✿ Capítulo 11 ✿
Margarita
Una respuesta aterradora invadió mi mente, pero no tuve tiempo de procesarla. Su Wan habló molesta y se fue al baño.
—¿Y a esta qué le pasa? —preguntó Luis.
—Está asada(1) —contestó su amigo.
—Quizá no ha sido buena idea esta cita doble —teoricé.
—¿No te parece bien que, por fin, estemos saliendo? —dijo Luis.
No supe qué contestar. Si le decía que la reacción de Su Wan hacia él, y luego hacia mí, me había parecido inapropiada, ¿parecería alguien insegura? No quería dar esa sensación. Ya antes, con César, producto de sus infidelidades, siempre me había dicho que era una exagerada, una celosa, una controladora... y yo no quería que me volvieran a decir esos adjetivos, no.
Me hallaba todavía en ese mar de recuerdos, que traían viejas sombras de un pasado, que no me di cuenta de que Luis me estaba hablando:
—Tierra llamando a Margarita. ¿Estás ahí?
—¿Ah? —dije, todavía aturdida por mis viejos pensamientos.
—Te estaba explicando por qué armé esta cita doble, ya que decías que no era buena idea, pero a mí me pareció una excelente.
Y fue ahí que me contó todo con más detalles de cómo había armado el encuentro «inesperado» entre Pablo y Su Wan.
Si bien ella gustaba de Luis —lo que provocó que lo mirase con reproche, a lo que él me suplicó que terminase de escucharle hablar—, Pablo estaba interesado en ella. Su plan inicial era que ambos se encontraran en la fiesta en su casa para que su amigo tuviese oportunidad de «atacarle. Pero, debido al cambio inesperado de planes, le había aconsejado que igual la fuera a buscar y le dijera que Luis los esperaría aquí. Lo que Pablo no le había dicho estratégicamente a Su Wan era que Luis estaría acompañado por mí.
—Así que ahora eres Cupido —concluí, no muy convencida.
El saber que Luis tuviera conocimiento del interés de Su Wan en él y tenernos a ambas en la misma mesa, no me hacía mucha gracia.
Aunque había tenido mis reparos iniciales en mostrarme celosa, igual quise hacerle ver que no me parecía bien lo que había escuchado. Si me lo callaba, iba a ser una espinita que me iba a acompañar durante varios días...
—¡Era lo único que se me ocurrió! Le prometí a Pablo que lo ayudaría con la China en la fiesta. Y ¡sabes que tuve que cambiar de planes inesperadamente!
—¿Me estás reprochando que te llamara?
—¡Claro que no! ¿Cómo puedes creer eso?
—Hey, si me disculpas —habló Pablo—, me gustaría decirte otra cosa.
El amigo de Luis me confesó cómo había sido todo: desde cuándo conocían a Su Wan, el interés de ella hacia mi enamorado, la atracción no correspondida que Pablo sentía por ella... Después de escucharlo, si bien los comprendía, no podía quitarme de encima la espinita de fastidio.
—¿Ahora me entiendes mejor? —habló Luis—. ¿Ya no estás molesta?
Antes de que pudiera responderle, Su Wan estaba ya de vuelta.
—Pensaba que te habían secuestrado —bromeó Pablo.
—Estaba hablando con mi papá. Va a pasar a recogerme en un rato.
—¿Cómo? ¿Ya te vas tan rápido? —preguntó Pablo, apenado.
Antes de que la chica repitiera lo evidente, mi enamorado intervino.
—Su Wan, te vas cuando va a comenzar lo mejor de la velada.
—¿Qué quieres decir, Luis? —preguntó ella con una sonrisa boba. Me pareció ver algunos pedazos de saliva saliendo de su boca.
—Quería que nos tomásemos unas copitas en el karaoke, que está al fondo. —Meneó su cabeza con dirección a un ambiente pocos metros más allá—. Mi amigo prepara un pisco sour formidable y el catálogo de canciones que tienen es muy variado. Y... creo que podríamos pasar un buen rato cantando.
—¡Genial! —Su Wan se levantó de la silla y juntó sus manos muy emocionada—. Hace tiempo que no canto en público.
—¿No? —preguntó Luis, no muy convencido.
—No. Desde esa vez en el examen de música... Tú sabes...
¿Me parecía o la chica, cuando volvió a sentarse en su silla, la había movido para estar más cerca de Luis? ¿Quería inspirarle lástima y aprovecharse de la situación?
—Bueno —dijo Luis—, dejémonos de recordar cosas tristes. ¿Qué dices, Su Wan? ¿Te quedas o te vas?
—¡Me quedo! Llamaré a mi papá y le diré que me quedaré un rato más.
—¡Bueeena, compadre! —Pablo le dijo a Luis, mientras Su Wan se iba a un lado para conversar con más privacidad.
—¡Bien! —dijo Luis—. Los cuatro disfrutaremos de nuestra gran pasión: el canto.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Estábamos sentados en una pequeña esquina del karaoke. El ambiente, a diferencia de la sección del restaurante, estaba decorado con algunos cuadros de grupos de música de los setentas y ochentas.
—¿A tu amiga también le gusta cantar? —alegó sorprendida Su Wan.
¿Amiga? ¿Todavía no se enteraba de que Luis y yo éramos enamorados?
—Tengo entendido que Margarita canta muy bonito —intervino Pablo—. Lucho me ha dicho que perteneció al coro de la iglesia de su barrio.
—Así es. ¡Ella canta como los dioses! —Luis me dio un beso en la frente.
—Ya veo —dijo Su Wan, poco convencida
No fue hasta que Luis le entregó el catálogo de canciones («Elige tú la primera canción».) que ella cambió de semblante y parecía más animada.
Yo no me sentí a gusto en lo que continuó de la velada. Más de una vez, Luis me entregó el catálogo para elegir alguna canción, pero me negué. Me sentía incómoda al ver cómo tenía ciertas atenciones con la chica, como alabarla por su gran voz. Y valgan verdades, Su Wan era muy hábil para el canto.
En mi tercera negativa, Luis me preguntó si algo me pasaba. Le contesté que nada. Mas, perspicaz como él solo, me dijo que no me creía.
—Estás celosa de Su Wan, ¿no? —musitó Luis.
—¿Qué hablas? ¡Nada que ver! —le respondí al oído.
—A mí no trates de mentirme. Tienes ese gesto en los labios que te delata.
Había olvidado que mi cara era tan transparente como un cristal.
Como me sentí incómoda por mi revelación, se me dio por voltear mi rostro hacia Su Wan. Para mi asombro, ella estaba conversando muy amena con Pablo. La sorpresa debió de ser elocuente en mi rostro, que Luis hizo susurró:
—¿Has visto eso?
—S... sí. —Tragué saliva—. Pues parece que tu plan está funcionando.
—Si ya decía yo. Solo era cuestión de darle un empujoncito a mi brother para que tuviera una oportunidad con la China.
—Tienes razón —indiqué un poco dudosa todavía, pero lo que veía suscribía lo que él decía.
Pablo estaba haciendo unos movimientos raros con sus manos mientras cantaba Estoy saliendo con un chavón, los cuales provocaron que Su Wan se riera. Cuando el turno de él acabó y le tocó a la mesa del costado, Pablo hizo otras muecas y siguió hablando con la chica.
—Nadie le gana a mi bro en hacer el payaso. Si sigue mis consejos, todo será pan comido. —Le dio un sorbo al pisco sour. Cuando terminó, se acercó más a mí y cogió mis mejillas—. Así que estabas celosa por mí, ¿eh?
No quise sincerarme. Solo atiné a observar la mesa, a modo de evasiva.
—Sé del interés de ella por mí —prosiguió— y comprendo que te hayas molestado por su presencia, pero como dije antes, le debía una a mi compadre, y fue lo único que se me ocurrió para remediar mi plantón.
—Lo entiendo, señor Cupido.
—¿Sabes que te pones más guapa cuando estás celosa?
Finalmente, decidí encararlo. Me observaba con sus ojos de cordero degollado. Sentí que la sangre se me subió al rostro. ¡Ay, Dios! ¿Por qué se le ocurría mirarme así en público? ¿No se daba cuenta de que me apenaba?
—¡Detente! —solo atiné a decir.
Percibí que las mariposas dentro de mi estómago se morían por salir al sentir que me besaba en la mejilla y luego en el oído. Era evidente que los vasos de pisco comenzaban a tener efecto sobre él... e indirectamente sobre mí.
—¿Detenerme? —indicó para luego contemplarme, de nuevo, como el gato con botas de Shrek.
—Deja de mirarme así...
—¿Así? ¿Cómo?
—Sabes a qué me refiero.
Puso un dedo sobre la boca para ordenarme que me callara. Escuché un leve susurro en mi oído («Quiero hacer el amor contigo»), que hizo que la sangre se me subiera completa a la cabeza. De pronto, me dio mucha sed. Rápido, me separé de él. Bebí de mi piña colada, de la cual apenas quedaba un sorbo.
—¡Dios!
—¿Por qué te pones tan nerviosa? —me dijo con su aliento a pocos centímetros de mí—. Como si nunca hubiera pasado nada entre nosotros.
Luis ya no se contuvo más; cogió mi rostro entre sus manos y me besó con mucha intensidad... y le correspondí. Pero, cuando me di cuenta de que nos estaban observando, me separé un poco de él.
Tal como lo había previsto, había otros clientes que nos estaban mirando, entre ellas, Su Wan. Pero, en una reacción que me sorprendió a mí misma, no desvié mi mirada de ella. Al contrario, la contemplé de manera fija. Sentí que estaba orgullosa de que Luis y yo mostrásemos nuestra relación en público, ante extraños y no tan extraños, en especial, ante una posible rival de amores.
De repente, experimenté unas ganas de ir al baño. Me excusé con Luis y los demás para retirarme por un instante.
—¡Te acompañaré! —dijo Luis, muy suelto de huesos.
—¡¿C-Ó-M-O?! ¿Te quieres colar conmigo al baño de damas? —susurré—. No me digas que quieres hacerlo ahí...
—¿Hacer qué? —preguntó, bastante sorprendido.
Fruncí el ceño. Al ver que no se percataba de lo que yo quería decirle —o si en realidad se hacía el que no— le dije al oído lo que creía que me estaba insinuando. Rápidamente, cambió su mirada de sorpresa a una bribona, con una amplia sonrisa traviesa en su rostro, que me intimidó por completo.
—¡Vaya! No sabía que fueras tan picarona, mi celosita.
Me cogió las dos manos y me guiñó el ojo. Me contemplaba, muy travieso. Soltó una de las manos y se tapó la boca, en un intento de contener las risas.
Al percatarme de lo que estaba sucediendo, solo atiné a hacer la siguiente pregunta para confirmar mis sospechas:
—¿Yo?
—A mí no se me pasó por la mente «eso», Margarita.
Movió la cabeza hacia mí, me besó la frente para luego susurrarme «¡Picarona!». No obstante, sentí que mi cabeza parecía una tetera hirviendo.
—¡Hey! No quise insinuar «eso».
—¿Ah no? ¡Pero si lo acabas de hacer!
—Me equivoqué. Como antes me confesaste que querías... pues... tú ya sabes.
—¿Que quería qué? —preguntó contemplándome sin dejar de sonreír.
—«Eso». —Me mordí los labios y desvié mi mirada al suelo.
—¿«Eso»?
Rio mientras yo solo quería esconderme debajo de la mesa.
—Margarita... —Soltó mi mano y me cogió del mentón para que lo observase de manera fija. Ahora ya no se reía, pero me miraba como si le estuviese hablando a una niña—. Está bien que seas reservada para ciertas cosas, pero para nuestra intimidad... ¿A estas alturas? ¿Conmigo?
Está bien, Luis tenía razón. Era bastante ridículo que a mi edad, y al grado que había llegado nuestra relación, me sintiese corta para hablar de ciertos temas con él. Pero por muy tonto que sonase, me sentía muy contrariada al haber creído que yo estaba insinuándole para tener sexo en el baño.
Se dio cuenta de mi incomodidad, así que solo atinó a darme un tierno beso en la boca y me abrazó. Llamó a Giovanni y le preguntó si en el baño de damas había uno para discapacitados. El chico le respondió que sí. Con esa contestación, mi enamorado dijo que se sentía más tranquilo, porque sabía que podría arreglármelas sola, aunque insistió en acompañarme hasta la puerta del baño. No quise que lo hiciera, pero él no dio su brazo a torcer.
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Ya cuando nos encontrábamos en la puerta del baño, Luis se apoyó en la pared contigua. La mirada de granuja que tenía volvió a provocarme hormigas en el estómago. Como no me decía nada y solo me observaba de esa manera, no supe qué decir; así que únicamente atiné a soltar un monosílabo:
—¿Y?
Movió la cabeza con dirección al baño al tiempo que levantaba las cejas y ponía una mirada bribona. Rio fuerte y se agarró el estómago por la carcajada.
—No sería mala idea —contestó.
Meneé la cabeza. Volvió a soltar otra risotada. Se inclinó delante de mí, como solía hacerlo desde que me había accidentado.
Como mi sonrojo y mi cara de espanto todavía no se habían ido, Luis trató de tranquilizarme. Me dio unos ligeros masajes en las manos. En ocasiones como estas creía que la edad entre ambos se invertía.
—Está bien, dejaré de bromear con eso —añadió.
Asentí. Respiré profundo por el alivio que me producían sus palabras. Y, para mayor tranquilidad, me abrazó muy cariñoso y me besó en la frente.
—Me gustas cuando te pones así de nerviosa. Pareces una niña pequeña.
—¡Tonto! —Le di un ligero golpe en la cabeza.
—Margarita y su bonita costumbre de hacer que me enamore tanto.
Sonreí al escucharlo. Me besó en la boca y luego se levantó.
—¿Quieres que te espere aquí afuera?
—No creo que sea necesario. Me las podré arreglar sola —contesté. Luis abrió muy grandes sus bonitos ojos castaños—. No te creas que soy una damisela en peligro, ¿eh?
—Bueno... —señaló no muy convencido, aparentando como un caballero medieval derrotado.
Nos despedimos con un tierno beso en la boca, antes de que yo cerrara la puerta del baño para damas.
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Después de orinar, yo estaba frente al lavadero para limpiarme las manos, pero se me hacía físicamente imposible debido a que no alcanzaba la altura para hacerlo. Intenté varias veces elevarme para poder alcanzarlo, mas era en vano. Frustrada, lamenté no haber aceptado la ayuda de Luis, aún cuando fuera imprudente que entrara al baño de mujeres. Y fue ahí, mientras contemplaba el espejo con la desazón recorriéndome, que una antigua sombra volvió.
Estábamos 23 de diciembre. Si echaba cuentas, la regla debía haberme venido hacía dos días atrás. Si bien no era que yo fuera como un reloj, llevaba atrasada un día. No era mucho, pero aquello y mi hambre inusual durante la cena me pusieron en alerta.
El agua del caño cayendo era el único sonido que podía escuchar, que sumado a la frustración de no poder asearme provocó que los sentimientos negativos en mí se incrementaran. Soledad, impotencia, temor... temor al recordar la terrible conclusión a la que había llegado. Todo lo oscuro me envolvió y aumentó exponencialmente, trayéndome a una cruel y posible realidad, realidad a la que me quería negar, pero que debía afrontar.
Experimenté un gran nudo en la garganta. Un ardor gigantesco se extendió a todo mi cuerpo. La cabeza empezó a darme vueltas. La verdad que se mostraba ante mí era cruel, dura y desgarradora, tan desgarradora que deshacía mi alma en mil trozos una y otra vez... otra vez.
¿Podía estar embarazada de Luis? No, por Dios, ¡NO!
¿Por qué tuve que actuar tan egoísta esa noche? ¿Por qué experimenté celos de una bebé que todavía no nacía? ¿Por qué sentí tantos temores de la ex de Luis, que se hallaba a miles de kilómetros de nosotros? ¿Por qué tuve que llegar a esos extremos, aún a pesar de saber que él me quería?
¡Estaba más que arrepentida! Porque si lo pensaba bien, Diana y yo estábamos bajo las mismas condiciones, ¡pero mi situación era peor! Ella, por lo menos, no había quedado embarazada porque lo buscó. O quizá sí. A estas alturas era difícil de adivinar cuáles habían sido sus intenciones al haberse ido con Luis esa noche. Pero yo no estaba muy libre de culpa. Cuando le confesara las circunstancias en las que me embaracé, no sólo se enojaría, sino que también me abandonaría... seguro que lo haría.
Volví a sentir que el cuello me apretaba. Lo que estaba atrapado en mí me pedía a gritos salir para desahogar toda la incertidumbre que experimentaba. Pero, no podía llorar, no ahora. Tenía a Luis y a sus amigos a pocos metros de mí. Si él me veía con los ojos hinchados, me preguntaría el motivo; y dudaba mucho de que podría inventarle una buena excusa.
Frente a este sombrío panorama, trataba de animarme mintiéndome a mí misma. Quizá eso me serviría. «Luis te ha querido toda su vida, estará feliz de saber que estás esperando un hijo suyo», pensé. Creía que con esa mentira toda la desesperación que me carcomía podría desaparecer, pero, no funcionó.
—¡¿Cómo le dirás ahora que estás embarazada?! —exclamé.
—¿Estás encinta?
Una voz, que ya había escuchado poco antes, me sacó de mi estado de llanto. Temblando, volteé mi cabeza poco a poco.
Como una toma de cámara lenta, lo que atestiguaban mis ojos me confirmaron que la peor de las testigos que podían escucharme estaba a pocos metros de mí: Su Wan.
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(1) Asada: enojada, enfadada.
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