Mary Mitchell.
Durante el viaje de vuelta a La Ciudad de la Luna, Gamboa permanecía asomado a uno de los ventanales, contemplando el infinito paisaje lunar. Los cráteres y los montículos se sucedían sin pausa.
—Cuéntame otra vez esa historia, por favor —dijo Sofía, sacándole de su ensimismamiento—. Quiero escucharla otra vez.
—¿De qué historia hablas, Sofía?
Sofía se levantó de su butaca y se le acercó.
—La historia de esa mujer tan valiente. Vuelve a leernos esa historia del libro de papel.
—¿Hablas de la historia de Mary Mitchell?
—Quién si no.
—Ya te la he contado.
—Quiero escucharla otra vez, Jorge, por favor.
Yo también quiero oírla, si no es molestia, doctor Gamboa. Me gustó ese relato de tesón y coraje.
—Pues vamos una vez más. Su madre, de nombre Margarita Fernández, era mexicana y trabajaba en una maquiladora cerca de la frontera.
—Pero salió huyendo.
—Esta parte de la historia es un poco confusa. Su madre nunca hablaba de eso. Al parecer, sufrió reiterados abusos por parte de uno de los encargados. Lo cierto es que un buen día aquella pobre mujer, sola y asustada, huye cruzando la frontera.
—Y estaba embarazada —apuntó Sofía.
—Eso es. Cruza la frontera embarazada, y Mary, su niña, nace en los Estados Unidos en mitad de la más absoluta pobreza.
—Sorprende que en el pasado la gente quisiera viajar a zonas norteñas para prosperar —comentó Sofía—. Suena tan raro...
—La pobre mujer consigue encontrar trabajo en un rancho para asistir en las labores del hogar. Llega asustada con su niña recién nacida. Cada noche se encierra en su habitación temerosa de que volvieran a abusar de ella.
—Al principio, tenía miedo de él.
—El dueño era un hombre mayor, muy serio y taciturno. Se llamaba Billy Mitchell. Con los años, Margarita fue descubriendo que aquel anciano poco hablador era educado y respetuoso.
—Billy era un encanto —interrumpió Sofía.
—La niña no iba al colegio, así que él se encargó de dirigir sus estudios. Él era un astronauta retirado, con una formación muy extensa en las materias más diversas, que empezó a impartirle clases de Inglés, Matemáticas, Física, Historia, Astronomía...
—Y qué pasó.
—Con el curso de los años aquel anciano llegó a ser muy feliz. Mary le hacía reír y a los tres les encantaba montar y dar todos los días un paseo a caballo por el rancho.
—¿Por qué Mary se apellidaba Mitchell?
—Margarita y Billy contrajeron matrimonio un poco después, y él adquirió la paternidad de la niña, que pasó a llamarse Mary Mitchell. Le dio sus apellidos.
—Billy fue el padre que Mary no había tenido.
—Eso es. Billy supo inculcarle valores de responsabilidad, de esfuerzo y de estudio. Él despertó en Mary la pasión por saber, por leer y conocer cosas nuevas.
—Y entonces llegó a la universidad.
—Es verdad. El anciano falleció con gran dolor para sus seres queridos. Mary le había prometido seguir estudiando, así que se presentó al acceso a la universidad. Mary no había ido nunca al colegio pero lo consiguió sin problemas gracias a las enseñanzas de Billy. Pronto se reveló como una alumna sumamente brillante. Consiguió ser la primera de su promoción en ingeniería espacial.
—¿Cómo consiguió Mary llegar a astronauta?
—Tenía un curriculum excepcional. Los militares enseguida se fijaron en ella y le hicieron una oferta. Se seleccionaron a doscientas personas para el primer viaje a Marte. Solo cinco de ellos serían elegidos.
—¿Y por qué la eligieron a ella?
—Porque se esforzaba mucho y todo lo hacía bien. Sus compañeros la llamaban "Wonder Woman", es decir, la chica maravilla.
—Además, no solo la seleccionaron para la misión. Tras adquirir experiencia en un vuelo de ida y vuelta a Selene, se decidió que ella sería la comandante y, como tal, cuando llegaron a Marte fue la primera persona en pisar el suelo de ese planeta.
—¡Bravo por ella! ¡Viva Mary Mitchell! —Sofía estaba emocionada.
—La primera persona que pisó Marte fue una mujer.
—Además, una mujer latina —enfatizó Sofía.
—A mediados del siglo XXI la mayoría de la población de Estados Unidos eran latinos. Eso era algo normal.
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