La Habana
Habían estado discutiendo mucho tiempo. Tanto, que la metálica voz de Bogotá les sorprendió totalmente.
Objetivo alcanzado. Sobrevolando La Habana.
Gamboa y Sofía se asomaron con curiosidad para contemplar la espectacular panorámica que se divisaba desde el volador: la bahía, el Malecón, el castillo del Morro, el bonito casco antiguo de la Habana Vieja... Aquellos entrañables lugares resistían el paso de los años. Uno tras otro, los siglos se sucedían, pero ellos permanecían, inmutables, como testigos mudos de la historia de aquella ciudad milenaria, tan rica en restos arqueológicos. La única excepción era el Capitolio, en otro tiempo un edificio espectacular, hoy destruido, y cuyas ruinas también pudieron contemplar.
Lo antiguo y lo moderno se daban cita en La Habana. A unos kilómetros al este se divisaban, imponentes, los nuevos y elevadísimos hiperrascacielos de varios miles de metros de altura. Gamboa no se sentía impresionado por esas construcciones vanguardistas. Él era arqueólogo. Prefería todo lo que tuviera muchos más años, estando impregnado de ese no sé qué que sólo tiene lo muy antiguo.
—Ya estamos en el Norte, señor Gamboa. Hemos llegado. Ahora qué hacemos.
Gamboa no sabía cómo decírselo.
—Me refería al Norte, teniente, al Norte. Al Norte de verdad.
Castillo empezaba a estar cansado de las ocurrencias de Gamboa. Además, la herida de la pierna le dolía otra vez.
—Me tiene harto, Gamboa. ¿Cómo de Norte es su Norte?
—Como muy Norte, teniente, como mil kilómetros más al Norte.
—¿Está usted seguro? ¿Es usted consciente de lo que me está pidiendo?
—Sí —dijo Gamboa, lacónicamente.
Castillo estaba irritado. Clavaba violentamente sus ojos en Gamboa.
—Todo tiene un límite, señor Gamboa. Y usted los excede todos. Le recuerdo que, donde usted quiere ir, la vida tal como la conocemos no es posible.
—Lo sé.
—Me está usted pidiendo que nos adentremos en una zona que nunca nadie ha visitado. Las Zonas No Descontaminadas son radiactivas y están fuera de nuestra jurisdicción. No hay acuerdos internacionales que nos protejan en caso de que allí ocurra algo... Allí no hay civilización, señor Gamboa.
—Lo sé.
—Entrar en esas zonas está prohibido por las leyes. ¿Se da cuenta de que me está pidiendo cometer un delito? Soy policía, ¿lo recuerda?.
—Lo sé, lo sé.
—No me gusta usted, señor Gamboa. Ni usted ni sus métodos. Llámelo instinto, si quiere, pero usted no está límpio. ¿Qué le hace querer ir?
—Hay algo. Es personal. Un fichero que todavía no le he entregado.
—¿Y me lo cuenta ahora? Le he dicho que quiero saberlo todo, Gamboa. Todo.
En la placa con el mensaje de Arecibo había una unidad de memoria, conteniendo un facsímil del libro de papel The Right Stuff describiendo el proyecto Mercury, junto a una nota escrita por el viejo profesor Víctor Smith. Gamboa le pasó la nota al intercomunicador del teniente, quien la analizó detenidamente.
—La nota es auténtica —dijo Castillo—. Tiene su firma digital. Ha sido elaborada por el propio profesor Víctor Smith en persona. Leámosla.
Querido Jorge, vamos con la siguiente prueba.
Tengo que revivir en tu memoria las imágenes de satélite que tomamos de las Zonas No Descontaminadas. ¿Las recuerdas? Claro que sí. Nos llamaron la atención aquellas estructuras extrañas y sorprendentes que tan antiguas parecían, y cuya interpretación era tan inexplicable. Por supuesto, yo sabía lo que eran, pero no te dije nada porque no podía revelarte los secretos de los nasianos.
Ahora te toca a ti descubrir qué son. Es tu turno.
Busca la catorce, y John Glenn te dará la respuesta.
Tu amigo,
Víctor.
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