5- Nubarrones en el horizonte (#ETAPA 5, LA HORA DEL TERROR 2).
Los sentimientos se encontraban revueltos, emulando a las nubes negras que se arremolinaban en el horizonte y que parecían anunciar próximas matanzas.
Una maldición se ensañaba contra los reinos cristianos ese año mil ciento ochenta y siete, ya que Saladino y los suyos se apropiaron de Jerusalén. El papa Urbano III lloriqueó al saberlo y, llevándose la mano al pecho, exhaló su última frase:
—Me siento agobiado y perdido en un laberinto sin salida.
Y luego cayó fulminado sobre el suelo. Su sucesor, Gregorio VIII, sí sabía qué hacer y envió mensajeros a todos los nobles para que se unieran en una nueva cruzada. No obstante ello, le resultó imposible reconducir el destino de la cristiandad, ya que ese mismo diciembre falleció, reafirmando la creencia popular de que Dios los castigaba por ser débiles y pecadores.
Así, un fatal presagio se sumaba a los constantes conflictos de los Plantagenet. Corazón de León fue el primero en proclamar que lucharía en oriente, sin consultárselo al padre siquiera. Felipe insistió en que, como no se podían unir entre sí, antes de partir debía casarse con su hermana, para asegurar entre ambos un lazo que fuese irrompible. Aélis llevaba desde niña en la isla y las malas lenguas pregonaban que era la concubina de Enrique II, quien se negaba a soltarla para entregarla a uno de sus hijos según lo acordado. Por supuesto, todo seguía quedando en familia.
El rey francés se molestó al apreciar que su amante dudaba. Y más cuando le llegaron rumores de encuentros entre su pareja y Sancho VI de Navarra, con la finalidad de un posible enlace con su hija Berenguela. Celoso, atacó las posesiones inglesas, mientras el León se enfrentaba a los barones normandos quienes, como las nieves invernales, siempre volvían a caer desde lo alto.
Sin embargo, ante la amenaza de excomunión todos recobraron el sentido. Ricardo anunció que pactaría directamente con Felipe Augusto y que se sometería a su juicio, algo que a su progenitor le sentó como una bofetada en pleno rostro, puesto que también formaba parte de las negociaciones.
—Mi voluntad para llegar a un acuerdo —le espetó el francés al anciano Enrique—, es que Ricardo sea coronado como soberano de Inglaterra y que se case con Aélis.
—Es pronto para hacer este tipo de promesas —repuso el otro hombre, acorralado, con lo que evidenciaba que se proponía nombrar como heredero a Juan sin Tierra.
Y luego abandonó la sala con una pobre excusa.
—No me hagáis padecer de nuevo el fantasma de los celos —le ronroneó el monarca de Francia a Ricardo en el oído, ya en sus aposentos, besándolo apasionado y quitándole la camisa—. Os amo, ya veis que soy el único que solo desea vuestro bien.
A estas alturas, distraídos con los vaivenes del destino, pocos recordaban que el cuerpo de Enrique el Joven, coronado por el padre, continuaba sin aparecer. Excepto Guillermo el Mariscal, aún lo lloraba. Más importante era hacerle frente a Saladino y reconquistar Jerusalén...
Total de palabras: 498.
https://youtu.be/nRx6jX9UTsA
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