Llegada a la Luna.
La superficie de la Luna parecía cada vez más cercana. Continuamente, los cráteres se iban haciendo más y más grandes y aparecían otros nuevos más pequeños. Misha manejaba la palanca de control de la cápsula mientras Sergei cantaba las alturas en metros que proporcionaba el radar Doppler.
—chetyresta tridtsat', chetyresta dvadtsat', chetyresta desyat'...
Misha era un piloto experimentado y la nave realizaba el acercamiento suavemente. Tenía que hacerlo bien a la primera porque no había posibilidad de abortar la operación en el último momento si surgía algún tipo de problema inesperado. De cualquier forma, llegados a los cuatrocientos (chetyresta) metros de altura, era ya más peligroso abortar que seguir bajando y realizar el alunizaje.
Iban vestidos con los viejos Sokol-KV6, unos trajes espaciales muy útiles durante el alunizaje. Sin embargo, no llevaban puestos los guantes porque manipular los mandos de la nave era más sencillo así. Tampoco llevaban puesto el casco, pero los tenían a mano y estaban atentos a cualquier indicio de despresurización.
Sergei pudo observar cómo la alargada sombra de la cápsula proyectada sobre la superficie lunar se hacía cada vez más grande. Finalmente, el polvo levantado por los motores convencionales hizo imposible seguir viendo nada más por la pequeña ventanita.
Cuando las patas del módulo tomaron contacto con la superficie, la leve sacudida les confirmó que el viaje había terminado. Estaban en la Luna.
—Ya está, Misha, ya está —dijo Sergei, poniendo la mano sobre el hombro de su hermano.
Misha pulsó unos interruptores para apagar los motores. Luego se volvió hacia Sergei y se abrazaron.
—Las Soyuz antiguas solo llegaban hasta la órbita terrestre baja. ¿A qué no lo sabías? En cambio, éstas alcanzan fácilmente la superficie de la Luna. ¿Qué te parece?
—Me importa una mierda, Misha—dijo Sergei, rascándose nerviosamente su mancha del cuello—. Llevamos tres días metidos en esta lata asquerosa. Me duelen las piernas. Quiero andar por ahí, brat. Salgamos.
—Da, da.
En el reducido espacio de la pequeña Soyuz, ponerse el casco, la mochila y los guantes no era una tarea fácil.
—Tovarich Mijaíl parecía contento cuando ha contactado antes, todo parece que está saliendo según lo planificado —comentó Misha—. Por nuestra parte, te recuerdo que nuestro objetivo es matar a un maldito nasiano.
Mientras preparaban el equipo para salir a la superficie el semblante de Sergei adquirió un tono fúnebre.
—Su planificación es una guarrada. Tú ya te has dado cuenta de que este cohete solo nos proporciona el viaje de ida. No está pensada nuestra vuelta a Baikonur. No hay viaje de vuelta, Misha. Esto es una misión suicida...
Antes de ponerse el casco, Sergei pudo ver que Misha fruncía el ceño.
—Las medicinas que curan la enfermedad de papá y mamá tienen un precio, Sergei. Nosotros somos el precio. Y ahora ayúdame a ponerme la mochila.
—Tovarich Mijaíl siempre se cobra los favores... Te diré una cosa, brat. Si tengo que morir, moriré, y lo haré con gusto si llega el momento, pero lo haré como a mi me gusta.
—Me das miedo. ¿Qué quieres decir?
—... que moriré matando.
Sergei intentó abrir la escotilla, pero no era posible por la diferencia de presión entre la nave y el vacío espacial. Solo tras despresurizar el módulo pudieron abrirla para bajar por una escalerilla hasta la superficie lunar. El primero en descender fue Sergei, seguido por Misha.
—Estamos alunizando de incógnito, Sergei. Desde aquí tendremos que movernos unos pocos kilómetros al suroeste con el rover hasta alcanzar la Ciudad de la Luna. Muévete, que tenemos mucho trabajo que hacer y solo quince horas de oxígeno.
—Sí, hay trabajo que hacer —dijo Sergei, poniendo su pie en la superficie lunar—. Tenemos que matar a un hombre.
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