✿ Capítulo 22 ✿
Margarita
Luis comenzó a acercarse. Sus pasos resonaban tanto, que casi destrozaban mis tímpanos. Cuando volvió a sentarse encima del sofá, que estaba al otro lado de la sala, era tanta la carga de vergüenza que tenía sobre mí, que agaché mi cabeza. No me atrevía a observarlo a sus ojos, aquellos que hasta hacía poco me habían prodigado tanto amor, pero que, ahora, no necesitaba contemplarlos para imaginarme que me miraban con rabia y decepción.
—Me quieres decir... ¿qué significa esto? —preguntó con un tono que nunca se lo había escuchado. Le costaba pronunciar las palabras, mascullándolas con lentitud para no atragantarse con ellas.
No pude responderle. El silencio reinó al ambiente durante unos segundos. Mi vista estaba clavada en el piso, el cual parecía que, en cualquier momento, se quebraría bajo mis pies.
—¿Acaso no me vas a responder? ¿Qué significa esto, Margarita?
Todavía no era capaz de contestarle. La vergüenza de verme descubierta me impedía emitir palabra alguna.
¿Qué le diría a Luis? ¿Que había deseado quedar embarazada para competir con su exenamorada? ¿Que tenía celos de una niña que todavía no nacía y que quería atarlo a mi lado? ¡Imposible! Si lo hacía, seguro que me abandonaría y repudiaría peor que cuando lo hizo con su ex...
Pero ¿qué podía decirle para salir bien librada? ¿Que había tenido un simple atraso? ¿Se tragaría ese cuento? Porque de ser así, habría yo actuado con normalidad y no sería coherente con mis mentiras. Luis era muy perspicaz para darse cuenta de cualquier cosa que pasaba desapercibida para muchos.
—¡Margarita! —insistió, alzando la voz; era la primera vez que lo hacía, tanto que sus palabras y sus pasos hacia mí me oprimían el cerebro—. Me vas a responder qué está pasando aquí, ¿sí o no?
Cuando menos me di cuenta, ya lo tenía frente a mí, a pocos centímetros, sentado a un costado de la mesita de la sala, donde meses antes me había declarado que me amaba, pero ahora me confrontaba para descubrir mi engaño.
¡Dios mío! No se me ocurría qué contestarle... ¡¿Qué podría hacer?!
Sentí que algo áspero tocó mi mano. Era Napoleón, quien estaba lamiéndola. Por un santiamén, toda la desesperación que tenía se fue. Suspiré de alivio y le acaricié la cabeza.
Con la tensión aliviada brevemente, me armé de valor. Alcé mi mirada. Y ahí estaba Luis, con sus bellos ojos marrones, que hacía tiempo atrás me habían contemplado con adoración, pero que ahora solo me transmitían decepción.
Suspiré profundo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para hablar:
—Lo... lo siento —dije casi en un susurro.
—¿Lo sientes? —Hizo una mueca de desagrado mientras me observaba con rabia—. ¿Cómo que lo sientes?
No fui capaz de responderle. Sus ojos despedían tanta furia hacia mí, que me era imposible mirarlo. Agaché la cabeza por la tristeza de saberme la causante de ello y de sospechar que, desde ahora, lo perdía para siempre.
Impaciente por yo no contestarle, él se levantó de la mesa. Alcé la cabeza para observarlo de soslayo. Empezó a caminar alrededor de la sala, con una impaciencia que me crispaba los nervios. Se apoyó en la pared y meneó la cabeza, una y otra vez, mientras se la agarraba con la mano izquierda. Repetía sin cesar «¡Esto no puede ser!» a la vez que tapaba sus ojos con sus manos.
Mis manos me temblaban tanto que me era imposible mantenerlas quietas. Mis ojos me ardían por contener las lágrimas de toda la rabia y tristeza que sentía.
Traté de tranquilizarme, así que suspiré de nuevo. Debía tratar de encontrar alguna justificación que lo convenciera y que no provocara lo que mi corazón empezaba a intuir que sucedería.
¿Qué podría decirle? ¿Debería confesarle que había querido atarlo por un momento de celos? Definitivamente, no. Si lo decía, sería el fin. Ver su reacción, lleno de decepción y de confusión por el hecho de saber que podría ser padre, confirmaba mis sospechas. Yo no podría ser capaz de sincerarme hasta ese punto, no si quería mantenerlo a mi lado.
Pero, si no era capaz de hablar con la verdad, algo debería ocurrírseme para salir bien librada. Quizá decirle que había tenido un simple retraso y que, antes de contarle todo, quería estar segura de que estaba embarazada o no.
Sin embargo, ¿Luis sería capaz de tragarse semejante cuento? ¡Ni siquiera yo estaba segura de mi burda actuación! Con lo perspicaz que era, se daría cuenta de que lo estaba engañando. Pero, en el mejor de los casos, si me creyera, ¿podría seguir manteniéndome en este laberinto de mentiras? No, no podría seguir jugando con fuego. Debía actuar como una mujer madura y afrontar las consecuencias de mis actos. Mas, antes de tomar la decisión final y de exponer lo que mi corazón tanto se moría por decir, algo me detuvo:
—¡Mierda! —gritó Luis a su vez que tenía su puño izquierdo cerrado y ¡a punto de querer romper la ventana de mi sala!
Su mano estaba a milímetros de aquella. Su cara estaba tan tensa, que me recordó a una escultura de piedra. Vi cómo sus dientes rechinaban, mientras con su otro puño se golpeaba la frente, a su vez que se alejaba de la ventana.
¡Esto ya estaba saliéndose de control!
Finalmente, mi batalla por no llorar la di por perdida. Mis ojos me ardían mientras trataba de no soltar algún quejido. Mis lágrimas, las cuales caían incontenibles por mis mejillas, me quemaban la piel con su simple tacto. Pero, por más que lo intenté, se me escapó un leve chillido. ¡Yo ya no podía más!
En ese instante, el bufido de Napoleón me sacó de mis tristes pensamientos. Él estaba al lado de Luis ladrándole, como si le reclamara por lo que me sucedía. Mi enamorado lo observaba entre sorprendido e incrédulo. La frialdad en su mirada me provocó un sudor helado en mi espalda, pero esto duró un segundo. Sus ojos se ampliaron, provocando que su rostro se relajara. Vino y se sentó sobre la mesita de mi sala. Me acercó el vaso de jugo de naranja, pero sacudí la cabeza.
—Toma —me ordenó, frunciendo el ceño—. Tienes que tranquilizarte para poder hablar sobre lo que está sucediendo aquí.
Aún sin atreverme a verlo a sus ojos, cogí el vaso y bebí de él.
Transcurridos unos segundos, me calmé un poco. Me limpié los ojos con las servilletas que estaban cerca a los posavasos. En otras ocasiones, Luis me hubiera dado algún pañuelo suyo o hubiese ido al baño a traerme algo con qué limpiarme, pero ahora no lo hizo. Solo se limitó a observarme en silencio, esperando el momento oportuno para continuar sobre aquello que tanto me atormentaba. Bebí de nuevo del vaso. Y cuando creí que las aguas estaban más calmadas, me hizo ver que estaba equivocada:
—¿Desde cuándo estás embarazada? —preguntó de modo cortante.
—Yo...
—Y lo peor de todo, ¡¿cuándo pensabas decírmelo?!
—Luis...
—¡¿Crees acaso que no me iba a enterar?!
—Luis...
—¡Un embarazo no se puede ocultar!
—Luis...
—Claro que no se puede ocultar...
Él me dedicó una sonrisa, pero no una cualquiera, era una con una mueca de decepción. Movió la cabeza, se levantó de la mesa y me dio la espalda. Ese simple gesto suyo, me removió algo por dentro. Era la misma sensación que tuve tiempo atrás, cuando peleamos y nos distanciamos.
Con la ansiedad del recuerdo de aquellos tristes días embargándome, me puse firme. No podía dejar que esto continuara así:
—Pero, Luis... —hablé, pero él seguía ignorándome.
—¡Maldita sea! —alzó la voz de nuevo y me ignoró. Esto fue la gota que derramó el vaso.
—¡Todavía no estoy segura de si estoy embarazada! —acoté en voz alta para poder captar su atención.
—¿C-O-M-O? —Volteó su rostro para verme, por fin.
—La prueba de embarazo que tienes en tu bolsillo... —le indiqué con la vista. Él frunció el ceño y sacó el test—... no ha salido positiva.
—¿Eh? —Enarcó la ceja mientras miraba la caja—. ¿Qué quieres decir?
—Lo que has oído. —Le sostuve la mirada. Luis solo seguía observándome con una frialdad que aún me dejaba pasmada, pero me mantuve firme en mis palabras—. La prueba ha dado negativa, así que no es tan seguro que esté encinta.
Al decir lo que tanto me había costado expresar, fue como si me hubiera sacado un peso de encima. Podía pasar saliva con una facilidad tal, que me pareció que antes hubiese estado atragantándome con un pedazo de hueso. Ahora todo fluía con más calma... sin embargo, me equivoqué.
Luis caminó hacia mí. Lo siguiente que espetó me dejó congelada:
—Y si salió negativo, ¿por qué actuaste como si me ocultaras algo? Con tanto secretismo y demás mierda... ¡como una mentirosa!
¡Sentí que un balde de agua congelada me bañaba! Con una pequeña espina anclándose en mi corazón, me armé de valor y le repliqué:
—Porque tenía miedo de tu reacción... de esta reacción. —Lo miré con el ceño fruncido—. Y no me equivoqué. Sabía que te molestarías y...
—¿Y cómo no quieres que me enoje? —seguía hablando con la voz alta.
Por un momento, me recordó a cuando yo discutía con César. En ese instante, la espina que tenía en mi corazón se clavó con mayor intensidad, provocándome un ardor en todo mi ser.
—¿Qué quieres? ¿Que esté feliz de saber que podría ser padre por segunda vez con menos de veinte años? ¡¿Acaso no te estabas cuidando?!
—Sí que lo estaba haciendo —mentí. Total, ya que decía que era una mentirosa, le iba a dar razones para que me llamara así—, pero tuve un retraso. Así que me hice la prueba y...
—¿Y dices que salió negativo?
Levantó el test y comenzó a observarlo despectivamente. Esto me dolió en el alma. ¿Tanto le desagradaba saber que podría estar embarazada de él?
—Yo de estas pruebas no sé nada —agregó mientras lo volvía a dejar en su bolsillo—. No sé cuándo te indica si una mujer está embarazada, pero supongo que será fiable, ¿no?
Se encogió de hombros. Yo asentí para contestarle. Por un momento creí que lograría salir bien librada y convencería a Luis, pero no fue así.
—Espera, ¿por qué estabas tan nerviosa semanas atrás? Y lo peor, ¿por qué no te viene la regla hace más de un mes? Porque estoy seguro, segurísimo, de que estás con un retraso, ¿no?
Y ahí ya no supe qué replicar.
—No te he visto quejándote por tus dolores menstruales... —continuó—. Estás tomando cosas heladas muy tranquila desde no sé cuándo. ¡¿Qué diablos está pasando?!
El miedo y la decepción con la que me contemplaba, mientras me seguía llenando de preguntas que no podía contestar, provocaron que enmudeciera por completo.
Luis tenía razón, ¿qué diablos estaba pasando? Peor todavía, ¿qué diablos estaba ocurriéndole al joven tierno y que me había confesado que me había amado durante tantos años?
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