Capítulo dieciocho: Pequeñas similitudes


Capítulo dieciocho: pequeñas similitudes.

2 de abril, 2016.

— ¿Estarás bien?

—Ya te he dicho que sí, Val. Ahora, vete o llegarás tarde —Me alienta Mich.

Soy consciente que está retraído en el apartamento como si fuese una fortaleza y necesita salir. Todavía no conoce a mis amigos y he pedido que no me visiten hasta lograr que él se sienta más cómodo. Le compré un celular que aún no usa. Al menos se entretiene leyendo las novelas que me ha regalado Alexa, parecen divertirle, creo que Alexa disfrutaría mucho discutiendo opiniones de ellos con él y sería feliz al saber que mi hermano puede devorarse los libros en tan solo horas.

—Está bien, cualquier cosa no dudes en llamarme.

—Ya deja de tener miedo y ve, Val.

Ríe y me da suaves empujones hacia el ascensor. Tiene razón, tengo miedo de hacia dónde me dirijo. Él me dice adiós con la mano antes de que las puertas se cierren. Me giro y me observo en espejo. Llevo un vestido azul marino con medias negras debajo de él y unas botas de tacón, mi abrigo es largo y blanco, es uno de mis favoritos. Mi moretón ya ha desaparecido y el maquillaje sutil hace que mis ojos se vean brillosos, pero eso quizá se deba más al hecho de que voy a una exposición privada de E. Schwarzenberg. De Edmun.

El ascensor no tarda en llegar y abrir sus puertas, saludo y sonrío al Robert salir cuando me indica que el taxi está esperando por mí. Debo obtener un auto en cuanto pueda, aunque debo admitir que conducir no es de mis pasatiempos favoritos por ello nunca cambié mi antiguo auto por mucho que llegó a fallarme. Hasta hace poco, que se arruinó en el pequeño accidente, ese había sido el único auto que había tenido en mi vida, no era precisamente antiguo, pero llevaba años conmigo, mi primera compra como mujer independiente cuando vine vivir a Londres. Fue algo muy simbólico para mí.

Subo al taxi y suspiro al ver mi reloj, en mi muñeca izquierda, solo confirmo lo que ya sabía: voy tarde. Detesto llegar con retraso a algún lugar, pero en esta ocasión desperdicié mucho tiempo pensando si iría o no, además de los molestos nervios que no puedo sacarme de encima.

¿Cuántas verdades de cómo sea que se llame conseguiré hoy?

A pesar de estar perdida en mis pensamientos, eso no me impide sentir que el viaje se me hace rápido y corto. Pago al taxista y bastante nerviosa camino hasta la galería. Es pequeña, todavía algo nueva, pero muy elegante y por lo que he escuchado últimamente se ha vuelto muy solicitada.

Muestro mi boleto a la seguridad ubicada en la entrada y sigo las indicaciones para llegar al salón donde se exponen las obras de hoy. En la entrada del salón acepto la copa de vino que me ofrecen y tomo un folleto que me entregan. Apenas pongo un pie dentro, los vellos de mi piel se erizan.

Su arte está por todas partes y consigue robarme el aliento.

Es extraordinario, incluso lo más común resulta cautivador. Tiene ese poder.

No sé ni siquiera por dónde comenzar a ver. Hay al menos unas ocho de ellas. Doy un sorbo a mi vino y dejo escapar una temblorosa respiración.

—Es asombroso, ¿Verdad?

Volteo hacia la voz femenina de mi lado. Observo a la hermosa mujer que me resulta vagamente familiar. Su cabello oscuro va recogido y unos hermosos ojos azules con verde o verde con azul me observan. Me da una sonrisa dulce e incluso un poco tímida.

»Lo siento, no pude evitar acercarme. Tal vez no me recuerdes, nos hemos visto un par de veces —Estira su mano y la acepto estrechándola—. Soy Hilary McQueen, esposa de Doug...

—Oh —Ahora que tengo una referencia puedo ubicarla.

En una ocasión fue al estudio y muchas veces es noticia debido a su esposo o sus hermanos. Le doy una amplia sonrisa antes de que liberemos nuestras manos.

—Un gusto de nuevo, perdona, lucías familiar, pero no lograba ubicarte.

—No te preocupes, de paso es genial cuando no me reconocen, lo hace diferente —Mira alrededor—. En fin, quería darte la bienvenida al evento, soy parte de esta galería, por lo que si necesitas ayuda, indicación, información o tienes alguna duda, puedes dirigirte a mí.

Mordisqueo mi labio y veo alrededor, no encuentro a Edmun en ningún lugar. Sé que de nada sirve, pero de igual manera me dirijo a Hilary con una pregunta.

— ¿Está el autor de este arte en algún lugar?

—Lo siento, en eso no te puedo ayudar —suspira—. Ya has de saber que es anónimo, no sabemos quién es. Por lo que sé, él podría estar aquí y nosotros no lo sabríamos.

—Sí, imagina eso —Trato de que no haya ironía en mi voz—. Gracias, Hilary. Si tengo una duda no dudaré en acudir a ti y felicidades, esta galería se ve grandiosa.

—Gracias, es un trabajo en equipo y... —Hace una pausa y saca el teléfono del bolsillo de su pantalón—. Lo siento, debo contestar esto. Cuando Doug está solo con nuestro hijo y llama, es mejor responder, eso evita muchas locuras.

Alcanzo a reír mientras la veo contestar el teléfono y salir del salón. Tomo el resto de mi bebida y lo dejo en una bandeja que sostiene uno de los mesoneros al pasar, declino tomar otra incluso si no estoy conduciendo. Se supone en algún momento me toparé con Edmun o eso quiero creer, y no quiero ninguna gota de licor estropeando mi mente y sentidos.

Me detengo sobre la primera pintura observando un paisaje rojo, amarillo y naranja...Una parte de mí diría que simula una visión del infierno, sí crees en ello. Verlo genera calor, como si sintieras el fuego sutil que trasmiten los colores y en el medio de todo ese tormento de calurosos colores se encuentra, arrodillado y de espaldas, un joven delgado, con una tez tan pálida que se acerca al color gris. Da la impresión que la ola de calor, fuego y caos de su alrededor no llega a él, como si estuviese abandonado, solo, sufriendo...Muriendo. Sufre y nadie puede verlo.

Es un grito de ayuda y aun así nadie fuera de él puede escucharlo.

Solo mirarlo hace que me duela.

—Es tétrico y oscuro —Escucho alguien de mi lado decirle a su acompañante. Frunzo el ceño y me giro hacia ellos.

—Es arte —señalo lo obvio—. Es dolor, es un grito de ayuda y eso no es oscuro, eso es real.

Los dos hombres me observan, uno con curiosidad y el otro con fastidio. El fastidiado le indica al otro que mejor continúen, como si mi interpretación le hubiese molestado. Me encojo de hombros hacia nadie en particular y avanzo a otra obra en exposición.

Esta es más simple. El fondo es negro y hay una rosa roja muy vivida cuyos pétalos se desprenden y al llegar al "suelo" parecen gotas rojas, como si sangrara. ¡Cielos! ¿De cuánto dolor está hablando Edmun en estos cuadros?

Ahora que sé quién es la persona detrás de estas obras, puedo descubrir que Edmun no habla mucho, pero su arte grita bastante. Lo que me intimida más: me conecto con todo esto. Es algo que despierta mucho en mí, que me hace contener la respiración y hace que sienta que hay algún hilo conectando mis emociones con lo que él quiere mostrar.

Permanezco tal vez más tiempo del normal viendo la rosa desangrarse, sufrir, doler, pero todavía manteniendo pétalos consigo, todavía manteniéndose fuerte a pesar de la oscuridad que la rodea y el dolor que la envuelve. No se rinde, se mantiene viva.

Sangrando, pero sobreviviendo.

—Algunos lo llaman arte, yo lo llamo mierda —dice detrás de mí.

Hay algunos jadeos hacia la declaración realizada en voz alta, ruedo mis ojos y ladeo mi cabeza para encontrarme a Edmun observando el cuadro con el ceño fruncido. Lleva un pantalón negro que se ajusta a sus largas y esbeltas piernas, una camisa de cuello negra y un abrigo negro, sus botas marrones resaltan.

Siento que estoy viendo otra obra de arte.

Es lo más formal que lo he visto alguna vez. Va totalmente de negro, sus ojos grises resaltan al igual que las hebras color oro que se mezclan con su cabello castaño. Me siento indefensa porque estoy sin palabras hacia su atractivo. Siempre he sabido que es el tipo de hombre que llama la atención a donde quiera que vaya, incluso cuando tenía todo ese desordenado cabello largo, pero hoy es algo más.

Gira con lentitud su rostro hacia mí y asiente hacia la pintura.

—Es una mierda.

De nuevo los jadeos horrorizados, yo enarco una de mis cejas y vuelvo mi vista a la obra maravillosa frente a mí.

—Totalmente de acuerdo —digo encogiéndome de hombros y avanzando a la siguiente obra, él me sigue.

—Un cambio —digo más para mí que para él—. Esperanza.

Los colores, los trazos, la sonrisa escondida en el perfil de alguna desconocida en medio de una tierra seca donde en cualquier momento vida nueva podría florecer. Esperanza.

— ¿Es lo que ves? —No le respondo—. Porque yo veo...

—Mierda —completo por él, usando una palabra que no suelo decir. Creo que lo escucho reír.

—En realidad iba a decir que yo solo veía la mitad del rostro de una mujer y una tierra que necesita que le den un poco de agua.

—No deberían dejar venir a estos eventos tan privados a gente que no sabe apreciar y valorar esta oportunidad —Se queja una mujer viendo con desdén a Edmun.

Muerdo mi labio para no reír, él rueda sus ojos y entonces yo me doy cuenta que, hace no mucho, yo fui esa mujer. No con ese aire hostil y acusatorio, pero sí algo prejuiciosa imaginado que quizá él no conocía de este arte, cuando es él quien lo crea.

Cuesta vencer los prejuicios, pero esta es una lección que espero no olvidar.

—Él sabe de arte —Por alguna razón lo defiendo—, es profesor en una buena universidad.

—Pobre criaturas, nada bueno estarán aprendiendo.

—Al menos ellos no están aprendiendo a ser prejuiciosos y rechazar las opiniones de otros —censuro, la mujer parece escandalizada de mis palabras—. No a todos nos gusta lo mismo.

Antes, mis discusiones con Edmun sobre estas pinturas parecía algo muy nuestro. En el fondo sabía que no quería herirme y yo que debía respetar su opinión incluso si me hacía rabiar. Pero quiero creer que no fui grosera con él de esa forma y si lo llegué a ser, entonces, estoy muy arrepentida de ello porque no quiero ser esa mujer: la que juzga y no respeta opiniones adversas a las mías. Quiero ser una mejor persona.

—No deberían dejar venir a personas así —Y ahora no solo se refiere a Edmun, pero antes de que la intelectual amante del debate en mí pueda aparecer, ella se aleja.

—Grosera —murmuro a su espalda.

—Todos siempre miran la primera capa, niña buena. Muy pocos se toman el tiempo de sacar una por una y descubrir todas tus facetas. No puedes señalarla por decidir quedarse con la primera impresión de mí.

Ella se lo pierde. Quisiera decir, pero eso sería admitir un punto y todavía no estoy ahí.

Así que en lugar de ello avanzo a las siguientes obras. Sobra decir que cada una de ellas me deslumbra y hace sentir de alguna manera. Siento mi cuerpo menos tenso y mis sentimientos más a flor de piel. En todas ellas, Edmun tiene un comentario despectivo que hacer, uno que recibo en silencio y rodando mis ojos. Estamos en la séptima pintura y creo que él con sus crudas palabras y aire despectivo, ya ha ofendido a suficientes espectadores.

— ¿Por qué a las personas les gusta esto? —pregunta a alguien de su lado que decide ignorarlo—. Es basura.

No puedo luchar contra la risa que escapa de mí, de inmediato su mirada va a mi rostro y frunce el ceño.

—Es mierda que hace sentir a otros, supongo —respondo a su pregunta.

—Puede ser —murmura viendo alrededor.

Lo observo y solo entonces noto la manera en la que su mano de manera distraída juega con uno de los botones de su abrigo o la pasa por su barba. Es un gesto de nerviosismo y ansias. Él mira alrededor como si quisiera verlo todo y al mismo tiempo no lo deseara. Es de esa manera como por primera vez pienso lo que puede significar para Edmun ver a tantas personas juzgar algo tan personal, tan suyo. Se me ocurre que tal vez, él ni siquiera acostumbre a venir a sus propios eventos o pasar demasiado tiempo en ellos, que eso lo pone incómodo, lo hace sentir expuesto incluso si ellos no saben que se trata de él.

Nota mi atención en él y me mira, me acerco y retrocede un poco, eso es nuevo. Lucho contra la sonrisa porque parece un poco intimidado por primera vez. Mis manos toman el borde de su abrigo para que no se aleje. Su mirada baja mientras la mía sube. Y por un momento me encuentro pensando que me gusta mucho nuestra diferencia de altura.

— ¿Por qué estás aquí si odias está atención? Te sientes incómodo.

Él no duda en su respuesta:

—Porque tú ibas a estar aquí, parece una razón válida para mí.

Dejo ir mi agarre en su abrigo y lo aliso, luego me giro y avanzo sobre la última obra expuesta. Llevo una mano a mi propio cabello porque luce exactamente igual que la de la pintura, cada uno de los castaños, miel y oro en mi cabello está reflejado ahí, la misma altura por sobre mis pechos. Toco el lóbulo de mi oreja preguntándome si eso también es mío.

Las obras de E. Schwarzenberg todas me cautivan, pero siempre me he sonrojado ante mi secreto: tengo debilidad por las pinturas que tienden más hacia lo sexual, erótico, sensualidad. Él tiene una manera de hacer que de una forma sutil o muy explícita, un cuadro denote pasión. Y esta es la obra sensual de esta exhibición.

La mujer está boca arriba, su rostro ladeado, pero no hay rasgos, solo es un rostro en blanco. Su cabello extendido en la sabana negra, manchas de pintura por su cuello su pecho y un cuerpo musculoso, igual sin rostro, pero con barba descansa su mejilla sobre uno de sus pechos, cubriéndola. Una de las manos del hombre está sucia con pintura y descansa sobre el vientre de la mujer de manera insinuante. Todas las partes íntimas de la mujer están cubiertas estratégicamente por el hombre, incluso la pierna de él entre las suyas cubre el lugar entre las piernas. Y del hombre, la sabana negra cubre justo debajo de su espalda baja.

Muerdo mi labio inferior, mi vello se eriza y mi vientre cosquillea acompañado por el cosquilleo electrizante en mis pechos. Es excitación.

Llevo de nuevo una mano a mi cabello, porque ese es mi cabello. Y aunque esa mujer no tiene rostro en mi interior yo veo similitudes de mí en ella. Y la barba de ese hombre, ese cabello... La forma masculina de su cuerpo. Miro a Edmun que parece estar evaluando en silencio la obra.

—La quiero —dejo escapar sin siquiera pensarlo, pero es real.

Quiero, necesito y anhelo este cuadro que tiene a mi corazón latiendo con tanta rapidez.

—Se parece a nosotros —dice Edmun y lucho para no voltear a verlo, siento su cercanía—. ¿No te parece? Luce como tu cabello —Siento la caricia de su dedo en mi cuello—. Luce como este arco de tu cuello, la inclinación de tu mentón y no te he visto desnuda, pero estoy seguro que luces muy parecida a ella.

—Pequeñas similitudes —Mi voz es aguda incluso para mis propios oídos.

—Tres asteriscos, ahí, mira. En el costado apenas visible del hombre —Sigo a donde señala y tiene razón. Respira hondo, siento su aliento en el lateral de mi cuello de lo cerca que está—. Tengo un tatuaje igual.

»Así es como a veces nos imaginó —susurra, para que solo yo pueda escucharlo—. Como una seductora, inesperada, colorida y única obra. De toda esta exhibición esta es la única obra en la que ni siquiera fingiendo ofenderé, porque estás en ella y eso para mí, ya lo hace arte. No se parece a nosotros, somos nosotros. Es como nos veo, como me gustaría que fuese la realidad.

—La quiero.

—Tómala.

—Pagaré por ella.

—Te la estoy regalando.

—No necesito que me la regales, pagaré por ella y entonces será mía.

—No tienes qué...

Me giro y lo enfrento, estamos demasiado cerca. No retrocedo mientras presiono mi dedo contra su pecho.

—No me dices qué hacer, quiero pagar por este arte. Quiero pagar por la obra que estará en mi hogar. Mi decisión, mi elección, mi dinero. ¿Entendido?

Alza las manos como si se rindiera ante una lucha que no sabía que estábamos llevando. Una de las comisuras de su boca se eleva ligeramente.

—Quiero verdades, Edmun.

—Y voy a dártelas. Ven conmigo.

—No sé si confío en ti para hacer eso.

Hace una mueca como si mis palabras lo lastimaran, pero se recupera rápidamente y asiente como si aceptase tal declaración.

—Lo entiendo, pero sé que confías en las segundas oportunidades.

Y con eso demuestra una cosa: en poco tiempo, ha logrado conocerme muy bien.

***

— ¿Qué le pasó a tu auto?

Su pregunta me sobresalta. Llevamos al menos quince minutos en su camioneta ¿El destino? Su casa. Me hubiese gustado un lugar más neutral para nuestra conversación, pero él amablemente, a su manera, me pidió que le diera la oportunidad de tener privacidad para contarme algo que es tan suyo y que no comparte con el mundo. Lo entendí, no es como si yo deseara ventilar secretos en un lugar donde más de un curioso pudiese escucharlo, pero eso no quiere decir que no me encuentre muy nerviosa acerca de ir a su casa, el lugar donde todo se fue cayendo entre nosotros.

Sacudo mi cabeza recordando que acaba de hacerme una pregunta.

—Tuve un pequeño accidente y murió —Trato de decirlo en un tono ligero—. Estaba asegurado, conseguí algo de dinero y...Bueno, puedo optar por otro auto porque gracias al cielo puedo darme ese gusto, pero tampoco es que disfrute mucho conducir, así que estoy dándole largas y aprovechándome de mis amigos y los taxistas.

—Pagar taxi todos los días es bastante gasto.

—Puedo ir a algunos sitios caminando y puedo cubrir los gastos del taxi, gracias por tu preocupación.

—Supongo que debería sentir la espina de ese balazo de ironía. Pese a lo que piensas, aunque no lo quisiera, me preocupo por ti.

—Te preocupas tanto que te reías de mí.

—Puedes sentirte halagada y pensar que me parecías divertida —Es lo que me dice.

—No es como me siento.

No volvemos a hablar hasta que estaciona frente a su hermosa casa que ahora no cuestiono cómo la pagó, que no es que fuera algo de mi incumbencia. Desabrocho mi cinturón de seguridad al igual que él.

— ¿Siquiera eres profesor en una universidad?

—Lo soy, no mentí en ello —Enarca una ceja hacia mí—. ¿Quieres ver mi contrato? ¿Mi página en línea donde dicto mis lecciones?

—No es necesario, creo que eres un profesor.

— ¿No crees que te estoy mintiendo sobre ello?

—Si vengo contigo pensando que todo lo que dirás es mentira, no tiene caso que esté aquí. Vine contigo porque he decidido creerte, porque asumo que cada palabra que me digas hoy, solo será verdad.

Salgo de la camioneta y cierro la puerta detrás de mí. Espero, espero y espero, pero Edmun no baja del auto. Pasa al menos un minuto para que lo haga y cuando sucede, cierra la puerta, activa la alarma y se mantiene viéndome.

—Eres algo más —Es todo lo que dice antes de comenzar a caminar.

Doy largos pasos para alcanzarlo. Abre la puerta y me deja pasar primero. La casa está silenciosa, doy varios pasos pero luego me detengo sorprendida por lo que veo.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué...? ¿Qué carajos? —Me pasa adelantándose y frunce el ceño, lo que me hace saber que esto no fue hecho por él—. ¡Maldita sea! Necesito paciencia para no acabar con mi puto hermanito.

Llevo una mano a mi boca porque esto solo confirma lo que sospeché desde que vi esto: no es obra de Edmun. Hay una mesa con un ridículo mantel de corazones de colores en el medio de su sala. Dos sillas blancas, una tetera con su juego de tazas y dos bandejas con brownies y galletas, unas rosas en un bonito florero también se encuentran ahí junto una botella de vino. Todo es muy pintoresco y dulce.

»Yo no planeé esto. De verdad que a veces solo quisiera ahorcarlo o asfixiarlo con una almohada mientras duerme —Se queja—. Está ahora con Matt, pero puedo llamarlo y exigirle venir para matarlo. ¿Puedes creerlo? Hasta Matthew cayó en sus garras, si parece que lo trata como su puto hermanito.

—Vale, respira un poco —Rio por lo bajo, casi pensaría que está celoso—. Me gusta, creo que quita un poco de tensión en nuestra conversación. No tienes que matarlo.

—Bueno... —No parece muy feliz, pero camina hacia mesa y saca una de las sillas, asiente hacia mí.

Doy los pasos faltantes, pero primero dejo mi bolso sobre uno de los sofás y me saco mi abrigo dejándolo también. Camino y tomo asiento, él se sienta frente a mí. Todo es silencioso y civilizado mientras con una mirada hacia el té entiendo que me pregunta si quiero, asiento porque lo prefiero antes que el vino cuando ya he tomado una copa antes, aun mantengo que quiero estar en todos mis sentidos sin ninguna bruma de licor para esta conversación.

Me sirve y deja que yo le aplique leche a mi gusto, en cambio él le echa vino y yo observo.

— ¿Eso sabe siquiera bien? —cuestiono.

—No lo sé, pero me viene bien en este momento cuando parte de mi alma va a sangrar.

Tomo una de las galletas y apenas la mordisqueo, sabe bien, bastante bien en realidad.

— ¿Acaso él hizo estas galletas?

—Seguramente —Hace una pausa, suspira—. Nuestra abuela paterna era una excelente repostera, Dietmar y Fabienne aprendieron mucho de ella, todos esos ingredientes secretos.

—Son muy buenas —aseguro y trato de no preguntar quién es Fabienne, entiendo que Edmun va a dar cuánto crea necesario y solo a medida que vaya sintiéndose listo.

Toma una de las galletas y la come en dos mordisco, hay una ligera sonrisa en sus labios, una que luce nostálgica.

—Tienen el sabor de la abuela, aprendió bien el enano.

—No veo a Dietmar precisamente como un enano, es bastante alto, casi tanto como tú.

—Para mí siempre lucirá como mi pequeño hermano —Se encoge de hombros. Da un sorbo de su té con vino y yo lo imito con mi té con leche.

Hay por lo menos dos largos minutos de silencio pesado que comienzan a inquietarme y lucho para no removerme en mi silla con inquietud. Él luce sereno y un poco severo. Entonces, él comienza a hablar, a contar el inicio de su historia.





Amores, perdonen si el capítulo tiene algún error porque lo revisé rápido, pero debido a que quería subirlo ahorita que me tomo un respiro, vine rápido.

Espero les guste.

El próximo capítulo promete, ¿Qué cómo sé eso? Pues por esto:

—Porque es mejor así, me gusta mi vida apartada de ello y quiero, necesito, que continúe así. Es parte de mi secreto.

***

—Pero ¿Qué carajos? —Estoy horrorizada.

***

No puedo creer que me esté diciendo tanto, que me esté dando tanto de él, incluso cuando sé que se guarda muchos detalles, no importa. Al menos, no ahora.

***

Ahora, eso parece sorprenderlo, como si no pudiera concebir tal idea y eso casi me hace reír.

***

—Dime que en algún punto esta historia mejora.

***

Nos leemos luego.

Un beso.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top