Un dirigible espacial.
Gamboa sabía que el cohete que había llevado a la Luna a Neil Armstrong medía más de 100 metros y pesaba casi 3.000 toneladas en el momento del despegue. En contraste, esta nave tenía una envergadura de más de diez kilómetros, pero era casi todo hidrógeno. Ernesto desde su silla de ruedas le explicó que, a pesar de las enormes dimensiones, el peso total del dirigible no iba más allá de las 100 toneladas.
—Es un dirigible espacial —dijo Ernesto—, y no puede bajar de esta altura. Los tejidos que lo recubren son tan livianos, tan delicados, que a diez kilómetros de altura la más suave de las brisas los destruirían enseguida. Nada menos. Solo de esta manera se puede conseguir que el peso total del dirigible sea tan ligero.
—Uno de los materiales más finos que se conocen...
—¿Lo sabía? En el pasado, las naves que viajaban por el sistema solar estaban hechas de metal y eran pesadísimas. Nada menos. Por supuesto, hoy hay más sentido común y se construyen con materiales ligeros, como nanofibras, kevlar o kapton; que son mucho más resistentes que el acero. Siempre estamos hablando de motores con prestaciones fantásticas, pero el sistema solar se ha colonizado sobre todo gracias a los antitumorales y, en menor medida, el desarrollo de nuevos materiales. Los motores siempre han sido importantes, pero secundarios.
—Hablando de motores, los de esta nave son similares a los de las demás naves iónicas del sistema solar.
—Bueno. No del todo. Es verdad que las naves iónicas y los dirigibles espaciales ambos llevan incorporados motores iónicos, pero con configuraciones muy distintas. Una nave iónica que viaja por el sistema solar necesita economizar propelente y, por consiguiente, se busca que el motor iónico tenga un impulso específico elevado, entre 20.000 y 30.000 segundos. Por el contrario, un dirigible espacial sólo se pone en órbita baja, y su motor iónico no está pensado para ser eficiente, sino para producir empuje y acelerar rápido. La eficiencia no es muy relevante. El impulso suele andar por los 2.000 segundos. Mire esa manga de propelente —señaló a una de las parte del dirigible—. En este momento estará repostando más de 30 toneladas para alimentar los ocho motores.
—¿Qué propelente es?
—Xenón. Un átomo muy pesado ideal para maximizar el empuje. Las naves iónicas del sistema solar emplean otros más ligeros.
—El empuje es necesario para acelerar la nave a la enorme velocidad orbital.
—Eso es. A 50 kilómetros de altura la atmósfera parece inexistente, pero le aseguro que comienza a mostrar resistencia cuando la nave supera la velocidad de Mach 5 o 1,7 km/s, que es cuando se inicia el régimen hiperveloz, allá por los 100 kilómetros. Cuando se traspasa esta velocidad el dirigible espacial empieza a actuar como un avión. Entonces, algo así como la mitad del empuje del motor suele emplearse en vencer la resistencia del aire, cabalgar las ondas de choque y generar sustentación. La otra mitad se emplea en aumentar poco a poco la velocidad hasta entrar en órbita a 400 kilómetros de altura, con algo menos de 8 km/s. El empuje en estos motores es la clave.
—Y la fuente de energía es la luz del Sol, ¿no?
—Claro —dijo Ernesto—. Fíjese que la parte superior del dirigible es mucho más oscura. Es debido a que allí el material absorbe la luz solar, que es la principal fuente de energía de la nave. Muchas naves antiguas también utilizaban la luz del Sol para obtener electricidad con la que alimentar los componentes eléctricos, rara vez como propulsión. Las naves del pasado eran primitivas. Los estudios realizados nos indican que sus paneles solares no superaban el 15% de eficiencia.
Procedan al embarque.
Vuelo FUG4012
Puerta Dos.
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