✿ Capítulo 20 ✿
Luis
Traté de respirar profundo. Cerré los ojos y conté mentalmente hasta diez. Había escuchado que eso era lo más recomendable para tranquilizarse. Sin embargo, no me funcionaba. La cordura no regresaba, por más que me encontraba contando ya varias veces hasta diez.
«Vamos, compadre. Tranquilízate. Noventa y uno, noventa y dos, noventa y tres...».
Hice una pausa.
Me apoyé en la puerta. Me agarré con fuerza la polera a la altura del pecho. Mi corazón latía a mil y no había cuándo se calmara. Sacudí la cabeza no sé cuántas veces, tanto que creí que me mareaba.
«Esto no me puede estar pasando». Pero, sí me estaba pasando. Dura y cruelmente, esta era la realidad que tenía frente a mí.
Volví a respirar profundo. Me pasé la mano izquierda por la cabeza, a la altura de la frente y de la sien. Casi podía percibir cómo mi corazón bombeaba sangre por todo mi cuerpo.
Cerré los ojos con fuerza. Traté de recordar las técnicas de relajación que una vez le había escuchado a Ada. Decía que podíamos alejar las preocupaciones si nos echábamos en nuestra cama, escuchábamos música suave, cerrábamos los ojos y nos imaginábamos algún lugar tranquilo, como la playa o a la orilla de un río...
Me imaginé a mí de pequeño en una de mis playas favoritas, en uno de mis veranos más memorables, cuando recién pude poner en práctica mis clases de natación. Entonces yo tendría unos nueve años; extendía mis brazos frente al agua mientras observaba a mi alrededor. Había otros niños como yo, riendo, nadando y jugando en la arena, la cual se asomaba metros más allá. El mar me jalaba hacia él. Aunque opuse resistencia, luego de varios minutos fui cediendo, a tal punto de que me fui mimetizando con la marea y dejaba que me llevase.
En mi mente cerré mis ojos. Percibí el destello de los rayos del sol, los cuales entraban a través de mis párpados y me dejaban ver su luz. Era muy tenue. Sin embargo, hubo un momento en que aquella comenzó a intensificarse, tanto que en mi mente pude percibir un gran destello en mi interior.
De inmediato, abrí los ojos.
¡Tenía que calmarme! Si quería enfrentar a Margarita, debía tener la capacidad y madurez suficiente para poder encararla de la mejor manera. No quería que la ira y la decepción me invadieran. Tal y como me sentía, yo era capaz hasta de insultarla o cometer cualquier locura y, quizá, arrepentirme luego de lo que podría hacer... Y no, no quería que esto pasara, no con Margarita.
¡Todo esto debía de tener una explicación! ¡Seguro que tenía un buen motivo para habérmelo ocultado! Quizá había tenido algún retraso y se había cortado por decírmelo. Podría ser que el embarazo de Diana la había impedido confiar plenamente en mí. Sí, eso podría ser...
De nuevo, traté de respirar lento. Agaché la cabeza y me agarré la frente con mi mano izquierda.
«Todo debe de tener una buena explicación», pensé. Y así debía de ser. Pero, cuando parecía que la calma volvía en mí, mis ojos se toparon de nuevo con la caja del test.
Con una acción impulsada por la inercia, me agaché para observarlo mejor. Casi como un autómata, lo recogí del suelo y lo puse a la altura de mi vista. Aquel lucía tan arrugado como yo en mi interior. Fue entonces que la furia volvió, carcomiéndome las extrañas. El gran ardor que sentía se expandió por todo mi cuerpo, desapareciendo cualquier atisbo de tranquilidad en mí.
Me levanté del suelo. Volví a apretar la caja con una fuerza tal que me desconocí a mí mismo. Entonces, una voz que antes me habría parecido angelical, pero que ahora solo significaba para mí secretos, engaños y traición, me sacó de mis más dañinos pensamientos:
—Luis, ¿te has quedado «atorado»? —Rio—. Vamos, apúrate.
Sin pensarlo mucho, guardé la caja dentro del bolsillo de mi pantalón. Resoplé con fuerza. Mi mano, que había cogido la caja, me temblaba tanto como si hubiera tocado fuego en un asador.
—Ya salgo —dije de manera escueta.
Me dirigí hacia el lavadero. Abrí el caño del agua. Dejé caer mis manos debajo de esta. Quería que el agua que corría sobre mi piel desapareciese la furia y la rabia que sentía contra Margarita, a quien alguna vez la idolatré, pero que, ahora, comenzaba a estar a la altura de cualquier otra mujer que hubiera conocido en mi vida.
Margarita
Había estado muy nerviosa desde que Luis vino. Sin embargo, luego de mi penosa actuación delante de él, me aseguré de esconder todas las evidencias que me delataran. Aunque las hormigas en mi estómago no me dejaban tranquila, confiaba en que mis intentos por aparentar que todo estaba bien darían resultado, pero estos desaparecieron de inmediato.
Me apresuré en cambiarme para salir con él. En menos de lo que cantaba un gallo, dejé mi bata sobre el piso. Cogí un vestido holgado de color celeste y me puse unas cómodas sandalias de color negro.
Siguiendo los consejos de Luis, sobre que no quería que usara más buzos frente a él, resolví hacerle caso... a medias. Estábamos en pleno verano y ataviarme de los pantalones y casacas a los que estaba habituada no eran muy refrescantes. Ahora, lo más cómodo para mí era utilizar vestidos anchos, de esos de tela parecida a los pareos.
Me miré frente al espejo. Con el vestido que llevaba se me veía más femenina de lo que solía estar, pero igual me sentía tan cómoda como siempre. Al final, ambos resultábamos contentos. No obstante, luego de esta fugaz distracción, la preocupación volvió en mí.
No había escuchado que Luis saliera del baño.
Por lo general, él no solía tardarse más que un breve instante. Siempre que yo le pedía que me esperara para cambiarme para salir, podía escucharlo que aprovechaba esa ocasión para entrar al baño. En anteriores ocasiones, él venía de improviso a mi cuarto, ya sea para abrazarme por detrás y estamparme un beso en la mejilla o en el cuello, o para ayudarme a elegir qué ropa ponerme para salir. Pero, ahora todo era distinto... y eso comenzaba a ponerme ansiosa.
De pronto, el nerviosismo que había experimentado cuando lo vi llegar de improviso volvió a mí, pero más que antes. Mis manos me temblaban. Mi corazón me bombeaba tan fuerte que parecía que toda la habitación estaba impregnada del sonido de mis latidos. El silencio sepulcral que había en todo mi departamento, el cual podría tranquilizar a cualquiera, me causaba el efecto contrario. No era habitual que Luis, siendo tan inquieto y juguetón como era, y lo que yo estaba tardando en salir del baño, no viniese a mi dormitorio. Esta eterna espera me estaba impacientando sobremanera.
Comencé a caminar alrededor de mi cuarto. Algo dentro de mí me decía que las cosas no marchaban bien. Quizá no se había tragado mi cuento. Pero ¿si luego de la tonta excusa que le di, me saltaba con una broma?
Quizá había estado fingiendo que todo estaba bien. Sin embargo, esto no podía ser así. Cuando algo le fastidiaba a Luis, no se cortaba ni un pelo. Su sinceridad y desparpajo para hablar de cosas de las que yo no era capaz muchas veces me sorprendían pero, en el fondo, era una de las cosas que más me gustaban de él; porque mostraba una seguridad tal, que simplemente me conmovía y me inspiraba a querer ser como él algún día, para así, en un futuro cercano, armarme de valor para hablar a mi familia y amigos de nuestra relación.
Vi cómo el segundero de mi reloj alarma me mostraba de forma cruel su lento avanzar. Gotas de sudor bañaban mi frente. Tales eran mi impaciencia y mi ansiedad, que sentí que estaba a punto de estallar.
De pronto, un fugaz pensamiento de esperanza cruzó por mi mente. Pudiera ser que todo fueran puras suposiciones mías. Quizás el saber que estaba escondiéndole algo a Luis me hacía ver las cosas de esta manera. ¡Mi conciencia me podría estar jugando una mala pasada! Sí, eso podría ser...
Meneé la cabeza. Inhalé y exhalé aire profundo. Decidí tomar el toro por las astas, salir de mi habitación y dejar de atormentarme por cosas sin sentido. Ya habría oportunidad para torturarme con mis sentimientos de culpa.
Luis
Cuando abrí la perilla de la puerta, la mujer que vi delante de mí no era Margarita... o más bien, sí era ella, pero la contemplaba tan distinto a cómo lo hice media hora atrás.
—¿Nos vamos? —preguntó con un gesto nervioso y con la cabeza ladeada. Se rascó la mejilla derecha, un indicativo más de que, definitivamente, no estaba equivocado en mi descubrimiento.
¿Cómo podría ser tan falsa y actuar como si nada estuviera pasando? Empezaba a decepcionarme cada vez más.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top