1- Odio y sangre (#ETAPA 1, LA HORA DEL TERROR 2).



—¡Os odio! —exclamó Ricardo, luego de que su progenitor, el casi siempre ausente rey Enrique II, abandonara la estancia dando un portazo y llamándolo fémina.

  No estaba dispuesto a tolerar más desprecios de él, ya que se consideraba un caballero de valentía probada y el segundo en la línea sucesoria. Harto de que pusiera al benjamín, Juan sin Tierra, como ejemplo, y de escucharlo rugir que era poco hombre, en medio de sus ataques de furor, azuzó a sus hermanos. Al heredero al trono, que había sido coronado prematuramente por orden del padre, y al tercero, Godofredo. Resultaba sencillo, también los tenía en su puño, sin concederles ni una migaja de poder efectivo.

  Así, unidos, le dieron donde más le dolía: en sus posesiones, arañándolo desde todos los flancos igual que leones, tanto en Inglaterra como en el continente. Sumaron adeptos a la rebelión con facilidad, ya que era un soberano aborrecido por la nobleza, más desde que en un rapto de ira había mandado asesinar a Becket, el Arzobispo de Canterbury. Luis, el rey de Francia, los apoyó.

  Recordó sus ofensas y las últimas batallas: ¿¡no os atraen las mujeres!?, la espada zumbando y ensañándose con los enemigos, ¿por qué no venís al burdel?, gestas, guerreros, ¡afeminado! Furioso, se desmayó. Al despertar, arrullado por los grillos, que le cantaban a las estrellas y a la luz de la luna, sin saber cuánto tiempo había transcurrido, contempló a su alrededor. Se hallaba en un bosque de robles, lejos del castillo, en medio de decenas de cuerpos despedazados. Desgarradas las carnes, músculos y huesos por algo similar a una bestia sin alma, oculta a su vista y proveniente del Infierno.

—¡¿Qué ha pasado?! —susurró, aterrado, sintiendo la caricia de la Muerte—. ¿Cómo me he salvado?

  Escuchó que, desde detrás de la arboleda, un juglar modulaba con su magnífica voz de barítono Le roman de Melusine. «La canción era hermosa, pero evocaba recuerdos tristes en mí», le explicó su madre esa tarde, cuando él le preguntó por qué había prohibido que se entonara en la corte. Le había sorprendido antes esta decisión, y luego, mientras hablaba, el aura de misterio en su mirada.

  Al son del laúd, para estremecer al público, solían narrar esta leyenda popular que acompañaba a la casa de Anjou, por transmisión oral, desde el origen: eran una semilla perversa, descendían del Diablo, y la maldad se reforzaba porque uno de los primeros príncipes se había casado con Melusine, quien al principio se había negado a ir a la iglesia y, al obligarla su confesor, había desplegado unas alas negras de hada maléfica, con olor a azufre, escapando por la ventana.

  Le divertían estas historias y hasta se vanagloriaba de ellas. Sin embargo, al observarse las manos y el pecho desnudo bañados en sangre, la ausencia de ropajes, el hedor metálico mezclado con el de tierra húmeda, se preguntó si tal vez estos cuentos de abuelas escondían la verdadera razón de la naturaleza vengativa de los angevinos... Su naturaleza...



https://youtu.be/d_4pf9PBn0k

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