Capítulo 18
Nada es lo que parece
El plan que Silver había ideado consistía en que cada uno expusiera su criterio sobre cómo quería desarrollar el número que presentarían; de ambos proyectos se tomarían entonces los mejores puntos y con estos se conformaría el baile final.
La propuesta se la había hecho llegar por medio de un mensaje, en vista de que no pudieron coincidir en un par de días. Con este ofrecimiento vino además el consejo de que hiciera un poco de ejercicio físico el fin de semana, para que estuviera un poco más en forma a la hora de enfrentar los ensayos.
Esto último a Robin estaba de más decírselo, puesto que ella tenía por costumbre correr todas las mañanas antes del amanecer, un hábito que adoptó tras la muerte de su madre.
Eran esos minutos que se regalaba a solas con el entorno, el único tiempo que había tenido para llorar su terrible pérdida. Fue una especie de terapia que la alivió en su momento, y que la sigue aliviando a diario.
Silver, por su parte, pasaría el fin de semana pegado a Logan como percebe en ballena. Pensaba llevarlo al gimnasio a que liberara toda esa energía negativa haciendo sparring y a que levantara pesas, para que así pudiera irse a la cama agotado. Era la mejor manera de lograr que la culpa y el arrepentimiento lo dejaran dormir al fin.
Para el amanecer del domingo Lo tenía una cara de angustia que daba pena.
—Por favor bro, ya no más ejercicio, prometo que no me pongo triste en la vida, por mi madre te lo juro—suplicaba el flacucho con la esperanza de que su amigo lo dejara dormir un poco más.
—Mira que eres flojo. Ok, quédate ahí babeando la almohada. Yo me voy a correr un rato—le dijo lanzando un cojín en su dirección que le dio justo en la nariz. Si no hubiera estado tan cansado, ese golpe lo habría espabilado enseguida.
Silver se puso una sudadera negra y un short corto de un color menos intenso pero igualmente oscuro, se calzó las zapatillas deportivas y recogió los flecos de su frente con una banda elástica blanca.
Pocas veces hacía aquello de correr por el parque y senderos aledaños. Lo suyo eran los hierros. Eso de darle velocidad a las piernas solo le gustaba cuando jugaba al fútbol o entrenaba a los niños, pero necesitaba de ese tiempo a solas.
Llevaba días en plan oyente de Logan, escuchando sus quejas, sus autocríticas y apelando a toda su paciencia, para no ponerle morado el otro lado de la cara cuando empezaba a compadecerse a sí mismo, cual si fuera la peor persona del mundo.
Este era su momento para adentrarse en sus propios pensamientos. Tan bien lo hizo que, sin darse cuenta, se metió por una calle por la que casi nunca transitaba, ni siquiera en su moto. Todo se le antojaba desconocido, con excepción de la chica que estaba saliendo de una de las casas de la vecindad.
Era Robin.
—Vaya, no sabía que yo era vecino de Gandalf «el Gris»—le dijo burlonamente refiriéndose a la vestimenta que la cubría: un conjunto deportivo compuesto por pantalón y abrigo extremadamente anchos. Llevaba además la cabeza cubierta con la capucha de la prenda. Toda la ropa era gris, de ahí la relación que hiciera Silver con el famoso mago.
Ella no le prestó atención a su comentario y comenzó a correr sin siquiera darle los buenos días. Él fue detrás.
—Tú debes tener en la barriga una verruga en forma de brócoli, o un tercer seno o no, ya sé, tienes más pelo en el pecho que la barba de un irlandés—siguió parloteando sin lograr su objetivo de hacer que la muchacha reaccionara.
—A ver tía, es que no puede ser normal que ni para hacer ejercicios dejes las túnicas. Que se te va a reventar un aneurisma mujer por estar corriendo con tanto trapo encima con estos calores. Oiga ni que viviéramos en Pakistán—las palabras de Silver no parecían calar en lo más mínimo en la chica de gris, quien continuaba su trote sin preocuparse por su presencia.
Eso terminó por molestar a Silver que, como siempre, se dejó llevar por los impulsos y le aplicó los frenos a la corredora sosteniéndola fuerte por uno de sus brazos, obligándola a detenerse.
—¿Qué quieres?—ripostó ella con soberbia.
—Que me respondas algo—sostuvo él.
Ella se cruzó de brazos y lo convidó a que soltara su interrogante.
—Por qué te escondes—dijo. Ya no la sostenía, había soltado el agarre y se había deslizado de modo tal, que ahora su mano aprisionaba uno de sus dedos, el pequeñito.
Ella lo liberó con delicadeza y comenzó a andar.
—A qué tú le llamas esconderse, a no vestir a la moda, a que no me guste la ropa que no deja nada a la imaginación o a que no sea como todas las mujeres con las que estás acostumbrado a tratar—preguntó de vuelta.
—Entonces de eso se trata todo, de romper los moldes, ¿es eso lo que persigues, marcar la diferencia?—contraatacó él.
—Por supuesto que no, no me interesa ser diferente, solo quiero ser una más, pasar desapercibida, ser invisible. Creo que es la mejor manera de vivir en paz, cuando nadie te ve.
—Y por qué no quieres que te vean, a qué le tienes miedo—la volvió a encarar y esta vez, ella le sostuvo la mirada.
—A que solo miren el exterior y se conformen con eso, y que solo se queden por eso. Que no profundicen, que no vean más allá. Sabes, mi cuerpo me avergüenza, lo aborresco—de repente calló, le parecía que estaba hablando demasiado, pero a la vez la invadían unas ganas locas de liberarse.
Silver la vio vacilar e intentó que se relajara.
—Lo sabía, tienes tres ombligos, y no son operables—dijo, logrando que Robin sonriera, aunque fue una sonrisa triste, más bien, dolorosa.
—Pues fíjate que no. Modestia aparte, tengo un cuerpo de 10—Robin lo vio poner cara de «explícate porque no entiendo nada» y decidió sacarlo de la duda. —Cuando cumplí los 13 parecía una adolescente de 15 o 16 años, tenía curvas para repartir. Yo estaba tan orgullosa de mi físico que ni te imaginas. Hasta que un día alguien muy cercano a mí comenzó a fijarse demasiado en esos atributos, y se concentró tanto en ellos, que olvidó que seguía siendo una niña. Tomó todo cuanto quiso de mí, por la fuerza, y cuando terminó, no solo se había robado mi inocencia sino que me hizo entender que mi cuerpo no era mi aliado, era mi enemigo. Desde entonces lo trato como tal.
En ese punto de la historia, Silver creía que Robin se quebraría. Era lo lógico, en definitiva la había hecho revivir un pasaje traumático. Cualquiera que hubiera vivido un horror semejante se habría roto en pedazos al contarlo, pero ella no. Tan solo respiró profundo y le pidió por favor que no le preguntara nada más del tema.
Él se quedó con ganas de saber qué había pasado con ese mal nacido abusador, y si esa había sido la causa por la que se embarazó tan joven y no el haber sido una adolescente libertina e irresponsable como él creía.
Se sintió tan estúpido.
Robin acababa de darle una lección. Nada es lo que parece.
Pero esa mañana también se convenció de algo. Le fascinaba el carácter, la fuerza y la forma de pensar de esa mujer. Esos tres elementos le habían permitido verla, aún cuando ella luchaba por permanecer oculta, aún estando protegida por su armadura de telas.
Qué bien se sentía reconocerlo.
—Te invito a desayunar—le dijo abrazándola por los hombros e incitándola a caminar.
—Pero si yo nunca desayuno—intentó safarse la morena.
—Por la primera vez se empieza. Oye, y ¿en serio eres un 10 o estabas tratando de impresionarme?—inquirió el chico.
—Tendrás que aprender a vivir con la duda—respondió ella inocentemente; aunque sin saberlo, acababa de desafiarlo.
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