Víctor Smith
Tirados en el suelo, agotados, se fueron reponiendo lentamente. Gamboa levantó la mirada y vio delante de él un holograma que reproducía la imagen del viejo Víctor Smith, con su pelo canoso y su rostro amable, vestido con una larga túnica de color claro.
Poneos cómodos.
El aire es ahora respirable.
Obedecieron al holograma. Se sentaron en el suelo para quitarse el casco espacial. Tosieron cuando el aire puro entró en sus pulmones y se tomaron un tiempo para disfrutarlo mientras se libraban del incómodo traje espacial.
—-Usted no puede ser Víctor Smith —dijo Gamboa—. Yo mismo vi su cadáver. Él está muerto.
Entiendo tu sorpresa, Jorge. Cuando mi yo humano intuyó que los asesinos le acechaban tuve la previsión de trasladar mi consciencia a una inteligencia artificial.
—Eso es imposible tecnológicamente —dijo Sofía.
No para el saber de los nasianos.
Mis conocimientos, mis sentimientos y todo ese algo inefable que soy yo fueron transferidos. Es verdad que en algo he cambiado porque mi potencia intelectual ahora es muy superior, pero hasta donde sé, sigo siendo Víctor Smith.
Durante unas pocas semanas viví dentro de una máquina y dentro de un encéfalo, hasta que llegó el asesinato de mi yo humano.
—¿Dónde estamos? ¿Es esto Odiseo? —preguntó Sofía.
Efectivamente. Esta base marciana fue establecida por los astronautas del primer viaje a Marte. Los fundadores de Odiseo nunca volvieron a la Tierra.
—Odiseo, la ciudad perdida de los nasianos —dijo Sofía.
Dos de aquellos pioneros del espacio, James T. Smith y Mary Mitchel se casaron y gobernaron la base durante los tiempos difíciles.
—¿Cómo puedes saber todo eso? —preguntó Sofía, escéptica.
Porque yo, Víctor Smith, soy descendiente de ellos.
—¿Qué? Eso es imposible —dijo Gamboa—. Durante la Edad del Ocaso las comunicaciones en el sistema solar se interrumpieron y todas las bases en el espacio vieron morir a sus habitantes. Estuvimos en las ruinas lunares de Selene. Todos murieron.
No todos, Jorge. Odiseo sobrevivió. Mis antepasados consiguieron sobreponerse a la devastación de los años oscuros. Con grandes sacrificios lograron convertir Odiseo en una base autosuficiente y próspera.
—Es fascinante —dijo Gamboa.
Cuando la NASA y la tecnología fueron declaradas ilegales durante la Edad del Ocaso, muchos hombres y mujeres valientes dieron su vida para conseguir que el saber de nuestra cultura fuera transmitido hacia Odiseo. Y aquí permaneció preservado a salvo del terror durante aquellos años atroces de ignorancia y fanatismo. Muchos conocimientos se perdieron en la Tierra, pero aquí quedaron protegidos.
—¿Y qué pasó con los nasianos que quedaron en los Estados Unidos?
Se convirtieron en una sociedad clandestina. Pronto fueron dominados por la ignorancia y el retraso y perdieron el contacto con Marte. Sin embargo, aún hoy las congregaciones de Houston y Huntsville conservan tradiciones ancestrales del tiempo en que fueron parte de la NASA, como esa necesidad de proteger y socorrer a los nasianos.
Gamboa quería saber más.
—¿Quienes son los Baikonur?
Algo similar ocurrió con ellos, pero quedaron marcados por la supuesta traición que —según ellos— supuso el hecho de que el proyecto Odiseo fuera exclusivamente estadounidense, a diferencia de proyectos anteriores, como el Selene de la Luna.
—Víctor Smith, el último nasiano —dijo Gamboa, meditativamente.
No, ya no. Tengo un heredero. Ahora estás tú, Jorge.
—¿Qué?
Deberás actuar con prudencia, administrando el vasto conocimiento de los nasianos sabiamente.
—Lo primero que haría sería comunicarle a la humanidad toda esta información para contribuir a la prosperidad del sistema solar...
No, Jorge. No.
La humanidad no está preparada para esto. Ellos ya han demostrado lo que pueden hacer con la tecnología si no se les administra con un criterio acertado: guerras, violencia, contaminación, radiactividad...
Por el contrario, deberás permanecer atento. Observarás. Y cuando detectes que alguna persona noble y capacitada quiera contribuir al bien de la humanidad y no a su destrucción, le proporcionarás discretamente todo el conocimiento que necesite, como ya hicimos con muchos otros: D'Arcangelo, Dioscórides, Labandera...
—Comprendo.
Y mientras tú, Sofía Tolima, deberás organizar la Congregación de Houston para que velen por su seguridad.
—Así será.
Gamboa sintió un leve mareo cuando su intercomunicador se calentó en exceso. Al reponerse descubrió, sorprendido, que una vastísima cantidad de información le había sido descargada en su dispositivo. Empezó a estudiarla y encontró miles y miles de facsímiles de libros de papel. Era toda una biblioteca. Había más de lo que una legión de historiadores podrían llegar a leer en toda su vida.
Muchos libros contenían planos de ingeniería con los diseños más avanzados que pudieran imaginarse. Motores de fisión, de fusión, de antimateria... Naves futuristas inconcebibles pasaban ante sus ojos. Inteligencias artificiales inimaginables, máquinas de movimiento perpetuo, materiales con propiedades impensables, que muchos científicos de la Tierra considerarían mágicas.
También había una colección enorme de libros científicos de cuya existencia él nunca había tenido noticia: Liber de ludo aleae de Gerolamo Cardano; Philosophiae naturalis principia mathematica, de Isaac Newton; Harmonices mundi, de Johannes Kepler; Mécanique Céleste, de Pierre-Simon Laplace; Contributions to the Founding of the Theory of Transfinite Numbers, de Georg Cantor... cientos y cientos de libros científicos, que llegaban hasta las teorías más novedosas, sorprendentes, e inesperadas que pueda concebir la mente humana.
Asimismo descubrió muchos escritos de filosofía, obras maestras del pensamiento, como Diálogos de Platón; El discurso del Método, de René Descartes; Crítica de la razón pura, de Enmanuel Kant; Phänomenologie des Geistes, de Georg Wilhelm Friedrich Hegel...
Y por supuesto obras literarias, algunas conocidas, como las de Cervantes, Quevedo, Pardo Bazán, Galdós, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Borges, Lorca, Unamuno... por ser de tradición escrita en español; pero había otras —de hecho, la mayoría—, que eran atribuidas a escritores para él totalmente desconocidos: Virgilio, Dante, Petrarca, Molière, Shakespeare, Goethe, Dickens, Melville, Tolstói, Dostoyevski, Flaubert, Stendhal, Balzac, Victor Hugo...
Abrió un libro llamado Murder on the Orient Express, de una tal Agatha Christie, y sonrió complacido al acordarse de Sergio, aquella entrañable Inteligencia artificial que casi le mata.
Y pensando en todos los peligros a los que se había enfrentado y recordando todos los riesgos que había asumido y las múltiples veces que había estado a punto de morir en esta loca aventura, comprendió que todo ese sufrimiento, que todos sus sinsabores, que todas esas situaciones terribles por las que había pasado, habían merecido la pena.
Aquel tesoro no era un tesoro de oro ni diamantes. No era un tesoro de joyas físicas, sino de joyas del pensamiento, un compendio de todo el conocimiento de todos los intelectuales de una civilización.
—Nunca pensé que el secreto de los nasianos fuera algo tan alucinante.
No, Jorge. No.
Te equivocas. Este no es nuestro mayor secreto.
—¿Qué puede haber más valioso que esta biblioteca, Víctor?
Otra biblioteca, Jorge. Otra mejor.
—Es imposible que pueda ser mejor. ¿Qué puede haber más importante que todos los conocimientos de nuestra civilización?
Creo que ha llegado el momento de que conozcas a Aletes.
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