✿ Capítulo 16 ✿

Luis

Iba a «reencontrarme» con Margarita. Y digo «reencontrarme» porque, a pesar de que creía que no la vería por su accidente, al final, sí que nos la habíamos ingeniado durante estas tres semanas... y de qué manera.

Por alguna razón desconocida, me gustaron mucho estos encuentros furtivos, cortos, pero intensos, que habíamos tenido. Tanto fue así que, en estas semanas viví de un modo más apasionado que nunca mi relación con ella.

Las pocas ocasiones que tuvimos para estar juntos fueron muy pero muy placenteras, sobre todo porque, al estar tan ansioso por estar con ella, cuando ni bien se daba la oportunidad, yo iba directo al grano; aun cuando nos encontrásemos en peligro de ser descubiertos como en mi fiesta de cumpleaños, lo cual le dio mayor sazón al asunto y me di cuenta de que me gustaba probar situaciones de este tipo. Ok, no me anden pensando cosas raras, que aquí no voy a hablar de detalles íntimos. Pero, lo único que sí les puedo decir es que, entre Margarita y yo la conexión sexual subió a un siguiente nivel: el del deseo y necesidad mutua sin límite alguno. Cada vez que nos veíamos, la pasión e intensidad de nuestros encuentros era continuo y creciente.

Así, sintiéndome plenamente realizado con mi pareja, a nivel emocional, físico y sexual, solo faltaba una cosa más: el mostrarnos ante nuestra familia sin miedos y temores. Pero, como no todo podía ser un jardín de rosas (o de margaritas, valga la tonta ironía), se dice que no todo es perfecto en esta vida, y mi relación con ella así era.

Cuando la fui a buscar, todo se mantuvo como siempre en ella: con temores, dudas e incertidumbres de mostrarnos libres a los demás. Al darme cuenta de que aquellos no se disipaban, resolví no insistir. Y así se mantuvo mi actitud en los días venideros.

Semanas atrás habíamos peleado por mi insistencia. No quería que se repitiese esto. Ya bastante habíamos tenido en extrañarnos horrible como para tener que pasar por lo mismo otra vez en tan poco tiempo. Nuestra relación estaba madurando y se encontraba en un buen momento, tanto física, emocional y sexual, como para que yo la fregase con mi insistencia. Fue así que resolví darme una «tregua» hasta que viera en ella la madurez necesaria para poder afrontar las cosas.

¿Dije madurez en Margarita? ¿Estamos hablando de una mujer de veintiocho años, independiente económicamente, que vive sola, divorciada y con toda la experiencia que esto conlleva? Aunque suene contradictorio, en algunos aspectos de su vida ella no había madurado. De esto me estaba dando cuenta, aunque estaba aprendiendo a aceptarla, porque con sus virtudes y defectos mi enamorada me demostraba que era un ser humano como cualquier otro, y ya no la mujer que por tantos años había idealizado.

Al principio, esto me chocó, no les voy a negar. ¡Y es que yo la tuve a ella en un pedestal!

La Margarita que yo recordaba de niño, y con la cual había soñado durante todos años, era una chica bondadosa, tierna, generosa, pero, sobre todo, sabia. Ella siempre había sabido darme la palabra exacta o demostrarme la actitud verdadera para poder enfrentar las adversidades o cosas cotidianas de la vida: como darme el regalo adecuado para dejar de romper las muñecas de mi hermana, enseñarme a montar la bicicleta, ayudarme en mis tareas del colegio, enseñarme inglés y regañarme cuando hacía alguna travesura. Fue por todo esto que la admiraba, mejor dicho, la idolatraba. Prácticamente no podría decir desde cuándo comencé a enamorarme de ella, solo sé que me percaté de ello cuando tenía ocho años.

Ahora, al conocerla más de cerca y vivir en carne propia las consecuencias de varios de sus defectos, tenía que asumirlos, ¡pero cómo me costaba!

Sin embargo, al tener casi tres meses de relación, aprendí algo: si te enamoras de alguien que idealizaste durante tanto tiempo y, por fin, la vida te da la oportunidad de tenerla contigo, debes apechugar con todo, con lo bueno y lo malo que esto conlleva. Y más si es que conoces el contexto y los motivos del porqué una persona puede tener ciertos aspectos negativos, sobre todo si es la mujer a la que amas.

Según me pude dar cuenta, Margarita siempre lo tuvo todo: buena educación, buenos vestidos, buenos juguetes, buena familia... En fin, todo lo que una mujer de clase media podría aspirar a tener, si es que quiere crecer como una señorita «modelo». El asunto es que ella creció en una urna de cristal.

De lo que pude deducir de nuestras conversaciones, su vida siempre fue bastante llevadera. Sus padres se lo dieron TODO. Muy pocas frustraciones pasó en su vida (solo por ahí la pérdida de los perros y palomas que solía recoger en la calle, las de un par de tíos lejanos, más el rechazo de un tipo que ni siquiera fue su enamorado), y era de las hijas que, dado su carácter dócil (algo que yo adoraba pero que, irónicamente, también me sacaba de quicio porque influenciaba en que fuera tan timorata), siempre había hecho caso a sus padres. Si a eso le añadimos que, su madre tenía un carácter muy dominante (tenía la ligera sospecha de que su familia era un matriarcado, aunque no veía a mi suegro desde hacía años), me di cuenta de que todo en Margarita tenía su razón de ser; y ella no tenía la culpa de ser así.

Hija única, consentida, madre dominante, carácter dócil y bondadoso, pocas frustraciones en su vida... Háganse una idea, sumen todos estos elementos y tienen a Margarita Luque, de veintiocho años, sufriendo lo insufrible cuando recién pasaba la mayor de sus frustraciones (el divorcio de su marido) y dudando como una chiquilla de quince años cuando debía afrontar nuestra relación y tomar las riendas de su vida.

No todos tienen un carácter rebelde como el mío. No todos maduran al mismo ritmo que todos. No todos pasan por las mismas experiencias que nos llevan a lo que somos. La madurez emocional dista a veces mucho de la madurez física; Margarita y yo éramos el vivo ejemplo de ello

Por si lo han olvidado, yo pasé por muchas frustraciones y tristezas desde mi niñez, y gran parte de mi adolescencia. Irónicamente, gracias a que me separé de Margarita y sufrí por tratar de olvidarla, maduré antes que muchos de mi edad. Todo esto me marcó y me hizo lo que soy ahora: alguien que pudiese asumir mejor las relaciones de pareja y encarar los problemas que esto conllevaba. Aunque tampoco me consideraba un ejemplo a seguir (mi impaciencia, impulsividad y ganas de pelear no se las aconsejo a nadie), pero... mi «madurez» actual se la debía a Margarita.

Por todo esto, en varios aspectos era yo el «mayor» de los dos y el que debía ver lo que mejor nos convenía. Por ahora, las cosas debían seguir como estaban; encontrándonos a hurtadillas, planificando los lugares a donde debíamos ir para salir a comer o a pasear y evitar que alguien nos pudiera descubrir, llamando a Pablo y a la China para que saliésemos en pareja al karaoke... Aunque mi gusto por tener esta relación a escondidas no era estable; mi impaciencia por gritar a los cuatro vientos que ella era mi enamorada me carcomía a veces, mucho más cuando Margarita, por alguna razón que yo desconocía, se mostraba distante conmigo.

En más de una ocasión, me daba cuenta de que estaba distraída y pensativa. Cuando le preguntaba la razón, solo sonreía nerviosa y me decía que eran figuraciones mías. Pero, a mí no me convencía su respuesta. Por su mirada tensa, la cual evadía la mía, y por cómo apretaba sus manos, me percataba de que algo más sucedía con Margarita. No obstante, al ahondar en el tema, ella no quería decirme nada más. Y así fueron dándose varias situaciones entre nosotros hasta llegar a finales de enero.

Me puse a teorizar el porqué de este comportamiento extraño en ella y solo pude concluir una cosa: estaba próxima la fecha de la audiencia judicial con su exmarido, en donde tenía que volver a verlo después de tanto tiempo.

Margarita no había visto al cara de nerd, si yo echaba cuentas, por lo menos hacía nueve o diez meses atrás. Eso y que, según me contó, su abogada se comportaba con ella con una parsimonia que la desesperaba, cuando esperaba a una persona mucho más comprensiva (a pesar del dineral que le pagaba), podrían ser las razones de su extraño comportamiento. Pero, por más que me decía a mí mismo que su rara actitud tenía su razón de ser, había algo que no me convencía de todo esto.

¿Me estaba volviendo paranoico? ¿O había algo más que yo desconocía? Bah, seguro que solo eran figuraciones mías, ¿no? ¿O no?

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