✿ Capítulo 15 ✿
Margarita
En la víspera de la Nochebuena, yo había tratado de comunicarme con mi abogada para ver el tema de César, pero no tuve suerte. Ella había apagado su celular y parecía que la tierra se la hubiese tragado. Fue así que, me mantuve ansiosa durante todo el fin de semana para tratar de arreglar ese asunto.
Llegado el día lunes, mamá fue a recogerme para ir a su oficina. En el trayecto en el taxi, me comentó que la boda de Paula fue espectacular, que el vestido de bodas había sido precioso, ni qué hablar de la decoración de la fiesta, la orquesta, el buffet...
—O sea que... ¿todo se desarrolló dentro de la normalidad? —pregunté, con la intención de saber si alguien ajeno a Paula estaba enterado de lo que ella me había confesado.
—Sí, normal. ¿Por qué no habría de estarlo? —Me observó con atención.
Tuve que pasar saliva. Los ojos de ella tan penetrantes y con esa cara tan seria eran intimidantes. Eso, sumado a mis pocas habilidades para mentir, me estaban poniendo en aprietos.
—¡Ah —prosiguió—, seguro que te refieres a César, ¿no?
¿César? ¡Había olvidado que él también estaba invitado a la boda de Paula!
—Lo vi de lejos —añadió con una mueca. Abrió más la ventana del taxi, mientras se abanicaba—. Estaba sentado en otra mesa, al fondo del salón de recepciones Pero, ni bien nos vio a tu padre y a mí cuando nos acercarnos a servirnos el buffet, se hizo el loco. Ni nos saludó.
—¿En serio?
¡Vaya! César decepcionando a su «suegra favorita». Ya eran dos desilusiones de mi madre respecto a él en menos de una semana.
—¿No tiene aire acondicionado, señor? —le preguntó al conductor. Este sonrió y le negó con la cabeza—. Deberíamos haber contratado un taxi de empresa, hija. Estos taxis tan destartalados e informales que inundan la ciudad no tienen nunca nada.
Pude percibir que el taxista le dio una mirada de reprobación a través del espejo retrovisor.
Si bien en Lima inundaban todo tipo de taxis, el que habíamos cogido era un automóvil moderno, pero esto no era suficiente para ella. ¡Ya estaba con sus presuntuosidades!
—Lo peor de todo es que a él lo vi tan campante y de la mano con su enamoradita —dijo con desdén—. La chica esa parecía que se había echado un kilo de maquillaje encima.
—¿Ah, sí? —dije de mala gana.
La verdad era que poco me importaba saber de César y de cómo se maquillaba la susodicha. Bastante tendría que conversar sobre él con mi abogada. No obstante, tuve que aguantar a mamá un rato más hablando de cómo él bailaba «muy apachurrado» (palabras textuales de ella) con su acompañante, mientras mi madre lo observaba con desaprobación durante gran parte de la noche. Pareciera que había ido a la boda de Paula para cubrir cada acción que mi ex hacía, para luego traérmelo como bocadillo de chisme.
Ya cuando llegamos, di gracias en mi interior. Pensé que, con eso, mamá se aburriría de hablar de César. ¡Qué equivocada estaba!
Cuando entré a la oficina, y al hablar con mi abogada Nozomi, el tema se me hizo muy peliagudo. Parecía que a ella el asunto era uno más, sin importancia, cuando a mí me estaba carcomiendo por dentro.
—Oh, vaya —indicó mi abogada mientras leía los documentos que le había traído para que los viera.
Durante la lectura de aquellos solo ¡enarcó la ceja un segundo! Parecía tener la cara hecha de piedra, porque no mostraba emoción alguna ante los calificativos malsonantes que usaba César contra mí y las peticiones que me hacía en su ampliación a la demanda. No era que quisiera que pareciera tan afectada como yo, pero ¡Dios santo!, su tranquilidad me estaba sacando de quicio.
Luego de darle un sorbo a su taza de té, finalmente habló:
—No me parece que haya que preocuparse —informó, calmada.
—Pero ¿has visto lo que pide? ¡Es una ampliación de demanda! Aparte de todos los adjetivos infames que suelta sobre mí, está pidiendo una manutención de quinientos dólares mensuales —hablé desesperada—, que le que le pague el seguro médico, alegando mendicidad...
—Ay, darling —me interrumpió—. No te preocupes. —Me observaba como un padre le estuviera explicando a un niño pequeño. ¡Me hacía sentir tan estúpida!—. Está fuera de plazo. Ya te lo dije, cuando me llamaste acerca de la invitación a conciliar.
—Pero aquella vez fue distinta. Me dijiste que debía solicitarlo ante el juzgado y luego...
—Sí, sí —volvió a interrumpirme a la vez que levantó la mano derecha como diciéndome «¡Cállate, que me molestas!».
En ese momento, sonó una notificación. Nozomi cogió su celular, digitó un par de teclas y emitió una sonrisa. Estaba tan tranquila enviándose mensajes de textos con quien sabe quién, mientras yo estaba ahí, esperando a que prosiguiera. ¡Dios santo! ¡Su calma y desidia me desesperaban!
Si no fuera porque mi jefa me la había recomendado como una buena abogada de asuntos de divorcios —ya que ella la había patrocinado en el suyo años atrás, con muy buen resultado—, y llevaba mi caso desde el comienzo, la habría despedido ahí mismo.
Luego de dejar su teléfono encima de su escritorio, suspiró.
—Mira, te lo voy a explicar todo sencillo, ¿ok?
Después de escucharla hablar con desdén, la tranquilidad llegó a mí.
En resumidas cuentas, mis preocupaciones eran vanas. Según me comentó, sea cual fuera el abogado que estuviese patrocinando a César, lo estaba haciendo mal. Ni la invitación a conciliar, que me llegó semanas atrás, ni esta ampliación a la demanda llegarían a buen puerto. Esta última era una treta que él podría haber usado, si era que lo hacía en el plazo adecuado. Pero a esas alturas, con la fecha de la audiencia ya programada para enero, no había nada más que se pudiera hacer.
Finalmente, ya a modo de confesión de abogada, me indicó que, lo más probable era que el abogado de César estuviera haciendo todas estas jugarretas con el único fin de sacarle dinero y con el engañabobos que con eso «me presionaría para la audiencia»; pero que, en el fondo, el profesional sabía que todo eso caería en saco roto, con el único beneficio para su bolsillo.
Cuando terminó de hablar, Nozomi rio ampliamente, como recordando alguna travesura parecida que ella también hubiese hecho, ¡segurísimo!
—Así somos algunos abogansters, perdón, abogados.
Soltó una carcajada y se revolvió el cabello. Me quedé estupefacta.
Volvió a tomar su celular y a responder el enésimo mensaje que le llegaba durante nuestra conversación. Ganas me dio de decirle «¡Por Dios! ¿Puedes decirle al que te mensajea que lo haga después?», pero me contuve. Finalmente, su sonriente rostro cambió a uno más serio mientras cogía el documento que le entregaba. ¡Por fin!
—Mira: el juzgado debió haber declarado improcedente su petición por el tema que está fuera de plazo, como te comenté.
Yo asentí.
—Pero —añadió—, como muchas veces suelen lanzar la pelota a la otra parte, en este caso tú como demandante, antes de hacer su trabajo (burocracia, ya sabes), presentaré un escrito solicitando que lo declaren improcedente en base al artículo...
Me informó de no sé qué artículos del Código Civil Peruano y demás, los cuales entraron por mi oído izquierdo y salieron por el derecho. Como no quería parecer una tonta, asentí con mi cabeza, en señal de que entendía todo lo que me decía (cuando en realidad era todo lo contrario). De reojo, vi que mamá hacía lo mismo para, por supuesto, tampoco quedar mal, finalizando con un «Por supuesto, tiene usted la razón, abogada Nozomi».
Mi abogada empezó a escribir rápido en su laptop. Llamó a su secretaria por el intercomunicador, para ordenarle que le hiciera llegar el escrito que le había mandado a imprimir. Me pidió que pasara donde aquella y cancelara la módica suma de ¡S/. 200.00(1) por tramitar ante el juzgado el escrito y S/. 50.00(2) por la consulta!
—¡¿C-Ó-M-O?! —hablamos mi madre y yo al unísono cuando escuchamos la cantidad.
¿Por una simple hoja de papel y veinte minutos de consulta me sacaba un ojo de la cara? ¡Vaya con estos abogados!
Al salir de su oficina, me sentía más coja y lisiada de lo que estaba, mientras escuchaba los sermones de mi madre («¿Cómo dejas que te roben tan fácilmente?»). Comencé a arrepentirme de no haber cambiado de abogado en su momento justo.
¿Dije alguna vez que tenía a una gran abogada que me defendía? No lo recuerdo, pero más le bastaba a Nozomi que defendiera mis intereses como correspondía. Al paso que iba este juicio, no sabía quién se iba a aprovechar más de mí, o mi exesposo o mi abogada.
(1) Equivalente a $ 52.20 dólares americanos
(2) Igual a $ 13.05 dólares americanos.
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Anotaciones finales:
¿Qué opinan de mi alter ego como abogada? Muajaja.
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