose el tonto.
-Así no-demandó y Silver, obviamente, no demoró ni un segundo en complacerla.
La besó con paciencia, como si quisiera saborear cada centímetro de su boca, como si buscara mostrarle con ese solo beso cuánto la había extrañado, pero sobre todo cuánto la deseaba.
El beso se fue haciendo intenso y cuando las ganas de poseerse comenzaron a desbordarlos, él frenó.
-Vámonos de aquí-le dijo. -No quiero que construyamos un recuerdo bonito en este lugar-zanjó.
Ella estuvo de acuerdo y poco tiempo después ya estaban nuevamente en la carretera.
En un momento del trayecto la muchacha dijo algo que Silver no alcanzó a entender.
-¿Qué dijiste?-vociferó él para que su compañera entendiera que no logró escuchar la frase que lanzó al aire.
-Que me debes un secreto-gritó ella a todo pulmón.
No pudo ver cómo el motorista sonreía con malicia. Al parecer, ya sabía qué secreto suyo iba a contarle.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top