✿ Capítulo 33 ✿
Luis
—¡¿Qué estás hablando?! ¡No! —repliqué, ofendido—. Si ni a Diana, con las escenas de celos que me hacía, le fui infiel. ¿Por qué lo haría con Margarita?
—Ok —Ada alzó ambas manos a la altura de su rostro—, me queda claro que no le serías infiel.
—¡Claro que no! Una cosa es que estemos peleados, como cualquier pareja, y otra que sea un tipo de esos que les gusta jugar a doble cachete.
—¿Como el papá de Margarita?
—Y como nuestro viejo —dije con el ceño fruncido.
Ella sacudió la cabeza para luego agregar:
—Aún no se lo perdonas, aunque mamá ya lo haya hecho hace tiempo.
—No.
—¡Eres un doble moral, Lucho!
—¿Eh?
—Aún no perdonas que nuestro papá haya sido infiel, pero ahora ves bien que el viejo de Margarita lo fuera. ¿Cómo se llama a eso?
¡Ah, no! Esto ya era demasiado.
—A ver, bruja, no te pongas en contra mía. Yo nunca le perdonaré que papá le haya sido infiel a nuestra viejita —dije, molesto—. ¡Él no tenía razón de serlo! Se iba por ahí en sus viajes de dizque negocios —hice el gesto de comillas con los dedos— o cuando lo destacaban los militares, mientras que nuestra viejita se rompía el lomo criando sola a sus tres hijos. ¡Qué bonito todo!
—Sí, pero...
—Que tú lo hayas perdonado, es cosa tuya.
—¡Que yo no lo he perdonado!
—¿No? —Sonreí con ironía. Ella meneó la cabeza—. Pues para no hacerlo, bien que lo defiendes a capa y espada.
—¡No es eso...!
—¿Entonces?
—Es solo que a veces hay que ser un poco más condescendiente con las personas que nos rodean y más si... —Arrugó la frente.
Me la quedé mirando, esperando oír qué diría, pero fue en vano.
Ada había enmudecido de pronto. Todo su rostro estaba tenso. Incliné mi cabeza hacia ella, de manera instintiva para invitarla a que continuara, mas solo me dio la espalda y se sentó sobre mi cama, ¿dando la discusión por terminada?
—¿Bruja? —Me acerqué donde ella.
Ella sacudió la cabeza.
—Vamos... ¿Vamos a seguir hablando de cosas de parejas que, aunque sean de nuestros padres, no podemos hacer nada o de tu relación con Margarita? —Sonó como a la defensiva—. Que a estas alturas, es lo que debería importarte, ¿no?
—¿Te ocurre algo?
Me senté a su lado. Su actitud cambiada me causaba suspicacia.
—Aparte de lo de Humberto, ¿qué más me podría pasar? —Seguía sin mirarme a la cara como hasta hacía unos minutos.
—Dime tú. ¿Por qué te has puesto de repente tan nerviosa?
—¡Figuraciones tuyas! —Sonrió con dificultad—. Entonces, nunca le serías infiel a Margarita, ¿no?
—¡Por supuesto que no!
—¡Pobre de ti que le hagas sufrir a mi amiga! Suficiente tiene con haberla pasado muy mal con su exmarido, como para que vengas tú a darle la estocada final.
—Oye, ¿quién te crees que soy? —Alcé las manos, ofendido—. ¿Acaso no me conoces bien?
—Sí, pero también sé que no eres tan maduro como pretendes ser.
—No necesito que me halagues, gracias.
Fruncí el ceño al tiempo que no pude evitar mirar a Ada de soslayo. Su cambio de tema tan repentino, junto con su actitud de antes, me picaban la oreja. La miré, interrogativo, pero al ver que volvió a preguntarme si le sería infiel Margarita, era más que evidente que no quería seguir ahondando por aquel lado.
—Ni aún cuando me sentía tan estresado con Diana por sus celos, se me pasó por la cabeza serle infiel, y eso que tuve más de una oportunidad.
—Oh, tú siempre tan humilde por ser un rompecorazones, ¿no?
—¿Quieres dejar de lanzarme indirectas?
—Que yo sepa, fui muy directa.
—Mira, no sé por qué de pronto estás tan... tan a la defensiva conmigo.
—¿Defensiva?
—Pero el tema aquí es que cuando yo estoy con alguien, me entrego a esa persona, ¿ok? Si ya no la quiero, me abro y asunto acabado. Sucedió con Silvana, sucedió con Diana, no tendría por qué cambiar con Margarita.
Ada se cruzó de brazos y me miró, poco convencida. Era obvio que siempre saldría en defensa de Margarita, así fuera yo el objeto de sus reproches.
—Como te digo, ni aún cuando Diana jodía y me recontra jodía con sus celos, le fui infiel. Y con Margarita, quitando que me tiene aburrido con sus dudas y temores en exponer nuestra relación, lo haría. Ella estuvo a mi lado siempre cuando fui niño, y ya de grande no hizo más que enamorarme de nuevo con sus cualidades, como cuando se mantuvo a su lado cuando lo de Diana. Otra mujer, en su lugar, al primer problema se hubiera ido y...
Me detuve en seco. Ada ladeó la cabeza, sonriendo con malicia.
—¿Te acuerdas que te pregunté por qué te enamoraste de Margarita y dudaste en responderme porque creías que solo la habías idealizado? ¡Bingo! —Soltó una carcajada—. Te acabas de responder tú solito.
—Te encanta darme la contraria, ¿no? —Se levantó de la cama y me dio un golpe en la cabeza—. ¡Oye, que me duele!
—Lo que me gusta es que te des cuenta por ti mismo de que te falta mucho por vivir, enano.
Resoplé profundo. Ada volvió a alzarse para darme otro golpe en la cabeza, pero ahora la evadí.
—¡Si hasta estás haciendo un puchero! —Ella sonrió, vencedora.
De inmediato, traté de relajar mi rostro para que no me delatara. Al ver que me había puesto en evidencia, ella volvió a reírse. ¡Maldita bruja! ¿Hasta cuándo tendría que soportarla?
—Si fueras un hombre adulto, como de verdad dices ser, te habrías dado cuenta de que es más que comprensible que de niño hubieras idealizado a Margarita.
—¿Y eso qué?
—¿Cómo que «y qué»? El vivir te hace madurar y darte cuenta que, cuando te enamoras de verdad de alguien, sabes ver sus defectos, no solo sus virtudes, y aceptas a esa persona como es.
—Eso lo sé. ¡No necesito que me lo digas!
—Pues no lo parece.
—A ver, que es normal que yo dude, ¿ok? ¿No te he dicho que ella siempre está indecisa respecto a nuestra relación? —Ella rodó los ojos—. ¿Acaso no puedo hacerlo yo alguna vez?
—Bueno, tienes tu punto, sí... —hizo una mueca.
—Yo estaba cagado de miedo cuando tuve que contarle lo de Diana porque creía que me terminaría, y así fue —arrugué los ojos cuando recordé esa fría noche—, pero luego... cuando la vi ahí, frente a la ventana del carro y...
En ese instante, un hormigueo en todo mi cuerpo me impidió continuar.
********
Aquella madrugada, yo tenía la esperanza de que en algún momento Margarita bajara y se arrepintiera de haber terminado lo que teníamos. Como los minutos transcurrían y no tenía visos de que lo hiciera, decidí entretenerme con cualquier cosa mientras la esperaba dentro del carro.
Puse la música de Tupac Shakur en el reproductor. A veces, cuando quería mandar a la mierda al mundo, solo escucharlo me relajaba. Para mi buena suerte, unas de mis canciones favoritas fue la primera en sonar:
—Even when the road is hard, never give up.
Comencé a tamborilear sobre el timón mientras la cantaba. Luego de exhalar, noté cómo el vaho de mi respiración se colaba sobre la ventana delantera.
«¡Lo que me faltaba! Hace un frío de mierda la noche en que mi enamorada me deja».
De inmediato, subí la ventana del carro por completo al tiempo que lo hacía con el cierre de mi polera, pero igual seguía congelándome. Maldije no haber tenido una manta o algo parecido. Pero, ¿cómo me habría imaginado que aquella noche me encontraría ahí, peleando con mi terquedad en pos de no perder a Margarita, en lugar de estar calientito durmiendo en mi cuarto?
—Even when the road is hard, never give up.
«En algún momento tienes que salir y venir por mí, Margarita, en algún momento tienes que salir y buscarme. Tú me quieres como yo a ti, yo lo sé».
Sin darme cuenta, sentía mis mejillas calientes. ¿Cómo era posible, si hacía un frío de mierda?
Alcé mi mano derecha para ver si tenía fiebre o algo, pero lo que descubrí me dejó perplejo: eran lágrimas lo que tenía sobre mis mejillas. ¡Mierda! ¡Había estado llorando por Margarita y no me había dado cuenta!
—Baby don't cry, you got to keep your head up.
«Túpac, huevón, hasta después de muerto sabes decirme lo que necesito», me dije mientras me limpiaba las lágrimas con las manos. Aún en momentos como este no perdía mi orgullo y no quería que, cuando Margarita bajase —porque estaba seguro de que lo haría— me viera en un estado tan penoso como el que me hallaba.
Me tapé la cabeza con la capucha de la polera y sobé mis manos durante un buen rato para ver si así podía entrar, por fin, en calor.
No supe cuántas canciones más me las pasé oyendo hasta que el sueño me ganó. De pronto, cuando oí que tocaban la ventana del conductor y me volteé para ver quién era, todo el frío que había sentido desapareció.
—Estás aquí —dijo Margarita, quien aún ojerosa y despeinada, estaba hermosa.
—Nunca me fui.
Traté de sonreír para no mostrarle que había estado sufriendo como una Magdalena por ella al tiempo que trataba, con mucha dificultad, de no volver a llorar, pero ahora de emoción al ver que mi espera no había sido en vano.
******
Definitivamente, me di cuenta de que quería a la Margarita de verdad.
Como bien decía la bruja, si bien era cierto que, de niño, yo había idealizado a mi enamorada — y esa imagen de ella tan perfecta no se me fue de la cabeza hasta cuando nos reencontramos— cuando la conocí mejor todo cambió por completo, y a mejor. No solo me enamoré de la Margarita real, sino que en estos pocos meses a su lado yo había madurado.
Antes, al mínimo problema que tenía con quien entonces fuera mi enamorada, yo terminaba aburriéndome y cortaba la relación. Con Margarita, debido a sus dudas y miedos y todo lo que esto conllevaba, había aprendido a tener una paciencia que me era desconocida.
Después de valorar que ella había decidido quedarse a mi lado, a pesar de saber que lo de Diana no le era fácil de llevar —aunque no me lo quisiera reconocer, siempre que le tocaba el tema de mi hija, veía cómo su mandíbula y sus ojos se tensaban— otro panorama se abría ante mí en cuanto a relaciones de pareja. Por lo mismo, yo había sido paciente con ella todas las veces que me había dicho «No» cuando había planteado sobre la mesa el exponer nuestra relación. Claro que yo había tenido mis «recaídas», porque, en fin, aún estaba en proceso de madurar, pero en definitiva, me desconocí más de una vez cediendo ante sus pedidos de aún no exponernos ante los demás. Y obvio que me había portado como un patán cuando salió la posibilidad de que Margarita podría estar esperando un hijo mío —¿a quién le gustaría los secretismos con un tema tan delicado?— pero al final, ahí me hallaba: reafirmando con la mirada (y el corazón, aunque no quisiera admitirlo) a las preguntas que la bruja me hacía sobre los sentimientos que le tenía a su mejor amiga.
—Aparte de lo que ya sabes, descubrí otras cualidades de Margarita que desconocía antes.
—¿Cómo cuáles?
—Cocina muy rico.
—¿Solo eso? —Enarcó la ceja a manera de reproche, gesto que ignoré.
—Siempre se esfuerza en hacerme mi comida favorita cuando voy a su casa, sea desayuno, almuerzo o cena.
—Por eso pasabas tan poco tiempo en casa últimamente...
—A mí se me conquista por el estómago. —Me levanté de la cama—. Pero bueno, que sí: quiero de verdad a Margarita. ¿Contenta?
—Bueno... —Ada me miró de soslayo. Quería hacerse aún la dura conmigo, pero obvio que ya la había convencido.
—Y como tal, no te preocupes; quiero rehacer las cosas con ella. Gracias a Pablo, me di cuenta de que la cagué al no apoyarla en un momento tan difícil como puede ser un embarazo.
—Ajá.
—Y no está demás decir que, te pido discreción a partir de ahora en adelante. Ya sabes, ella aún está con la tontera de que no quiere que nuestra relación se sepa —enarqué los ojos— y no creo que la situación cambie cuando nos reconciliemos. Estás de nuestra parte, ¿no?
—¡Por supuesto! Mi hermano y mi mejor amiga... si bien es raro, no veo por qué tendría que desaprobarlo.
—Ella tiene miedo de que la juzgues por la diferencia de edad...
—¡Bobadas!
—...O de que se aprovechó de tu amistad para... ¿cómo era la palabra? Ah sí: «seducirme». —Fruncí el ceño.
—¿Có...? ¿Cómo? ¿Seducirte a ti? —preguntó con dificultad para luego carcajearse ante mi asentimiento con un movimiento de cabeza.
—Bueno, ¿prometes no decir nada a nadie hasta que Margarita cambie de opinión? No me gustaría que la cosa se torciera.
—Seré una tumba. —Alzó la mano a manera de juramento—. Aunque... me gustaría hablar con ella.
—¿Eh?
—O sea, es una charla que Margarita y yo tenemos pendiente, ¿no?
—Sí, pero no sé... —Me rasqué la cabeza—. Primero, déjame arreglar las cosas con ella, luego le cuento que tú te has enterado y que quieres hablar con ella, a ver qué opina. Quizá se asuste y...
—¿Se asuste? ¡Es mi mejor amiga de la secundaria! ¡Ni que yo fuera un monstruo!
—¡Pero si ya sabes cómo es de miedosa! ¿De qué te sorprende?
—Uhm —Ada hizo una mueca de resignación—, cierto.
—Pero nos estamos adelantando a los hechos. Primero lo primero. Así que, si me disculpas —cogí mi casaca, que estaba colgada del perchero, y lo demás que tenía preparado—, tengo algo importante que hacer, bruja.
—¿Vas a ir a pedirle perdón?
—Así es.
—¿Te vas a portar bien con ella?
—Por supuesto.
—¿Vas a admitir que eres un idiota y que yo soy tu hermana favorita?
Enarqué la ceja.
—No empieces. —La miré de mala gana. Ada rio, dando nuestra batalla de hermanos por ganada. Ya cobraría mi revancha para la próxima.
Le di la espalda y cogí la perilla de la puerta. Pero antes de abrirla, la pregunta que me hizo me detuvo en seco:
—¿Y qué vas a hacer si confirma que está embarazada?
Tragué saliva. El relajo final de nuestra charla había borrado por breves minutos la tensión que aquella posibilidad me provocaba.
—Ya veré qué haremos. En el peor de los casos, claro que la apoyaré, aunque económicamente no como yo quisiera, pero no le veo problema. Ella tiene un trabajo, gana un buen sueldo y tiene su propio departamento. El haberse involucrado con alguien como yo, que no tiene ni un centavo, no le será una carga para mantener a nuestro hijo —admití, avergonzado—. Pero bueno, paso a paso. Primero, debo reconciliarme. Luego, lo que venga.
Abrí la puerta y ambos salimos de mi cuarto. Con un movimiento de la mano, me despedí de mi hermana. Sin embargo, antes de que me respondiera, un grito proveniente de abajo nos sobresaltó:
—¿Por qué quiere viene con esos aires y exige ver a mi hija? —dijo papá.
Ada y yo cruzamos miradas de preocupación.
—¿Quién es usted? —reclamó mamá.
—Esta es una familia decente y no aceptaremos que venga a insultarnos.
—¿Decente dice? No me haga reír.
—¡Váyase de inmediato!
De inmediato, bajamos las escaleras. Cuando vimos quien estaba frente a nuestros padres, la peor de nuestras sospechas se había hecho realidad:
—Soy la esposa de Humberto Benítez. Exijo hablar con Ada Villarreal y no me iré de aquí hasta que lo haga.
********
Nota de la autora
Bueno, antes que todo, gracias por la paciencia infinita de haber esta esperando por un nuevo capítulo de esta novela.
Como ya les había adelantado, estaba reestructurando y reescribiendo «El secreto de Margarita» de cara a errar las tramas y subtramas de los protagonistas y personajes secundarios, para que todo quedase como tengo pensado, con coherencia y demás. Esto me ha llevado alrededor de tres meses o más, y hago mea culpa de la demora en ello, pero no fue tan fácil y pronto como esperaba. Pero, llegado a este punto, puedo decir que por fin escribiré y actualizaré esta novela hasta su final, más todavía, porque toda la saga tiene contrato editorial, así que debo ser responsable con ustedes, mis lectores, y con quien puso su confianza en mí para sacar esta saga en físico ^^.
Dicho esto, también les recuerdo que los capítulos 24 y 25 de «El secreto de Margarita» han sufrido algunos cambios que serán vitales para los siguientes capítulos. Por si no los han leído, pues les aconsejo retirar y volver a añadir el libro a su biblioteca para que aquellos se actualicen.
Por último, les dejo esta imagen que me pareció muy inspiradora para la escena de flashback que tiene Luis este capítulo y que creo que puede servir de recordatorio a más de uno en cualquier momento de nuestras vidas.
Gracias por leerme. Nos vemos en el siguiente capítulo = ).
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top