Museo Arqueológico de Arecibo.
Sofía Tolima y Jorge Gamboa entraron juntos en el museo. Habían pasado un tiempo comprando lo necesario para llenar sus mochilas. Él hubiera querido aprovechar para tomar algo en uno de sus bares preferidos, pero a Sofía le preocupaba que los reconocieran, y al final no lo habían hecho. Ahora, dentro del museo, llegaba la parte difícil. Tenían que analizar la placa del mensaje de Arecibo.
Mientras Sofía iba al aseo para ponerse algo de la ropa recien comprada, Jorge Gamboa esperó pacientemente en el hall, estudiando la situación, pensando que sería complicado hacerse con la placa metálica del mensaje de Arecibo. Sonrió para sus adentros al darse cuenta que él, que había realizado el descubrimiento de la placa, iba a ser el que iba a sustraerla del museo al que se la había entregado hace tan solo unos meses. Por supuesto, la retendría momentáneamente, solo lo necesario para analizarla con detalle.
La situación era complicada, pero, aun siendo un museo importante, era poco visitado. Aunque había numerosas holocámaras en todas las salas, los de seguridad eran personas con una vida tranquila y monótona en un pueblo en el que nunca pasaba nada. Además, algunos de ellos le conocían y confiaban en él, pero sabía que en cuanto tocase la pieza saltaría la alarma y se montaría un alboroto.
Después de llegar Sofía, pasaron rápidamente por la sala de historia antigua del periodo español, en la que se exhibían numerosos restos de pecios. Los naufragios del pasado llenaban las vitrinas de la sala: doblones de oro, un cañón que aún conservaba incrustaciones marinas, anclas, fanales de barco y campanas corroídas por el mar eran lo más llamativo. También había mucha porcelana de la época.
A continuación, entraron en la sala de historia del periodo norteño, en la que aparecía un automóvil antiguo llamado Ford, monedas de un dólar —junto a otras de quarter y half—, relojes de pulsera, y alguno de esos teléfonos móviles que tan fácil es encontrar en cuanto empiezas a excavar un poco en cualquier yacimiento.
Cuando entraron en la amplia sala principal del museo, dedicada exclusivamente a los hallazgos realizados en el observatorio, no tardaron en encontrar la placa de metal. Se quedaron mirándola a través del cristal de la vitrina, ensimismados. Ahora la conocían mucho mejor, y sabían que representaba el mensaje que los filósofos arcaicos habían enviado a las estrellas utilizando el observatorio.
Un vigilante de sala estaba sentado en una silla. Llevaba un uniforme que quizás alguna vez fue de su talla y apoyaba su cabeza pesadamente sobre la mano derecha. El hombre daba cabezadas, casi dormido, pero saltaría de su asiento en cuanto retirasen la vitrina y se activase la alarma, y eso era un problema, sin duda.
Por suerte le conocía. Se llamaba Fabián. Y era un buen hombre.
—Buenos días, Fabián —dijo Gamboa.
El vigilante medio dormido se sobresaltó al abrir los ojos y ver al arqueólogo frente a él.
—¡Profesor Gamboa! —dijo, sorprendido, poniéndose de pie de un salto—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Buenos días, Fabián —repitió Gamboa—. No quería molestarte, pero he visto una cosa en la exposición que es incorrecta. Hay algo que está mal.
—¡Diantres! ¿De qué se trata?
—Acompáñeme. Mire la placa de Arecibo. La ve usted, ¿verdad?
—Sí, claro que la veo. ¿Cuál es el problema?
—Está boca abajo. La parte de arriba no debería estar abajo y viceversa. Deberíamos darle la vuelta. Es un problema.
—Informaré al director del museo, profesor Gamboa. No se preocupe.
—Es un problema, Fabián. Está a punto de llegar un periodista extranjero muy importante que quiere tomar algunas holoimágenes de la placa y cuando la encuentre tan tristemente colocada se va a llevar una impresión lamentable de este museo...
—Ya veo.
—¿No le importa si la coloco correctamente?
—Profesor Gamboa...
—¿Hay alguna otra forma de arreglarlo?
—No se precipite, que voy a desconectar la alarma.
Tras desactivarla, Sofía retiró la vitrina de cristal para que Gamboa tomase la placa. Necesitaba utilizar la electrolupa para estudiarla en busca de algo interesante.
Fue entonces cuando unos pasos se oyeron a sus espaldas. Al volverse con la placa en las manos, Gamboa vió a un hombre moreno, de estatura mediana, con un espeso mostacho. Sus ojos negros parecían tristes y, a la vez, amenazantes.
—Teniente Castillo —dijo Sofía, con sorpresa.
—Señor Jorge Gamboa. Doctora Sofía Tolima. El museo está rodeado. Pierdan toda esperanza. Es imposible escapar. Están ustedes detenidos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top