Plataforma catorce de lanzamiento de cohetes.
Los dos jóvenes norteños miraban con sorpresa a Jorge Gamboa y Sofía Tolima. Nunca habían visto a dos personas tan extrañamente vestidas, con esos trajes NBQ amarillos.
—Los tengo a tiro —sonó la voz áspera del teniente Castillo.
—Ni se le ocurra disparar —respondió Sofía por el intercomunicador.
El mayor de los dos jóvenes empezó a hablar con autoridad. Amenazante, pero a la vez asustado. Gamboa sabía leer norteño antiguo, pero otra cosa distinta era comprender lo que chapurreaba aquel chico, y el intercomunicador no era de gran ayuda. Una palabra sí pudo entender. SACRED (sagrado). Quizá se habían enfadado porque estaban invadiendo algún lugar religioso.
Tumbados en el suelo como estaban, Gamboa se incorporó torpemente para ponerse en cuclillas, y tomar una ramita con la que escribir en el suelo radiactivo. Escribió un número. Un siete.
Los dos chicos se arrodillaron. Esta expresión, pronunciada lenta y ritualmente, sí pudo entenderla Gamboa:
—Hallowed are the seven —dijeron los dos a la vez.
—¿Qué dicen? —preguntó Sofía por el intercomunicador.
—Santificados son los siete.
Gamboa siguió escribiendo en el suelo. Ahora el número catorce.
—Fourteen, church. Huntsville, Cathedral —dijeron.
—Catorce, iglesia. Huntsville, catedral.
—¿Qué es Huntsville?
—La ciudad donde el equipo de Wernher von Braun diseñaba y desarrollaba los cohetes. Debe estar lejos de aquí, pero parece un centro religioso importante.
Los dos chicos se pusieron en pie y empezaron a caminar por la carretera en dirección norte. Sofía y Jorge los siguieron.
No tardaron más de una hora en llegar. En la entrada a otra plataforma de lanzamiento había unos monumentos pequeños, en su mayoría escondidos en la maleza. Placas conmemorativas parcialmente ocultas entre los arbustos y que no habían podido ser observadas por los satélites. En una placa de metal parcialmente conservada y que parecía haber sido restaurada, Gamboa pudo observar lo que aparecía escrito:
COMPLEX - 14
MANNED ORBITAL FLIGHTS
El resto del texto, por desgracia, no podía ser leído por estar demasiado deteriorado. Parecía como si de esta plataforma de lanzamiento hubieran despegado los cohetes que llevaron a la órbita de la Tierra a John Glenn.
El más imponente de los monumentos tenía un enorme siete dentro del símbolo de Mercurio, en recuerdo a los siete del proyecto Mercury. Los chicos se arrodillaron en actitud orante y Jorge y Sofía los imitaron.
Mientras los chicos chapurreaban sus oraciones incomprensibles, Gamboa pudo observar que en la base del monumento había una especie de medallón grande que representaba el rostro de siete personas. Parecían los siete de la Mercury.
Cuando terminaron de orar, Gamboa se atrevió a pronunciar unas palabras, sin conseguir hablar bien el norteño.
—Jon Glen —dijo.
Los chicos se volvieron hacia él, inquietos. Era para ellos como una revelación.
—Glen —repitió Gamboa.
El mayor de los dos, el que llevaba el fusil, se alzó para moverse unos metros, y apartando un arbusto mostró una placa conmemorativa en la que aparecía el rostro sonriente de John Glenn. Gamboa lo conocía bien porque en su libro había visto fotografías antiguas. Era Glenn, sin duda.
Jorge se arrodilló frente a la placa. Se podían leer unas líneas en norteño:
JOHN H. GLENN JR.
THE FIRST AMERICAN AROUND
THIS PLANET BEGAN HIS THREE-ORBIT FLIGHT
FROM THIS LAUNCH COMPLEX IN FRIENDSHIP 7
OF MERCURY ATLAS NO 6 AT
9:47 AM FEBRUARY 20, 1962
PROJECT MERCURY WAS A VITAL STEP ON
MAN'S JOURNEY TO THE MOON
JOHN F. KENNEDY SPACE CENTER
NATIONAL AERONAUTICS AND SPACE ADMINISTRATION,
Sacó la electrolupa y se acercó para observar atentamente la imagen de John Glenn. En uno de sus ojos había algo diminuto. Una unidad de memoria. Con sumo cuidado tocó el ojo de Glenn para tomarla, pero, al hacerlo, notó el cañón amenazante del fusil del norteño en su cabeza. Estaba tocando una imagen sagrada.
—Hallowed is Jon Glen —dijo Gamboa, con su terrible pronunciación, volviéndose al norteño.
Y retiró el dedo con la unidad de memoria adherida, llevándolo a su sien, y después a la sien de Sofía, que estaba a su lado, para cargar los datos. Ceremoniosamente, el mayor de los norteños tocó también el ojo de John Glenn para tocarse la sien, y hacer lo propio con su compañero.
Lo habían logrado. Ahora había que irse de allí, como fuera.
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