✿ Capítulo 7 ✿
Luis
¿Qué diablos hacía aquí mi hermano Memo? ¿Me habría visto dándole un beso a Margarita?
—Memo, ¿qué quieres? —dije. Cientos de mariposas sentía en mi interior.
Soltó su típica sonrisa de travieso. Comenzó a señalarnos a Margarita y a mí con uno de sus dedos, mientras que con otro se rascaba el cuello.
¿Me habría sorprendido dándole un beso? ¿O me habría separado de ella justo a tiempo?
—¿Se estaban besando? —preguntó—. Porque los vi besándose. Ella te agarraba la cabeza y tú a ella del mentón. —Soltó una risotada.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda ¿Qué hacer?
—No sabía que la amiga de Adita fuera tu enamorada, Lucho —prosiguió. Se tapó la boca con una mano al tiempo que con la otra señalaba a Margarita.
—Este... yo... —dijo ella en un tono de voz casi imperceptible.
La angustia en el rostro de Margarita era evidente. Me agarró de la mano con aprensión mientras sacudía la cabeza.
Parecía que a mi hermano el espectáculo del que había sido testigo le provocaba carcajadas, pero a Margarita era todo lo contrario. Memo la miraba con curiosidad. Ella estaba cabizbaja, incapaz de contemplarlo a los ojos.
—Luis... —añadió ella con la voz entrecortada.
Me pareció que una lágrima le caía. Con ese panorama, me decidí a todo.
Estaba más que claro que ya no podíamos seguir ocultándonos más. ¡Memo se lo diría a todos! Con lo bocón que era, no me quedaba duda. Margarita y yo debíamos afrontar las consecuencias de no revelar nuestra relación.
—¿Por qué está llorando Margarita, Lucho? —intervino mi hermano, quien, al darse cuenta, dejó su expresión traviesa por una de preocupación.
No supe qué responderle. Simplemente continuaba enmudecido.
—Yo... —respondió Margarita de manera entrecortada.
—No llores. —Memo se acercó hacia donde había una pequeña caja de papel tissue, al lado de la cama de mi hermana. Le entregó un pañuelo a Margarita, en un hecho que me recordó mucho a uno que sucedió entre ella y yo años atrás—. Con lo bonita que eres, te vas a poner fea. ¿Verdad, Lucho?
Le sonreí a mi hermano y asentí con la cabeza.
—Gracias —dijo Margarita mientras se limpiaba las lágrimas.
Con ese gesto de mi hermano, me di cuenta de que, quizá el panorama para nosotros aún no era tan sombrío.
—Memo, ve afuera y espérame un rato en el pasadizo. Tú y yo tenemos que conversar, ¿bien?
—Pero, primero ¿me dices en dónde está el FIFA 11? Mis primos y yo queremos jugarlo; ya nos cansamos del Mario Bross.
—Está bien. Ahorita voy a mi cuarto a buscarlo. Sal y espérame un segundo, que debo hablar con Margarita.
—Está bien.
Pero, antes de que se fuera, me acerqué a él y le dije en un susurro:
—No le digas a nadie lo que has visto.
—¿Por qué? —Me observó frunciendo las cejas.
—Hazme caso. Ya después te explico, ¿ok?
Se encogió de hombros. Hizo una mueca para después irse.
Luego de que se fuera, me dirigí donde Margarita, quien me observaba con los ojos aún llorosos:
—¿Crees que se lo contará a todos?
—No lo sé —respondí con sinceridad. Me hinqué de rodillas y la ayudé a limpiarse los restos de lágrimas que todavía le caían—. Con él nunca se sabe. Es muy travieso, pero no es un mal niño.
—Tienes razón. —Sacudió la cabeza—. El gesto que tuvo conmigo habla muy bien de él. —Sonreí y asentí con la cabeza—. Tu hermano se parece mucho a ti en tu forma de ser, ¿sabes?
—¡Na' que ver! —Me erguí—. Memo y yo no nos parecemos. Él es un sobrado, un entrometido, un bocón... —Tosió para luego mirarme y reírse—. ¿Estás diciendo que también soy un sobrado, un entrometido y un bocón?
—No he dicho nada. —Se encogió de hombros—. Pero a veces, pues... has soltado cosas de más cuando no debías decirlas, ¿recuerdas?
—¡Bah! —contesté aún sin reconocer mi derrota.
Sonrió. Con esto, se formaron en sus mejillas aquellos preciosos hoyos que me encantaban. La tristeza que la había ensombrecido desapareció, lo cual me tranquilizó un poco. Pensándolo bien, Margarita quizá tenía razón.
Si bien en lo físico Memo se parecía más a Ada que a mí, a excepción de los ojos (que todos habíamos sacado de mi abuela materna), en la forma de ser podría ser que nos pareciéramos. Si así eran las cosas, tenía fe en que podría convencerlo para que no dijera nada de lo que había visto, a pesar de ser bocón.
—Voy a hablar con él y lo voy a convencer para que nos apoye —dije.
—¿Estás seguro de que te hará caso?
Le agarré las manos con firmeza. Quise demostrarle todo mi apoyo y ánimo, para asegurarle de que no tenía por qué temer.
—¿No dices que Memo se parece a mí?
—Así me parece.
—Pues yo soy bueno guardando secretos, ¿no crees?
Asintió con la cabeza.
Me acerqué donde Margarita. La besé en la frente tiernamente.
—Ya vengo, pero... si para cuando termine con Memo, viene Ada, igual te haré saber en qué quedó lo de mi hermano.
Me observó con ojos esperanzadores. Finalmente, me despedí con un gesto de la mano, mandándole un beso volado, que ella me correspondió.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Cuando salí del dormitorio, mi hermano estaba en el pasadizo.
—Oye, ¿eso no es mío? —le reclamé al verlo jugar con mi DS.
No me hizo mayor caso. Estaba tan concentrado en el New Super Mario, que por un segundo pensé que se le había olvidado el asunto de Margarita.
—Memo, quiero hablar contigo —insistí.
—¡Espérate! —dijo, muy concentrado en el juego.
—Pero, Memo...
—Ya me queda poco. Termino esta partida y luego conversamos, ¿sí?
Continuó dándole sin parar a los pequeños botoncitos del juego, así que decidí no insistir más y obedecer.
Caminé al final del pasadizo, donde había una ventana que daba para el patio de mi casa. Saqué la caja de cigarrillos de mi bolsillo. Mientras fumaba uno, pensé en toda la serie de acontecimientos que habían sucedido esa noche. Antes de exhalar el humo, lo contemplé de lejos durante unos segundos. Era tan o más fanático de los videojuegos que yo cuando era niño.
Margarita tenía razón: Memo se parecía mucho a mí en su forma de ser. ¡Tenerlo de compinche en mis andadas amorosas sería pan comido!
Cuando terminé de fumar, tiré mi cigarro por la ventana. Iba a dar la espera por terminada, pero vi que Ada subía por la escalera.
—¡Cómo habla mi tía! —dijo ella—, No había cuándo sacármela de encima. ¡Oye, tú! —Vino hacia mí—. ¿No ibas a hacerle compañía a Margarita?
—¡Ya veo! Con que eso era... —intervino mi hermano.
¿No decía que quería ganar su partida?
—¿A qué te refieres? —lo inquirió mi hermana.
—Bueno, lo que ocurre es que...
—¡Memo, dame ya mi juego! —Le quité la DS de sus manos.
—¡Oye, pero ya me faltaba poco para terminar!
—Si tienes tiempo para hablar con la bruja, lo tienes para hablar conmigo
Él hizo un puchero y me observó de mala gana.
—Está bien —contestó, malhumorado.
—¿Qué andan tramando ustedes dos? —preguntó Ada.
—Memo y yo debemos tener una charla de hombres. Y si me preguntas por qué no estoy con Margarita, es que quise fumar. —Le mostré mi cajetilla antes de guardarla—. Salí porque a ella no le gustan los cigarrillos.
—Bueno... —dijo, poco convencida, para luego entrar a su dormitorio.
—Vamos, Memo, acompáñame al cuarto de mis papás a conversar.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
—Hay algo que voy a contarte —dije— y deseo que me prometas, por lo que más quieras, que no se lo vas a decir a nadie, ¿ok?
Memo se encogió de hombros y me observó con curiosidad.
—¿No quieres que le diga a Adita que has estado coqueteando con su amiga en su ausencia?
—Bueno, sí, pero...
—¿Y por qué la estabas besando? —preguntó, muy divertido.
—Escúchame bien. Te voy a contar una historia que casi nadie sabe.
Y ahí, relatándole a mi hermano menor lo que por años me había sucedido, fue que me quité un gran peso de encima. Contar a un familiar lo que por tanto tiempo había callado, ¡me daba una tranquilidad como nadie tenía idea!
Su carita cambió durante varios momentos de nuestra charla. Por unos instantes, estaba curioso. En otros, abría grandemente sus ojos y su boca, como si le fuera difícil de creer todo lo que le contaba.
—Hermano, simplemente... ¡es increíble! —afirmó, aún sorprendido.
—¿Qué es tan increíble?
—Parece que me estuvieras contando la historia de una novela, no tu vida.
—La realidad muchas veces supera a la ficción.
—Uhm... —dijo, poco convencido. ¿Qué diablos estaría pensando?
—Y bueno, me vas a ayudar a guardar el secreto, ¿o no? —insistí.
Memo observaba el techo, por unos segundos que me parecieron eternos. Mientras trataba de analizar su mirada para saber cuál sería su reacción, mi vista se detuvo sobre una foto familiar. Me acerqué a aquella para contemplarla mejor.
En la foto, estábamos todos de viaje en una playa del sur de Lima, unos veranos atrás. Memo tendría seis años. Estaba armando castillos de arena y yo lo ayudaba a construirlos. Si la memoria no me fallaba, esa fue la primera ocasión en que mi hermano le perdió el miedo al mar, gracias a mi ayuda.
Si analizaba bien mi relación con Memo, habíamos sido compinches en muchas cosas... y esperaba que mi relación con Margarita no fuera la excepción.
—¿Recuerdas ese verano en San Bartolo? —dije para luego retirar la foto de la pared y acercársela a él.
—Sí, nos quedamos varios días allá. ¡La pasé genial!
—Y fue ahí que aprendiste a nadar. ¿Te acuerdas?
—Ah, sí. Al principio tenía miedo —hizo un puchero de vergüenza—, pero me cogiste de la mano y me prometiste que no me soltarías. Poco a poco nos metimos al mar, hasta que ya se me fue el temor de todo... ¡Me ayudaste mucho! —Sonrió, orgulloso.
—¿Lo ves? —dije. Iba a llevar la charla hacia lo que me interesaba. Regresé la foto a su lugar—. Para eso están los hermanos: para ayudarse, ¿no crees? —Él asintió con la cabeza—. ¿Me ayudarás a guardarme el secreto?
Volvió a asentir. ¡Cuánto alivio sentí con ese simple gesto!
—Pero, Lucho, tengo una duda... —dijo, pensativo.
—¿Qué cosa?
—¿Por qué tienen que estar a escondidas? No entiendo por qué no quieren que sepan que ustedes son enamorados. Si hacen una bonita pareja...
—¿En serio lo crees? —pregunté. El orgullo no cabía en mi pecho.
—¡Claro! Margarita es muy bonita. Y me cae bien, a diferencia de Diana, que es una pesada y siempre me trató mal. —Frunció el ceño.
Sonreí. Siempre supe que nadie de mi familia, a excepción de papá, había aprobado la relación con mi ex.
—¿Por qué nadie puede saber que son enamorados? —continuó—. ¡No lo entiendo! Si hasta donde yo sé, Adita la quiere mucho por ser su amiga, ¿no? Y mi mamá... desde que Margarita vino a la casa la otra vez, le he oído decir que quiere que venga más seguido. Si se entera que es tu enamorada, ella estará aquí todos los días; ¿acaso no es eso lo que hacen los enamorados?
Sonreí al ver la simpleza con la que Memo decía las cosas; pero tenía razón. Pudiera ser que, en el fondo, si alguien de mi familia se enteraba de que Margarita y yo éramos pareja, quizá no sería todo reproche como ella pensaba.
—Ustedes los adultos se complican por todo.
—Es por la diferencia de edad, Memo. Ella es mayor que yo por diez años.
—¿Esa es la razón de esconderse? Entonces, ¿está mal enamorarse de alguien mayor que tú? —dijo, decepcionado.
—¿Perdón? —dije.
Me observó triste. Esa reacción de él no era normal. Un pequeño rubor se posó sobre su rostro y lo escondió en sus manos con vergüenza.
¡Esperen un minuto! Podría ser que...
—¿Te gusta alguien mayor que tú? —añadí.
Suspiró. Se lo veía más compungido que nunca. ¡Yo estaba en lo cierto!
—¿Quién es tu amada? —Traté de contener la risa.
—¡Te estás burlando de mí! —exclamó de mala gana.
—Está bien. Prometo no reírme. —De nuevo me esforcé por no carcajearme. No quería que Memo se sintiese incómodo por mi culpa, más si me estaba dando su apoyo y pudiera ser que estuviese pasando por una situación parecida a la que viví yo de niño—. ¿Me lo vas a contar o no?
En un principio, creí le gustaba alguna hermana mayor de un amigo suyo del colegio, como en mi caso. Conocía a algunas, ya que, en más de una ocasión mi mamá me había pedido que lo recogiese de la casa de un compañerito. Barajé varios nombres. Pero, cuando le pregunté y me decía que «no», me di por vencido. Le dije que de una vez me revelara el nombre su amada.
—Es la señorita Leslie —confesó, muy suelto de huesos.
¿Su profesora del colegio?
¡Qué espabilado era mi hermano! Si echaba cuentas, la susodicha debería de tener unos veinticinco años. Pero siempre había escuchado que a veces los niños solían enamorarse de sus profesoras. Margarita había sido mi maestra improvisada de inglés cuando yo era niño. Lo de Memo no era tan raro.
—¿Prometes no decirle a nadie? —me preguntó.
—Solo si tú juras lo mismo.
—¡Pues claro que lo haré! Aparte que... no quiero que Margarita esté triste. Me cae bien, ya te dije. ¿Era por eso que estaba llorando?
Con un movimiento de la cabeza le contesté que sí.
—No quisiera ver triste a la señorita Leslie... —añadió frunciendo el ceño.
—Ni yo deseo que Margarita lo esté. ¿Me entiendes ahora?
—Sí, pero... No quiero que la gente sepa que me gusta mi profesora porque se burlarán de mí —dijo con un puchero—. ¿Es por eso que Margarita no quiere que nadie se entere?
—Uhm, parecido. Es más complejo que eso, diría yo.
—Los adultos son bastantes complicados. ¡No quiero crecer nunca!
Solté una leve risa.
—Mira, lo importante es que me prometas que no se lo dirás a nadie.
—¡Lo juro! Aunque no entienda por qué es tan enredado todo y no pueden decir a nadie que son enamorados, los hermanos están para ayudarse, ¿no?
—Así es —respondí, muy complacido.
Nos dimos la mano como muestra de nuestra alianza. Y con eso, mi secreto respecto a mi relación con Margarita no peligraba. Por ahora...
En ese instante, alguien tocó la puerta.
—¿Quién es? —pregunté.
—¿Puedo pasar? —dijo mi primo Bruno para luego entrar al dormitorio.
—Ya estás aquí, Pecas —le respondí con el apodo con el que lo solía llamar, por lo pecoso que él era.
—Oye, Memo —dijo Bruno—, ¡te estamos esperando hace buen rato!
—Ah, cierto. Lucho, ¿me prestas tu juego FIFA 11?
—¿No fuiste a mi cuarto a buscarlo?
—Revisé en todos tus muebles, pero no lo vi por ningún lado.
Me levanté de la cama para dirigirme a mi habitación.
—Vamos a mi cuarto —les ordené—. Les diré en dónde está el juego.
—Ahí no se puede encontrar nada. Todo está desordenado, Lucho —reclamó mi hermano.
—Oh, sí. Tú serás muy ordenado, ¿no?
—¡Por supuesto!
—Por eso mamá siempre te está regañando —dije rascándole la cabeza.
—¡Bah!
—Además, no me repliques, Memo... ¡soy el rey del orden! —alegué mientras cerraba la puerta del cuarto de mis papás.
Di por terminada mi charla con Memo, con la seguridad de que ahora era mi cómplice en mi relación con Margarita. Pero ¿podría confiar en el buen juicio de mi hermano y que mantendría mi secreto con él? Solo el tiempo me respondería.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top