✿ Capítulo 1 ✿
Luis
Después de regresar con Margarita, puse en orden mi vida. Asistí a las clases e hice lo posible por ponerme al día en las que había estado atrasado. También busqué a Pablo para hacer las paces, aunque me costó lo suyo.
—Ya pues, brother —dije, fastidiado—. Me he disculpado. ¿Qué quieres? ¿Que me arrodille y te pida matrimonio?
Ambos estábamos haciendo la cola en la cafetería de la universidad. Pablo tenía una bandeja en donde se había servido el menú para comer. Yo estaba haciendo lo propio.
Mi amigo me miró con desdén. Como no me respondía, le iba a insistir, pero no tuve tiempo. La encargada de la cafetería, una chica de facciones asiáticas, le preguntó a Pablo si quería jugo de maracuyá o chicha.
—Chicha, por favor.
—Bien, ahí tiene. Buen provecho.
—A mí me sirves... —dije.
—Maracuyá, ¿no? —me interrumpió la chica. La miré, sorprendido—. ¿Estás en exámenes finales? En la Facultad de Arquitectura ya comenzaron ayer, aunque no tengo mi primer final hasta este jueves.
—¿Estudias aquí? —pregunté, asombrado.
—Sí. Tú eres Luis Augusto Villarreal García, ¿no me recuerdas?
¿Cómo con mi nombre completo?
—Yo soy Su Wan Leng; compartimos carpeta cuando estuvimos en el Taller de Música, el año pasado. Aunque ya no uso lentes como antes, sino unos de contacto.
Cuando la observé bien, me di cuenta de que, en efecto, la conocía.
Tal como lo dijo, Su Wan había sido mi compañera de clases del Taller de Música. Yo entonces estaba en el primer ciclo de Estudios Generales; ella, el cuarto ciclo. Ahí hice recordé con más detalles cómo fue que la conocí.
Su Wan solía ser muy tímida, aunque tenía una hermosa voz. En una ocasión, en la que fue ovacionada por la clase y el profesor, fue también ridiculizada por una compañera al provocar que se cayera al suelo. Indignado, yo salí en su defensa.
Desde entonces, Su Wan se me acercaba, e incluso una vez me pidió mi número, pero me hice el desentendido. Por entonces tenía una relación con Diana y no me interesaba nadie más. Y así fue hasta que terminamos el ciclo de estudios, cuando dejé de verla, hasta ahora...
—¡Oh sí! Ya me acuerdo de ti —contesté.
—Y mañana es tu cumpleaños, ¿no?
Abrí los ojos, sorprendido.
Sabía que entonces yo le había gustado a Su Wan, pero no creía que todavía se acordase de mí; menos, que supiera mi cumpleaños.
—Antes de terminar el semestre, el profesor nos dio a todos la hoja de datos de los compañeros de clases. Ahí estaba tu cumpleaños y tu email. Y luego de acabar el ciclo, te escribí, pero no me respondiste.
Yo no pude evitar sonreír.
Como no estaba interesado en que cualquier desconocido tuviese información mía, en la hoja que nos hizo llegar el profe escribí unos datos falsos, a excepción de mi cumpleaños. En la sección de teléfonos, puse un número de 0800-HOT-LINE. En el recuadro de correo, uno inventado: [email protected].
Jamás creí que ese correo existiese; ya que, si no fuese así, los correos que Su Wan decía haberme enviado le hubieran rebotado. Menos, que alguien como ella creyese que de verdad ese era mi email.
—Ya veo —dije, asombrado.
—¿Y dónde vas a celebrar tu cumpleaños?
—Bien, yo...
—¡Oigan! —gritó un estudiante que estaba a mi izquierda. Cuando volteé, vi que detrás de mí había varios más haciendo cola—. ¡Apúrense!
—Bueno, veo que los demás están reclamando y yo ya me tengo que ir —acoté.
Cogí mi bandeja de comida para retirarme, pero...
—¿Puedo llamarte mañana para felicitarte por tu cumpleaños? —preguntó Su Wan.
—Ahora mi celular está malogrado —mentí. ¿No se había dado cuenta de que no me interesaba seguir hablando con ella?
—Oh, qué lástima —dijo ella con tristeza.
—China, no te preocupes. Si quieres, yo te ayudo —intervino Pablo.
—¿En serio? —preguntó Su Wan con el rostro iluminado de felicidad.
—Oye, huevón... —alegué, pero Pablo siguió hablando con ella.
—Dame tu teléfono —continuó mi amigo—. Cuando entre todos los amigos de Lucho acordemos cómo celebrar su cumple, te paso la voz.
Pero ¡¿qué carajos?!
—Ay, qué lindo eres —dijo Su Wan.
Ella escribió su número en un papel que Pablo no dudó en ofrecerle.
—¡Apúrense! ¡Tenemos hambre! —se siguió quejando la gente en la cola.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Durante el almuerzo, Pablo me confesó que quería afanar(2) a Su Wan. Luego, mientras íbamos a la biblioteca para estudiar, retomamos nuestra conversación.
Pablo me contó, cabizbajo, que siempre le había gustado Su Wan. Y cuando le cuestioné por qué no había intentado conquistarla, me dijo porque era obvio que yo le gustaba a ella por la manera en que me miraba.
Mi amigo se alejó de mí y se fue a una de las sillas de la universidad. Parecía ¿resentido? ¡Mierda!
—Oye —me senté a su lado—, yo no quiero nada con la China. Más aún, si sé que ella te gusta, ¿cómo crees que te voy a traicionar?
—Si fueras un hijo de puta —dijo con tristeza— que no le importase sus amigos, no dudaría ni un segundo en agarrarme a golpes contigo.
—Pero, brother...
—Lucho, tú eres más arreglado que yo.
—Oye, no me lo digas de ese modo, que ya pareces gay. —Me levanté de la silla, «espantado»—. ¡A mí me gustan las mujeres!
—¡Calla, imbécil!
Reímos a panza suelta. Por lo menos, logré relajar un momento el ambiente. Volví a sentarme a su lado.
—El asunto es que, al andar yo siempre contigo, no tengo oportunidad con las flacas, Lucho. Siempre que conocemos a alguna chica, está pegada a ti. Y yo no tengo oportunidad alguna —dijo mientras miraba al suelo.
Ahí le hice a Pablo una observación. Le recordé que, en la fiesta del fin de semestre pasado, una compañera, Alicia, lo buscó durante toda la noche, pero él la rechazó.
—¡No me jodas! Alicia es bastante calentona, pero tampoco estoy tan necesitado como para aceptarla.
—¿No dices que las chicas no te hacen caso? Lo que pasó en esa fiesta es un claro ejemplo de que no es así.
—No me hagas recordar lo que pasó aquella vez, Lucho. ¡Puta madre! —alzó la voz mientras sacudía la cabeza, bastante fastidiado.
—¿Lo dices por lo de Alicia?
—Lo digo por ti, huevón.
Y ahí fue que Pablo me reveló algo.
En la fiesta del fin de semestre pasado, yo tuve una aventura con una compañera de estudios, Marcela. Ella se me había insinuado durante toda la reunión mientras bailábamos juntos. Luego, no perdí la oportunidad de llevármela a un hotel para continuar lo que habíamos empezado.
Después de eso, Marcela y yo no nos volvimos a frecuentar. Por ahí nos cruzábamos en la universidad y nos saludábamos de lejos, pero nada más. Nunca me exigió algo, menos me hizo una escena de celos.
Pero Pablo, quien conocía a Marcela desde el segundo ciclo y, según me confesó, desde entonces le había gustado, había pensado en declarársele en esa fiesta. No obstante, mi aventura con ella le cayó como un baldazo de agua fría. ¡Puta madre!
Al enterarme de que, por mi culpa, mi amigo la había pasado fatal, me sentí como una mierda.
—Oye, yo no sabía nada. ¿Por qué no me lo contaste?
—Porque tú y el resto del grupo siempre se están burlando de mi mala suerte con las mujeres.
Ahí supe a qué se estaba refiriendo.
Pablo siempre se había caracterizado por no tener un buen trato hacia las chicas. En más de una ocasión, cuando mis amigos y yo íbamos a una reunión, en la que previamente Pablo nos había contado que se le iba a declarar a una flaquita y luego éramos testigos de cómo lo rechazaban, mi amigo había sido objeto de bromas pesadas de parte de nosotros. Pero, yo iba más allá.
Después de bromearle, yo le preguntaba cómo había sido su plan de «ataque». Luego de contarme, como siempre, Pablo fallaba en algo.
Mi amigo no se caracterizaba por tener tino con las mujeres. Desde presentarse como un galancete porno hasta decirle a la susodicha que se la veía muy «apetitosa en la blusa semitransparente que vestía», el muy idiota no se daba cuenta de que, dependiendo de quién fuera su objetivo, había que saber cómo tratarla. A algunas mujeres había que hablarles con romanticismo, como a Margarita. A otras, no les gustaba ser conquistadas de este modo. Y por más que yo gastaba horas y horas en darle cátedra a Pablo de cómo conquistar a una mujer, nunca me hacía caso.
—Bueno, cambiando de tema —dije, queriendo volver al tema inicial de nuestra charla—, supongo que el pedirle el teléfono a la China para mi cumpleaños es un mero pretexto, ¿no? —Asintió—. Simplemente te digo una cosa: por favor, ¡no la jodas esta vez! Cambia de táctica.
—Lo sé, lo sé. Pero ¿qué me recomiendas tú?
Y ahí recordé que Su Wan había quedado prendada de mí, cuando la defendí en el taller de la tipa que le puso el pie para que se tropezara. Según concluí después, la China era de las que se quedaban enamoradas al ver que un hombre salía en defensa suya, y así se lo dije a Pablo. Él solo tenía que encontrar la situación y excusa perfecta para ir en su ayuda, y Su Wan caería rendida a sus pies. El resto era pan comido (obviamente, si mi amigo no seguía con sus vulgares declaraciones amorosas).
—Pero, Lucho, ¿vas a hacer algo por tu cumpleaños? Porque si no, ¿con qué pretexto llamo a la flaca?
—Si te refieres a una fiesta a lo grande, lo dudo. Mañana a lo mucho mi vieja quiere hacer una pequeña cena e invitar a los amigos más cercanos.
—Y supongo que estoy invitado.
—Obvio. Pero si quieres, después de los exámenes finales, les pido a mis viejos organizar una fiesta en mi casa, a modo atrasado por mi cumple. No creo que se opongan. Así tienes el pretexto ideal para llamar a Su Wan y charlar más con ella. ¿No es un plan perfecto?
—Bien, compadre. ¡Gracias! —exclamó con una gran sonrisa de satisfacción—. Tú te la sabes todas, ¿eh?
—Soy lo máximo, no es necesario que me lo digas.
—Eres el máximo arrogante de la universidad, tienes razón.
—No empieces, huevón.
Luego de un rato, planificamos todas las estrategias del plan asaltachinas. Posteriormente, Pablo tocó un tema que me preocupaba desde hacía días atrás:
—¿Tu enamorada irá a la cena de mañana?
—¡Qué va! Si apenas hemos regresado hace unos días. Ni siquiera me he atrevido a tocar el tema para no volver a pelearme con ella.
—Pero, Lucho, ¡mañana es tu cumpleaños! ¿Cuándo se lo vas a decir?
—Quería hablar de este asunto más tarde, cuando vaya a su casa a verla, aunque dudo que se anime a presentarse como mi enamorada —le informé de mala gana.
El tema de mi cumpleaños no era uno que me entusiasmase. Me fastidiaba muchísimo que aún no hubiera podido arreglar los asuntos pendientes que tenía con Margarita y sus temores acerca de nuestra relación.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Cuando terminaron las clases, iba a ir donde Margarita. Me despedí de mis amigos, a excepción de Pablo. Él me había seguido hasta la salida de la universidad, alegando que lo hacía porque quería saciar su curiosidad.
—¡No fastidies, huevón! —me quejé—. Pareces una vieja chismosa.
—¡Vamos, no seas malo! Quiero saber en donde vive aquella mujer mayor de la que estás tan embobado.
—¡No me jodas! —dije mientras me dirigía al paradero—. ¿Eres voyerista, acaso?
—No, solo curioso.
—¡Lo que eres tú es un baboso!
En broma, Pablo hacía el ademán de seguirme y subirse a cualquier microbús que yo abordara, provocando que yo tuviera que decirle al chofer que se detuviera porque me había equivocado de línea. Las personas a nuestro alrededor, principalmente estudiantes, comenzaron a vernos raro. Le di un codazo a mi amigo para que ya dejara el teatro.
En ese instante, recibí una llamada. Cuando saqué mi celular del bolsillo de mi pantalón, me di cuenta de que era Margarita.
—¿Aló, mi boquita? Ya te estaba echando de menos.
—Hola, Luis —dijo con un tono de voz que me congeló. Algo no iba bien.
—Ay, Margarita, voy a llorar de la emoción. ¡Buaaah! —habló Pablo como un idiota.
—¡Cállate, imbécil! —grité, apartando el teléfono de mi rostro un rato mientras me alejaba de mi amigo.
Me fui a una tienda cercana para poder escuchar mejor a mi enamorada.
—Justo iba para tu casa, Margarita. ¿Todo bien? ¿Te duele tu pierna?
—Bueno, mi pierna no me molesta. La tengo inmovilizada como siempre.
Desde su accidente, obviamente Margarita no había ido al Estudio Contable. Ella les había informado de lo ocurrido y le habían otorgado licencia por enfermedad. Mi enamorada solo se movilizaba en su casa para lo necesario y pedía comida por delivery, la cual se la hacía llegar el vigilante de su edificio. También, yo iba en la tarde, después de estudiar, para ayudar a Margarita en las cosas en las que no pudiera valerse por sí misma y me quedaba con ella hasta la noche, cuando ya estaba seguro de que no me necesitaba más.
—Entonces, ¿qué es lo que sucede? —la interpelé.
No era usual que mi enamorada me llamara justo antes de ir a su casa, y más con ese tono de voz tan poco alentador.
—Bueno, mi mamá acaba de regresar de su viaje con mi papá. Y...
—Y seguro que ella ya ha ido a tu departamento, ¿no?
—S... sí.
—Y supongo que aún no estás lista para que mi suegrita se entere de quién es su yerno —dije, resignado.
—Así es.
—Si es así, avísame cuando se vaya y voy después a visitarte.
—Es que no es solo eso. Al verme, me llamó la atención por no haberle dicho antes. Lo peor de todo es que... ¡se ha empecinado en que quiere ayudarme en todo!
—Bueno, por una parte tiene razón. Necesitas que alguien más te dé una mano. Yo no puedo estar todo el día contigo, por más que quisiera.
—Lo sé, pero es que no es todo, Luis... —Hizo una pausa—. Dios, ¡lo siento muchísimo!
—¿Qué ocurre? —dije, preocupado.
—Es que ella ha decidido quedarse a vivir conmigo. Por más que le insistí en que no era necesario, no me ha hecho caso. Ahora acaba de irse a su casa para traer su ropa. Es por eso que ahora puedo llamarte y...
—¿Mudarse? ¡Espera un segundo! —Sentí un baldazo de agua fría—. Eso quiere decir que...
Yo ya intuía por dónde iba la conversación. ¡Mierda!
—Lo siento, Luis. Es que no tengo otra salida. ¡No puedes venir a mi casa ahora! —dijo con la voz resquebrajada—. Discúlpame, por favor.
—Pero, Margarita, ¡quiero verte!
—Lo sé, yo también.
—¡Y ENCIMA MAÑANA ES MI CUMPLEAÑOS! —grité, molesto.
Las personas, que entraban y salían de la tienda, me observaban con curiosidad, pero a mí me importaban una mierda.
Sabía que, si bien Margarita aún no estaba lista para decirles a sus familiares y amigos acerca de nuestra relación, por lo menos, hubiéramos podido vernos un ratito en un día tan especial como mi cumpleaños. ¿Y ahora me salía con esto? ¡Carajo!
—Perdóname, Luis. Por favor, por favor... —dijo al borde del llanto.
Tenía ganas de cortar la llamada, lanzar mi teléfono al suelo y destrozarlo con mis pies para desahogar toda la rabia que me carcomía. ¡Maldita sea! ¡Ya me estaba aburriendo toda esta situación!
Sin embargo, el sollozo de Margarita me impidió hacerlo. Por un segundo, el escucharla quejarse, entre sus gemidos y la voz entrecortada, hacían que mi enojo disminuyera, pero solo un poco.
Respiré profundo. Conté mentalmente hasta diez para calmarme.
—Ok. ¿Y hasta cuándo no te podré ver? —pregunté en un tono de voz tan falso, que me sorprendí por mi actuación.
—Dice que se va a quedar conmigo hasta que me retiren la bota de yeso.
—¡Mierda! —grité, sin poderlo evitar.
Si yo echaba cuentas, Margarita no llevaba ni una semana con la bota de yeso. El médico le había ordenado tenerla consigo durante tres semanas. Esto quería decir que, no la iba a poder ver hasta ¡poco antes de fin de año!
Ella se desvivió en disculparse conmigo y en decirme que me echaría de menos. Ni bien estuviera su madre lejos de su casa, mi enamorada me llamaría en cualquier ocasión para mantenernos en contacto.
Luego de Margarita decirme cuánto lo sentía y me quería, me despedí, no sin antes ella prometerme que trataría, en lo posible, de llamarme el día de mañana para felicitarme por mi cumpleaños y luego por Navidad. Cuando colgué, el viento cálido del incipiente verano no bastaba para brindar calidez a mi dolido corazón.
Me dirigí al paradero y me senté en uno de los asientos. Y ahí reflexioné sobre todo este asunto que ya me colmaba la paciencia.
El futuro de mi relación era muy sombrío. Sabía que Margarita tenía sus temores, pero estos estaban influyendo bastante sobre nuestra relación, a tal punto de separarnos durante varias semanas. Lo peor era que yo, tan apegado a las fechas especiales como los cumpleaños y la Navidad, no iba a poder pasar estas fiestas al lado de la mujer que quería. De solo pensarlo, el peso sobre mis hombros me encogió más de lo que yo ya estaba
—Lucho, ¿qué diablos te ocurre? —dijo Pablo mientras se sentó a mi lado.
No le respondí. Me quedé callado mientras observaba a las personas y a los carros pasar por mi lado.
Uno de los microbuses que solía tomar para ir al departamento de Margarita, se detuvo frente a mí. A diferencia de ocasiones anteriores, esta vez no lo detuve por obvias razones. Pero, me pregunté si lo tomaría otra vez en un futuro cercano.
(1) Huevón: tonto, idiota.
(2) Afanar: Cuando una persona busca enamorar a otra.
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