Última noche.

Al finalizar el tercer y último día el viaje se hacía insoportable. Una especie de estúpida claustrofobia dominaba el ánimo de Jorge Gamboa. Se sentía triste. Él estaba acostumbrado a los espacios abiertos de la excavación arqueológica de  Arecibo en Puerto Rico, a vivir en Cartagena de Indias, a la luz del Sol, a la brisa cargada de sal del mar que por la mañana rociaba la costa. Se compadeció de los nautas, esas personas que viven en el espacio porque ellos estaban siempre encerrados en una nave espacial o en una base del espacio con gravedad reducida. Siempre enlatados entre mamparos. Hasta tal punto se habían acostumbrado a esa vida —si es que eso podía ser llamado vida— que su musculatura y su esqueleto ya no soportaba la gravedad de la Tierra y no podían volver.

Gamboa odiaba llevar puesto el mono espacial pegado a su cuerpo. En teoría, te calentaba cuando hacía frío o te refrescaba si hacía calor. También te mantenía límpio, pero (¡qué narices!) a él le picaba. Ansiaba terminar este viaje infernal para poder al menos visitar la Luna, quitarse el horrible mono espacial y darse una buena ducha caliente.

Y para colmo de males, cuando miraba desde su puesto en la cuadrícula a la consola de mando, Gamboa veía el cuerpo sin vida enfundado de su amigo Ernesto Mendaña, que solo conoció durante unas horas de viaje, pero al que llegó a apreciar.

A su derecha en la cuadrícula, Sofía parecía intentar conciliar el sueño en su sitio; a su izquierda, Castillo mantenía una discreta conversación por el intercomunicador.

—¿Cómo lo ve? —dijo el teniente.

—El norteño me pareció una persona muy interesante —respondió Gamboa—. Es un norteño americano, de Houston, no es un norteño ruso y eso hace improbable su vinculación a la trama de espías rusos...

—Un norteño siempre es un norteño. Desconfíe.

—Olvide sus prejuicios, Castillo. Ese hombre no es el asesino que buscamos.

—Tendremos oportunidad de comprobarlo en breve. Después de que usted le hablase de la NASA, tenga seguro que él le tendrá el primero de su lista, e intentará asesinarle.

—¿A mí?

—A usted, sí.

—Eso no lo había pensado...

—Fue una idea brillante hablarle de la NASA, Gamboa. Sería usted un buen policía.

—Pues a mí no me parece una idea tan buena.

—Despertó usted un gran interés en el norteño. Si es el asesino lo hará esta última noche, amparado en la oscuridad, cuando las luces estén apagadas. Entonces nadie podrá verlo.

—No creo que sea el asesino, pero esta situación no me gusta. Deberíamos hacer turnos para montar guardia esta última noche. Yo puedo hacer hasta las cuatro; luego le tocará a usted.

—¿Turnos? —dijo Castillo, que sintió herido su amor propio—. Por favor, está usted hablando con un policía de la metropolitana de Cartagena. Estoy acostumbrado. Velaré su sueño durante toda la noche. Duerma tranquilo.

—¡Qué ganas tengo de terminar este maldito viaje!

—Acérquese a mi equipaje de mano. Tengo todo lo necesario.

—¿Lleva armas? Usted sabe que están prohibidas.

Castillo sonrió.

—Sí están prohibidas. Sí.

La conversación fue interrumpida por la voz chirriante de Sergio en los altavoces.

Buenas noches, soy Sergio, estimados viajeros. Acabamos de entrar en órbita lunar y  me despido de ustedes. Aquí terminan los servicios prestados por el Orión-X3. A partir de ahora, el Control de la Luna se hará cargo de la cabina de pasajeros hasta su alunizaje. Nosotros terminamos nuestros servicios. Esperamos que el viaje haya sido de su agrado y que vuelvan a elegirnos para disfrutar del sistema solar.

Gamboa no pudo reprimir su indignación.

—¿No podría esta maldita inteligencia artificial tener un ápice de empatía y comprender que llevamos un cadáver a bordo? —dijo mientras contemplaba el cuerpo de Ernesto.

Castillo abandonó momentáneamente su seriedad habitual para simular la voz aguda de Sergio:

—"Esperamos que el viaje haya sido de su agrado"

—Es inconcebible —concluyó Gamboa.

Se notó un leve traqueteo. Sergio, con el motor y los paneles solares, se desacoplaba. La cabina de pasajeros se dirigía en trayectoria balística hacia el polo sur de la Luna. Ahora el Control de la Luna gestionaría la nave. Si algo fallaba harían un bonito cráter en el regolito lunar.

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