✿ Capítulo 19 ✿
Luis
—¡Espera! —dijo Margarita al tiempo que me cogía del brazo.
Tenía una cara de espanto.
—¿Qué ocurre?
—No puedes entrar al baño... —alegó a la vez que me soltaba y se dirigía hacia la puerta de aquel.
—¿Y eso? —pregunté a la vez que me rascaba el pelo a la altura de la oreja izquierda.
Volteó su mirada de la mía hacia el baño. Estrujó sus manos con nerviosismo.
—¡Está sucio! —dijo arrastrando las palabras y sin mirarme a la cara.
¿Qué le pasaba?
—No me importa —contesté.
Margarita todavía no se atrevía a mirarme a los ojos.
Entonces, imaginé que seguro le daba vergüenza encontrarse en una situación «poco convencional conmigo». Con lo pudorosa que era, a tal punto de que a veces le daba corte algunas cosas en el plano íntimo —a pesar de todo lo que había ocurrido entre nosotros— intuí el motivo de su actitud. Seguro que había ido al baño, no le había dado tiempo de limpiar y...
—Uhm... —añadí. Traté de mostrarme lo más serio posible y de no reírme para que ella no se sintiera más incómoda—. Si te parece, entra a jalar y echa el ambientador, ¿está bien? —agregué, guiñándole el ojo para luego apartarme de su lado—. Te espero en el sofá, pero apúrate. ¡Estoy que me orino!
La miré «desesperado» para tratar de relajarla, aunque tampoco mentía. Me había estado aguantando las ganas de orinar desde hacía un buen rato.
—Ok —dijo escuetamente para luego ir de inmediato al baño.
Creí que se relajaría, pero fue todo lo contrario. Antes de cerrar la puerta, en su rostro todavía se atisbaba que estaba tan o más nerviosa que antes. ¿Por qué actuaba así? Algo no me terminaba de convencer...
Cuando Margarita salió del baño y me indicó con un movimiento de cabeza que podía entrar, ella seguía como hacía un rato: con la mirada evasiva, cabizbaja y un gesto tenso en su rostro. Eso y su reacción ante mi inesperada llegada me hicieron sospechar que, definitivamente, aquí había gato encerrado.
Iba a insistir a preguntarle qué era lo que la incomodaba para que pudiéramos resolverlo, pero decidí hacerlo luego. Me urgía entrar al baño y ella ya estaba en su cuarto cambiándose, así que decidí hacerlo cuando ya hubiéramos salido a comprar.
Luego de terminar de orinar, abrí la llave del caño para dejar correr el agua. Mientras me lavaba las manos y me limpiaba el rostro del sudor que tenía, me observé en el espejo.
Quería pensar que todo estaba como siempre entre Margarita y yo, pero no estaba tranquilo. Una leve espina en mi corazón me decía que algo no marchaba bien. Algo pasaba con ella, algo tan grande que no se había atrevido a decirme y solo había tenido meras excusas para evitar hablar de eso.
Su nerviosismo a mi repentina llegada no era normal, menos se había puesto tan nerviosa por simples hechos como el que la pudiese sorprender con el baño sucio. Es decir, teníamos casi más de tres meses de relación, estábamos juntos casi todos los días, habíamos dormido varias veces y habíamos pasado por un gran bache como lo de Diana... ¿Qué era lo que la molestaba tanto como para no poder sincerarse conmigo y hacerme saber sus temores, para poder salir adelante como en anteriores ocasiones?
¿Tendría que ver con la audiencia judicial de su exmarido que estaba ya a la vuelta de la esquina? Pero si ya otras veces lo habíamos hablado. Ella había llorado de frustración y de rabia a mi lado y yo la había tratado de reconfortar con todo lo que podía, con alguna broma tonta en la mayoría de las veces.
¿Tenía que ver con sus temores acerca de nuestra relación oculta hacia los demás? Pero hasta que yo viera que la situación entre nosotros madurase más, ya no quise dar el siguiente paso.
Margarita y yo salimos en contadas ocasiones con Pablo y la China al karaoke. Y aunque le insinué para ir a la playa el domingo antes de la audiencia de su exmarido, para que aliviara tensiones, ella dijo que lo pensaría y yo ya no insistí más. Quería que la relación entre nosotros fluyese naturalmente y que, llegado el momento, diésemos el paso de dar a conocer a nuestros familiares acerca de nosotros, pero sin presiones. Ya nos habíamos peleado y distanciado por ello, y no estaba dispuesto a pasar de nuevo por una situación parecida.
Por todo esto, después de mi fiesta de cumpleaños, habíamos tenido que ser más creativos para encontrarnos y que no nos descubriesen, ya que a Ada se le había dado por venir seguido al departamento de Margarita. Pero, ambos habíamos creado un código morse, como lo llamaba yo a nuestro lenguaje secreto. Si mi enamorada me decía por sms «Llegó el platillo volador», en honor a un capítulo de El Chavo del 8 que tanto me gustaba, era indicativo de que la bruja estaba en su casa. Si en su mensaje leía «Ya se fue el platillo volador», era una invitación para yo pudiera ir a su casa y «jugar a los extraterrestres».
—Ya que te gusta jugar a los alienígenas... entonces contigo voy a ser tu Venus y tú mi Marte —me dijo Margarita hacía pocos días, entre risas, antes de darle un par de besos en la espalda, para luego acabar nuestra pausa y retomar nuestro encuentro sexual en ese momento. Sonreí como un bobo al recordarlo, porque aún, de espaldas, Margarita se veía hermosa. Aún, en instantes así, me preguntaba si lo que vivía con ella era un sueño o no.
Empecé a sentir que la excitación venía a mí al recordar esos momentos. Sacudí la cabeza y me contuve de las ganas locas que tenía de ir donde ella. Volví a lavarme la cara para que la compostura regresara en mí.
Luego de un instante, cerré el caño del agua para terminar de asearme... y a la maraña de pensamientos y recuerdos que me atormentaban. Si algo no andaba bien en Margarita, lo abordaría ahora mismo. Odiaba encontrarme en medio de la incertidumbre.
Para secarme la cara y las manos, cogí la pequeña toalla amarilla que colgaba de la pared. Esta tenía una margarita bordada en uno de los extremos. A mi enamorada le encantaba que toda la decoración de su departamento hiciera juego con su nombre, provocando que más de una vez pensara en bautizar a la «cueva» (su departamento) como invernadero de margaritas.
Al terminar de secarme, decidí coger un poco de papel higiénico que estaba encima de la taza del váter. Al desenrollarlo, se cayó al suelo.
—¡Carajo!
Agarré el papel del piso, lo enrollé y con el pie abrí la tapa del basurero para botarlo. No obstante, cuando lo hice, una pequeña caja encima de él me llamó la atención: era de color rosado ¡y tenía un dibujo de una mujer embarazada estampada en él!
«Pero ¿qué mierda es esto?».
Tragué saliva.
Con la mano vacilante por lo que temía encontrar, cogí la caja que se asomaba encima del basurero para verla mejor.
«Prueba detectora de embarazo. Detecta la Hormona HCG. 99% de Efectividad. Test de Orina», decía encima del empaque.
¡Mi cuerpo se paralizó por completo! Sentí una gran acidez en mi estómago. Las pulsaciones de mi corazón eran más nítidas a la vez que experimenté un hormigueo frío en mi espina dorsal. Una gran ansiedad comenzó a embargarme por dentro, porque no quería aceptar lo que mis ojos veían...
¡Ahora todo cobraba sentido! Por eso Margarita había estado tan nerviosa y distraída en los últimos días... por eso pareció incomodarse ante mi repentina llegada... por eso no quería que entrase al baño...
Negué con la cabeza. Apreté la caja y la arrojé al suelo con furia, tanto que me dolieron los nudillos y la palma de la mano.
¡No podía creer lo que veían mis ojos! Me negaba a aceptar las conclusiones tan dolorosas a la que estaba llegando.
¡Margarita se había hecho una prueba de embarazo! ¡Y lo peor de todo era que me lo había ocultado!
¿Sería padre por segunda vez? ¿Acaso no se había estado cuidando? Pero qué... ¡¿qué mierda significaba todo esto?!
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