✿ Capítulo 37 ✿


Horas atrás

Luis

Esa tarde, ya estaba de vuelta en casa. Había estado toda la mañana buscando y comprando los regalos para entregarle a Margarita durante nuestra reconciliación. Yo había decidido ir a su casa en la noche para hacer las paces con ella, aprovechando que era fin de semana.

Cansado, y debido al calor que hacía, coloqué las bolsas de las compras a un costado del sofá de la sala. Me dirigí a la cocina para tomarme algo que me calmara la sed, antes de irme a tomarme una ducha. Cuando volví a la sala y descubrí a papá queriendo husmear entre mis cosas, fue tanto el susto que medio que por poco se me cayó el vaso de la impresión.

—¿Qué estás haciendo? —le reclamé al tiempo que me dirigía hacia donde él. Puse las bolsas en otro sofá, lejos de su alcance—. ¡Eso no es tuyo!

—¿Qué modales son esos? —Me miró con severidad—. ¿Llegas a casa, no saludas y lo primero que haces es faltarme al respeto?

—No te he faltado al respeto, viejo —me coloqué a pocos centímetros de mis compras, no quería darle oportunidad de que me agarrara con la guardia baja—, pero no me gusta que me estés espiando.

—¡No seas ridículo! Nadie te está espiando.

—¿Entonces...?

—Como me pareció ver un peluche, supuse que le habías comprado algo a mi nietecita. Justo caí en la cuenta en la que Blanca y yo todavía no le hemos comprado nada; quería ver cuál sería tu primer regalo para ella y...

Pasé saliva

—¡No es para ella! —admití, avergonzado.

—¿No? —Frunció el ceño—. Entonces, ¿para quién son estos regalos? Porque claramente son para una niña, a no ser que sean para una mujer...

Movió la cabeza en dirección a mis regalos. Cuando su vista se depositó en la gran bolsa de papel que tenía unos motivos de margaritas para luego mirarme con la frente arrugada, como adivinando quién era la destinataria, sentí un estrujamiento en mi estómago.

¡Carajo! ¿Por qué se me habría ocurrido ser tan obvio en algunas cosas?

—¡Esto no es de tu incumbencia! —dije mientras tomaba las bolsas y le daba la espalda para dirigirme a mi cuarto y ponerlas a buen recaudo.

Quise dar este tema por zanjado para no darle oportunidad a papá de ponerme en aprietos de nuevo. Lo que menos necesitaba ahora era un problema más, si ya estaba dispuesto a ir más tarde donde Margarita y resolver lo que me había estado atormentando durante semanas. Pero, si yo creía que ya me había librado de él, estaba equivocado:

—¿Es para esa otra mujer, cierto?

Me quedé de piedra, con el pie a punto de pisar el tercer escalón.

—¿Le has comprado a algo a Diana o a la niña?

—N...no.

—O sea, ¿estás usando el dinero que te doy en otra tipa y te has olvidado por completo de tu hija?

Volteé para encararlo.

—No la llames «tipa». Ella tiene su nombre...

—¿Ah, sí? ¿Cómo se llama? ¿Ya es tu enamorada? ¿Sabe que vas a ser padre? Porque si es así, habla muy mal de ella el que te aliente a gastarte cosas en ella, mientras tú no has dado ni un sol para la manutención de tu hija.

—Papá...

—Es cierto que me comprometí con los padres de Diana en sufragar los gastos que el control de su embarazo conllevase, pero eso fue con la condición de que no te pusieras a trabajar ni dejes tus estudios.

—¿Y acaso no lo he hecho? Ya me he olvidado de la música por completo, sigo estudiando Medicina como me pediste, he sacado excelentes notas y me voy a matricular para el siguiente semestre. ¡¿Qué más quieres, papá?!

—Estás de vacaciones de verano; tus clases no empiezan hasta dentro de unos meses. ¿Has buscado trabajo siquiera?

—Sí.

—¿En qué? No te he visto ponerte decente para ninguna entrevista de trabajo. Sigues con esas trenzas... con esas ropas y esas fachas —me miró de arriba abajo—, que dudo que puedan tomarte en serio. —Sacudió la cabeza.

—¡Fui a un casting para un grupo musical y para tocar en un pub! —repliqué, ofendido.

De pronto, su rostro se volvió más serio, si cabía.

—¿No decías que habías dejado la música?

—Me refería a los estudios. Para trabajar es distinto.

Él se tocó el puente de la nariz mientras se retiraba los lentes. Todo su rostro parecía estar esculpido de piedra maciza.

—A pesar de que ya tienes diecinueve años y Blanca y yo nos ofrecimos a ayudarte con mi nieta, sigues siendo como antes: un inmaduro.

—¡Ya soy un hombre!

—Eres un inmaduro que piensa que va a ganar dinero con la porquería del rap ese...

—¡No es una porquería!

—Y sigues siendo un arrogante y egoísta que solo piensa en él, olvidándote por completo de tu hija.

—¡No me olvidado de ella!

—Ah, ¿no? ¿Y en qué te has gastado el dinero que te di para tus gastos de este mes? —Movió su cabeza en dirección de las bolsas de compras—. Me acabas de confirmar que no le has comprado nada a tu hija y tu silencio solo me confirma que es para esa mujercita.

—¡Lo que pase entre esa chica y yo no es asunto tuyo!

—¡Claro que sí! ¡Yo te mantengo y de mi dinero han salido esos regalos!

—No te preocupes, viejo. Ni bien me contraten y me paguen por cantar —él se rio, sarcástico—, te devolveré todo lo que me has dado estos meses, lo de Diana incluido.

—¡Faltaría más! Soy yo quien ha estado dando cara con Vicente, enviándole dinero cada mes para los gastos de su hija. Si fuera por ti, ya estarías en la cárcel por no tener en dónde caerte muerto.

—¿Y ahora me lo echas en cara? ¿No habíamos quedado en que me apoyarías económicamente, con tal que no dejara mis estudios? ¿Acaso no he cumplido mi parte? ¿Qué más quieres de mí? ¡¿Qué?!

—Ya que no puedes asumir los gastos económicos que te tocan, por lo menos hazlo como padre. ¡Deja de vivir en tu mundo de fantasía! Desde que decidiste encamarte con Diana, debes asumir las consecuencias como debes.

¿Mundo de fantasía? Pero si yo desde que me enteré de que sería papá, mi mundo había cambiado por completo.

—¿A qué te refieres? —dije, poco convencido.

—Si fuera solo por mi pensión de jubilación, hacía tiempo que te habría dicho que trabajaras en lo que sea; aunque yo quisiera, no podría asumir un gasto más. Sin embargo, para tu buena suerte, no somos una familia que tenga apuros económicos: supe invertir en algunos negocios a su vez que cada tanto recibo un monto por parte de las propiedades de mi familia materna.

—Los Gildemeister, ¿no?

—Y los Carrión, no lo olvides. Pero a lo que voy es que, Vicente sabe de todas mis conexiones familiares. Por eso que no puso el grito en el cielo cuando se enteró de que su hija estaba embarazada, todo lo contrario. Él sabe que yo no permitiría que a mi nieta le faltase nada.

—Ya te dije que, ni bien gane dinero, te lo devolveré.

—¡Pero no todo es el dinero, Lucho!

—¿Eh?

—¿Hace cuánto que no llamas a Diana?

—Bueno, yo... —Me rasqué la nuca. —Me envió a mi correo las ecografías 3D que le hicieron. No se veía mucho...

—¿Cuándo fue eso?

—Uhm... ¿Hace una semana? ¿Dos? —Me encogí de hombros.

Él sacudió la cabeza, decepcionado.

—Hace un mes. Y tuvo su último control médico justo ayer.

—Uhm. —Me rasqué el cuello. No sabía qué decir.

—¿La has llamado para saber cómo está? ¿Cómo lleva el embarazo?

—No —dije, poco convencido.

—¿La llamas todos los días?

—¡Claro que no! Eso significaría que aún somos enamorados. No quiero darle señales equivocadas.

—¿Señales equivocadas?

Yo asentí.

—No quiero que vuelva a tener la idea de que vamos a regresar o algo parecido—dije, fastidiado—. Ya te conté que se puso muy pesada la otra vez, pero yo ya no siento nada por ella. Así que, si tus reproches van por ese lado, hazte a la idea de que Diana y yo ya no vamos a volver. Agradezco tu ayuda económica y todo eso, papá, pero...

—No has entendido nada de lo que te he dicho, ¿no?

—¿A qué te refieres? —traté de preguntar en el tono más casual posible, para que no se diera cuenta de yo estaba a la defensiva.

—¿Sabías que Diana tuvo un sangrado fuera de lo común y la llevaron a la clínica el otro día?

—¿En serio? ¿Por qué nadie me contó nada? ¿La bebé está bien? ¿Qué han dicho los doctores? ¡Dios santo! ¡Tienen que salvar a mi hija!

—Tranquilo, Lucho. —Me dio un par de palmaditas en el hombro—. Todo está bien; fue un falso susto,

—Ufff, ¡qué alivio!

—Pero ¿te has dado cuenta de que has preguntado por tu hija y en ningún momento has mencionado a Diana?

Arrugué la frente. No sabía a dónde quería llegar.

—Es cierto que ya no la quieres —agregó— y, con lo que me has dicho antes de las señales equivocadas, me queda claro que quieres poner tierra entre lo que ambos tuvieron, ¿no?

—Ya te dije. Regresar con ella es imposible para mí.

—Pero ¿acaso no puedes involucrarte más en su embarazo?

—Si te refieres a enviarle dinero...

—Dinero, dinero... ¿Y así me quieres convencer de que ya eres un hombre? ¡No todo es dinero en esta vida!

Papá se sentó en el sillón del frente. Sacó su teléfono.

—Ven, quiero que veas esto, Lucho.

Dudoso, me acerqué. Él me enseñó la pantalla de su teléfono.

—Ayer me estuvo llamando Vicente, pero estaba en la calle y no lo oía. No fue hasta después, cuando Diana fue dada de alta, que me informó de lo que le pasó. Pero me dijo que primero te estuvieron contactando a ti y tenías el celular apagado.

Ladeé la cabeza, pensativo. Justo ayer estuve ensayando con los chicos del grupo, durante el cual apagué mi teléfono para que nadie me distrajera. Estaba tan inspirado componiendo y practicando una canción, en la que plasmaba todo lo que sentía por Margarita y cómo la extrañaba, que quise desahogarme de la única manera que sabía: la música.

—Si no contestaba, podrían haberme dejado un mensaje siquiera, ¿no? ¡Los hubiera llamado de inmediato!

—Diana no quiso.

—¿Y eso? —Enarqué la ceja.

—Parece ser que es muy orgullosa y está resentida de que no la llames ni te preocupes por ella. —Arrugué la frente. No me gustaba nada lo que me estaba informando—. Por lo menos, es lo que me dijo su padre.

—Y es por eso que no me informaron que ayer tuvo su último control, ¿cierto? —Papá asintió—. Si solo se tratara de ella, me daría igual. Pero es mi hija; también me incumbe.

—Demuéstralo, entonces.

—¿Có...? ¿Cómo?

—Involúcrate más. Ve a Arequipa. Estate con Diana unos días...

—No voy a regresar con ella, si es lo que insinúas.

—¿Y quién te está diciendo que vuelvas con ella?

—Es que como lo dices, parece ser...

—¿Es por esa otra mujer, cierto?

Agaché la cabeza, mudo. No podía replicarle porque sabía que él tenía razón. Pero ¿cómo hacerle entender a papá, sin que yo me delatara, que en esos momentos no me podía mover de Lima, porque a pesar de que estuviera peleado con Margarita, ella ocupaba mis pensamientos a cada hora, y solo quería hacer las paces, besarla y volver a tenerla en mis brazos?

Mi hija con Diana me importaba, cierto. Mas, si las sospechas de que mi enamorada también estaba embarazada de mí, eran ciertas, entonces debía hacerme presente con ella, estar con ella y para ella, y la personita que también estuviera en camino...

Definitivamente, no me podía ir a Arequipa, por lo menos, no ahora. Y así se lo hice saber a papá:

—Iré donde Diana, pero no ahora.

—Lucho... —Me miró, severo.

—Tengo asuntos pendientes que resolver en Lima, papá. No viajaré a Arequipa ahora. Lo siento.

Me encaminé hacia las escaleras para dar el asunto por zanjado. Ya estaba anocheciendo y me estaba distrayendo más de la cuenta.

No quería que me calentara más la cabeza. Menos deseaba que empezasen a hacerme sentir culpable por priorizar a mis sentimientos de Margarita sobre mis responsabilidades de padre por una bebé que aún no nacía. O sea, había sido una falsa alarma lo de Diana, ¿sí? Ella y mi hija estaban bien. ¿Para qué tenía yo que viajar a Arequipa ahora? No lo entendía. Pero, lo siguiente que me dijo papá, solo encendió la mecha y me puso a la defensiva:

—Sí que estás enchuchado.

—¿Cómo dices?

—Que esa te tiene comiendo de su mano, a tal punto de que te olvidas de tus obligaciones, con tal de ir corriendo detrás de ella. ¡Vaya con la tipa esa!

No me gustó para nada el tono que había usado para referirse a Margarita.

—¿A dónde quieres llegar?

—Que me hago una idea de esa «mujer»: una cualquiera que no le importa que te gastes todo en ella, a expensas de no dedicarle tiempo ni dinero a tu hija.

—Una cosa no tiene que ver con la otra, ¿ok? A Mar...

Me detuve en seco. Papá me escudriñó con la mirada, como esperando mi contraataque. ¡Mierda!

—¡A ella no la metas en esto! —grité.

—A mí no me quieras engañar. Yo también fui joven y sé que cuando una mujer sabe moverse bien en la cama, nos vuelve locos y...

De inmediato, solté las bolsas y me puse frente a frente a él. Solo porque era mi padre, yo me estaba conteniendo de responderle como se merecía.

Suspiré profundo para tratar de tranquilizarme, pero me era difícil, muy difícil. Más todavía, cuando él seguía refiriéndose a Margarita con adjetivos irreproducibles, me daban ganas de cogerlo de la camisa y decirle que se callara de una maldita vez.

—Ella es una mujer decente, buena, la mejor que he conocido. —Me miró burlón al tiempo que se rio, sarcástico. —No se compara en nada a las putas con las que tú le fuiste infiel a mamá. ¿Te quedó claro, viejo?

En ese instante, su mano me dio una cachetada que me tumbó al suelo.

—¡Vuelve a faltarme al respeto y no respondo!

—La verdad duele, ¿no? —Sonreí.

Papá volvió a alzar su mano contra mí, pero se contuvo. No estábamos solos.

—Pero ¿qué está pasando aquí? —preguntó mi viejita al tiempo que cerraba la puerta y se acercaba a mí. —¡Luis! —le exigió respuestas a papá.

—Tu hijo... que se olvida de sus responsabilidades, y todo por una perra que le ha calentado la cabeza.

—¡Ella todavía no es mi enamorada y ya la estás juzgando!

Él enarcó la ceja.

—Eso quiere decir que todos esos regalos son porque te estás esforzando en conquistarla.

—Lo que yo haga con mi vida amorosa no es tu asunto, ¿ok?

—¡Vas a ir a Arequipa mañana mismo y no se hable más!

—¡Ni una mierda, papá! —grité al tiempo que quería volver a ponerme en frente de él, pero mamá me lo impidió.

—¡Dejen ya de pelear! —exclamó ella.

—¿Vas a consentir a este bueno para nada?

—Lo que quiero es que ambos se calmen, ¿ok? En especial, tú. —Mamá le dedicó una mirada penetrante—. Lucho, ¿no me dijiste que hoy ibas a salir con tus amigos?

—S... sí.

—¿Vas a permitir que se salga con la suya y se olvide de sus obligaciones?

Ella lo cogió del hombro y lo llevó al sofá. Le susurró algo al oído, que no pude oír bien. Iba a agradecerle a mamá que intercediera por mí, pero me dedicó una mirada al tiempo que me decía que me fuera, así que la obedecí.

En otras circunstancias, lo que ocurrió abajo me hubiera dejado pensativo. Pero yo estaba tan feliz de que mi viejita hubiera llegado a tiempo para defenderme, que solo pude pensar en que volvería a ver a Margarita mientras subía las escaleras. 

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