Los siete de la Mercury.
—Ya me han hecho llegar el expediente archivado sobre el caso D'Arcangelo—dijo Castillo—. Fue un crimen tremendamente brutal. Extremadamente violento. Más que violento fue... ¿cómo decirlo?, fue perverso. Solo una persona mentalmente muy enferma pudo hacer algo así. Tengo que analizar la información más detenidamente, pero en principio parece que el modus operandi coincide notablemente con el de los asesinatos del profesor Víctor Smith y el agente Julio Olavide. Pudieron ser los mismos asesinos. Tiene sentido.
El teniente Castillo se rascó la nariz. Él sólo hacía este gesto cuando la investigación de un crimen empezaba a encajar...
—Se lo repito, señor Gamboa. Quiero saber todo lo relacionado con ese libro. Cuéntemelo todo.
—Por supuesto, teniente. The right stuff cuenta la historia de un proyecto de la NASA llamado proyecto Mercury, que tenía como objetivo mandar seres humanos al espacio.
Castillo estaba impaciente por conocer la historia de ese proyecto Mercury.
—Continúe, por favor.
—El libro comienza con la historia de un grupo de pilotos de prueba, que trabajaban para mejorar las capacidades de los aviones. Hombres valientes que probaban aviones experimentales. Chuck Yeager, el hombre que superó la velocidad del sonido, era uno de ellos.
—Sí, es lo que ya me ha contado.
—Pues bien. En ese grupo de pilotos la NASA eligió siete hombres para el proyecto Mercury. Siete. Siete pilotos de prueba elegidos para ir aún más allá. Siete hombres elegidos para la gloria de los primeros viajes espaciales, y los llamaron astronautas: Alan Shepard, Virgil I. Grissom, John Glenn, Scott Carpenter, Walter Schirra, Gordon Cooper y Deke Slayton.
Había algo que disgustaba a Sofía y torció el gesto.
—Siete hombres. ¿Ninguna mujer? —preguntó.
—Ocurrió hace muchos siglos, Sofía. La sociedad de la Edad Arcaica era entusiasta y positiva, pero no dejaba de ser una sociedad primitiva, en la que hombre y la mujer no tenían el mismo status social.
—Qué salvajes eran —concluyó Sofía.
—¿Cómo eran las máquinas con las que alcanzaban la órbita? —preguntó Castillo.
—En el libro se habla de un ingeniero genial de origen europeo llamado Wernher von Braun. Diseñaba unas naves que hoy nos parecen toscas y arcaicas, pero que en su tiempo despertaron gran fascinación. Eran cohetes impulsados por unos motores químicos muy ineficientes. Debían, por tanto, acumular una enorme cantidad de combustible para llegar a la órbita baja. Eran grandes. Imagínese ser tripulante en una de estas naves y situarse encima de más de cien toneladas de un combustible altamente explosivo. Eran máquinas complejas. Fallaban de vez en cuando...
—¿Y qué fue de los siete? —preguntó el teniente.
—Shepard y Grissom realizaron viajes suborbitales. John Glenn, en cambio, sí alcanzó la órbita baja. Luego, le siguieron Carpenter, Schirra y Cooper.
—Esos hombres fueron los primeros en viajar al espacio. John Glenn se convirtió en el primer nauta, o astronauta, como los llamaban —dijo Castillo.
—No, ellos no —Gamboa negó con la cabeza—. Hubo otros anteriores.
—¿Qué? —preguntó Castillo desconcertado.
—El primer hombre que viajó al espacio se llamaba Yuri Gagarin, y no era de la NASA.
Castillo estaba perplejo:
—Entonces, si no era nasiano, ¿quién diantres fue el Gagarin ése?
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