4. Secretos familiares

Leslie empezó a trabajar en la cafetería, pero a diferencia de mí, Betsy sí la estaba capacitando; no esperó que la chica aprendiera a manejar las máquinas por obra de magia en una mañana.

Doris la estaba entrenando, eso implicaba que gran parte de su día se iba en explicar las cosas a Leslie y apoyarla durante la jornada. Mi trabajo era mayor, estaba prácticamente sola, mas no podía enojarme con la nieta del señor Carter. Me enojaba con mi tía, porque no era la dulce mujer comprensiva con la que hablaba por teléfono cuando todavía estaba en casa de mis padres, sino una jefa egoísta.

Los primeros días no lograba disimular el semblante molesto, pero aprendí a hacerlo por Leslie. La chica era muy sensible, en extremo, y notó a la perfección que me enojaban las preferencias de Betsy con ella. Mi presencia la ponía nerviosa, se le caían las cosas o se distraía mirándome de soslayo. Doris me pidió ayuda con mi actitud, pues con los nervios de la chica no lograba comprender las cosas y debía repetir todo infinidad de veces.

Aprendí a verla con otros ojos. Leslie era muy delicada, sus movimientos muy suaves y temerosos. No le gustaba el contacto físico ni la invasión a su espacio personal. No tenías que ser adivino o psicólogo para deducir las atrocidades que había vivido.

—No, Leslie —suspiró Doris—. Antes de empezar con la leche para el capuchino, recuerda que debes purgar la máquina, para eliminar los residuos. Y no es esta leche, es la entera.

—Perdón —murmuró la chica.

Doris me dirigió una mirada cansada mientras su aprendiz se marchaba a la cocina por la leche correcta. Evitamos hacer comentarios por respeto, pero era obvio que estábamos en sintonía: Leslie necesitaba ayuda profesional.

Mi tía lo sugirió a la mañana siguiente de su primera noche en casa. Leslie fingió no escucharla. No sabía si hablaron de nuevo del tema, no podíamos presionar.

La chica regresó de la cocina con la caja correcta de leche. Esbozó una sonrisa apenada que Doris respondió con una tierna.

Leslie poseía una belleza elegante, me recordaba a las mujeres de clase alta de las películas de romance histórico. Su cabello era de un tono miel cenizo y llegaba hasta su cintura, solía llevarlo recogido en una trenza larga, aunque en la cafetería lo sostenía con una red como nosotras.

La cafetería no tenía uniforme, sólo unos delantales grises con el logo bordado que constaba de un caldero negro con el nombre del negocio en letras verdes, «Wicked Cauldron». Nosotras solíamos llevar manga corta, mas no Leslie, ella siempre usaba suéteres que cubrían hasta su cuello y faldas que llegaban a los tobillos. Los primeros días no comprendí, sino hasta el día anterior cuando la vi arremangarse las mangas en casa para lavar los platos. Sus muñecas estaban cubiertas de cortes y moretones, pero no auto infligidos, mas bien como si hubiera sido encadenada con grilletes o esposas metálicas.

Doris palideció cuando el conté. Tampoco se necesitaba ser adivino para saber quién le hizo aquello y por qué se estaba manteniendo en secreto todo lo encontrado en casa del señor Carter. De otra forma, ya tendríamos fotografías del cuerpo desmembrado en todas partes en internet.

La campanita de la puerta me sacó de mis pensamientos. Dean entró y dejó su sombrilla, luego de sacudirla en el exterior para retirarle las gotas de agua, en el porta paraguas. La lluvia era un acompañante cotidiano en la isla, eso dificultaba rastrear al asesino, bestia, extraterrestre o lo que fuera que responsable de esas muertes; las pistas se diluían en el lodo.

—¿Todavía puedo usar el desayuno gratis? —me preguntó.

—No, termina al mediodía —señalé el reloj de cuervo que estaba en la pared—. Ya son las tres de la tarde.

—Oh, es que tuve trabajo...

Encogí los hombros. Si entregaba ese desayuno y Betsy lo notaba, me lo descontaría de mi sueldo. No tenía nada en qué gastar, pero era mi dinero.

—Así pasa cuando sucede —sentencié con mi mejor sonrisa—. ¿Quieres el menú?

Dean suspiró y lo aceptó, luego tomó asiento en la mesa del fondo. Eso era raro, solía ocupar las que estaban cerca de la ventana. Aguardé unos minutos y fui a anotar su orden; entregué todo en la cocina y preparé el café. Él se había ensimismado tanto en la computadora que no notó cuando regresé a la mesa, por lo que no cubrió la pantalla y me permitió ver las fotografías que tenía.

Cadenas, grilletes, juguetes sexuales, sábanas con sangre, todo en un colchón desvencijado en el rincón de una habitación que más parecía basurero con todas las botellas y papeles regados por el lugar.

Dean debió sentir mi presencia, pues giró hacia mí y compartimos una mirada tensa y silenciosa.

—¿Qué...?

No supe qué más decir. Moví la silla de un costado y tomé asiento. Las imágenes permanecían en la pantalla, nadie más podía verlas por la posición de la computadora, pero creo que bastaba con observar mi rostro para notar que era algo sumamente perturbador.

—La última muerte —explicó él y soltó un suspiro muy hondo que se escuchó deprimente—. Pude conseguir las fotografías de las evidencias.

—¿Cómo? —musité—. Eso es confidencial, ¿no?

—Sí, pero es mi trabajo —respondió en voz baja y echó un vistazo a Leslie—. No es una tragedia la muerte del señor Carter.

Confirmó mis sospechas.

—¿Él...?

—Sí, los abusos empezaron desde que se mudó... —Dean se movió sobre el teclado de la computadora portátil y me enseñó un documento de texto. Me bastó con leer las primeras líneas para saber que era la declaración de Leslie—. Parece cuento de terror.

—Mierda.

Froté mis muñecas. Nunca había pasado por algo similar, pero conocía a chicas que sí. Amigas de la universidad que tuvieron experiencias de abuso sexual con desconocidos, amigos y hasta familiares; todas intentaban sobrevivir, seguir adelante. Muy pocas procedieron legalmente y muchas menos obtuvieron justicia. A veces sentía que ser mujer era un deporte peligroso y extremo, nunca sabías cuándo alguien te iba a traicionar.

—No lo he leído todo, no pude... —Masajeó sus sienes—. La obligó a abandonar los estudios y a trabajar.

—Entiendo que renunció a su empleo en una librería en Salem —recordé que me comentó Betsy.

—Sí, sólo permitía que fuera a trabajar y el lugar pertenece a unos amigos del anciano, la tenía bien vigilada.

Era inevitable dirigir algunas miradas a la nerviosa Leslie que anotaba paso por paso las instrucciones de Doris en una pequeña libreta que le regalé durante la primera mañana en casa.

—¿Y qué harás con toda esta información? —inquirí.

Dean reflexionó en silencio por unos segundos. Frotó su barbilla, donde una barba incipiente se asomaba, e inhaló hondo antes de contestar.

—Publicarlo.

—¿No crees que eso será dañino para Leslie...?

Él asintió.

—Pero es mi trabajo.

Los buitres de los medios de comunicación. En Little Salem teníamos muchos, fueron atraídos por la carne en descomposición de aquellos cuerpos destazados.

—Me sorprende que nadie más lo hiciera antes...

—La policía lo está manejando con extrema confidencialidad.

—¿Por Leslie?

—No —sonrió con desgano—. No quieren mostrar que esa muerte no fue una tragedia, sino algo merecido... ¿Simple karma?

—¿Por qué...?

—Porque podrían tomar al asesino o lo que sea como un justiciero...

Volví a mirar a Leslie. Doris aplaudía con aprobación mientras su aprendiz preparaba un capuchino.

—Vas a hacerle daño a Leslie —advertí y busqué la mirada verde de Dean. Maldición, era un reportero despiadado y atractivo; fue un mal momento para concentrarme en sus labios delgados que lucían apetecibles.

—No es intencional, sólo...

—Es tu trabajo —interrumpí y propiné un golpecito suave sobre la mesa—. Tu trabajo es una mierda.

—Morgan...

Me incorporé rápido, coloqué la silla en su sitio y me marché. Además, comenzaba a sentirme culpable por pensar en lo atractivo que era. No quería seguir con mi vida normal cuando Scott era cenizas en una caja.

—Prueba esto —pidió Doris y me entregó la taza con el capuchino que acababa de preparar Leslie—. Y con sinceridad dime qué piensas.

Bebí un poco, el sabor se disolvió en mi lengua. Era dulce, pero en su punto y percibía cada sabor de la bebida.

Leslie me miraba con sus ojos marrones muy abiertos y las manos juntas sobre su pecho. Parecía que esperaba por una noticia importantísima.

—Está delicioso —admití—. Bien hecho, Leslie.

Ella sonrió y asintió.

—Tengo una buena maestra.

Doris nos hizo un guiño, estaba por agregar algo más cuando Betsy llegó a la cafetería. También probó del capuchino y felicitó a su nueva empleada. Leslie poseía una sonrisa tan dulce que te provocaba deseos de llenarla de halagos sólo para conservar esa tierna curvatura en sus labios.

Mi tía nos dijo, a Doris y a mí, que podíamos tomarnos la tarde libre. Ella se quedaría con Leslie para seguir instruyéndola, al parecer la chica también era una excelente cocinera y quería elaborar algunos platillos nuevos para el menú con su ayuda.

—Iremos al centro comercial —decidió Doris mientras recogíamos nuestras cosas de las taquillas para empleados—. Necesito ropa para la fiesta.

—¿Te acompañará Jamie?

—Pues sí —resopló con desgano—. Tal vez puedo tener mi primer trío, ¿no?

—¿Con Einar?

—Sí. —Sus mejillas se encendieron—. No entiendo cómo no quieres tirártelo, si todos mueren por estar con él, creo que hasta tu tía.

—¿Betsy? —Fruncí el entrecejo—. No lo soporta, dice que es un riquillo mimado.

—Creo que Einar le hizo algún desplante en la cafetería, porque antes casi podía girar el cuello como la niña del exorcista sólo para verlo pasar.

Dibujé una mueca de asco. Doris rio.

—El tipo es guapo, pero de eso a morir por tener sexo con él, pues no.

—Tal vez Einar rechazó a Betsy —meditó Doris—. Preguntaré cuando terminemos de coger, en ese momento los hombres suelen ser bien brutos y hablan de más.

No quise confirmar ni negar aquello. Hacía tanto que no tenía sexo que ni recordaba esos detalles, creía que se borraron de mi mente para ser sustituidos por esas imágenes en rojo y negro.

—Ya me contarás.

Doris asintió con entusiasmo, cerró su taquilla y tomó mi mano para salir juntas. Leslie nos dedicó una sonrisa amable cuando nos despedimos y continuó prestando atención a Betsy.

Dean y yo intercambiamos una mirada segundos antes de salir de la cafetería. Tenía sus audífonos puestos, una libreta al lado de la computadora y los dedos moviéndose ágiles sobre el teclado; ahí estaba listo para ser un buitre más dispuesto a comerse los restos de Leslie.

El centro comercial de Little Salem era pequeño en comparación con cualquier otro en el que hubiera estado; sin embargo, contenía lo básico como tiendas de ropa, una librería, tiendas de tecnología y un cine.

Doris tenía su tienda de ropa favorita, ni siquiera revisaba las otras. Nos dirigimos ahí apenas pusimos un pie en el centro comercial y la seguí en silencio por las largas hileras de ropa. Creo que tal vez era el único sitio que me hacía sentir fuera de Little Salem, no parecía tan olvidado como todo lo demás en la isla, esta podría ser una tienda cualquiera en Nueva York.

Lo único malo es que era muy probable encontrarte a alguien con ropa igual. Doris hacía modificaciones a su ropa, poseía una máquina de coser y no temía usar las tijeras para recortar lo que fuera.

—Mira esos colores —señaló la ropa fosforescente. Adoraba ir a los festivales de música electrónica, o al menos iba cuando todavía estudiaba y no se hacía responsable de su madre. Conservaba el gusto por las prendas de colores chillones que brillarían con las luces de esos lugares—. Esa blusa rosa te quedaría increíble.

Encogí los hombros. No gastaría mi dinero en ropa, menos en «esa» ropa. Estaba muy bien con mi pantalón de mezclilla y mis playeras en tonos oscuros. La sensualidad ya no era lo mío, eso lo vivió una Morgan del pasado.

Doris se perdió entre la ropa. Preferí darle espacio y curioseé por la sección de abrigos, necesitaba uno nuevo. Me había enamorado de uno en internet que poseía un lobo verde, pero no quería salirme de mi presupuesto. No quería admitir que estaba ahorrando para la universidad, pero esa era la realidad. Quería volver a estudiar y a sentir la tensión de las teclas de un piano bajo mis dedos. Ya tenía muchos meses que no tocaba uno de esos instrumentos, temí empezar a olvidarlo.

Unas risitas femeninas capturaron mi atención. No quise ser chismosa, pero bastó pararme en puntas para ubicar a Doris y notar que ya llevaba una enorme pila de ropa lista para el probador.

Me asomé por el costado de una enorme gabardina y encontré a las dos chicas que siempre rondaban a Einar. Una portaba un vestido negro con brillos ceñido al cuerpo y sumamente corto; la otra una blusa transparente blanca y una falda roja. Hacían poses graciosas frente al espejo de los probadores y se hacían selfies para las redes sociales. Eran chicas guapas, no como las que acostumbraban a salir en las entregas de premios con Einar, pero destacaban entre la multitud.

Era un misterio qué hacía Einar en la isla por tanto tiempo. Doris me había señalado las fotografías claves en las redes sociales del actor donde anunciaba que se tomaría unas breves vacaciones de verano en casa de sus abuelos, luego iniciaría las grabaciones para una serie de televisión paranormal en diciembre. Ya estábamos en época navideña y ahí seguía, paseándose por la isla con su séquito.

Einar era de esos actores que iniciaron su carrera de actuación desde muy jóvenes con anuncios y apariciones ocasionales en programas de televisión. Su «boom» fue cuando personificó al vampiro más taquillero en la historia del cine. Lo más gracioso, es que ni fue el papel principal, sino uno de los secundarios y se robó por completo la historia. Sus admiradoras clamaban por una serie de películas sólo para él, pero no había sucedido. En la serie de televisión que debería estar grabando representaría a un brujo, tenía sentido que pasara un tiempo en Little Salem para entrar en papel.

Doris también me dijo que los chismes contaban que Einar ya no quería estar encasillado en esos personajes. Él quería hacer cine más maduro, con historias profundas y olvidarse un poco de los colmillos falsos, pero sólo tenía propuestas para papeles similares. Nadie lo veía como algo más que un tipo de cara bonita, actitud sexy y capacidad de arrojar esa mirada paralizadora que solía usar conmigo.

Sobra decir que su presencia en la isla fue todo un fenómeno del que parecía nadie se recuperaba. Era común ver que le pidiera su autógrafo sin importar que ya lo tuviera.

—¿Cuál atuendo te gusta? —susurró Einar cerca de mi oído.

Su aliento cálido contrastó con la frialdad de su voz. Solté un brinco, giré y retrocedí el único paso que podía dar. La gabardina me detuvo, pero el empujón la hizo caer y captó la atención de las dos amigas del actor.

»O, ¿te gusta una de ellas?

—¿Qué? —titubeé. Ambas chicas me dirigieron una mirada curiosa, susurraron entre ellas y rieron—. No, nada de eso.

Einar era mucho más alto que yo, debía pasar el metro ochenta. Doris de seguro sabía su estatura exacta, pero al lado de mi poco más de metro y medio, la diferencia era notable.

—¿Segura? Parecías muy concentrada...

Sus manos estaban resguardadas en los bolsillos de su pantalón negro. Vestía un suéter gris, holgado, que escondía el cuerpo atlético que poseía y presumía en redes sociales. Sus ojos azules incluso se notaban con pespuntes plateados por culpa del tono de su ropa.

Tardé un par de segundos en sobreponerme a la intensidad de su mirada y al aroma embriagador de su colonia. Me pregunté cuál usaría, era un aroma delicioso, de esos que te provocan deseos de abrazarlo y enterrar el rostro su pecho.

Mis mejillas se encendieron con el pensamiento.

—Sólo estoy esperando por una amiga.

—Doris —adivinó él y desvió la mirada. De seguro podía verla sin necesidad de pararse en puntas—. La invité a la fiesta, ¿irás?

—No, la invitaste a ella —señalé y crucé los brazos a la altura del pecho.

—Deberías ir.

—No tengo invitación.

Einar esbozó una sonrisa misteriosa que subió hasta sus irises azules y volvió a posarlos sobre mí. Poco me faltó para suspirar.

—Si tuvieras invitación, ¿irías?

—No lo sé. —Estaba tratando de controlarme y no comenzar a sudar por los nervios. Era una chica madura, pero Einar continuaba siendo el actor famoso—. Es peligroso salir por las noches.

Él asintió y preguntó:

—¿Cuál es tu teoría?

—¿Teoría?

—Ajá.

Encogí los hombros.

—Un animal rabioso, no sé... Sólo espero que lo capturen pronto.

—Sí —suspiró y levantó la mirada unos segundos hacia sus amigas—. Mató al pobre señor Carter.

—Creo que no tenía nada de pobre.

Él frunció en entrecejo.

—¿A qué te refieres?

—Nada —mentí—. Debo ir con Doris.

Einar asintió al tiempo en que sacaba su celular del bolsillo de su pantalón, pero éste resbaló de sus manos y se estrelló en el suelo.

—Dame mi celular —ordenó.

No pude contener una risita.

—Levántalo tú, tienes manos.

Planté la media vuelta y emprendí la retirada. Se había demorado en ser pedante. Era la primera vez que conversábamos tanto, pero lo había observado actuar de esa forma con todos a su alrededor.

Doris soltó un gritito cuando le dije que Einar estaba en la tienda, luego volvió a gritar al contarle que conversamos.

—Einar quiere algo contigo —declaró con una mirada soñadora como si estuviera viendo una escena cursi de una película romántica.

—No creo y...

—¡Morgan!

—Y... —insistí—. Yo no quiero coger con él. Prefiero adquirir mi segunda virginidad.

Mi compañera de trabajo desaprobó por completo mi comentario con un enérgico movimiento negativo.

—Vamos, paguemos, no quiero que me vea con esta ropa.

Era la misma que solía usar en la cafetería, pero no refuté. Ya quería irme.

Ni se probó lo que estaba comprando. Confiaba en su buen ojo y su máquina de coser, sólo quería marcharse rápido sin pasar «vergüenza» frente a Einar. Sin embargo, su escapada fue frustrada cuando el chico y sus dos amigas se detuvieron atrás de nosotras en las filas para pagar.

Él, de nuevo, se dedicó a observarme mientras una vendedora guardaba las ropas de sus amigas en una bolsa. Ni apartó la mirada cuando sacó la tarjeta de crédito de la cartera, no sé cómo pude mantener ese trance visual por tanto rato. Mis piernas se estaban volviendo de gelatina y el aroma de su colonia me aturdía.

—Nos vemos en la fiesta —dijo con esa voz fría cuando Doris recogía sus bolsas de compras.

Doris dibujó una sonrisa tonta que me hizo poner los ojos en blanco.

—Claro, nos vemos, Einar.

No me despedí ni lo miré de nuevo. Sólo volví a plantar la media vuelta y a marcharme. Doris me siguió a trompicones, se volvía torpe cuando se trataba del actor.

—Morgan, yo creo que...

—Nada —interrumpí con un suspiro.

Doris se resignó y se reservó los comentarios. No obstante, sé que no pasó desapercibido el tono rojizo de mis mejillas.

Desperté con dolor en el cuello. Los audífonos se me enredaban en el cabello y me ponía en posiciones incómodas para dormir, pero era mejor que escuchar aquella melodía tan hermosa y misteriosa. Pese a que no era molesta, me hacía sentir incómoda percibir algo que nadie más parecía escuchar.

Extendí la mano hasta mi celular, tenía menos del cinco porciento de batería, pero bastaría para revisar las redes sociales. El reportaje de Dean sobre el señor Carter, Leslie y las misteriosas muertes en Little Salem estaba replicado en cientos de sitios web de noticias.

Un murmullo llegó a mis oídos. Era un llanto.

Leslie lloraba en la planta baja.

Nota:

Leslie :(

¿Creen que Dean está en lo correcto al hacer algo así por su trabajo? Es un reportero, pero es un tema tan delicado ;_;

Estas actualizaciones son más lentas, pero los capítulos un poquito más largos :D

Que pasen un bonito fin de semana n,n

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