Quito

Tras las papas que cenaron en el hotel salieron a dar un paseo para contemplar las calles de Quito. Gamboa no había probado bocado. Estaba nervioso y pensó que disfrutar contemplando la capital del Ecuador podía distraerle un poco. Era una ciudad vibrante, en la que pasado y presente convivían en perfecta armonía. Por un lado, una ciudad de iglesias coloniales, tradicionales y milenarias y, por otro lado, una ciudad moderna, el puerto espacial del planeta Tierra con el moderno barrio de la Luna, plagado de hiperrascacielos. Muchos habitantes del espacio habían establecido su residencia en aquella ciudad. A menudo, gentes de negocios, comerciantes, empresas de transporte espacial, de minería espacial, de turismo espacial medraban profusamente en esta próspera ciudad, que había llegado a ser  como Kourou o Cabo Cañaveral.

Cuando llegaron al Monumento de la Mitad del Mundo, Gamboa se quedó observando la línea del ecuador y pensó que era el país ideal para construir "La Torre". Situado en el ecuador terrestre, no podía haber mejor ubicación para acceder a la órbita baja de la Tierra. Además, la altura del terreno —a más de dos mil metros en la base de "La Torre"— era otra ayuda.

—Pero los terremotos y los volcanes no ayudan —le comentaba Castillo, siempre incisivo.

Y tenía que reconocer que no le faltaba razón, pero los volcanes habían sido intervenidos para que quedaran prácticamente inactivos. Y los terremotos que se producían también estaban bajo control. No se había registrado ningún evento de nivel mayor de 4 en la escala Richter en los últimos trescientos años. La idea era provocar de vez en cuando pequeños terremotos para liberar las tensiones tectónicas y que, de esa manera, no se fueran acumulando durante demasiado tiempo. No obstante, "La Torre" estaba diseñada para soportar terremotos de nivel 7. Para ello, se la había dotado de una elevada flexibilidad: el edificio era adaptable, se movía continuamente, tenía muy poca rigidez, y eso también era fantástico para soportar los vientos cuando eran intensos.

Anochecía sobre Quito y empezaba a hacer fresco. Se volvieron al cercano hotel. Mañana irían a la Luna. Sin duda, sería un día intenso y Gamboa se sentía excitado. Nunca había salido de la Tierra y pensó que eso le impediría dormir bien durante la noche. Estaba nervioso.

Al despedirse de sus compañeros, y tras una reconfortante ducha, se puso el pijama amarillo que proporcionaba el hotel y se acostó intentando conciliar el sueño.

Pero no podía dormir.

Su mente errabunda no paraba. Su pensamiento vagabundeaba y no dejaba de imaginarse qué sorpresas podría depararles esta loca aventura en la que se veía envuelto. Habían recorrido el Caribe en busca de pistas para solucionar los acertijos de Víctor. Y ahora, desde Quito, partirían hacia el sistema solar, en busca de los secretos de los nasianos, y quizás en busca también de su propio destino.

Pasaron las horas de insomnio hasta que finalmente consiguió dormirse, y soñó con los ojos verdes de Sofía y la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Soñó que Sofía, vestida con los griegos ropajes de Hipatia, le besaba apasionadamente. La ternura de sus caricias. Su piel color canela, sus curvas sugerentes... Estaba loco por ella.

Despertó súbitamente de su sueño cuando se oyó un toc toc en la puerta de habitación. Era muy tarde, y Gamboa sonrió, deseando fervientemente que fuera Sofía.

Al abrir la puerta de la habitación se encontró al teniente Castillo. También iba vestido con el pijama amarillo que proporcionaba el hotel, pero a él le venía grande.

—No consigo dormir —dijo con su voz áspera y rota—. No dejo de pensar en lo que antes ha comentado usted —Castillo se acariciaba el bigote nerviosamente—. ¿Qué quería usted insinuar cuando dijo que la persecución de los nasianos no finalizó con la Edad del Ocaso? ¿Cree usted que Labandera, el arquitecto de "La Torre", era también un nasiano? ¿Son los nasianos una sociedad secreta?

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