✿ Capítulo 9 ✿

Margarita

Ya había pasado un rato desde que había hablado con Luis. Cogí lentamente las muletas que estaban cerca de mí. A ciegas, me acerqué hacia la pared donde estaba el interruptor de luz. Cuando esta se encendió, hirió mis ojos como si los rayos del sol estallasen en mil pedazos.

«¡Dios!», pensé. Quise taparme los ojos, para que la luz del foco no les hiciera daño pero, al tenerlas ocupadas con las muletas, no pude hacerlo. Si bien mi dolor de cabeza ya se estaba disipando, parecía que aún había dejado estragos de la fotofobia en mí.

Escuché un leve crujido en mi puerta. Seguro que era Napoleón tocando para que lo dejara pasar. Como pude, le abrí. Estaba muy atento, sentado frente a mí, con el plato de su comida en el hocico mientras movía ansioso la cola. Dejó el platillo sobre el suelo y emitió un leve bufido de reclamo.

—Así que tienes hambre, ¿eh?

Volvió a coger su plato. Dio un par de vueltas alrededor de mí.

Después de darle de comer, un sonido me interrumpió: el timbre del departamento. Fui a ver quién había venido, aunque ya intuía quién podía ser.

En ese instante, Napoleón dejó de comer. Me observó y emitió un leve ladrido a modo de queja. Otra prueba más de que no había duda de que era Luis el que acababa de llegar.

—¡Vamos, no te pongas así!

Él no me hizo caso. De nuevo, ladró y se acercó a mí, ansioso.

—Sé que no te cae bien, pero creo que ya es hora de que aprendas a sobrellevarlo, ¿no crees?

Volvió a ladrar, pero esta vez su ladrido estuvo acompañado de un gemido lastimero. Se echó al piso con su cara pegada a este y puso sus ojos de cordero degollado, observándome de reojo.

—¡Oh, vamos!

Pero él no pareció animarse, solo emitió otro quejido.

Ignorando sus quejas, me dirigí a la sala. Cogí el intercomunicador y, aunque sabía quién era, no estaba demás cerciorarme de ello. Antes de que pudiera preguntar quién era, una cálida voz me interrumpió:

—Margarita, ¿cómo estás vestida?

—¿Eh?

—Te pregunto, ¿cómo estás vestida?

—Tengo un buzo deportivo, de los de siempre. Como no me dio tiempo de ponerme algo más formal para la boda, antes de dolerme la cabeza...

—Ok, subo inmediatamente —me interrumpió. Sonaba ansioso—. No hay tiempo que perder. Ábreme la puerta, por favor. ¡Rápido!

¡Todo esto me parecía bastante extraño! Iba a preguntarle qué se traía entre manos, pero decidí hacerlo luego.

Después de presionar el botón que permitía que Luis ingresara al edificio, abrí la puerta y esperé con paciencia, sentada en uno de los sofás, a que mi enamorado hiciera su aparición. No tuve que aguardar mucho. Ni bien lo vi cruzar por el umbral de la puerta, tuve ganas de levantarme del sillón y abrazarlo efusivamente, pero no fue necesario. Luis hizo lo propio conmigo. Cerró la puerta se acercó y me abrazó muy fuerte, como si no nos hubiéramos visto en siglos.

Después de abrazarnos, Luis se hincó de rodillas, frente a mí. Su mano izquierda tocó mi mejilla y se me quedó observando fijo. Esbozó una sonrisa torcida, de esas muy típicas en él.

—¡Qué hermosa estás!

Sonreí con nerviosismo. No pude más y bajé la mirada. Aún no me acostumbraba a actuar con naturalidad frente a él cuando me halagaba. Solo atiné a decir «Gracias» mientras experimentaba que la sangre me subía al rostro.

—Deberías peinarte más seguido así y no solo para una boda. Eres muy bonita, ¿lo sabes?

Siguió tocando mi cara con su cálida mano. Alcé mi vista hacia él y puse mi mano sobre la suya. Solté una leve risa mientras Luis hacía lo mismo. Estábamos los dos, en mi sala, riendo de todo y de nada, mientras no despegábamos la mirada el uno del otro.

Con mi mano libre, tomé su mentón y acerqué a Luis hacia mí para besarlo en la boca, imitándolo como él lo había hecho en ocasiones anteriores. Nuestro beso se volvió más intenso. Quise alzarme un poco para estar más cerca de él, pero no pude. Se dio cuenta de ello y sonrió con picardía.

—Espera —dijo. Se sentó a mi lado, en el sofá—. ¿Así estoy mejor, señorita? ¿Ya estoy a su alcance? —preguntó mientras abría los brazos.

Reí y asentí con la cabeza.

Luego de que un halo mágico nos rodeó y nos dejamos llevar por nuestras emociones, algo nos interrumpió: eran los ladridos de Napoleón.

—Ese perro aún no termina de tragarme, ¿no? —espetó Luis al separarse de mí y observarlo de reojo, mientras hacía una leve mueca.

Mi perro emitió otro ladrido como contestando a las quejas de él y se acercó hacia nosotros. Luis sacudió la cabeza.

—Pues lo siento por ti, perro feo, pero hoy me toca estar con mi enamorada, ¿ok?

Napoleón volvió a emitir otro ladrido, pero ahora más grave. Posteriormente, se acercó hacia nosotros.

—Oye, ¿acaso no entiendes lo que te dije? —añadió Luis.

—Vamos, no te pelees con Napoleón, por Dios. ¡Es solo un perro!

—¿Solo un perro?

Mi mascota puso sus patas delanteras sobre mí mientras movía su cola y ponía su cabeza en mi lomo para que se la acariciara. Solté mi mano derecha, que estaba sobre el rostro de Luis, y accedí a las peticiones de Napoleón.

—¿De qué hablas? —le increpé.

—Este no es solo un perro. ¡Ignora mis reclamos y me enfrenta!

¡Por Dios! Otra vez la burra al trigo.

Hice un enorme esfuerzo por contenerme de reír. Las peleas de ellos eran de lo más cómicas, y no había modo en que alguno de los dos hiciese una tregua.

En ese instante, una música nos interrumpió: era el celular de Luis.

—¡Ah! Debe de ser Pablo —dijo al mirar su teléfono—. ¿Te molesta si salgo un rato para hablar?

—Para nada —contesté, no muy segura.

Me guiñó el ojo y salió rápido.

Si bien le dije que no me incomodaba que saliera a hablar con su amigo, hubo algo que empezó a escocerme. No era usual que quisiera conversar con alguien por su celular con privacidad. Siempre que estábamos juntos y que recibía una llamada, no había tenido problema en hablar en frente a mí, pero ahora era diferente. Y empecé a sentir que una leve espina dentro de mí.

Después de algunos minutos, regresó.

—Se me había olvidado por completo todo —dijo.

—¿Eh?

—Es que, con solo verte, uno de olvida de todo —habló al tiempo que se sentó de nuevo a mi lado—. Más si hemos estado lejos tantos días sin vernos...

Me dio un beso en la frente y me abrazó muy cariñoso.

—Tengo planes para nosotros, ahora... —agregó. Miró su reloj, que estaba en su mano derecha—. No hay tiempo que perder.

—¿Cómo?

—¡Vamos, te ayudo a cambiarte! —Me guiñó el ojo derecho—. Tienes que vestirte para la ocasión.

—¿Vestirme para la ocasión? ¿Qué quieres decir?

—En el camino te lo explico. —Dirigió su brazo derecho hacia mí—. ¿Me permite cargarla, señorita?

Todavía con dudas de qué era lo que estaba tramando, pero confiando en él, cogí su mano. Me cargó en sus brazos y nos dirigimos a mi habitación.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿


—¿Con este vestido ibas a ir a la boda? —me preguntó cuando estábamos en el taxi con destino desconocido.

—Así es.

—Me alegro que no hayas ido al matrimonio, ya que así tengo oportunidad de verte vestida con él. ¡Te queda perfecto! Resalta muy bien tu figura, Margarita.

¡Me encantaba cuando Luis me daba un piropo! Quise decirle algo más, pero la sorpresa de no saber a dónde íbamos, más el sentimiento de complacencia que tenía por los halagos que me brindaba, no eran beneficiosos para mi locuacidad.

—Gracias —me limité a contestar.

Tenía un brillo muy especial en su mirada. Y cuando me observaba así, no podía despegar mi vista de sus ojos. Lo tomé de su mano izquierda con mis dos manos. Se acercó hacia mí y ambos nos besamos por un buen rato.

—¿Me dijo que lo lleve a La Trattoria, joven? —habló el taxista.

—Así es, señor —respondió Luis.

—¿La Trattoria?

—Es un restaurante de comida italiana. Tienen unos tallarines con salsa a lo Alfredo buenísimos, los mejores de Lima.

La interrogante en mi rostro debió de ser evidente, porque él prosiguió:

—Supuse que te gustaría comer algo, porque lo que soy yo... ¡me estoy muriendo de hambre!

¿Tanto apuro para ir a comer a un restaurante italiano? Bueno, no era que tuviera muy en claro a dónde me quería llevar. Pero había insistido tanto diciéndome que debía vestirme elegante, que el vestido para la boda de Paula me pareció el ideal. Eso y su premura me hicieron creer que sería algo muy especial, pero... ¿un restaurante italiano?

Traté de disimular la desazón en mi rostro. Pero yo, como siempre, era más transparente que un espejo.

—¿Te pasa algo? —me preguntó.

—No sé, creo que me quiere volver a doler la cabeza —mentí.

—¿Traes tu pastilla para eso?

—Sí, creo que tengo dos en la cartera.

Cogió mi bolso y lo abrió. Se puso a buscar entre todos mis cachivaches la medicina requerida.

¿Acaso quería que Luis me llevase a un restaurante caro para celebrar nuestro reencuentro? ¿Esa era la causa de mi desazón de antes?

Sabía que él no trabajaba y que dependía totalmente de sus padres. No tenía ingresos económicos y no podría costear una cena en un caro restaurante de cinco tenedores, como me había imaginado que me llevaría.

—Aquí está —indicó con una sonrisa mientras cogía mi pastilla.

Cuando me la dio para que me la tomara y vi el gesto amable en su rostro, de sincera preocupación por mí, me sentí fatal. Tenía una espina en mi corazón, Experimenté un gran nudo en mi garganta.

¡Diossanto! ¿Por qué pensaba en todas estas tonterías superfluas? ¿Qué importaba adónde me llevara a comer? Lo único relevante aquí era el gesto que él tuvieseconmigo de querer celebrar nuestro reencuentro, ¿o no? ¡¿O no?!

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