✿ Capítulo 2 [Segunda Parte] ✿

Margarita

Suspiré profundo. Aun cuando me sentía intimidada por la férrea mirada de mamá, resolví que no iba a darme por vencida.

—No veo problema alguno —afirmé, tratando de parecer segura—. Ni que yo fuera una reina o algo parecido.

—Pero es solo un hombre que te trae el gas. No deberías tener tanta confianza con gente así.

Me justifiqué que había querido hervir el agua. Pero al haberlo intentado dos veces más, sin éxito alguno, creía que no había gas. De ahí que había llamado a un vendedor, mas luego me había cuenta de que la perilla del balón de gas no estaba levantada. Finalmente, «había llamado de nuevo al servicio de gas para anular mi pedido y disculparme por las molestias». No sé si mi madre se tragó semejante cuento, pero confiaba en que así fuera.

De cuando en cuando me miraba fijo. Hizo hincapié, de nuevo, en que no debía tener tanta cercanía con personas ajenas a mí, menos tutearlos y demás.

—¿Quieres dejar el asunto, porfa? —dije mientras terminaba de tomarme la pastilla que me había traído.

—Está bien, Margarita... Cambiando de tema, ¿qué quieres para cenar? Ahora que estás enferma, mereces que te consientan. Hace tiempo que no lo hago, desde que te casaste con César.

En ese momento, concluí que una gran torta de fresa me caería muy bien. De pronto, la idea de comer este dulce con Luis hizo que tomara una decisión:

—¿Sabes qué? Tengo una idea mejor —hablé con una gran sonrisa.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿


Luis

Eran las ocho de la noche. Yo estaba en mi casa.

Tres chicos del grupo de rap (Pablo, Iván y el Chino) más con otros amigos de la universidad nos habíamos reunido en mi sala. Mis primos (Maribel y Bruno) y sus papás (mi tío Adolfo y su esposa) también habían venido a visitarme. Él era el ricachón por parte de mi familia materna.

Sonaba música de moda en mi sala a medio volumen. Mi papá aún no había bajado a saludar a los invitados. Él recién se estaba duchando, ya que acababa de llegar de hacer unos trámites. Mamá y Ada estaban en la cocina, preparando todo lo relativo a la cena, bocaditos y mi torta de cumpleaños. Memo y mi primo Bruno estaban jugando a la PlayStation en mi cuarto.

—Oye, ¡tu prima está buenaza! —me dijo Iván en voz baja mientras no le quitaba la vista de encima a Maribel. Ella estaba sentada al frente de nosotros—. A partir de ahora te diré «cuñado». Preséntamela pues, compadre.

—Ni se te ocurra.

—Vamos, no seas celoso.

—No me refiero a eso.

—¿Entonces?

—Iván, mi prima es bastante presuntuosa. No sale con nadie que vaya a una universidad estatal como nosotros, menos que no tenga carro como tú. Ni qué decir que prefiere que ya haya terminado la universidad o que ya trabaje.

—¡No me jodas! ¿En serio, brother?

—Así es.

Seguimos mirando a mi prima, quien lo miró con un gesto de asco.

—¿Lo ves? —le observé a Iván.

—¿Qué se cree? ¿La Princesa de Mónaco? —dijo, malhumorado.

—Ya te lo dije. Dudo mucho que tú seas su tipo.

—¡Puta madre! —habló en voz alta, capturando la atención de los demás.

Maribel no dudó en enfatizarle a Iván su mirada de desaprobación con otra más hiriente. Para remate, mi tía Leonor, esposa de mi tío Adolfo, dijo en voz alta «Este vocabulario que tiene la juventud de ahora; nada de modales». Yo solo atiné a contemplar a mi tía y dedicarle una hipócrita sonrisa para, finalmente darle un codazo a mi bro para que se callara.

—Lo siento, Lucho. No sabía que las mujeres de tu familia fueran tan delicadas —susurró Iván.

—Tampoco te equivoques; solo ellas dos. Mi hermana y mis otras primas no son tan exquisitas.

—¡Lástima que tu hermana sea mayor que nosotros! Aunque ¿tu enamorada no es una mujer mayor que tú? Recuerdo esa vez que nos encontramos contigo, cuando con los chicos íbamos al tono(1) de la flaca Erika.

—¡Imbécil! ¡Baja la voz! —hablé en voz baja. Iván era tan o más bocón que yo—. En mi familia nadie lo sabe, huevón.

—¿Y por qué?

—Ya luego te cuento. Pero, si te he dicho que mi familia no sabe nada de ella, ¿no crees que aquí es el lugar menos oportuno para hablar de eso?

—¡Cierto! Pero, oye, solo quería preguntarte algo más...

—¿Qué cosa? —pregunté, fastidiado.

—Ahora que recuerdo, yo le echo a Ada la misma edad que a tu enamorada. Y ya que tú has allanado el terreno, pues...

—¿Qué me quieres decir? —pregunté. No me gustaba nada por dónde iba el tema de nuestra charla. Y no me equivoqué.

—Fácil podía lanzarme a tu hermana, ¿no? —dijo con una sonrisa de idiota—. Así podríamos salir ambos en pareja.

—¡Con mi hermana no te metas, huevón! —hablé levantándome de mi silla.

Todos los invitados voltearon a mirarme. Ahora era yo el que llamaba la atención y todo por la culpa del inoportuno de Iván.

—No pasa nada —me disculpé mientras miraba a todos con una falsa sonrisa. Volví a sentarme en mi silla—. Hey —le susurré a Iván—, ni te atrevas a echarle el ojo a mi hermana, ¿ok?

—¿Por qué no? —preguntó con el ceño fruncido.

—Estarías rompiendo el pacto tácito entre amigos, huevón.

—¿A qué te refieres?

—Sabes que uno no debe meterse con la hermana de tu amigo. ¡Imbécil!

—Oye, sin insultos, ¿ok? Y a ver, ¿en dónde está eso establecido?

—En ningún lado. Es de conocimiento público de todos.

—Recién me entero.

—Mira, Iván. Te lo advierto....

—Ya pues, brother —me interrumpió—, no seas egoísta. Tú ya tienes una enamorada mayor que tú. ¿Por qué no quieres que te imite? Eres mi modelo a seguir en cuanto a conquistar a las mujeres. Aparte que... tu hermana está linda, Lucho.

—¡A Ada no la mires como una mujer!

—Pero si es mujer...

—Ella será una mujer para otros, pero para ti es una bruja, con nariz ganchuda y granos en la cara. ¿Entendiste?

—¿Bruja? ¿De qué hablas? —preguntó con su típica mueca de idiota.

En ese momento, llegó Ada a la sala con una fuente con unos bocaditos.

—Sírvanse, por favor —dijo ella mientras acercaba la bandeja a Iván.

Me percaté de que mi amigo observaba el escote de la blusa que Ada lucía esa noche. De inmediato, empujé la bandeja de comida con dirección a mi hermana, rechazando su ofrecimiento.

—¿Qué te pasa, Lucho? —preguntó, sorprendida.

—No se nos antoja nada, gracias. Ya hemos venido comiendo de la universidad —acoté mientras observaba con ojos endemoniados a Iván.

—Oye, pero yo quiero coger esos sanguchitos de pollo en forma de triángulo, los cuales se ven muy ricos —reclamó Iván con ojos libidinosos.

—Ofréceles los bocaditos a mis otros amigos y a mis tíos —le ordené a mi hermana—. Aparte, ¿no tienes una blusa que te cubra más el pecho? Está haciendo frío y no debes andar como si estuvieras en la playa.

—¡¿Qué?! —preguntó mi hermana con una gran mueca.

Moví la cabeza para indicarle a Ada para que se acercara a mí. Ella entornó los ojos, pero me hizo caso.

—Estás exhibiéndote mucho a mis amigos, ¿no crees? —le susurré a Ada a su oído izquierdo—. No pasas desapercibida para ellos.

—¿C-ó-m-o?

Por el rabillo de mi ojo izquierdo, me di cuenta de que Iván observaba con interés la vista generosa de los pechos de mi hermana, los cuales se mostraban en un buen ángulo al ella agacharse hacia mí. Enojado, le dediqué una mirada fulminante a mi amigo. Él se dio cuenta y, de inmediato, volteó su rostro en dirección a mi prima.

Ada se irguió y volteó para contemplar a mis amigos, quienes, incluido Iván, estaban ocupados en otras cosas. Ella soltó su típica mueca de desenfado. Se volvió a agachar hacia mí y me susurró:

—Mira, enano, ninguno de tus amigos me está mirando. No me vengas con tus celos de hermano menor.

—Oye, pero...

—¡No me molestes! Ni te creas que porque es tu cumpleaños hoy, vas a empezar a mandarme, ¿ok?

—Pero yo...

Mi hermana se irguió de nuevo y me ignoró por completo. Continuó ofreciéndole bocaditos a los demás invitados, mientras yo observaba cómo Iván la devoraba con los ojos. Le di un codazo y él volvió a la compostura.

Minutos después, vinieron a visitarme otros parientes. Después de un buen rato, todo transcurrió dentro de la normalidad.

Yo no había perdido ni un segundo en tener controlada la situación entre Iván y mi hermana, mis otros amigos conversaban relajados, mi papá se había unido a mis tíos en una cómoda charla, Maribel seguía con su cara de aburrida, mi viejita seguía preparando la cena y la torta y Ada salía cada tanto de la cocina para alistar el comedor. En ese instante, sonó el timbre:

—Yo abro —dijo mi hermana, quien salió en dirección a la puerta de la sala, previa a la de la calle—. ¿Quién será?

—Debe de ser mi padrino —le respondí en alusión a Segundo Cabrera, mi padrino de bautizo, viejo amigo de mi padre, el cual lo conocía desde la Escuela del Ejército—. Hoy no me llamó para felicitarme como lo hace todos los años. Seguro que ha venido para darme la sorpresa.

—Pero si Segundo está en Arequipa —me aclaró mi viejo—. Si no te ha llamado es porque anda mal de la memoria. Su Alzheimer le está haciendo estragos.

—¿En serio? ¿Por qué no me lo habías contado, papá?

A pesar de la música fuerte que se escuchaba en la sala, escuché un grito de Ada proveniente de la calle. ¿Qué mierda pasaba?

—¿Quién será? ¿Por qué ha gritado así? —dije, sorprendido.

Mi papá se encogió de hombros. Se quiso levantar, a lo que le dije que no, ya que quería ver por mí mismo qué pasaba. Cuando abrí la puerta de la sala para dirigirme a la de la calle, lo que vieron mis ojos no daban crédito.

Margarita en su silla de ruedas, con su madre al lado, estaba envuelta en un gran abrazo con Ada. Cuando se percató de mi presencia, me sonrió. Me guiñó el ojo derecho, en un gesto que me recordó a aquel que yo solía hacer cuando le hacía alguna travesura. Pero... ¡¿qué diablos?!

(1) Tono: Fiesta

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