El Secreto de Santa Claus
La nieve copiosa inundaba al pueblo, las luces del interior de las casas del lugar eran evidencia de las cenas navideñas que transcurrían en aquellos lugares.
Sin embargo, en el orfanato Apelpisía no era así. En el fondo de una habitación se podía observar un televisor entre la penumbra, varios niños acomodados alrededor de este eran evidencia de cuántos infantes no dirían "feliz Navidad, papá" otro año más. La televisión transmitía una escena de una película navideña, mientras que en el sofá más próximo descansaba un niño pequeño, se mantenía un poco más alejado del resto, no hablaba como los demás, posiblemente no lo comprenderían. Observaba lo que sucedía en la película mientras leía los subtítulos de lo que contaban los personajes.
"Necesitó creer para poder escuchar el sonido del cascabel" pensó el chiquillo observando las últimas escenas de la película de "Expreso Polar". Se levantó del lugar y dejó de ver la película justo cuando comenzaron los créditos finales y se dirigió a tomar un cascabel que descansaba en una mesa cercana. Lo tomó entre sus manos y lo agitó, primero lentamente y después bruscamente con un gesto desesperado, pero en ninguno de los dos casos fue capaz de escucharlo. Seguía frustrado cuando vio que el perro del orfanato ladraba a la puerta, al parecer su exasperación le había impedido escuchar que alguien tocaba
Se aproximó con pesadez al ver que ninguno de sus compañeros se levantaba del suelo. Abrió la puerta y encontró que el pórtico estaba absolutamente vacío. Cuando estaba por cerrar se dio cuenta que, junto a sus pies, había un frasco con una nota encima. Los recogió del suelo, incrédulo, y cerró la puerta.
"Tú también puedes escuchar el sonido de la Navidad. Quita el corcho del frasco y con la cuchara que encuentres sírvete una, así podrás escuchar". Terminó de leer la nota.
Sin pensarlo dos veces, el chiquillo corrió de nuevo al sofá, dejó la nota rápidamente y abrió el frasco, tomó la cuchara que era aproximadamente del tamaño de su meñique y tomó un sorbo. Sintió un breve escalofrío y después se dirigió hacia el cascabel que había probado hace unos minutos. Lo tomó entre sus manos y pudo escuchar aquel agudo sonido, instantáneamente, una sonrisa se formó en sus labios, ese era el sonido de la Navidad.
Incrédulo, se levantó del sofá y se acercó a un viejo gramófono y colocó su canción favorita de las fiestas navideñas.
Cuando aquella canción se apagó, decidió por cambiar aquel disco y comenzar a escuchar otro, sin embargo, en cuanto algunos acordes comenzaron a sonar, se fue dando cuenta de que estos se oían cada vez más lejos. Intentó aumentar el volumen del aparato, pero se dio cuenta de que el sonido se iba apagando. Volvió a quedarse sordo, pues se dio cuenta de que no escuchaba las quejas de los demás niños, al parecer ya estaban comenzando a ver otra película y el ruido de la música no los dejaba escuchar, o al menos eso es lo que creyó entender el pequeño.
Al instante, disminuyó el volumen de la música y fue directo a tomar otra cuchara de aquella esencia. En unos segundos, sintió como el sonido volvía a sus sentidos, las risas de Papá Noel que salían del televisor fueron lo primero que pudo percibir. Apagó el gramófono y salió de casa, había algo que siempre había querido escuchar en las calles escarchadas: Los villancicos. Caminó entre las calles del pueblo hasta llegar a la catedral mayor y ahí paró para escuchar su primer villancico.
Después de una maravillosa interpretación de "Noche de Paz", el niño aplaudió, había quedado maravillado. Sacó una moneda de su abrigo y la puso en un vaso que descansaba a los pies de aquel coro. Continuó aplaudiendo hasta que se dio cuenta que el sonido del chocar de sus palmas volvió hacerse inaudible.
Se alejó con el silencio rodeándolo hasta que sintió el ritmo de una canción, levantó la vista y observó que aquel vibrar provenía de un pub. Sacó la poción de la bolsa de su abrigo y tomó otra cucharada, dejando el frasco medio vacío. En instantes, escuchó aquella melodía, una fiesta se armaba dentro de aquel lugar.
Aprovechó que un grupo de adultos hablaban en la entrada del pub para escabullirse y acercarse al escenario a deleitarse con aquella melodía a medio empezar y unirse al baile. A diferencia de todos los presentes en la sala, las canciones navideñas no eran una sinestesia para el pequeño, pues no le daba nostalgia ni le traía recuerdos; simplemente se deleitaba con la primera vez en la que degustaba cómo aquellas vibraciones realmente se complementaban de letras mágicas.
Los vítores continuaron incluso después de que acabara la canción. El escenario se preparaba para otra canción cuando el vocalista le hizo una seña al niño para que subiera y este lo hizo al instante. Otra persona le entregó una nariz roja, un par de botas y unos cuernos de reno para caracterizarse. El chico río y enseguida se vistió para comenzar a bailar como la estrella de la noche.
Cuando hizo su última reverencia sobre el escenario se dio cuenta de que el sonido volvía a apagarse. Lo invitaron a interpretar otra canción, o al menos eso creyó que dijeron sus labios, pero el chico solo les entregó la indumentaria que le habían prestado y se retiró de ahí. Caminó unas cuadras más hasta que llegó al teatro de la Plaza Central, allí había un pequeño quiosco con una bailarina sobre de él, al parecer solo esperaba que encendiera la música. La mujer vestía como un hada, con ropa enteramente blanca y unas ligeras alas que me brindaban majestuosidad. Era la mera representación de la ataraxia. El niño no esperó más y se apresuró a tomar otra cucharada de la poción, estaba tan apurado que no se dio cuenta de que esta se había quedado vacía después de la última cucharada.
Sus sentidos se llenaron al instante del sonido del piano de una canción que comenzó a sonar para aquella bailarina, que fueron como un ademán para el comienzo de la epifanía artística de aquella mujer, moviéndose como un hada bailarina.
Los aplausos comenzaron, el niño maravillado juntaba las palmas emocionado hasta que se dio cuenta de que había personas vitoreando a quienes no podía escuchar en lo absoluto. Poco a poco todo fue quedando en silencio. Decidido, sacó el frasco de su abrigo y tomó una cucharada, pero solo tomó aire porque el frasco se había vaciado por completo. No estaba listo para volver al silencio, había tanto por escuchar aún como las campanadas del gran reloj durante la última noche del año, el mordisco de una galleta de jengibre, a alguien gritar "Feliz Navidad"... Aún no estaba listo para despedirse del sonido de la Navidad.
Se hincó en la nieve con los ojos llorosos cuando notó que frente a él se habían detenido unos pies. El niño volteó instintivamente hacia arriba y vio cómo unas botas negras y enormes se detenían frente a él. El hombre regordete se inclinó hacia delante y le entregó una nota, dejando al niño sin saber exactamente qué decir, por lo que decidió que lo mejor era empezar a leer:
"No necesitas a una poción para escuchar, debes creer para escuchar, debes aceptar para escuchar, debes amarte para escuchar" leyó el niño mientras volvía la mirada a aquel hombre barbudo. Al instante, vio cómo Santa Claus se dirigía a un farol próximo. El niño, anonado, no podía creer lo que veía, por años había creído que aquel hombre no existía, siempre pensó que era una falacia más. El hombre abrió aquella lámpara, el pequeño esperaba que el anciano sacará un cerillo de su bolso, pero en lugar de eso encendió la luz con sus dedos. El niño quedó perplejo, había sido testigo de la magia de Santa Claus.
Posteriormente, se acercó al niño, ayudándolo a levantarse de la fría nieve. Santa Claus se colocó enfrente de él y comenzó a mover las manos, le hablaba en lenguaje de señas, pero mágicamente el niño podía ver cómo las palabras se formaban a través de los dedos de Santa, como si escribiera con ellos en el aire. Le prestó más atención y comenzó a armar las frases en su cabeza y se iba dando cuenta de lo que pasaba... poco a poco, las canciones que el hombre interpretaba llegaban a sus oídos como si en verdad escuchara.
Siguió el ritmo de Santa Claus, se dio cuenta que era capaz de bailar, de reír, e incluso de tararear solo con el movimiento de las manos de aquel hombre. Ese sonido había sido mejor que cualquier otro. Aquella melodía era perfecta, porque sonaba tal y como aquel pequeño la imaginaba, sabía que no habría alguna otra mejor. Cuando Santa terminó de cantar con señas el villancico de Jingle Bells y el último toque de campana sonó en la mente del niño, el pequeño aplaudió fuerte y se dio cuenta de cómo, en sus oídos, era posible escuchar cómo las demás personas hablaban en señas y se daba cuenta de que la naturaleza intentaba comunicarse con él. El caer de la nieve parecía hablarle en un susurro, el sonido de sus pisadas en la nieve sonaba al mismo tiempo que lo sentía. Miró incrédulo a Santa Claus para que después este le comenzara a explicar lo que había pasado:
"He aquí mi secreto que no puede ser más simple —comenzó citando a uno de los libros favoritos del niño—. Santa Claus siempre regala el deseo más profundo del corazón. Tu deseo por el nuevo peluche o el juguete para tu perro no eran tan fuertes como tu deseo por escuchar. Y fue solo gracias a aquella poción, tu primera aproximación a lo sublime de la magia, que te hizo creer que yo ya no soy una falacia".
Al final, como aquella película, se dio cuenta de que solo debía de creer para poder ver cumplido su deseo más profundo, para poder entender el secreto de Santa Claus, para poder escuchar el sonido de la Navidad.
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