✿ Capítulo 24 ✿


Margarita

Varios días pasaron. ¡Ese lunes era la audiencia judicial de mi divorcio!

No sé cuántas veces me observé en el espejo para percatarme de que estuviera presentable: que si mi moño estaba bien, que si mi traje era el adecuado, que si mis zapatos combinaban con lo que llevaba, que si mi maquillaje era lo suficientemente sobrio... Cuando caí en la cuenta —gracias a que recibí una llamada de mi abogada— había pasado más de una hora desde que yo había salido de la ducha e iba con retraso.

—Buenos días, Margarita. ¿Vas a ir a la oficina? Yo ya estoy yendo y mi secretaria me ha informado que todavía no has llegado.

—Buenos días —dije aún aturdida—. Sí, disculpas. Tuve un pequeño retraso, pero ya estoy en camino —agregué mientras buscaba mi cartera—. Debo de estar llegando en media hora.

—Ok, solo quería asegurarme de que ibas a ir.

—Sí, claro que iré. —Salí rauda de mi cuarto—. ¡Por supuesto que iré!

—Si faltas y no acude tu marido, se da por entendido que aceptas de buena gana lo que el tipo te pide, ¿ok?

—Oh, no. ¡Por Dios! ¡Eso nunca! —repliqué, indignada.

Me acordé de las demandas e improperios que César había dicho de mí. Jamás aceptaría a sus requerimientos, ¡ni aunque estuviera loca!

El estómago me ardía tanto, que me dieron ganas de lanzar mi bolso contra el suelo, zarandearme encima de aquel, imaginándome que estaba pisando el rostro insoportable de César, quien me miraba sarcástico. Tanta era la rabia que me invadió, que di un portazo al salir de mi casa.

—¿Estás bien? —El tono de voz de Nozomi había cambiado—. Me pareció escuchar un fuerte ruido. ¿Te has ha caído o algo?

¿Ella se estaba preocupando por mí? ¿Era que acaso en un día como hoy, por fin, me demostraba algo de humanidad?

—Bueno, no. Estoy bien... —respondí cuando ya estaba dentro del ascensor—. Es solo que...

—¡Genial! —me interrumpió—. Porque si te pasa algo y no puedes ir, ¡me hubieras hecho perder el tiempo! —¡¿Cómo?!—. Y tiempo perdido... significa dinero perdido, ¿ok?

Me pareció que una mosca podría entrar a mi boca, por lo abierta que estaba.

—S... sí

—Aunque, claro, igual me debes pagar mis honorarios, ¿ok? No te olvides de darle a mi secretaria lo pactado, haya o no haya audiencia judicial. Tú sabes, si hubiese cualquier imprevisto, esto no es mi culpa, ¿bien?

La puerta del ascensor se abrió. Uno de los vecinos entró y me pareció oírle algo. Cuando me volvió a preguntar por tercera vez si subía, recién volví de mi aturdimiento. Salí del ascensor y me dirigí a la puerta.

No sabía qué era peor: o encontrarme con César o poner algo tan delicado como mi divorcio en una abogada tan inescrupulosa como la mía.

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Ya en los locales de los juzgados de familia, todo transcurría dentro de lo previsto. A pesar de salir con las justas, gracias al taxista que me tocó, quien manejaba como si estuviera en la Fórmula 1, llegué con bastante tiempo de sobra. César todavía no se encontraba. De esta manera, el transcurrir de los minutos, por saber que me volvería a cruzar con él, se me hicieron eternos.

Nozomi optó por ir a una de las ventanas para poder fumar con tranquilidad, no sin antes informarme que, ni bien yo escuchara mi nombre por parte de algún trabajador de los juzgados, le pasara la voz para que se ella acercara a hablar con este. Pero ¿acaso no era mi abogada la que debía estar pendiente de estos detalles?

Así, sola, yo comencé a esperar a que me llamaran. No sé cuántas veces me relamí los labios mientras arrugaba la tela de mi falda. Cuando menos me di cuenta, esta lucía apretujada en sus bordes, así que traté de plancharla con mis manos como pude, sin resultado positivo. ¡Qué vergüenza! ¿Qué diría el juez si me viera? Traté de distraerme observando a mis alrededores.

Había personas de todas las edades y estratos sociales. Al lado derecho, había una chica muy joven y de condición humilde. Tenía a su hijo envuelto en una manta en su espalda, mientras escuchaba con atención a un hombre con terno, que tenía toda la pinta de ser su abogado («¡Dígale al juez que ese tipo nunca me ha pasado ninguna pensión de alimentos!»).

A la izquierda, había otras personas sentadas o paradas aguardando a ser llamadas por los asistentes de los juzgados. Una niña de unos cinco años, con los ojos grandes y vivarachos de color castaño, muy parecido a los de Luis, captó mi atención. Alrededor de su boca había restos de galletas, en un gesto que me recordó que a mi enamorado. No pude evitar sonreír.

«Tienes toda la cara manchada. Comes como un niño pequeño. Vamos, toma este pañuelo y límpiate la boca».

«¿Por qué mejor no me la limpias a besos?».

Pero, la felicidad me duró poco. Sentí un pequeño retorcijón dentro de mí. Todo lo que veía a mi alrededor lo relacionaba a Luis y no hacía otra cosa más que provocar que lo extrañase más.

Desvié mi mirada de aquella niña y agaché la cabeza. No quería ver más cosas que me hicieran acordarme de Luis, pero una pequeña vocecita me distrajo:

—¿Quiere?

Volteé para ver quién me requería.

Al levantar mi cabeza, me di cuenta de que era aquella niña, quien tenía su mano alzada y me invitaba con gentileza a tomar una galleta de su bolsa, en otro gesto que me recordaba a Luis. El apretón dentro de mi pecho se hizo más palpable. Tuve que tragar saliva.

La idea de, si estaba embarazada de mi enamorado y pudiera tener una niña parecida a él, me iluminó el panorama. Mi hipotética hija podría ser tan bonita, amable y risueña como aquella chiquilla y parecerse físicamente a mi enamorado.

De pronto, algo dentro de mi mente cambió. Con Luis o sin él a mi lado, lo que vendría no podría pintar tan mal. Después de todo, no estaría sola. Una hermosa niña, mi hija, me acompañaría. Quizá con unos ojos tan vivarachos y traviesos como los de su papá... Quizá obsequiándome tiernos gestos como la señorita que en esos momentos me invitaba a comer aquella apetitosa galleta...

Ella me observó con atención y sonrió, como adivinando mis pensamientos. Le correspondí a su gesto y alargué mi brazo para coger lo que me invitaba mientras ella me sonreía. Pero, la alegría me duró poco. Cuando menos me di cuenta, la galleta se cayó al suelo, quebrándose en varios pedazos.

—¡Isabela!

Una mujer se había acercado a la niña. A pesar de ser más joven que yo, aquella tenía el gesto adusto; me observó por un solo segundo, con tal recelo, que me sentí muy incómoda.

—Ma... mamá.

—¡Ya te ensuciaste toda! —Quitó con brusquedad los pedazos de galleta que habían caído sobre el vestido de su hija—. ¡Claro, como luego yo soy la quela e lava!

—Lo siento.

—¡Y ven para acá! —Jaló a la niña con brusquedad. Me dirigió una mirada casi asesina al tiempo que pisó los restos de las galletas —. Te he dicho que no hables con extraños, ¿me entendiste?

La niña me dirigió una última mirada, pero ahora de tristeza, antes de ser llevada por su madre hacia el otro lado de la sala. Al apreciar cómo ella se iba, algo dentro de mí terminó por romperse en mil pedazos.

Mis ilusiones de poder tener una hija con Luis se habían quebrado con esa galleta, que lucía rota en decenas de pedazos en el suelo. Aquellas habían sido tan dulces, que el solo querer probarlas y saber que podría tener algo bello como la maternidad, me hicieron ver la otra cara de la moneda. Cuando alcé la mirada para seguir viendo a la niña, me topé con un posible escenario que podría suceder en mi vida.

Un hombre de más o menos de mi edad, vestido con terno, estaba hablando con la madre de Isabela. Parecía que estaban discutiendo. Intuí que sería el padre de la niña, ya que esta lo abrazaba con efusividad, antes de que el hombre comenzara a pelear con la mujer. Sin embargo, hubo un detalle que captó mi atención.

Un poco más allá, junto al asiento del cual se había levantado el señor, una mujer con los brazos cruzados y una mueca de fastidio también los observaba a los tres con más detalle. Cuando la niña se dio cuenta, le sacó la lengua.

La señora hizo una mueca de fastidio. Y fue ahí que algo más capturó mi atención: el anillo plateado que había en su dedo anular.

Isabela la miró con desdén, le dio la espalda y fue a esconderse detrás de las piernas de su padre. Él se agachó y acarició de manera tierna la cabeza de su hija, para luego seguir discutiendo con la madre de esta.

La chiquilla sonrió complacida y volvió a sacarle la lengua a la mujer del anillo de plata. Esta resopló profundo y meneó la cabeza, como si ya estuviese acostumbrada. Finalmente, optó por apoyar su brazo en una de sus rodillas, con su cabeza sobre esta, para ignorar lo que acontecía. Isabela seguía sacándole varias veces la lengua. La mujer, cansada de ese espectáculo, volteó su mirada hacia un costado, cruzándose con la mía.

El gesto de fastidio que tenía la señora era tan evidente, que parecía buscar consuelo en mí. Al verla, una extraña sensación me embargó. Sus ojos eran tan parecidos a los míos, que por un momento me vi reflejada en aquellos...

—¡Esa es nuestra audiencia! —dijo el padre de la niña.

—Materia: tenencia y patria potestad. —Un caballero, que había salido al pasadizo en donde estábamos esperando, anunciaba los datos de un proceso judicial—. Demandante: Alejandra Chávez...

La aludida, quien resultó ser la madre de la niña, la jaló hacia ella. Con su abogado, se dirigieron hacia donde el señor que seguía anunciando otros datos más de su juicio.

El hombre se despidió de la mujer del anillo con un beso en la boca. Estaba claro que era su esposa. Ella lo vio alejarse y adentrarse con la otra señora y su hija, quien había cogido a sus padres de la mano. La niña parecía feliz de poder juntarlos de nuevo, como un bonito cuadro familiar. El caballero, al sentir que su hija lo cogía de la mano, le sonreía de manera tierna a esta, quien prácticamente bailaba en una nube de felicidad. Pero, había algo que captó mi atención y se quedó impregnado en mi ser.

El pesar y la melancolía en la mirada de la mujer del anillo me recordaron a los sentimientos que había sentido cuando Luis me había comunicado, muy feliz, que sería el padre de una niña... De una niña que, al crecer, podría ser muy parecida a la chiquilla que desaparecía de mi vista... De una niña que inspiraba celos y tristeza en una mujer que estaba sentada al frente de mí... De una niña que me mostraba el futuro que podría ser, si era que yo no quedaba embarazada y competía por el cariño de Luis...

Percibí un déjà vu de todos los sentimientos negativos que me invadían. Mi corazón estaba aprisionado dentro de mi pecho. Todas mis emociones empezaron a desbordarme, tanto que quise ir al baño. Sin embargo, antes de que pudiera levantarme, algo me distrajo. Una voz conocida, que no había escuchado desde tiempo atrás, hizo tambalear mi mente y corazón:

—Hola, Margarita. Hace tiempo que no nos veíamos. ¿Cómo estás?

¡Era César!

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