✿ Capítulo 14 ✿
Margarita
Él dejó de jugar con el buzo y lo puso en la cama. Su semblante relajado cambió a uno serio. Me observó con atención. Percibí que sus ojos atravesaban mi mente y descubrían el gran error que había cometido semanas atrás.
Empecé a sentir hormigas en el estómago, mientras una gran verdad pugnaba por salir de mi boca. ¿Era tan evidente todo?
Tuve unas grandes ganas de llorar, de gritar, de maldecir y, sobre todo, de pedirle perdón. Cogí el respaldar de mi silla con ambas manos, mientras le ordenaba a mi boca que soltara las palabras que quería gesticular, pero me era imposible. Había enmudecido de improvisto. ¿Qué diablos me ocurría?
Podía percibir las pulsaciones de mi corazón en mis sienes, las cuales resonaban cada vez más fuerte. Por un instante, creí que mi cabeza me iba a estallar.
—¡Estaba bromeando, tonta! —acotó, tan tranquilo como siempre y sonriendo... al fin.
Como nunca, adoré esa sonrisa en su rostro, mientras sentía que la respiración volvía a mí. Mi corazón dejó de bombear como un motor acelerado a mil por hora.
—Cuando mi viejita estaba embarazada de Memo, bajó de peso hasta el tercer o cuarto mes.
Siguió hablándome que sabía muy bien de estos temas, porque de niño acompañó muchas veces a su mamá al ginecólogo para sus chequeos rutinarios. Al bajar tanto de peso, el médico le recetó tomar vitaminas.
Por un instante, pude ver un atisbo de seriedad dentro de su mirada tan relajada, mientras seguía contándome sus anécdotas maternas ¿Era eso o figuraciones mías? ¡Dios mío!, el estrés por mi mentira estaba carcomiéndome por dentro.
El llamado de Paula puso fin y alivio a mi tortura . Un momento, ¿dije tortura? Porque era la primera vez que me producía tanto agobio tener a Luis así, de frente, observándome tan amoroso como siempre, pero sin saber si él sospechaba algo, en una cruel ironía de lo que nuestra relación se estaba convirtiendo para mí.
—Creo que tu amiga te aclama. —Inclinó la cabeza y me extendió un buzo de color negro con rayas azules—. Esto le debe quedar, es lo más «ancho» que he encontrado aquí —continuó bromeando al extender aquel por la parte del talle de la cintura.
Traté de sonreír ante su ocurrencia, tal y como lo hubiera hecho antes, pero no pude. Era una simple autómata que actuaba por reacción y sin razonamiento algo.
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Esperé en la sala hasta que Paula se aseara. Podría haberme ido a dormir, ya que dudaba de que estuviera más locuaz de lo que había estado antes; pero, por los miedos que comencé a sentir debido a mi reciente charla con Luis, decidí no regresar, no en ese momento. Sin embargo, tal y como lo había previsto, cuando mi amiga volvió, nada había cambiado, solo su peinado y vestuario, los cuales habían dejado toda su elegancia; todo lo contrario a su rostro, el cual se mostraba tan sombrío como antes.
—¿Se te ofrece algo más?
Paula meneó con la cabeza.
Le ofrecí una cobija, que había llevado conmigo antes de salir de mi dormitorio. Me agradeció y se acomodó en el sofá más grande mi sala.
Antes de despedirme, me dio ganas de traer una cama inflable que tenía en mi armario, la cual servía para ir de excursiones, y dormir en la sala con ella. Aunque me costaba admitirlo, me daba mucho miedo ir a dormir con Luis. ¿Qué diablos me estaba sucediendo?
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Al día siguiente, me desperté muy temprano. Me costó muchísimo conciliar el sueño, porque la sospecha de saber lo que estaba ocurriendo e imaginarme las consecuencias que todo esto provocaría, me torturaban. Cuando, por fin, mi cuerpo decidió descansar en los brazos de Morfeo, soñé que observaba una fotografía que reposaba en una mesita, en la cual yo tenía un niño en mis brazos, quien era el vivo retrato de mi enamorado. Tenía los mismos grandes ojos vivaces y pícaros de su padre, y los pequeños rizos rubios que recordaba de la primera vez, cuando lo había conocido con dos años. Cualquiera que hubiese visto esa imagen hubiese creído que era la de una familia perfecta. ¡Qué equivocado estaba!
En la foto, Luis me observaba con mucho rencor. En sus ojos se avistaba ese resentimiento que solo le había visto cuando me hablaba de Diana y de cómo esta quería obligarlo a regresar con él. Pero lo peor vino después.
En un momento determinado, cuando cogía la fotografía en mis manos, el Luis dentro de ella abría la boca y fruncía las cejas.
«Detesto a las mujeres que quieren chantajear a un hombre con un hijo», sentí que me hablaba en mi mente.
—No, no lo hice por eso... Perdóname —le decía mientras lloraba desconsolada. Los ojos me ardían porque no eran capaces de contener todas las lágrimas que pugnaban por salir.
—Eres igual a Diana...
—No, por favor. ¡No me digas eso! Por lo que más quieras, ¡no me compares con ella!
—¡Mentirosa!
—Luis...
—Ya no te quiero.
—¡NOOOO! —grité desgarradoramente.
Las últimas palabras que escuchaba oprimían mi corazón y provocaron que se rompiera, al igual que la fotografía que tenía en mis manos al caerse al suelo. Para rematar esta cruel metáfora, en dicha foto, la parte en donde Luis había estado había desaparecido. Solo se apreciaba a mí y al niño imaginario que era mi hijo.
Cuando a mi cuerpo ya le era imposible contener tanto sufrimiento en mis sueños, chillé desesperada y me desperté. Luis lo hizo conmigo.
—¿Qué pasa? —me preguntó muy preocupado mientras me abrazada muy fuerte. Yo solo lloraba en sus brazos y en su pecho.
Con mi respiración agitada y mi corazón palpitando aceleradamente, me di cuenta de que toda la angustia que había sentido era producto de una pesadilla. Él estaba a mi lado y esto era lo único real para mí. Podía tocarlo con mis manos, percibir el olor de su piel y enredarme en los mechones de su cabello en forma de trenzas, mientras trataba de que todo lo que mis sentidos experimentaban se quedasen para siempre grabados en mi alma.
—¡Has tenido una pesadilla! ¿Qué soñaste?
No le respondí. Traté de calmarme y recuperar la normalidad en mi respiración, gracias al consuelo que encontraba en los masajes que él me daba en mi espalda y sus besos en mi pelo.
—Seguro que soñaste con la pesada de mi hermana, recién despertada, con los pelos a lo medusa, ¿no?
Reí.
Su ocurrencia era la guinda perfecta para mi tan ansiado sosiego, el cual sólo Luis me podía brindar. Pero, ¿hasta cuándo?
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Sería alrededor de las ocho y media de la mañana, cuando me desperté. Había estado dando vueltas en la cama durante una hora, antes de que mi cuerpo y mi mente decidieran descansar.
Cuando me levanté, Luis seguía durmiendo. Quise preguntarle si se iba a ir temprano a su casa, pero me contuve. Antes de hacerlo, lo vi dormir tan plácidamente, que me dio pena y envidia a la vez.
Al dirigirme a la sala, Paula ya estaba cambiada. Preparaba el desayuno al tiempo que veía televisión. Se la notaba más tranquila. Me dio los buenos días y me preguntó qué me apetecía tomar.
—Jugo de naranja —contesté mientras pensaba que, si hubiera sido Luis el que se me hubiera preguntado, sabría de antemano cuáles eran mis , pensando que si hubiera sido Luis el que se hubiera ofrecido a preparar la comida, ya sabía de antemano cuáles eran mis preferencias.
Luego de darle un par de mordiscos a las tostadas con mermelada que estábamos comiendo, y todavía con la incertidumbre de preguntarle el motivo de su presencia, como si me leyera la mente, me empezó a contar:
—Me enteré de que Marcos había sido novio de mi hermana, antes de salir conmigo.
Casi me atraganté con lo que comía.
Aún con las dudas que la atormentaban por casarse con su ahora marido, decidió seguir adelante, muy a pesar de que me confesó que, cuando estuvo en el altar de la iglesia y después firmó los papeles del matrimonio civil ante el Juez de Paz, había seguido teniendo unas ganas locas de salir huyendo. Se había dejado llevar por los consejos de otra amiga, las cuales la animaron, finalmente, a que se casara. Mas, su corazón se sentía intranquilo por la decisión que había tomado. Y no le faltaba razón.
Durante la fiesta, en un momento en que se dirigió al baño, fue testigo de una conversación que preferiría no haberla escuchado nunca en su vida.
Su hermana menor, Celia, estaba reclamándole a Marcos el porqué de su apresurado casamiento. Hubiese parecido una charla común y corriente entre cuñados, si no fuera porque aquello ocultaba algo más.
Paula había tenido conocimiento de que su hermana había tenido un novio hacía un año atrás, pero nunca lo presentó a su familia. ‹‹No es nada serio››, era lo que siempre repetía cada vez que sus padres le pedían que lo llevara a su casa para conocerlo. Cuando se enteró por su propia boca que dicha relación había terminado, ella lo informó de un modo tan tranquilo, que se alegró de que esa separación no le afectase, atribuyéndole a que su hermana de veintidós años ya había madurado.
Sin embargo, meses después, cuando Marcos entró a su trabajo, y al poco tiempo se hicieron novios, recordó que Celia había cambiado su comportamiento hacia ella. Se mostraba distante y algo intolerante. Posteriormente, al tener noticia de su matrimonio, la cosa había empeorado. Comenzó a criticarla en TODO: desde algo tan trivial como el color de tinte de pelo que usaba (el cual lo había llevado desde los dieciocho años, según yo recordaba) hasta que era una inmadurez de su parte casarse con pocos meses de noviazgo con «un hombre al que no conocía de nada».
Paula atribuyó su desagrado al poco tiempo que habían tenido como novios Marcos y ella, antes de casarse. Total, su hermana no había sido la única familiar que había manifestado su desaprobación por ello. Y aunque la relación de ellas nunca había sido de lo más cordial (siempre me pareció que rivalizaban) nunca se hubiera imaginado que ese cambio ene Celia tuviera una razón tan oscura.
Ahora, que lo veía en retrospectiva y comenzaba a atar cabos, todo cobraba sentido, un maldito y doloroso sentido.
—Creo que hacen bonita pareja.
Enarqué la ceja incrédula ante lo que mis oídos escuchaban ¿Acaso insinuaba que quería dejarle su esposo a su hermana?
—Pauli, hasta donde me cuentas, no te quedaste a escuchar la conversación completa que ellos tenían, ¿no?
—¿Para qué? Si estaba más claro que el agua.
El tono de su voz, con seriedad y sosiego a la vez, mientras me relataba algo que de tranquilo no tenía nada, aún más por la incertidumbre de lo que el curso de aquella charla podía significar, me dejó pasmada.
—Antes de que todos los invitados se fueran, y como ya estaban todos borrachos por la celebración, incluido él, en un momento que nos separamos, le dije a uno de los meseros que le hiciera llegar un pequeño papel en donde le puse en letras grandes ‹‹Lo sé todo, mi amor. ¡Gracias por ser mi esposo, pero prefiero seguir siendo soltera!››.
—¡¿Qué hiciste qué?! —exclamé fuerte, olvidándome por completo que tenía a Luis dormido en mi habitación.
—Lo último que escuché fue que mi gordito le decía que no había tenido otra salida, luego de que ella se negara a regresar con él.
—¿Y te fuiste sin oír nada más? ¿No les reclamaste?
—Así es —manifestó muy tranquila.
—Pero, ¿por qué? ¡¿Por qué no le pediste explicaciones?! Quizá lo hubieras hecho después de la fiesta o los hubieras interrumpido ahí mismo en el baño.
Esbozó una leve y sarcástica sonrisa. Se encogió de hombros y le dio un mordisco al pan con mermelada. Se me quedó observando como si fuera una niña que no quisiese seguir siendo reprochada por su madre. Capté de inmediato el mensaje.
—Hay cosas que son tan obvias, Maggi, que es mejor no desentrañarlas. —Suspiró profundo—. Y he escuchado que a veces es mejor vivir engañados, aunque la verdad duela tanto... Pensar que no quería herirlo por no contarle mis temores acerca del matrimonio. —Respiró de manera entrecortada—. Qué irónico, ¿no? Al final, ambos teníamos cosas que ocultar...
En ese instante, su semblante tranquilo desapareció por completo.
Sus ojos se cerraron profundamente y se los tapó con sus manos. El llanto que le sobrevino era tan incontrolable, que sus lágrimas fueron a dar a parar al café que todavía quedaba en su taza y a las migajas del pan que había engullido.
Mi primera reacción fue ir de inmediato hacia ella para tratar de reconfortarla, pero me era imposible. Simplemente me le quedé viendo cómo sufría, porque no me salía hacer algo o decir las palabras exactas que amilanaran en algo su padecimiento.
Luego de que se calmara y gastara todo el rollo de papel higiénico que le había alcanzado —lo único sensato que fui capaz de hacer— la charla trató sobre temas más triviales: me comentó que el sabor de la torta de la boda no había sido el esperado.
—Cuando me hicieron llegar las degustaciones, eran de un sabor de queque inglés exquisito —comentó al tiempo que azuzaba las manos, con la exageración que la caracterizaban—. Sin embargo, ahora... ¡Qué decepción! No es que yo pidiese que fuese Gastón Acurio(3), ya que un chef de esa talla no entraba en nuestro presupuesto. Pero, ¡por Dios! Me supo totalmente amargo... ¿Te imaginas? ¿Una torta de boda, de mi boda, con sabor amargo? ¿Con lo dulce que yo soy?
Aguanté la risa por la verborrea que soltaba. Pauli, ni en el peor de sus escenarios, podría dejar de ser ella.
En un momento en que la charla distendió de un modo más tranquilo, ella me agradeció que la acogiera, a pesar de haberme interrumpido en mi «preludio romántico navideño», como ella comentaba a mi noche con Luis.
—¿Cómo?
—No me digas que no los interrumpí cuando estaban en plena «faena», ¿eh? —Me dio un leve codazo, mientras sentí que mis mejillas se enrojecieron—. Se te nota en la cara, picarona.
—Bueno, sí... —Inclinó un poco su rostro, sonriendo ampliamente. Me sentí un arlequín de un show circense—. Quiero decir que no... Es decir, eso fue antes de que tú, bueno... tú me entiendes, él y yo... antes de que tú...
Soltó una gran carcajada.
Al principio me incomodó que se burlase de mi tartamudeo de adolescente, pero luego me sentí mejor. Si mi poca facilidad para hablar con otras personas acerca de mi intimidad con Luis la ayudaba a aliviar en algo la tristeza que tenía, por mí encantada.
En ese instante, escuché a mi izquierda ‹‹Mi boquita, ¿qué hay para desayunar?››. Cuando volteé a ver a Luis para invitarlo a que se uniera con nosotras, me volví a avergonzar de nuevo con Paula, pero ahora no por mí.
Él estaba en el pasillo y con los ojos achinados. Se rascaba la cabeza, bastante soñoliento. Como siempre, cuando se despertaba después de pasar la noche conmigo, estaba vestido solo con ropa interior. ¡Se había olvidado de la presencia de Paula!
—Hola, Luis —lo saludó ella de lo más divertida.
Al escucharla, él se espabiló por completo. Ambos enrojecimos, a tal punto de que pareciese que nos hubiese dado insolación en menos de un segundo. La saludó con la mano derecha y se dirigió rápido a mi cuarto, seguro para vestirse.
¡Qué risas! ¡La presencia de Paula había provocado que Luis se enrojeciese dos veces en menos de un día!
Luego de desayunar, mi amiga se despidió de mí. Iba a buscar a su marido para encarar las cosas, ya con la tranquilidad que le había producido pensar todo con más calma. Me agradeció que la acogiera, muy a pesar de que me interrumpiera mi noche de «aventura» con Luis.
—Me debe odiar tu enamorado —dijo en el umbral de mi puerta antes de retirarse—. Ya son dos veces que soy inoportuna, y más ahora que lo he visto en paños menores. —Esbozó una amplia sonrisa y movió la cabeza en dirección a mi dormitorio—. Ya luego me cuentas todo con más detalles, pillina.
—¡Paula!
La sangre volvió a subirme al rostro.
—Ok, solo bromeaba. —Suspiró resignada—. Ya sé cómo eres de discreta.
—En realidad... son tres las ocasiones que nos has interrumpido —le observé.
Le hice saber que la primera vez fue aquella cuando hablamos en el parque. Le divirtió mucho enterarse, porque sus labios se abrieron ¡más todavía!
—¡Vaya! No sabía que había sido tan metiche en tu vida amorosa, sin proponérmelo.
Le dije que no la consideraba de tal manera. No obstante, parecía que la situación le divertía sobremanera, porque sus ojos se iluminaron, de tal modo que me hacían recordar a los de mi perro cuando jugaba con su pelota de trapo.
Después de desearnos felices fiestas, comentó que nos mantendríamos en contacto. Yo estaba interesada en que me mantuviese al corriente sobre el asunto de su marido y ella aceptó, no sin antes insistir, para de nuevo bochorno mío, en que ¡quería saber de los detalles sucios de mi relación con Luis!
Ya con la intimidad necesaria, mi enamorado se asomó por el pasadizo.
—¿Ya se fue la cotorra?
Reí.
—No la llames así.
—Hasta que por fin nos dejó solos. —Se dirigió a la mesa del comedor, donde empezó a untar mantequilla en unas tostadas—. Vaya problemón que tiene con el marido, ¿eh? ¡Dios, cómo habla!
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando estaba viendo televisión, subí el volumen al máximo, porque escuchaba con nitidez todo lo que decía.
—¡Qué exagerado!
—Tdsodfo ldo conrstrario a tdi, que tdienesh la vosh delidada y dulcshe.
Tenía toda la boca llena de migajas de pan, las cuales me moría de ganas de quitárselas a besos. No me contuve más y me dirigí hacia donde estaba. Le estampé un gran beso, sin importarme que me ensuciara con las migajas que aún tenía en su boca. Él se sorprendió.
—¿Y essho?
Abrió muy grandes los ojos, mientras con una mano tenía el cuchillo de untar y en otra la tostada.
—Pues que se me antojó hacerlo y ya. ¿Te disgustó?
—Claro que no —Sonrió. Me observó muy bribón al tiempo que cogía una servilleta para limpiarme la boca—. Espera que termino de comer, ya que tengo un hambre atroz, y después te atiendo «como se debe». —Me guiñó el ojo.
Sonreí nerviosa al sentir que su mano me acariciaba, primero por el cuello, seguía por mis pechos para luego bajar a las zonas en donde sabía que podía motivarme. Por fin tenía un momento a solas con él...
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Un par de horas después, tuvimos que despedirnos. No podía quedarse más rato porque debía ayudar a su madre en los preparativos para la Nochebuena y hacer unas compras que le había encargado por teléfono. A su vez, mi mamá seguro que no tardaría en llegar para llevarme a la casa para pasar la Navidad con ella y papá.
Luis estaba en la sala, próximo para irse. Al saber que no tendría oportunidad de saludarlo por Navidad comencé a extrañarlo. Una pequeña espinita en mi corazón empezó a invadirme y odié tener esta relación a escondidas con él. Si tan solo tuviera la fortaleza suficiente para no importarme lo que los demás pensaran de aquélla...
Tan evidente debió de ser la tristeza que me embargaba que, antes de que pudiera formular con palabras las emociones que me invadían y de que cerrara la puerta, regresó hacia mí. Me acunó el rostro en sus manos y me estampó un tierno beso.
—Yo también te echaré de menos —afirmó al tiempo que me observaba con ese brillo especial en sus ojos que tanto quería. En ese instante, me soltó y gritó—: ¡Mierda de perro!
Napoleón le estaba mordiendo una de sus estrafalarias botas. Sonreí ampliamente al ver la ocurrencia de mi mascota. ¡Ni ad portas a la Nochebuena le daba tregua alguna!
Después de que se zafara de mi perro, me indicó que me enviaría un mensaje de texto a las 12:00 a. m. del veinticinco de diciembre. Eso hizo que la tristeza que sentía se me hiciera un poquito más llevadera. Antes de salir, me besó en la cabeza.
—¡Feliz Navidad, Margarita!
—¡Feliz Navidad! —le respondí mientras lo veía partir con la desazón que tenía dentro de mí.
Sabía que tanto Luis como yo éramos de querer celebrar las fiestas con nuestros seres queridos; pero, si me comparaba con él, a mí me afectaba más el no pasar la Navidad en su compañía. A él lo noté tranquilo y bromista como siempre, a no ser por el último instante en que se despidió de mí. Yo, en cambio, parecía una tonta depresiva.
¿Podría tener alguna vez la oportunidad de poder pasar una celebración tan especial para mí, como la Navidad, junto al hombre que quería?
¿Hasta cuándo tenía que pasar por todas estas desazones a causa de mis miedos e incertidumbres? ¿Hasta cuándo iba estar en este mar de indecisiones y mostrarme al mundo como yo quería? ¿Hasta cuándo esperaría para ser, por fin, la mujer que yo quería ser, la que Luis ya no tendría que decirle nunca más «Decídete, Margarita»?
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