✿ Capítulo 8 ✿

Margarita

Mi amiga y yo no tuvimos tiempo para charlar. Al rato, Luis vino para avisarnos de que sus tíos se iban y querían despedirse de Ada. Cuando bajó para darles el adiós, Luis me susurró que Memo era nuestro cómplice.

—¿En serio? —pregunté, aún poco convencida.

—¡Por supuesto!

—¡Lucho! ¿Dónde estás? ¡Baja, que te están llamando! —Se oyó a su hermano desde el pasadizo—. Mi tío Adolfo y su familia ya se van.

—Ok, ya voy —dijo, dándome un beso en la boca y levantándose.

El niño tocó la puerta, preguntó «¿Puedo pasar?» y entró.

—Sabía que estarías aquí, Lucho. No pueden despegarse ni un momento.

Reí algo nerviosa.

—¡Qué inoportuno eres! —se quejó Luis—. Bueno, ya vuelvo.

Cuando estaba a punto de retirarse junto con Memo, este balbuceó:

—¡Oh, me olvidaba! —Se rascó el cuello y volteó a verme—. La mamá de Margarita dice que ya deben irse; quiere que la ayudes a bajarla.

—¡Mierda! —exclamó Luis.

—Hermano, ¡no digas malas palabras! A mamá no le gusta —le reprochó el niño con el ceño fruncido—. Aparte, aquí está tu enamorada, no debes decir esas palabrotas delante de ella...

¡Qué caballerito era Memo! ¡Llamándole la atención a su hermano mayor!

—Está bien —masculló Luis entre dientes. Observó de reojo a Memo e hizo una mueca—. Bueno pues, Margarita... ¿me dejas que te cargue?

Asentí. Lentamente, volví a estar en los brazos de Luis. Ya me estaba acostumbrando a que me llevara de ese modo; me fascinaba.

—No creo que nos veamos hasta después de fiestas —me lamenté.

Estaba triste al decirlo, pero tenía razón. Lo más probable era que no nos veríamos en varios días más.

—No importa. De todos modos, te escribiré y llamaré a diario.

—Pero...

—Si está mi suegra cerca de ti y quieres hacerle creer que estás hablando con una amiga, no te preocupes. Se me da muy bien la actuación, ¿o ya olvidaste que me hice pasar por un enamorado al que acaban de abandonar?

Sonreí al recordar su actuación delante de Ada.

—De todos modos —añadió en un susurro—, con el detalle que has tenido al venir a mi cumpleaños y con lo que ha pasado entre nosotros... —La sangre se me subió a la cabeza—... me doy por satisfecho. Sabré esperar.

—Trataré de llamarte diariamente, sobre todo por Navidad, lo prometo.

Me sonrió tiernamente. Con esto, tuve el apoyo suficiente para hacer más llevadero el dolor que comenzaba a invadirme al saber que me separaría de él.

Ya en la sala, Ada salió a nuestro encuentro:

—¿Tanto te has demorado en venir, Lucho? Mi tío Adolfo ya se fue con su familia. ¿Qué va a pensar? ¡Que no has querido despedirte de ellos!

Cuando Luis iba a responderle, Memo intervino sorpresivamente:

—Lo que pasa es que le pedí que me enseñara su juego de Skyrim. —Me observó de reojo—. Y me ha prometido que mañana me lo prestará, ¿verdad?

—¡¿C-Ó-M-O?! —casi gritó Luis—. ¡No recuerdo haberte dicho que te lo daría tan pronto! Primero tengo que jugarlo yo, ¿no crees?

—¡Oye, pero estás en deuda conmigo...! —Memo guiñó su ojo derecho.

—No eres el único, ¿recuerdas? —Luis contraatacó.

El niño se cruzó de brazos mientras decía «Está bien, pero luego que juegues, no olvides dármelo». Luis sonrió de manera triunfal y le contestó «Yo siempre gano. No lo olvides, hermanito». Memo solo hizo una mueca a modo de respuesta. No pude evitar reírme. ¡Estos hermanos eran únicos!

Mi despedida de Ada, quien tanto necesitaba que la aconsejara, se hizo casi tan o más difícil que mi despedida de Luis. «Uno de estos días te llamo» fue lo último que me dijo ella, a lo que yo le contesté que sí.

Antes de cerrarse la puerta principal de la casa de los Villarreal y contemplar los rostros de los hermanos, a través de la ventana del taxi que me llevaría a casa, me di cuenta de las ironías de la vida. Tanto Luis como Ada compartían conmigo un gran secreto en sus vidas en el plano amoroso, aunque desconociesen de lo que sucedía en la vida del otro. Como a ambos los quería muchísimo, pues los echaría de menos durante los siguientes días venideros.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿


Los días pasaron. Luis y yo nos mantuvimos en contacto.

«¿Me echas de menos, mi boquita?».

«Sí, muchísimo».

«Bueno, es comprensible porque te mueres por mí».

Por teléfono, nuestras charlas eran del mismo estilo, solo con el añadido que a Luis empezó a gustarle la idea de que pudiera ser descubierto por mamá. A pocos días antes de la Nochebuena, me llamó por teléfono:

—Margarita, soy yo. ¿Cómo estás?

—Hola, Emilia —le respondí con el primer nombre que se me ocurrió para no delatarlo; en este caso, el de una antigua compañera del trabajo.

—No me digas que mi suegra está contigo.

—Así es. —Miré de reojo a mi derecha para ver si mi madre estaba atenta a mí... y estaba en lo cierto.

—Ni modo, pero me gustó más cuando me llamaste Anacleto.

Soltó una pequeña risa.

—¿Qué tal? ¿Cómo estás?

—¿Dónde está tu mamá? Quiero mandarle saludos a mi suegra favorita.

—Mamá está conmigo en la sala, viendo televisión. —Giré mi rostro para verla, quien me veía, atenta—. Le mando tus saludos. —Ella dejó de mirarme y se enfocó en su telenovela—. ¿Cómo te va en tu nuevo trabajo, Emilia?

—Ya que insistes en llamarme como mujer para disimular.... ¡te contaré que estoy a régimen! —dijo, pero ahora en un tono de voz menos grave—. Tú sabes, hay que cuidar la línea porque hay que exhibir el bikini este verano.

Me tapé la boca. Tuve que aguantar las ganas de reírme.

—Margarita, ¿te ocurre algo? —preguntó mi madre.

—No, nada, es que Emilia me contó una broma. Dice que está a dieta.

—¿A dieta? Pero... con lo delgada que es. Dile que se deje de esas cosas.

—Ya, mamá.

—Y mándale también saludos de mi parte.

—Ok, ok.

Cuando se me fueron las ganas de reír, proseguí mi charla con Luis:

—¿Has escuchado lo que dice mamá? Dice que estás delgada y...

—Sí, ya la oí. ¿Cuándo no? Sermoneando y ordenando a los demás. Más bien, ¡te tengo buenas noticias!

—¿Cuáles? —pregunté con entusiasmo.

—Acabo de recoger todas mis notas de la universidad. ¡Aprobé todo!

—¡Qué bien! —dije, muy feliz. Tenía más ganas de estar a su lado y compartir su alegría.

Posteriormente, Luis me informó que, para cerrar con broche de oro el haber acabado el semestre, el día de mañana, viernes 23, iba a tener una fiesta en su casa con sus amigos de la universidad... y él quería que yo acudiese.

—No sé si pueda... —lamenté—. No sé si te has enterado, Emilia, pero estoy con mi pierna enyesada. Tuve un accidente hace dos semanas atrás...

—Estoy más que enterado. ¡Vaya con la actuación esta! Voy a tomarle cariño al nombre de Emilia. —Rio—. ¿Cuándo te retiran la bota de yeso?

—Tengo cita el 27 de diciembre.

—¿Y no crees que tu mamá pueda traerte otra vez, así como en mi cumpleaños? No me importaría que me dieras otra sorpresa como la de ese día.

—¿En serio?

—Pues claro. Aparte, ahora, como va a ser una reunión de amigos y fin de semana, mis viejos saldrán. Memo seguro pasará la noche con mis primos para jugar a la Play. Puedo convencer a Ada de que se quede; así conversarás con ella mientras estoy con mis amigos... y quizá tengamos oportunidad para...

—¿Para?

—Espera que salga a la calle, porque tengo a mis patas al lado. —Se escuchó bulla de gente conversando. Luego de unos segundos, estaba de nuevo al habla—: Podemos ingeniarnos otra vez para hacer el amor, ¿no crees?

Tosí de inmediato. Mi madre volvió a poner su atención en mí.

—¿Te sucede algo, hija?

—¿Margarita? —Oí que Luis me requería.

Le di golpes a mi pecho para tragar saliva.

—¿Margarita? ¿Qué pasa? —preguntó Luis, preocupado.

—Nada, solo que me atoré al pasar saliva.

—¿Te ha molestado o incomodado lo que te dije?

—¡En lo absoluto! —mentí de manera burda—. Es solo que... —¿Por qué debía seguir con esta charada? ¿No era mejor sincerarme con él, como una pareja adulta que éramos? ¡Claro! Pero, cuando estaba más decidida que nunca, no pude evitar arrastrar las palabras—. Bueno... sí... quizá un poquito.

—Está bien. —Suspiró—. Me había olvidado que eres es la mujer más tímida que conozco para estas cosas. ¡Y por eso eres adorable!

¡Ay, Dios! Experimenté una gran emoción dentro de mí.

—Yo también —musité.

Percibí un leve calor en mis mejillas y volteé un poco mi rostro para ver si mi madre me observaba. Felizmente, ella estaba concentrada en lo suyo.

—¿Y qué dices? ¿Podrás venir mañana o no?

—No sé si mañana viernes podré ir. Déjame ver mi agenda y...

—¡Mañana es la boda de Paula! —Oí que mi madre me interrumpió.

—¡Verdad! Mañana es la boda de una amiga...

—¿De quién? —preguntó él, sorprendido.

Le recordé a Luis, cambiando ciertos detalles para que no fuera evidente para mamá, de aquella vez en la que le presenté a Paula, cuando él me había me había besado cuando pretendí terminar nuestra relación por lo de Diana. Al terminar de informarle, la decepción en su voz era evidente:

—¡Mierda! Pero ¿necesariamente debes ir? Alega que por tu bota de yeso no será posible, o ¡yo que sé! ¡Quiero que vengas, Margarita, por favor!

Por más que tenía ganas de contestarle que pensaría cualquier cosa, me di cuenta de que sería imposible. Paula era una buena amiga mía; había acudido a mí para escuchar un consejo ante sus dudas con respecto su boda. ¡No podía hacerle esto! Con gran pesar, tuve que responderle con una negativa a Luis:

—Entiendo —dijo, bastante apenado.

—Pero ¿podemos encontrarnos después de Navidad? Total, ya faltan pocos días para que me retiren la bota de yeso.

—Tienes razón —respondió, ya más tranquilo—. Pues ni modo.

Se escuchó a lo lejos que decían «Lucho, ¡apúrate!».

—Mis amigos me llaman.

—Entiendo.

—Antes de irme, ¿te puedo pedir un último favor?

—Claro...

—¡Ponte bien bonita! Ya que no vas a poder venir mañana, tómate una foto para mí, antes de ir a la boda, y mándamela para ver cómo estás.

Sonreí. Ante la imposibilidad de vernos mañana, lo menos que podía hacer obedecer a Luis. De este modo, me despedí de él, con una mezcla de tristeza por no poder ir a su casa para su fiesta, pero complacida por su petición.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿


Al día siguiente, todo transcurrió dentro de la normalidad. Con mamá fuimos a la peluquería. Ya cuando regresamos, en la puerta del edificio nos esperaba el portero, quien nos saludó para luego informarme lo siguiente:

—Esto llegó para usted, señora Luque. —Me entregó una serie de papeles —. Vino un señor del Poder Judicial.

Le agradecí y después me despedí de él. Ya en el ascensor, mientras leía con detenimiento el contenido de los documentos, me quise morir.

El tenor de aquellos era ridículo e insultante: «Margarita Luque me ha engañado con otros hombres durante los cuatro años de nuestra unión, faltando a la moral del hogar y a los votos de fidelidad del matrimonio». Y así un par de perlas más. Ya no estaba sorprendida, pero lo peor venía después...

César había enviado una ampliación a la demanda judicial de divorcio. Al no prosperar la invitación a conciliar de días atrás, ya que era un trámite inviable al estarse llevando el divorcio en el juzgado, había decidido contraatacar... y de muy mal modo. ¡Todas las peticiones que me había hecho en la invitación a conciliar ahora las alegaba en el documento que tenía entre mis manos!

—¿Ves lo que me hace tu yerno favorito? —le reclamé a mamá mientras trataba de que las lágrimas no me traicionaran y malograran mi maquillaje.

—¿Qué ocurre, Margarita?

Le entregué los documentos para que los leyera con detenimiento. La puerta del ascensor se abrió para dejarnos pasar a las dos, así como yo hice lo propio con las emociones que comenzaron a embargarme sin tregua alguna.

Ya en mi casa, observé a mamá mientras ella leía lo que César me exigía. Los gestos de sorpresa y de posterior enfado eran evidentes en su rostro.

—¡Por Dios! Simplemente... ¡no lo puedo creer!

—¿Aún crees que es tu yerno favorito? —ironicé con un dejo hiriente.

—No, hija...

—¡Y encima quiere que lo mantenga! ¿En dónde se ha visto eso?

—Tampoco estoy de acuerdo.

—Por fin eres de la opinión de que hice bien en separarme de él —dije. Me sentía complacida al ver que, al fin, comprendía mis sentimientos.

—¡Espera, Margarita! Creo que las cosas entre ustedes deben arreglarse de otro modo. Quizá llegar a un acuerdo...

—¿Perdón? —Alcé la voz—. ¿Me estás diciendo que debo llegar a un acuerdo con César, quien me quiere dejar sin un céntimo y se refiere a mí con una serie de injurias? —pregunté, aún incrédula.

—No es eso. Pero si hablas con él, quizá podrían retomar su relación. Ahora que lo vas a ver en la boda de Paula, sería una excelente oportunidad...

Arrugué los ojos. ¡Simplemente no daba crédito a lo que me decía!

—¿Te estás dando cuenta de lo que me estás sugiriendo? ¡César es un auténtico patán!

—Hija...

—¡No, déjame terminar! —El tono de mi voz subió más. Tuve ganas de levantarme de la silla. Quizá con ello, el eco de mi voz llegaría hasta los oídos de mamá para hacerla entrar en razón—. Ese hombre con el que tú quieres que vuelva, aparte de serme infiel con cuanta mujer se le cruzaba, me quiere dejar sin el departamento. Y por si eso no fuera poco, ¡ahora quiere vivir como un zángano a mi costa! Y tú, en vez de estar de mi lado, ¡¿me aconsejas que vuelva con él?! ¡¿ACASO ERES MI MADRE O LA DE ÉL?!

Era la primera vez que le hablaba de ese modo. No recordaba haberle gritado nunca, menos haberme exasperado de ese modo con ella. Pero el verla tomando partido por ese tipo que me quería hacer la vida imposible, simplemente me había sacado de mis casillas.

Los ojos me ardían por la rabia y la traición que sentía que estaba recibiendo de parte de mi mamá. Al final, dejé que todos las emociones que estaba reprimiendo salieran con las lágrimas que corrían por mis mejillas.

—Margarita... —Me cogió de la mano.

—¿Acaso no te das cuenta? —alegué. Con una mano traté de limpiarme las lágrimas—. ¿No te fijas en cómo estoy? ¿De lo que César me está haciendo?

—Sí, hija.

—Entonces no te atrevas siquiera a insinuar que regrese con él, por favor.

Asintió con la cabeza. Por primera vez, desde que me había separado, pude ver un atisbo de comprensión en los ojos de mamá.

Luego de que me calmara y me lavara el rostro, llamé a la oficina de mi abogada para informarle de los documentos que me habían llegado y consultarle qué acciones realizar al respecto, pero sin éxito alguno. Como me encontraba tan frustrada por encontrarme en el limbo por mi situación judicial de mi divorcio, la cabeza estaba a punto de estallarme.

—Me siento muy mal —alegué mientras me iba a mi dormitorio.

Cuando llegué, me tapé la cabeza con una almohada. No soportaba ver la luz del foco sobre mis ojos.

—¿Tienes alguna pastilla para tu jaqueca? —me preguntó.

—En el botiquín, en el baño, creo que tengo alguno.

Mamá fue donde le había indicado. Rápidamente, volvió con la pastilla y un vaso con agua para tomarla, los cuales bebí. Después, me dejó descansar.

Luego de varios minutos, mamá volvió. Me preguntó si me encontraba mejor, pero mi respuesta fue negativa. Inclusive, cuando prendió la luz de mi dormitorio, le dije que la apagara. Creí que había comenzado a sufrir de fotofobia.

—¿Ya te sientes mejor? —me inquirió. Meneé la cabeza en señal negativa—. No creo que te podamos esperar más. Tu padre ya debe de estar en camino para ir a la boda y lo aconsejable sería que descansaras.

—Me siento mal por no poder ir, pero en estas condiciones...

—Llamas a Paula para disculparte y felicitarla por su boda —habló con comprensión—. Te llamaré desde mi celular para que te comuniques con ella. —De pronto, el timbre del departamento sonó. Papá ya estaba en casa—. Me da una pena dejarte así, hija. Me voy a preocupar por ti.

—¡Bah! No exageres, mamá. —Justo en ese instante, una idea cruzó por mi cabeza—. De verdad, tampoco es tan grave. —Me senté sobre la cama—. Le haces saber a Paula mis mejores deseos para ella y... no estés inquieta por mí. Ve y diviértete con papá. No te preocupes en regresar hoy.

—¿Por qué?

—Quiero descansar toda la noche para que se me pase esta jaqueca. No me gustaría que me interrumpieras mi sueño. Ya mañana será otro día, también. Espero comunicarme con mi abogada y tener claro todo este asunto de César para estar más tranquila. Solo espero que ella esté disponible en Navidad.

Mamá no parecía muy convencida de lo que le decía. Pero, antes de que me replicara, el timbre del departamento volvió a sonar junto con el de su celular.

—Es tu padre —me informó mientras observaba la pantalla de su teléfono. Agradecí la impaciencia que siempre caracterizaba a mi papá.

Como el tiempo apremiaba, mamá no tuvo tiempo para alegar más. Se despidió de mí, diciéndome que vendría a visitarme en la mañana, luego del desayuno, para coordinar los preparativos para la cena de la Nochebuena.

Luego de que se fuera, llevé a cabo mi plan: llamar a Luis para que viniera a verme.

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