✿ Capítulo 25 ✿
Margarita
¡Me quedé de piedra!
—Ho... hola —dije para después tragar saliva.
—¿Me puedo sentar? —Movió su cabeza, señalando el lado derecho de mi asiento. Como pude, respondí que sí.
Durante breves segundos, el tiempo se detuvo. Estaba clavada en mi silla, incapaz de levantar la cabeza para atreverme a mirarlo cara a cara. A pesar del bullicio del ambiente, podía percibir su respiración. Era como una cruel invitación a enfrentar el pasado que yo había estado evitando.
Como una marea de imágenes, me invadieron las situaciones en las que me arrepentía de ser una miedosa en mi relación con Luis. Recordé que me dije que no sería nunca más una cobarde, no ahora que ya había pasado tanta agua bajo el puente. Cuando, finalmente, lo observé con mayor detenimiento, no pude menos que quedarme sorprendida.
César estaba tan cambiado. Se había teñido el pelo para ocultar sus incipientes canas de las patillas y entradas. Su color de piel se había oscurecido, mostrando que se había vuelto aficionado al bronceado artificial. Por la cajetilla de cigarros que sacaba del bolsillo de su saco, descubrí que se había aficionado al sabor mentolado de los mismos.
—¿Quieres uno? —preguntó.
Tenía extendida la mano de una forma «inusual». El modo en el que me miraba, con sus penetrantes ojos marrones oscuros y su sonrisa torcida, provocaron que sintiera un estrujón en el estómago.
—Sabes que no fumo —acoté al tiempo que le desviaba la mirada.
—Sigues con tus viejas costumbres de siempre.
—Hay cosas que nunca cambian —indiqué mientras me rascaba el cuello con la mano derecha. Opté por buscar una distracción visual.
Mi abogada parecía no dar señales de vida. ¡Necesitaba con urgencia a un superhéroe que me sacara de aquella situación! Quería que la tierra me tragara. Entre tanto gentío, yo sentía que me ahogaba.
Personas que alguna vez estuvieron unidas por lazos familiares y ahora parecían odiarse... Gente que dependía de un simple trámite para dirigir el destino de sus vidas... Cada uno, cruda y lentamente, parecía rebotar sobre mí, en un eco ensordecedor que taladraba mis tímpanos y mis órganos.
—Margarita, ¿estás bien? —habló César, pero su voz me sonaba entre tenebrosa y lejana. Su mano estaba sobre mi hombro. Cuando quise apartarla de mi lado, me percaté de que con su otra mano me ofrecía un vaso de agua—. —Toma, bebe.
Lo acepté. El agua entró con rapidez en mi garganta para devolverme la consciencia. No podía dejar que una situación de este tipo me minara.
—Gracias.
Cuando estaba un poco más repuesta, lo que continuó me dejó perpleja:
—¿Crees que estás disponible para presenciar toda la audiencia? Dicen que dura, por lo menos, un par de horas y no te veo en condiciones de ello. Si deseas, podemos aplazarla. No tengo problema en acomodar mi horario y venir otro día a este estúpido juzgado, si es lo mejor para ti.
—¿Có-cómo?
¿César parecía estar preocupado por cómo estaba? Y lo más asombroso de todo, ¿no le importaba acomodar su tiempo por mí? ¡¿Por mí?!
Abrí los ojos de par en par y lo observé con detenimiento. Su mirada y el gesto en su cara mostraban evidente preocupación. Meneé la cabeza.
¿Este era el mismo tipo que alegaba en sus escritos al juzgado una serie de mensajes ofensivos hacia mí? ¿Era el mismo que quería dejarme sin un céntimo y que ahora me brindaba un vaso con agua? ¡¿Qué pasaba aquí?!
—Margarita, ¿estás transando con el enemigo? —Oí una voz chillona.
¡Mi abogada Nozomi por fin hacía acto de presencia! Le respondí con un movimiento de cabeza al tiempo que me apartaba de César.
—El secretario no debe tardar en llamarnos —me informó Nozomi. Con un gesto, me pidió que me uniera a ella—. Hay ciertos asuntos que necesito hablar contigo. Nos disculpa, por favor. —Observó a César con desdén a la vez que no tuvo reparo alguno en darle la espalda.
La obedecí, sin chistar. Cuando ya estábamos al otro lado de la sala Nozomi miró de reojo hacia donde se encontraba César.
—¿De qué estaban conversando? —preguntó. Tenía el ceño fruncido.
—De nada en especial —alegué, bastante confundida con su actitud. La dureza con la que me miraba daba a entender que no estaba convencida. ¿Ahora ella parecía querer defender mis intereses?
—¿Estás segura? —insistió.
—Segurísima —volví a alegar, confundida.
—Bueno, hay un par de cosas que quiero que queden claras...
—Ok —afirmé.
—Primero —dijo mirándome fijamente—, solo vas a hablar cuando te lo diga, ¿ok?
—¿Cómo?
—No quiero que metas la pata. —Me observó inquisitiva. La cara de sorpresa que tenía en mi rostro debió de ser tal, que tuvo que explicarse mejor—. En este tipo de audiencias no se puede dar tregua al enemigo. Y ahora que parece que tu exmaridito se la ha dado por ser cariñoso contigo...
—¡No estaba siendo cariñoso! —acoté.
—¿Ah, no? ¿Y eso qué fue? —preguntó con una mueca.
—Solo estaba siendo amable. Me mareé y...
—¿En serio?
Mi abogada me observaba con una cara, que me recordó a la de Paula cuando hablaba con ella sobre Luis.
—En serio —contesté, fastidiada.
—Bueno, si tú lo dices... —dijo, no muy convencida—. A lo que iba, yo como tu abogada voy a representar tus intereses. Cuando el juez pregunte si alguna de las partes quiere hablar para agregar algo, lo voy a hacer por ti, ¿ok?
—Ok.
A modo de inercia, moví la cabeza para ver hacia otro lado. Me pareció ver a un hombre de espaldas, con trenzas rastas como las de Luis. Sentí un retorcijón en el estómago. ¿Qué haría él aquí?
Abrí y cerré mis ojos varias veces más para cerciorarme si lo que estaba viendo era cierto. Pero como lo pensaba, yo estaba equivocada. El hombre de las rastas se volteó y confirmó mis sospechas.
—¿Estás buscando a tu exmaridito? —me interrumpió Nozomi.
—¿Eh? —Tragué saliva—. Ah, no.
—Pero estabas mirando hacia ese lado...
—¡Pero no lo estaba buscando a él!
—¿No?
—¡No! —acoté, fastidiada.
—Ok —dijo sin seguir convencida.
Con ganas de que de una vez se fuera de mi lado, no me quedó otra cosa que seguir escuchándola. Nozomi enfatizó en que podría haber preguntas ambiguas que el juez podría hacerme, de las cuales yo estaba en mi derecho de pedirle que las reformulara. Continuó diciendo que, a veces, este tipo de preguntas podrían ser contestadas de modo incorrecto y que, si se diera mi caso, podría meterme en aprietos. Le refuté que yo no era tan tonta, pero ella argumentó que, conociéndome y «por lo encandilada que parecía estar por volver a hablar con mi esposo» podría ser que metiera la pata.
—Mi reputación como abogada de divorcios no se va a ir al tacho hoy —masculló con un desdén que me dejó fría—. Así que ¡nada de reconciliaciones! Obedecerás a lo que yo te ordene. Si te digo que pidas que te reformulen la pregunta, lo harás, ¿entendido?
—Pero, oye...
Tragué saliva al ver que sostenía mi mirada; solo atiné a asentir con la cabeza. Finalmente, ella pareció darse por satisfecha, porque me dio la espalda y volvió a hablar por teléfono con quien sea que la necesitara. En ese instante, oí que alguien me llamaba:
—¡Margarita Dalia Luque Díaz! Materia: divorcio por causal —dijo un señor de mediana edad, al lado de la puerta de la sala.
—¡Presente! —me apresuré en decir en voz alta mientras me acercaba hacia él. Un par de risas escuché a mi espalda.
—Esto no es un salón de clases para decir «Presente» —me susurró Nozomi al tiempo que yo ponía una cara de avergonzada.
—Pero me han llamado y...
—¡Dame tu DNI!
—¿C-Cómo?
—¡No hables más y apresúrate!
Obedecí y le entregué a Nozomi lo que pedía. Me miró con desdén para luego dirigirse a donde el secretario estaba, quien repetía nuestros nombres. ¡Me daban ganas de prescindir de sus servicios de una vez por todas! Vi que ella le entregó mi documento al secretario mientras intercambiaban un par de palabras. Luego, el hombre repitió el nombre de César, sin éxito alguno.
—Demandado: César Alejandro Sueiro Rojas. Materia: divorcio por causal. ¿Se encuentra presente, sí o no?
Nadie contestó.
Volteé a ver a los alrededores, pero nada, no había rastros de él. ¡Qué cosa más extraña! ¿Habría ido al baño, quizá?
Un hombre vestido con un elegante terno se acercó a hablar con el secretario, mientras cogía su celular y digitaba en él. Su cara de preocupación era evidente:
—¡Espere un momento, por favor! Mi cliente estaba aquí y...
—¿Y dónde está? —preguntó el secretario.
—Eso estoy tratando de averiguar —dijo el hombre de terno. Una gota de sudor bajó por su frente mientras mascullaba y trataba de comunicarse por teléfono, seguramente que con César.
—Lo siento, doctor, pero si no se presenta... —le advirtió el secretario.
—¡Espere un poco más!
—No es posible —alegó el secretario con el ceño fruncido—. Levantaré un acta judicial en donde se dejará constancia de la inasistencia del demandado.
—¡Pero, por favor!
El abogado seguía rogándole, sin resultado alguno. El secretario lo ignoró y volvió a una oficina, que sería la del juzgado, seguido por aquel.
—¡Excelente! —habló Nozomi mientras se sobaba las manos—. A veces hay que trabajar mucho para ganar un juicio, pero otras... —me contempló de arriba abajo—, un buen par de cruce de piernas vuelve locos a los exmaridos y dejan estos casos de divorcio servidos en bandeja. —Un brillo de inigualable victoria se podía apreciar en sus ojos—. Bien hecho, Margarita.
¿Eh? ¡No comprendía nada!
Mientras trataba de obtener respuesta, vi que el abogado de César seguía hablando en la puerta del juzgado, pero era ignorado. A su vez, mi ex seguía sin aparecer. ¿A dónde se habría ido?
Después de un par de trámites, en los que tuve que firmar una serie de documentos y esperar por otro rato, terminé exhausta. ¡Detestaba esta burocracia! Que si firme aquí, que si firme acá, que si espere unos minutos... No sé cómo le hacían los abogados para tener paciencia para tantos trámites, pero lo único que entendí era que la inasistencia de César había jugado a mi favor y que, por ello, me habían citado para venir otro día. ¡Vaya!
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Luego de pagarle a Nozomi sus caros honorarios por no hacer nada, lo único que quería era llegar a mi casa y darme una buena ducha. La cantidad de gente en ese lugar, junto al estrés de tanto papeleo, me tenían harta. Y con el calor que hacía, el agua fría sobre mi piel me refrescaría.
Cuando yo ya salía de los juzgados y me disponía a tomar un taxi, una voz masculina me interrumpió:
—¿Margarita?
Volteé para ver quién me llamaba.
—¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —pregunté consternada. ¡Era César, quien sonreía como si nada pasara!
—Hacía tanto calor adentro que quise salir a tomar aire fresco.
—Pero ¡tu abogado te estaba llamando por teléfono! Debías presentarte a la audiencia y...
—¡Bah! Tantos trámites aburren, ¿no crees?
Asentí, casi por inercia, pero dudaba de que César desconociera que no fuese un inconveniente para sus intereses el no haber asistido a la audiencia.
—Aparte, se me antoja tomar un jugo y una empanada. ¿Te apetece acompañarme?
Tragué saliva.
¿Quería invitarme a comer con él? ¡¿Pero qué?!
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