Matar o morir.

Las sombras de la noche inundaban las calles de La Ciudad de la Luna. El bullicio del día se iba adormeciendo y cada vez se veía menos gente moviéndose por el Barrio Norte.

Carter sabía que no podía volver a su hotel (el Mar de la Tranquilidad), que lo detendrían en cuanto llegase. A estas alturas habría una orden de busca y captura contra él.

Además, si lo detectaba alguna holocámara, una patrulla de Seguridad se le echaría encima en unos minutos. Por suerte, él ya se había dado cuenta de que algunas holocámaras habían dejado de funcionar y era posible moverse por la ciudad sin ser visto. No había ocurrido por casualidad. Siguiendo el camino que marcaban estas holocámaras estropeadas se llegaba a la calle Mare Moscoviense.

Carter sabía que allí estaba el monstruo.

Empezaba el juego del gato y el ratón. O matar o morir. Ese juego peligroso que tantas veces había jugado, en el que el cazador podía convertirse en la presa. O mataba o lo mataban. Él siempre había ganado, al menos hasta ahora, y la prueba de ello es que seguía vivo.

Se le daba bien jugar al juego. No podían verte y tú tenías que esperar, ser paciente, aguardando al error que tarde o temprano siempre cometían. Había una vivienda pequeña que Carter observaba con calma desde la oscuridad. Sabía que el monstruo estaba allí, escondido como una alimaña asustada.

Sin embargo, al amanecer los de Seguridad le pillarían y entonces ya sería demasiado tarde. Había que resolver el problema antes de que acabase la noche. Tenía prisa y eso era malo. Esta vez había que jugar al juego con otras reglas. Él sabía que la clave era la paciencia. Tendría que hacerlo. Tendría que entrar en la vivienda. En un par de horas sería un buen momento.

Podía llamar a Seguridad y hacer que rodeasen la casa. Sería fácil, pero si detenían vivo al pájaro, y el pájaro empezaba a cantar, podía ponerle en un aprieto. Había demasiadas cosas en juego.

Tenía que hacer el trabajito él solo, como siempre. Si luego le pillaban, y es seguro que le pillarían, no podrían probar nada y no podrían sacarle nada. Le tendrían que dejar volver a la Tierra, quizás extraditado, pero eso no importaba ahora.

Lo importante era ganar al juego.

Tras un par de horas de espera, escondiéndose en las sombras de la calle, Carter se acercó a la entrada de la vivienda. Forzar la cerradura sin hacer ruido fue un trabajo fácil. Luego, abrió la puerta un poquito, lo necesario para dejar escapar un gas con un potente somnífero dentro de la vivienda. Él llevaba puesta una máscara para protegerse del gas que también proporcionaba visión en la oscuridad. 

Después de unos minutos, empujó lentamente la puerta para entrar en la vivienda. En la oscuridad pudo ver algún mueble: dos catres junto a la pared, una botella sobre una mesa, unas sillas y poco más. Al invadir la habitación, un crujido sonó a sus espaldas, detrás de la puerta. Al volverse, vio el cañón de un arma frente a su cara. La sostenía el norteño de la mancha en el cuello. El monstruo sonreía, pero no podía verlo porque también llevaba puesta una máscara de gas.

—Zdarova, Carter —dijo.

Por primera vez en su vida Carter sintió que había perdido la partida.

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