La gran ruta de la Luna.

Tras superar el cráter Schrödinger habían seguido por la cara oculta hacia el norte. El terreno fuertemente craterizado poco a poco se hacía cada vez más llano, menos abrupto, más fácil de transitar y con menos curvas.

Habían comido algo sin demasiado hambre. Luego, se habían dado una buena ducha. Refrescados, volvieron a instalarse cómodamente en sus butacas, admirando las estupendas panorámicas que se divisaban de la cara oculta de la Luna.

La monotonía del paisaje dominada por montículos y pequeños cráteres se vio interrumpida cuando, en el margen derecho de la pista de tierra por la que viajaban, apareció una gran roca, de unos dos metros de altura, perfectamente tallada. Esculpido, podía leerse un numero: 500.

—Es un miliario, que nos indica la distancia que nos separa de la base Selene —explicó Gamboa.

Imposible, estamos a unos 805 kilómetros de Selene.

—Este miliario es muy antiguo, Sergio. Es norteño. Estamos a 500 millas de Selene.

—Quieres decir que esta pista de tierra que seguimos fue construida en la Edad Arcaica —apuntó Sofía sin disimular su sorpresa.

—Eso es. Este magnífico miliario tiene casi 800 años. No debería sorprendernos. Las grandes civilizaciones del pasado, cuando no estaban vinculadas a un río, se  veían obligadas a mantener la cohesión desarrollando eficientes sistemas de comunicación..

—¿Sistemas de comunicación? —preguntó Sofía.

—Es el caso de los caminos del inca. Cada veinte o treinta kilómetros podían encontrarse unas edificaciones llamadas tambos, que cumplían múltiples funciones, entre ellas, las de servir de reposo a los chasquis, los mensajeros que transportaban quipus y todo tipo de información útil para mantener el imperio inca bien organizado.

Doctor Gamboa, no estoy echando de menos mis viajes por el espacio en absoluto.

¡Me encanta la arqueología!

—Pero este monolito arcaico parece que tenía otro propósito —dijo Sofía.

—Sí, es más parecido a los miliarios, que tan abundantes son en las calzadas romanas, marcando las distancias entre las urbes importantes.

—Ya, pero esta pista de tierra en la que nos movemos debió recorrer gran parte de la Luna hasta el polo sur. Una distancia muy larga para ser recorrida sin un motivo importante.

—El comercio a larga distancia en la antigüedad está ampliamente documentado en la arqueología, como la ruta de la seda, la ruta del estaño en la Edad del Bronce mediterránea o la ruta del Spondylus, que unía Sudamérica con Norteamérica.

—Comercio a larga distancia...

—Esas rutas siempre se formaban porque había un bien muy preciado cuyo comercio era muy rentable. Los tejidos de seda no tenían rival, el estaño era necesario para fabricar el bronce y el spondylus era enormemente valioso.

—Pero Jorge, ¿qué podría haber en la Luna que fuera tan precioso, como para que los antiguos astronautas de la Edad Arcaica construyeran estas pistas de larga distancia?

Es verdad. ¿Qué podría ser para estas gentes tan precioso como la seda, el estaño o el spondylus?

—Es muy obvio. El agua —dijo Gamboa.

—¿Agua?

—Tanto Selene como las posteriores ciudades lunares indias construidas durante la Edad Robótica, fueron ubicadas cerca del ecuador. Era un error. La enorme diferencia de temperatura entre la noche y el día lunar, de varios cientos de grados, sometía a los materiales a un estrés innecesario. La larga noche lunar, además, obligaba a almacenar la energía durante el día. Por no hablar de la falta de materias primas esenciales como los hielos, no solo de agua.

—¡Oh! —dijo Sofía.

—La Ciudad de la Luna —continuó Gamboa—, nuestro asentamiento en el polo sur no aporta otra cosa que ventajas. Estabilidad térmica, zonas casi siempre iluminadas por el Sol, como las cordilleras Malapert ideales para obtener energía, zonas eternamente en sombras en las que los cometas durante el curso de los eones han depositado cuantiosos recursos de todo tipo de hielos...

—Seguían esta ruta para obtener agua, tan útil para beber y regar los cultivos...

—Y que tan fácilmente puede usarse para producir oxígeno por electrólisis.

—Es verdad.

—Os lo aseguro. La historia de la colonización del sistema solar corre paralela a la búsqueda del agua.

—Supongo que recorrerían la ruta durante los catorce días de la noche lunar, para evitar que el calor sublimase el hielo.

—Claro. Eso es. Esta pista arcaica es La Ruta del Hielo.

Doctor Gamboa,¿los transportes eran conducidos por seres humanos?

—Es difícil saberlo, Aunque habría astronautas que se encargarían de supervisar y organizar la carga del hielo, probablemente una conducción tan larga y monótona debería estar robotizada, conducida por primitivos sistemas automáticos. Eran tus predecesores, Sergio.

¡Oh, doctor Gamboa, qué emocionante! Le aseguro que, si tuviera ojos, lloraría.

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