La prueba del delito
El teniente Castillo había despertado, pero se estaba haciendo el dormido. Permanecía acostado en la parte trasera de la cabina del amplio volador y tenía un aparatoso vendaje en la pierna. Mientras disimulaba, abrió levemente uno de los ojos y vio a la doctora Tolima y el señor Gamboa al mando de la nave, pilotando manualmente el volador. Sonrió para sí mismo, sin que se notase, pensando que estos dos novatos siempre se lo ponían fácil...
Con un movimiento súbito se incorporó, cogiendo ágilmente el arma y se la puso en la nuca a Gamboa.
—¡Ahora sí te tengo!
No es agradable tener una pistola de energía en la nuca. Gamboa sabía que un arma de tal potencia le arrancaría la cabeza del resto del cuerpo y que esta saldría disparada, rompiendo la ventana del volador. Probablemente, la nave se despresurizaría a más de 9.000 metros, y morirían todos.
—Tranquilo, teniente, tranquilo, por favor. Déjeme hacerle una pregunta. Sólo una pequeña pregunta. ¿Por qué cree usted que esos dos asesinos nos disparaban mientras le salvábamos la vida?
Bajó ligeramente el arma.
—Se lo recuerdo, señor Gamboa. Las preguntas las hago yo. Supongo que son ustedes dos bandas rivales, y están ustedes enfrentados.
Gamboa seguía pilotando el volador, sin moverse, para no intranquilizar al teniente. Siguió preguntando:
—Le salvamos la vida mientras querían matarle. ¿Qué le hace pensar que yo pertenezca a una banda organizada?
—Me encaja que ellos sean los asesinos. En Cartagena mataron a Julio Olavide, el agente vestido con un traje NBQ que custodiaba la entrada de la universidad. La crueldad con la que lo remataron cuando estaba malherido en el suelo es difícil de olvidar. La única diferencia con el asesinato del profesor Víctor Smith es que no utilizaron sustancias radiactivas con el agente. En lo demás, son crímenes muy similares: extremadamente perversos, coherentes con un modus operandi propio de personas insanas y totalmente perturbadas. Si ellos son los asesinos, entonces, ¿quiénes son ustedes?
—Somos arqueólogos.
—Unos arqueólogos que huyen de la justicia... Cuando menos, conceda que sus métodos son heterodoxos. Eso de robar una pieza del museo... ¿No podía utilizar los procedimientos habituales? Es seguro que si la hubiera pedido para analizarla el museo se la habría prestado. No lo entiendo, señor Gamboa. ¿Por qué cogió usted esa placa? ¿Quería venderla en el mercado negro quizás?
—-Quería protegerla de los mismos que le dispararon a usted.
Castillo bajó el arma.
—Sigue sin convencerme, Gamboa. Mi instinto me dice que usted no está limpio. Vamos a dirigirnos a la comisaría de Cartagena. Allí tenemos métodos muy sofisticados que harán que usted nos diga todo lo que sabe...
Castillo alzó la voz.
—Bogotá, ¿qué rumbo llevamos?
El volador de la policía era un Fugaz Bogotá, un modelo mucho más sofisticado que el Cali. Estaba robotizado. Bogotá, la inteligencia artificial del volador, respondió enseguida:
Rumbo norte. Velocidad 500 km/h.
Castillo miró sonriendo sardónicamente a ese par de arqueólogos fugitivos. Se la estaban intentando jugar.
—Cambio de rumbo, Bogotá —dijo, sonriente, sin dejar de mirarlos—. Rumbo a la comisaría central de la Policía Metropolitana de Cartagena. Velocidad de crucero.
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