Un billete de diez dólares
Tras retirar la vitrina, el profesor Gamboa se dio cuenta de que no era nada fácil utilizar una electrolupa con los guantes y la máscara de un traje NBQ. Nada sencillo.
—¿Ve usted algo? —preguntó Sofía, impaciente.
Adosado en el reverso del billete parecía poco más que un diminuto puntito. Si no fuera por la electrolupa no lo habría visto. Era muy pequeño, insignificante. Abultaba poco más que nada. Se diría que era una unidad de memoria.
Con sumo cuidado, tocó la unidad de memoria con un dedo, para que se quedase adherida, y se la acercó a la sien para cargarla en su intercomunicador a través de la máscara. Después, tocó la sien de Sofía para repetir la operación.
Una nueva explosión hizo tambalearse el suelo del aula. Por la puerta apareció una persona extraña, con una insólita mancha oscura en el cuello. Vestía raro y no llevaba traje NBQ. Los miró con frialdad, sonriendo. Miraba como el depredador mira a su presa. Era pura maldad.
Empezó a acercarse lentamente, disfrutando el momento.
Una nueva explosión atronó en el aula. Cayeron trozos del techo. Se levantó mucho polvo.
—¡Corra! —le gritó Sofía a Gamboa por el intercomunicador.
Consiguieron llegar a la puerta del aula, en donde la extraña persona yacía en el suelo, y corrieron todo lo que pudieron para salir de la universidad.
No era fácil correr con el traje NBQ de la policía metropolitana.
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