✿ Capítulo 5 ✿

Margarita

—Maggi, si tú supieras lo que tengo que contarte —dijo Ada entornando los ojos.

—Ya estamos solas, ¿no? Aquí podemos hablar de ese secreto.

Ambas nos encontrábamos en su dormitorio.

Luis, muy gentil, me había llevado en sus brazos hacia el cuarto de su hermana. Como le habíamos adelantado, queríamos estar a solas. Él se había ofrecido de fungir de vigilante para que nadie más nos espiara. Ada lo objetó, señalando que esta charla solo correspondía a las mujeres, pero él insistió en quedarse diciendo que vestiría una falda. Finalmente, sin dar tregua en esta transacción fraternal, mi amiga fue bastante enfática («¡Lárgate y déjanos en paz!»). Así que, a mi enamorado no le quedó otra cosa que irse del cuarto.

—Uhm... espérate un segundo —susurró ella—. Aún no estamos solas.

Ada se levantó de la silla. Cuando abrió la puerta, lo que ella sospechaba era cierto, para mi mala suerte y de quien nos espiaba: ¡Luis nos había estado escuchando detrás de la puerta!

—¿Qué haces aquí, enano?

Él me observó. En su rostro se veía que no había querido ser descubierto.

—Quería saber si se les ofrecía algo más. Quizás Margarita tiene sed y...

—¡Largo! —le dijo Ada, indicándole las escaleras.

—Bien, me voy, pero solo cuando te conviene me buscas, bruja.

—¿Y qué vas a hacer aquí? Margarita y yo necesitamos conversar a solas, como en los viejos tiempos, así que tú estás sobrando.

—Ok, ok. Lo que tú digas.

Antes de irse, él me guiñó el ojo derecho dos veces. Supe que era una señal de que, lo más probable fuera a buscar la forma en que estuviésemos juntos en alguna oportunidad, tal y como lo habíamos planeado.

Cuando se cerró la puerta, aún estaba divertida por lo que había ocurrido, pero las palabras de Ada hicieron que ese ánimo se me fuera en un santiamén:

—No me gusta nada cómo te mira Lucho. Creo que está loquito por ti.

¡Dios mío! ¿Ada sospechaba? Tragué saliva.

—¿De qué hablas? —pregunté arrastrando las palabras.

—¿No te has dado cuenta? En toda la noche, mientras hablábamos, no te ha quitado la mirada de encima.

—Bueno, no sé... —dije mientras negaba con la cabeza.

—Ya me había dado cuenta antes, cuando los dos vinieron a la casa el día que se reencontraron. Pero lo de hoy es bastante demostrativo.

Volví a pasar saliva, pero no supe qué más decir.

—¿No te percataste cuando viniste esa vez, cómo él te lanzaba piropos tan descaradamente, tanto que mamá tuvo que llamarle la atención?

—La verdad es que... no lo recuerdo muy bien o no le tomé importancia.

—Yo tampoco en aquella ocasión, Maggi. Pero ya te digo, hoy he visto cómo mi hermanito te ha mirado con bastante insistencia.

—¿De verdad?

—¿No se te ha insinuado durante la charla que tuvieron? Porque a veces suele ser bastante piropeador con las chicas y no quisiera que te importunara...

—No, no. ¡Para nada! Luis me ha respetado en todo momento.

—¿Estás segura? —Ada se mordió los labios—. ¿De qué conversaron?

Sus preguntas me estaban poniendo cada vez más nerviosa. Percibí que mi rostro empezó a sudar más de la cuenta.

—Como te dijimos antes, Luis y yo nos llevamos muy bien, ya que tenemos muchas cosas en común: el cine, la música, el canto...

Me observaba muy curiosa. ¡Dios! ¿Para esto me había pedido subir y conversar en secreto en su cuarto?

—Margarita, ¡estás sudando como un cerdito!

Asentí. Rápido, saqué un pequeño papel tissue para secarme la cara.

—Sigues siendo aquella niña tan avergonzada de la secundaria, ¿eh?

—Hay cosas que no cambian con el tiempo —dije mientras seguía con mi limpieza facial.

—Lo siento. Te has puesto nerviosa por mis tontas preguntas —dijo mientras me cogía de mi mano libre—. Y a mí se me olvidó que sueles avergonzarte rápidamente por estas cosas. ¿Cómo se me ocurre pensar que Lucho va a intentar coquetear contigo? Si le sacas diez años. ¡Por Dios!

Me limité a asentir.

—Y si así fuera, tú, con lo tímida que eres, dudo que le hicieras caso.

Volví a asentir. Mi cerebro en ese instante no era capaz de decir algo.

Pasaron breves minutos hasta que terminé de secarme. Ada me invitó un vaso con agua y se disculpó por las incomodidades que me había provocado. Cuando pensé que la calma ya había vuelto al ambiente, lo que me revelaría no sabía si era peor o mejor respecto a la situación tan incómoda en la que me hallaba. Mientras bebía el agua, lo que me contó hizo que me atragantase.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Seguí tosiendo sin parar. Era evidente que las sorpresas e incomodidades de esa noche no se habían acabado para mí. Luego de que me calmara, le hice una pregunta retórica para confirmar si era cierto lo había escuchado:

—¿Dices que estás saliendo con un hombre casado?

Asintió con su cabeza varias veces mientras se mordía el labio izquierdo.

—¡Baja la voz, Maggi! No vaya a ser que Lucho esté espiando de nuevo.

Se levantó de su asiento y abrió la puerta de su dormitorio. Sin embargo, en esta ocasión, no había moros con trenzas rastas en la costa.

Después de verificar que no hubiera nadie, cerró la puerta y se sentó a mi lado.

—¿Era esto de lo que tanto querías hablar aquí conmigo? —le pregunté, para luego dar otro sorbo del vaso con agua que tenía en mis manos y ver si, con ello, digería la noticia que me acababan de dar.

Ella asintió. Y ahí fue que se explayó en aquel secreto que la carcomía.

Ada estaba saliendo con un hombre llamado Humberto. Lo había conocido hace tiempo, cuando él fue a su gimnasio para ejercitarse. Ella había sido asignada como su entrenadora y fue así como tomaron más confianza. Y lo que empezó como una mera relación profesional dio paso a algo más.

Su «niño», como ella lo llamaba, si bien estaba pasando por una crisis matrimonial, a tal punto que pensaba separarse de su mujer, no tenía muy claro si lo haría. La esposa de Humberto le había advertido que, si él la dejaba, le quitaría hasta el último céntimo para su manutención y la custodia total de sus hijos, a lo que él no estaba dispuesto a ceder. Ante este panorama, Humberto aún no había dejado a su mujer, pero todo cambió cuando conoció a mi amiga.

Según me relató Ada, él era el hombre que había estado esperando toda su vida. Comprensivo, respetuoso y maduro; en fin, perfecto para ella, pero el «único» inconveniente era que aún estaba casado y no tenía visos de separarse. A pesar de todo eso, él le decía a mi amiga que la amaba. Pero, luego de un tiempo de iniciada su relación clandestina, mi amiga ya se estaba cansando de la situación. Sus celos, sus temores y sus inseguridades la estaban matando. Quería a Humberto para sí sola y gritar su amor a los cuatro vientos, sin que nadie la mirara mal... y quería pedirme un consejo sobre esto.

No está demás señalar que nadie, absolutamente nadie de su familia, ni de sus amigos tenían conocimiento de su relación. Y ahí pensé que, salvando algunas cosas, ¡cuánto había de similitud entre nosotras!

—No me vas a censurar, ¿no?

Suspiré.

—¿Qué crees que debo hacer? Por Dios, Maggi, ¡dime algo!

Bien. Estaba más que claro que tenía que hacer caso a su petición, pero el asunto era que yo no sabía qué decirle.

Entendía que yo siempre había sido vista como una consejera amorosa. Durante la secundaria, en la universidad y en el trabajo, mis amigas confiaban en mí para contarme sus secretos y pedirme consejos, muy a pesar de que, si lo pensaba bien, mi experiencia no me respaldaba. Solo había tenido un amigo en la secundaria que me gustaba, pero del cual no pasamos de echarnos unas miradas; luego, un chico con el que salí un par de veces y nada más; y bueno, mis experiencias con César y Luis. Pero, lo de ahora me dejaba en shock. Por primera vez, en mis labores de Doctora Corazón, no sabía qué aconsejar.

Ada se me acercó más y me tomó de la mano. Empecé a sudar frío de nuevo, pero por la situación tan irónica y surrealista en la que me encontraba.

—¿Crees que debo dejarlo?

Con sus manos estrujando las mías, me di cuenta de la situación desesperante en la que Ada se hallaba. Porque yo también me había sentido así, en busca de alguien que me dijera una palabra de aliento ante lo que mi corazón quería revelar... Con toda esta mezcla de emociones y recuerdos en mí, resolví, por fin, ayudarla dentro de mis posibilidades:

—Lo quieres mucho, ¿verdad?

Asintió con la cabeza.

—¿Y él a ti?

Volvió a confirmarme con la cabeza.

—Mira, no te voy a censurar ni nada, solo te voy a dar mi punto de vista... Porque me lo estás pidiendo y no quiero que te lo tomes mal. ¿Está bien?

—De acuerdo.

—Siempre he pensado que el amor debe ser entre dos personas que estén libres para eso...

—Entonces, ¿te parece mal lo que estoy haciendo? —me interrumpió.

—Déjame continuar y escúchame bien lo que tengo que decir. Ya luego me replicas, ¿te parece?

—Está bien.

—Independientemente de que opine que no está bien entrometerse en un matrimonio, a pesar de que Humberto diga que no quiere a su esposa, ellos oficialmente siguen juntos...

Ada puso sus ojos como plato, pero moví la cabeza para hacerle recordar lo que habíamos quedado.

—Cuando en una relación —añadí— hay un tercero, más de uno puede salir herido... tarde o temprano. Ya sea la tercera en discordia o todos los involucrados. Pero, en este caso, solo me interesa saber que tú no vas a salir lastimada, ¿me entiendes?

Volvió a asentir con la cabeza. Se le veía los ojos llorosos. ¡Pobrecita!

—No soy la persona más conveniente para decir esto —continué—, pero... Solo sé que cuando tienes un amor tan bonito, tienes ganas de gritarle al mundo entero que estás enamorada y que te corresponden. Sé cómo te sientes.

—¿Tú también estás enamorada, Maggi? Porque te ha brillado la mirada con lo último que me has dicho.

Debió de ser evidente que mis ojos se morían por decir lo que mi boca no se atrevía, que tuve que ordenarles a los condenados que se amoldaran a mi burda actuación de Margarita-no-está-enamorada.

—¡Nada que ver, Ada! Pero no me cambies de tema, ¿ok?

—Bien —dijo algo más tranquila.

El resto de nuestra charla transcurrió dentro de lo que «normal». Y era que... ¡me sentía tan miserable diciéndole que un amor sincero no merecía ser oculto!, que si ella se sentía tan preocupada por la situación que estaba pasando, lo más aconsejable era que le planteara a Humberto un ultimátum: o se decidía a divorciarse y a estar con Ada, o mi amiga se separaba de él, pero que esta situación de ser «la otra» no podía alargarse por mucho tiempo más.

Estuvo a punto de llorar luego de escucharme. En esta ocasión, fui yo quien le hice llegar el papel tissue para que limpiara las lágrimas que salían de sus ojos. No era conveniente que alguien de su familia la viera así.

—Gracias, Maggi —dijo sonriendo con tristeza—. No sabes lo mucho que me ha ayudado hablar de esto contigo. De verdad, que necesitaba desahogarme.

—No te preocupes. —Sacudí la cabeza—. Creo que, aún a pesar de mi pie lesionado, sirvo para dar consejos, ¿no crees? —añadí.

—Pero ¿de qué hablas? ¿Qué tiene que ver tu pie con saber o no dar consejos? ¡No caigo en qué quieres decirme!

—Ni yo «caigo». —Me encogí de hombros—. Solo sé que me «caí» hace una semana.

Ambas reímos ante mi ocurrencia. Ok, yo no estaba al nivel de Luis para bromear y hacer reír, como él lo hacía conmigo, pero algo era algo.

—Pero, Maggi... tú crees que, si le doy más tiempo, ¿él deje por fin a su mujer? Puede que aún le sea difícil abandonar a su familia por mí.

—¿Cuánto tiempo tienes con él? —pregunté para tener un mejor panorama del asunto.

—Ya casi dos años. En enero cumplimos nuestro aniversario.

—¡¿Dos años?! —hablé en voz alta.

En ese instante, alguien tocó la puerta de la habitación.

Ada me indicó con un gesto de sus manos para que bajara la voz. Se levantó de la cama y se dirigió para ver quién era. Aunque intuía quién podría ser, no pensé que Luis se aparecería tan pronto.

—Bruja, mamá te está buscando. Quiere que le eches una mano en servir más copas a los invitados. Y, aunque le recordé que estabas huasca, se empeñó en que viniera por ti. No me quedó más remedio.

—Oye, ¿me estás llamando borracha? ¡Más respeto a tu hermana mayor!

Tuve que aguantar las risas. Luis sabía cómo provocar con sus bromas a todo el mundo, a diferencia de mí. ¡Ay, Dios!

—¿Acaso no estás picada? —dijo con su típica sonrisa.

—No molestes, ¿quieres? —alegó mi amiga con un gesto de fastidio.

—Bueno, lo que sea. Mamá dice que no hay nadie más para que la ayude, ya que yo soy el agasajado, estoy con mis amigos en mi cuarto, y papá está con los demás invitados abajo. ¡Baja, que te están necesitando! —Hizo el ademán de querer cerrar la puerta—. Y como ya he cumplido con mi deber, pues me voy.

—Oye, Lucho. ¡Espera! —habló antes de que Luis cerrara la puerta—. ¿Puedes ayudarnos de nuevo a bajar a Maggi?

Miré a Ada. ¿Ya había dado nuestra charla secreta por terminada?

—¿Ya acabaron de planificar su asalto a los invitados de abajo? —dijo Luis—. Les aconsejo robarse el carro de mi tío Adolfo. Se ve carísimo.

—Calla, tarado. ¡Nadie está planeando robar nada! —reclamó.

—Oye, ¡más respeto con el dueño del cumpleaños!

—Más respeto hacia tu hermana mayor, ¿no crees?

Sonreí. ¡Estos piques entre hermanos eran algo de nunca acabar!

Pero, traté de no distraerme. Sabía por qué había venido Luis y no quería que hiciera lo que su hermana le estaba pidiendo; si la obedecía y yo regresaba a la sala, y por lo tarde que era, lo más probable sería que ya no hubiera otra oportunidad como esta. Resolví cambiar los planes de inmediato:

—Ada, si quieres te espero. Creo que aún debemos seguir sobre... bueno, tú ya sabes —le repliqué frunciéndole el ceño.

—Huy, ¡cuánto secretismo entre mujeres! —Luis sonrió.

De pronto, me dieron ganas de saltar de mi silla y estamparle un beso.

—¡No molestes! —ordenó Ada con un gesto serio hacia mi enamorado. Él puso las manos hacia atrás como «defendiéndose» de ella—. Pero sería muy descortés de mi parte dejarte sola —añadió Ada y se sentó a mi lado.

—¡Qué va! —repliqué—. Tampoco creo que demores mucho, ¿no? Aparte, quiero que me sigas contando sobre lo que hemos estado conversando —le susurré—. Tampoco es que te vayas a demorar una eternidad, ¿sí?

Y fue así como me las ingenié.

Mi amiga, al principio, tenía reparos en dejarme sola en su cuarto. Pero, luego de que Luis le asegurara que me tendría bien «resguardada», ella lo miró de reojo y le dijo que «¡No me cuidara demasiado y me respetara», a lo que él se quejó («¿Me crees un violador de mujeres acaso?»). Finalmente, después de una breve negociación, Ada se retiró no sin antes afirmar que volvería pronto.

Transcurridos breves segundos, Luis y yo estábamos a solas en su casa. ¡Por fin!

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